Facebook me sugiere el video de un delfín. ¿Por qué?

En este manifiesto terapéutico que es Pinky Filosofía se cuentan los traumas absurdos, o no tan absurdos, o no tan traumas, que nos apremian cada día. Esas taquicardias mínimas, diarias, que muchos sufren, que yo sufro.

Ustedes ya saben que yo sufro mucho y que me dan taquicardias, pupilas dilatadas, corazón a full. Fiesta loca en mi alma. ¡Pum, pum, pum!  

Ayer, por ejemplo, estaba yo bien tranquila, revisando Facebook, y, de repente, me encontré con el apartado de sugerencias. En primer lugar, Facebook me sugiere ver el video de un delfín. 

O sea, no entiendo. 

¿Un delfín es una sugerencia?

El delfín tenía alzada la cabeza y la boca abierta, así como anormal. Y me estaba mirando fijamente. Yo tampoco pude evitar mirarle, seguramente también con la boca abierta y con cara de anormal extrema. Luego de salir del trance, comenzó a invadirme el encabronamiento. 

¿Acaso soy un delfín, o soy afín a los delfines, porque Facebook me lo sugiere? 

Las redes son un big data extraordinario. Son como los padres, que por mucho que quieras escapar de ellos, no lo logras. Los padres conocen lo que pasa dentro de uno. Sea como sea, lo saben. 

Mi madre me tuvo dentro de su panza durante nueve meses. Sabe cómo funcionan mis órganos, sabe cómo palpita mi corazón. Mi corazón estuvo dentro de su barriga. De ahí, seguramente, mi obsesión con la comida. Es imposible que un corazón que estuvo en un estómago no sienta los impulsos de los alimentos descomponiéndose, volviéndose proteína.

Emmanuel Levinas lo dijo: el alimento es pureza que inunda la existencia, y mi existencia está inundada por deseos incontrolables de tragar y tragar. 

Si Facebook me hubiese sugerido una página de comida o, por ejemplo, un video de un chino cocinando mariscos vivos y gigantes, lo hubiese entendido. Yo soy comida. 

Si Facebook me hubiese sugerido un video sobre la influencia de la matriz materna en el desarrollo de la psique y el alma, lo hubiese entendido. Yo soy matriz. 

Si Facebook me hubiese sugerido un curso sobre catarsis existencial que se genera por la lejanía de los seres queridos, lo hubiese entendido. Yo extraño mucho. 

Pero no. 

Facebook me sugiere un delfín. ¿Por qué?

Ya no pude dejar de pensar en ello. Le tomé una captura de pantalla a la imagen de la sugerencia y, de repente, apreté algo que me llevó a publicar. 

¿Qué estás pensando, Amanda? Dime, Amanda, dime sin pena: ¿qué estás pensando? ¿Qué te tiene ansiosa? ¿Qué te aceleró el ritmo cardíaco? 

Dentro de los estudios posfenomenológicos se plantea que el cuerpo está en una interacción casi genética con los objetos, lo cual hace que te conectes de manera instintiva con la tecnología. Por ejemplo, con el teclado. Uno escribe pensando, pero los dedos agarran una autonomía que se materializa en algo muy concreto: escribir todo lo que a uno le pasa por la cabeza

Yo soy una gran fan de la posfenomenología. Dedico largas horas a investigar sobre el tema y, por ende, ese sentimiento me inunda de forma descomunal. Solo hay que darme seis dedos, no más, para que empiece a escribir todo. TODO. Entonces, si Facebook me sugiere el video de un delfín y luego me pregunta: ¿qué estoy pensando?, automáticamente, yo comienzo a escribir lo que estoy pensando. 

“Querido Facebook”, empecé, “estoy muy disgustada porque tú sabes que a mí no me gustan los animales, a excepción de las ballenas. Entonces, yo estoy tranquila en mi cama, Facebook, y tú me sacas de mi calma sugiriéndome que vea el video de un delfín. ¿Qué opinión tienes sobre mí, Facebook? ¿Qué te sugiere a ti que yo estoy interesada en la vida de los delfines? O sea, las ballenas, Facebook, las ballenas son otra cosa, pero un delfín no me representa. En primer lugar, el chillido de los delfines me desagrada. Cuando era pequeña ni me gustaba que me llevaran al acuario, porque no me interesaba. También, cuando era niña y me compraban peces, me dedicaba a matarlos, uno por uno, y luego hacía un cementerio con cruces y todo, un cementerio para cadáveres de peces. Si hubiese tenido la oportunidad de hacer un cementerio de delfines, seguramente lo hubiese hecho. No tengo nada en contra de ellos, Facebook, pero tú deberías saber de mi aversión por casi cualquier tipo de animal. Gracias”. 

