Querida PNR

Tengo tremenda tristeza por Hansel, que murió del disparo de un policía en Guanabacoa. En su perfil de Facebook era un muchacho de 27 años, negro, dedos en uve, gorra, botella en mano. Algunos de sus amigos lo describen como un hermano, un buen chamaco, alguien con quien contar. El Ministerio del Interior lo describe como un ciudadano con antecedentes de amenaza, abusos lascivos y robo con violencia. 

Hansel, que pudo haber sido todo eso, o nada de eso, perdió una pelea desigual y polémica de piedras contra balas.

Días antes, dos policías violaron a dos niñas en Marianao. De las declaraciones de Maikel Márquez, tío de una de ellas, puede deducirse que la balanza del juicio estuvo desnivelada hasta que al juez no le quedó más remedio: los policías fueron condenados a ocho y seis años, respectivamente. 

Ningún medio estatal mencionó el caso.

Días antes, en la cola del detergente, un policía sacó un teléfono móvil y filmó a la gente que protestaba por el reguero y por la insuficiencia. El día anterior, el mismo policía empujó a una mujer en esa tienda. Una semana atrás, en la misma tienda, empujó a un hombre que lo filmaba con su teléfono móvil mientras le echaba guapería al mundo. La última vez que pasé por la tienda ese policía cuidaba la puerta.

La verdad es que no me siento a salvo en ningún lugar donde haya policías. 

Es más: no me siento a salvo en ningún lugar donde haya una persona más fuerte que yo, porque siento que dependo de su bondad hacia mí, de sus ganas de no dañarme. Y cualquier desacuerdo entre esa persona y yo solo podría ser resuelto por la justicia. Ahora, si esa persona se siente dueño y jefe de la ley, porque el poder la protege, entonces hay caos.

“Aquí la ley soy yo”, me dijo un teniente coronel la última vez que me detuvieron por hacer periodismo, mientras registraba mis pertenencias sin mi autorización.

He estado pensando en si los policías sienten miedo. Y he estado pensando que en un país que les da la razón a los policías hasta que no queda más remedio, los civiles estamos indefensos.

Una mujer en Santiago de Cuba me contó que, acabada de hacerse santo, vestida de iyabó, la detuvieron y la acusaron de Dama de Blanco.

A un amigo roquero lo detuvieron mientras corría detrás del P11 con su guitarra. Dijeron que se la había robado. Lo tuvieron horas en una estación, porque no tenía los papeles de la guitarra.

A Alexey “El Tipo Este” Rodríguez, le partió la cabeza un policía. Estuvo cinco días en la estación de 100 y Aldabó por ser un negro con dreadlocks. “Al salir —me contó— querían que firmara un documento donde decía que fue una confusión, porque pensaron que yo era rastafari, ‘y los rastafaris son elementos sin vínculo laboral, que fuman droga, deplorable conducta ciudadana, etc.’”.

Nada pasa con esos policías cuando fallan. Nada pasa con el “pueblo enardecido” que le canta a Bertha Soler: “Aé, la chambelona / Bertha no tiene madre porque la parió una mona”. 

Nada pasa con el “pueblo enardecido” que comenta en Cubadebate que Hansel Hernández murió como debía, y que es una alimaña menos que alimentar.

Nos está consumiendo el odio.

Por “El Tipo Este” conocí a Nahanda Abiodum, activista estadounidense refugiada en Cuba. Sabía bien la historia del racismo en ese país, y la del Black Panther Party, el Partido de los Pantera Negra. Me contó que cuando en Oakland, California, la brutalidad policial fue insostenible, el BPP movilizó sus propias patrullas de vigilancia: miembros armados, organizados e instruidos que funcionaban como policías de la policía.

“Es mejor oponerse a las fuerzas que me llevarían al suicidio que soportarlas”, escribió Huey P. Newton, líder del BPP. “Aunque corro el riesgo de la posibilidad de muerte, existe al menos la posibilidad de cambiar las condiciones intolerables”.

Huey P. Newton acuñó el concepto suicidio revolucionario, lo cual, según dijo, “no significa que yo y mis camaradas tengamos un deseo de muerte; significa todo lo contrario. Tenemos un deseo tan fuerte de vivir con esperanza y dignidad humana que la existencia sin ellos es imposible. Cuando las fuerzas reaccionarias nos aplastan debemos actuar contra estas fuerzas, incluso a riesgo de muerte”.

Decía que siempre llevaba libros de leyes en su auto. Cuando un policía acosaba a un ciudadano, Huey P. Newton se detenía a leer en voz alta las partes relevantes del Código Penal, para educar a quienes observaban el incidente. Luego, si el ciudadano era arrestado, el BPP pagaba la fianza.

Un Partido debería ser eso: una entidad en la que el ciudadano sienta representados sus intereses, sus ideas, que lo salve del caos.

Las fuerzas del orden deberían ser eso: gente armada, organizada, instruida, que dé confianza y nos salve del caos.

Sin embargo, hace días vi un video que ojalá sea falso. Un flaco en uniforme de la Policía Nacional Revolucionaria (PNR) hablando estupideces: “Están diciendo que en Cuba no hay comida; aquí sí hay comida, lo que aquí se trabaja con orden y con respeto”. 

Lo vi a las ocho y pico de la mañana en una cola para comprar plátano. El día anterior había estado dos horas en una cola para comprar picadillo. Lo descargaban mientras esperábamos. Dijeron que alcanzaba para todos. Repartieron cien turnos; éramos 300 y se armó tremenda bronca. Tuve que irme.

“Con este bastón te puedo coger y te puedo enderezar el lomo para que no te pongas a estar hablando en contra de Cuba”, dice el del video. Y con hablar contra Cuba se refiere, entre otras cosas, a filmar las colas.

Había tres tarimas funcionando y todo el mundo estaba en la del plátano. Las otras dos tenían maní molido, pasta de tomate y polvo. “Aquí sí hay comida”, repite el del video. Y dice que va a buscar al que lo contradiga.

Señor del video: no alcancé plátano. Almorcé arroz con pasta de tomate. Dormí la tarde para tapar el hambre. Comí maní molido. Y aquí estoy, esperando que me endereces el lomo con la tonfa. A ver si me matas en defensa propia, y sigues en lo tuyo.




Ibaé - Jesús Jank Curbelo

Ibaé

Jesús Jank Curbelo

Mi amiga Alba murió de un infarto. Murió Tomás, el encargado de mi edificio. Murió Sara, mi tía abuela. Me duele recordarla hospitalizada y respirando mal. Murió Rafa, abuelo de mi hijo. Un viejo sabio y muy jodedor. Antes de todos ellos, murió mi abuelo. He estado pensando en la muerte, y en las formas en las que he estado vivo.