Anatomía del (des)arraigo

Al inicio de mi migración soñaba, constantemente, que estaba en La Habana.

En mi casa de Nueva Zelanda, al dormirme, sentía que realizaba un viaje altamente insular en el cual saltaba de una isla a otra. Mis extremidades inferiores se alargaban de forma tal que podía tener dos océanos entre las piernas. Flexionaba la rodilla izquierda primero; luego me paraba en puntas de pie y estiraba la pierna derecha. Esa era la que llegaba a Cuba y me permitía, lentamente, levantar el pie izquierdo y abandonar Dunedin. Entonces estaba allá, en mi isla natal.

Un día mi sueño habitual varió. Ya no levantaba la pierna izquierda, sino que me quedaba abierta, estirada, disfrutando el clima del Pacífico y el caribeño.    

Cuando vine para México ocurrió lo mismo. Soñaba que estaba en Aramoana, una playa en Dunedin. Respiraba profundamente y cerraba los ojos. Flexionaba mi rodilla izquierda, me paraba en puntas de pie y estiraba la pierna derecha hasta llegar al malecón habanero. Me quedaba así, entre las dos islas. De repente, sentía unos deseos irresistibles de orinar y al pujar me salía otra pierna que igualmente se alargaba hasta llegar al zócalo de Puebla.

Las primeras veces, en mis sueños, nunca dejaba el pie afincado en tierras mexicanas, hasta que un día, como mismo pasó con Nueva Zelanda, mi pie se enraizó y mi pierna tercera encontró la forma de acomodarse. Para ese entonces ya tenía el cabello largo y, mientras disfrutaba de la brisa de los tres países, mi pelo se movía en tres direcciones diferentes.

Luego, en Francia, me salió otra pierna. Otra pierna que se fracturó, quedándose una parte en Tours y la otra en París.

En mis sueños cada clima penetraba en mí de manera diferente: el frío de Nueva Zelanda, la humedad de La Habana, el aire seco de Puebla y lo templado de París.

Mi pelo ya flotaba sin dirección.

Algo interesante es que en mis sueños no solo me salían piernas en los lugares donde he vivido físicamente. Me salían (y salen) piernas en el Banato rumano que describe Herta Müller.

Me salían (y salen) piernas en las tiendas de blusones largos, típicas de California.

Me salían (y salen) piernas en Shanghái y se afincan en aquel hotel chino donde estuve por un mes y que luego fusioné en mi cabeza con aquellos que describe Ted Chiang en algunos de sus cuentos…

No importa donde esté, continuamente me alieno en algo que necesita, por lo menos de forma extrasensorial-telúrica, sentir dichos climas al mismo tiempo.

Es una especie de panteísmo encarnado en la figura de una medusa invertida.

O es una especie de panteísmo encarnado en la figura de un pulpo.

Cuando me preguntan que de dónde soy, respondo que soy cubana, aunque eso no sea completamente cierto. Soy cubana por una circunstancia totalmente intrascendente. Yo soy un ser en el mundo que para poder ser un ser en el mundo necesitaba ser arrojada en alguna parte del mundo. Pero eso, forzosamente, no significa que esté arraigada a un solo lugar. Eso no significa que esté arraigada a Cuba.

Tampoco significa que el desarraigo sea tal que ese lugar, que ese clima, signifiquen nada. Hay cuestiones que se afincan en mí, como mismo se afinca mi pierna en lo profundo del malecón. Pero ello no implica que la pierna de allá tenga mayor importancia o relevancia que el resto de mis piernas.

No hay nada de especial en Cuba más allá de la forma en la cual la brisa se disfruta. Lo mismo pasa con el resto de los lugares que he mencionado. No hay nada de especial en ellos más allá que la brisa que se disfruta en cada uno.

En general, no hay nada especial en ningún lugar.

En general, lo especial no es más que una forma de lidiar con las insatisfacciones del presente.  




korean heart

Tríptico de cuatro: la vergüenza

Amanda Rosa Pérez Morales

¿Mis lectores me concebirán como un gnomo coreano? ¿Mi filosofía será la de un gnomo coreano? ¿Acaso una filósofa puede dedicarse a materializar el absurdo y la banalidad sin que la miren mal? ¿Acaso podría ser vergonzoso? ¿Podría ser vergonzoso para ti, Amanda? ¿La vergüenza te excita?