Con esto finalizaban mis palabras al big data virtual, y cuando estaba a punto de publicarlo me acordé de que yo tengo una existencia virtual, una reputación virtual (de mierda, pero bueno, de que la tengo la tengo). 

De repente, comencé a imaginar qué dirían mis profesores sobre mi histeria nocturna. 

Pensé en lo que dirían mis colegas de filosofía sobre mi histeria nocturna. 

Pensé en lo que diría mi mamá, que me tuvo en su vientre, si leyera mi histeria nocturna. 

Mi mamá seguro se lo imagina, por eso de que mi corazón estuvo dentro de su panza, pero tampoco le tengo que estar restregando en la cara que a su hija, su otro corazón, le gustaría, quizás, tener un cementerio de delfines. Ya me la imaginaba posponiendo su viaje a México porque no puede lidiar con mis comentarios, o sugiriéndole a mi esposo, quien es psicólogo, que me canalizara toda esa presión reprimida que tengo y que me llena de vibras turbulentas. 

Mi mamá hace esas cosas. Ya hay veces en que prefiere directamente escribirle a mi esposo, para que le diga en qué estado me encuentro. 

Mi mamá piensa que estoy atormentada porque, de adolescente, guardaba los libros debajo de la cama y, por lo tanto, en la madrugada, todas esas palabras, todas esas ideas, comenzaban a inundar mi cabeza. Dice que por eso estudié filosofía y que por eso escribo. Que de ahí viene este relajo

No, no estoy para eso. No estoy para tener que escuchar esa reflexión. Entonces decidí borrar mi post y reservarlo para mí. 

Quisiera saber qué le ocurre a mi algoritmo. Lo único que comparto en mis redes son textos de filosofía, o textos de amigos, o cursos que me interesan, o conferencias que doy. No es que yo esté publicando cosas relacionadas con animales y, menos que menos, videos o artículos relacionados con delfines, su extinción o cualquier cosa de esas. Uno se esfuerza mucho en conformar su existencia virtual. Uno cuida su imagen, o por lo menos lo intenta. Requiere tiempo conformar esa idea en la cabeza de los otros. 

Yo tengo conocidos que se modifican hasta la nariz para salir como ellos quieren, que se truquean de arriba a abajo para verse más hot. Una que conozco se sube las puntas de las bragas para verse más caderona y culona. Tengo amigos que se la pasan publicando cosas en contra del sistema, no porque lo sientan, sino porque quieren encontrar trabajo escribiendo o comentando sobre esos temas. Trabajos que paguen, claro. Hasta tengo una amiguita que se dedica a crear existencias virtuales sin contrapartida material. 

Yo sé la importancia que tiene la conformación de uno.

Cuando quiero ver ballenas las imagino en mi cabeza. Imagino que estoy en Mazunte, o en Baja California, y que las ballenas están ahí flotando y parten el mar en dos con sus aletas, creando una ola gigante que me eleva y me hace estallar en el agua. Todo eso pasa en mi mente. El big data no tiene forma de enterarse de eso, porque no lo comento con nadie. Creo que es primera vez que lo escribo. Son de esos placeres privados que se relacionan con mi feto flotando durante nueve meses dentro de la bolsa de líquido amniótico de mi madre.

Estoy segura de que, luego de publicado este Pinky Filosofía, me comenzarán a salir videos de ballenas y seguramente de delfines y de cangrejos y de calamares y de tiburones. Lo podría entender a partir de hoy. 

Pero, ¿antes de esto? No. No tiene sentido. 

Pensé en cerrar mi Facebook, mi Instagram y mi Twitter. Olvidarme de todo y concentrarme en mi existencia corpórea, que ya de por sí está bastante complicada. Pero luego me acordé de mis columnas, de los seis textos que debo escribir por mes y compartir para que lo lea la gente. 

También me acordé de que mis colegas deben ver que publico en revistas de filosofía, y que doy conferencias para que luego, como mínimo, me jalen para eventos o me den trabajo. Si no publico, no cobro. Y si no cobro, no como. Y si no como, no vivo. Me muero y me alejo de las ballenas.

Todo está relacionado. No podemos desprendernos de la contraparte virtual. Unas nalgas más grandes, una filiación política determinada, un montón de textos publicados. Todo está relacionado. Todo es lo mismo. No hay salida. Por lo menos, sepan que no me gustan los delfines. Repito: no me gustan los delfines. 

Voy a bloquear a mi mamá.




Microfonito me genera ansiedad - Amanda Rosa Pérez Morales

Microfonito me genera ansiedad

Amanda Rosa Pérez Morales

Yo vivo en un torbellino de emociones diarias… Los perros me causan ansiedad, las videollamadas me causan ansiedad, los videos de casas bonitas me causan ansiedad, mis padres me causan ansiedad, Cuba me causa ansiedad.