Las verduras han muerto hace mucho tiempo

Envejecer es ver que las personas a tu alrededor comienzan a morir. 

Ser viejo es cuando comienzas a olvidar cuándo murieron las personas. Cuando el otro muerto se convierte en un vegetal que en algún momento estaba fresco y, de repente, le sale moho o apesta y tú ni te das cuenta cómo ni cuándo ocurrió. 

Gemüse ist längst gestorben: las verduras han muerto hace mucho tiempo. 

Así le decía yo a mi abuela cuando comenzó a perder la cabeza. Ella me preguntaba por sus amigas de la infancia, o por mi abuelo que ya no estaba. También me preguntaba por su mamá, mi bisabuela, que falleció desde antes de que yo naciera. Como la palabra muerte es fuerte y retumba en los oídos de alguien que pronto morirá, yo le decía a mi abuela esta frase en alemán que ella nunca supo qué significaba, pero que la calmaba. 

Todo esto pasó durante una de mis visitas a La Habana, la última vez que la vi. Estábamos las dos solas y, mientras yo veía Titanic, ella se abanicaba con la mirada medio perdida y me hacía preguntas y preguntas. A todo lo que tuviera que ver con muertos, yo le respondía con la misma frase: Gemüse ist längst gestorben, a tal punto en que más o menos se la aprendió y, de forma delicada y casi susurrando, me la repetía a cada rato. 

A mí me hacía bien escucharla decir eso, porque yo tampoco sabía (ni sé) lidiar bien con las muertes, y menos con la suya. La muerte de mi abuela. Entonces, esas cuatro palabras en alemán eliminaban de la plática cualquier vestigio o intención de fallecimiento o desaparición física. 

Ya mi abuela murió, hace tres años, y luego de ella han muerto varias personas cercanas a mí. El día en que me avisaron de la séptima muerte luego de la de mi abuela, me di cuenta de que estaba envejeciendo. Envejeciendo no físicamente, sino por dentro. Como los niños que ven morir a toda su familia, o que vivieron una guerra. Yo he conocido a varios y siempre les he dicho niños viejos, y ellos se ríen, contentos por mi desparpajo y poca sensiblería, pero a la vez me miran reflexivos, como diciendo: no jodas, es cierto. Creo que siempre les afecta hablar de esas cosas, pero les digo que tienen que hacerlo, aunque sea con ellos mismos o conmigo; que en general me burlaré, pero luego les daré una terapia que les durará tres meses. 

Yo les digo que están envejeciendo, que no se preocupen. Que el malestar ante la muerte de los seres queridos dura hasta el momento en que te vuelves anciano y comienzas a olvidar lo ocurrido. Entonces las fronteras espaciales se expanden de manera tal que todo existe, todo es. Aparece la verdadera naturaleza de las cosas, y da lo mismo si los otros están muertos o están vivos: la comunicación será fluida. Cuando eres viejo, no importa cuándo murieron las verduras. 

Hablo de todo esto porque hoy me avisaron de que un ser querido para mí está pasando por un momento difícil que, posiblemente, resulte en la muerte de un ser querido para él. He intentado darle todo mi apoyo y cariño, pero sé que cualquier cosa que le diga no va a consolarlo. 

Él está envejeciendo, y aún pena por los seres queridos que se van. Quisiera decirle que todo pasará, que dentro de unos treinta años seremos viejos y esas cosas no dolerán más. Nada dolerá. También quisiera decirle que el dolor de esos treinta años que nos quedan envejeciendo se puede calmar con pastillas, o con actividades, o con drogas, o con sesiones espiritistas, pero supongo que me va a tomar por loca. 

Quisiera saber consolar adecuadamente, pero lo único que se me ocurre es repetir esa frase en alemán; una frase que se ha establecido en mí como un código cuadripléjico y gastado, pero que me saca de apuros. 

Entonces, debido al acontecimiento de hoy, saqué algo que hice hace ya tres años y que solo de vez en cuando miro: mi lista de personas a las que amo y que sé que posiblemente morirán primero que yo. 

La última vez que saqué esa lista fue hace como una semana y media, cuando mi mamá me hablaba de la vacuna contra el COVID-19. Me decía que ella sí se la iba a poner, y me preguntaba si yo no lo haría. Entonces le dije en qué lugar de mi lista de futuras-posibles-muertes ella estaba, y que si la vacuna generaba alguna mutación ella iba a vivir como una mutante durante poco tiempo, mientras que yo tendría que estar así todavía muchos años. Mi mamá me dio la razón, y con eso guardé mi lista hasta hoy. 

Repasándola, reafirmo una y otra vez cómo estoy envejeciendo. Veo que la gente muere a mi alrededor, pero el hecho de pensar en la muerte de mis seres queridos, el hecho de pensar en la muerte en general, me sigue afectando. 

Sigo pensando en la dualidad vivo/fallecido, que impone fronteras y reduce las posibilidades de comunicación ilimitada y fértil que se da cuando eres anciano. Reafirmo mis ganas de ser anciana para ya no tener que preocuparme por estas cosas de la vida carnal: mi cabeza estaría flotando todo el día entre conversaciones con filósofos; con Haydeé, mi amiguita de la infancia que se ahogó con cinco años; con mi abuela, con mis teorías, con los personajes de mis libros, con los personajes de todos los Pinky Filosofía; con mi contraparte en esta columna, Curbelo, que seguramente me seguirá hablando para contarme sus penas y para que hagamos proyectos, proyectos de ancianos. 

Cuando pase eso, seguramente hablaré con toda mi lista de personas a las que amo y que, posiblemente, morirán antes que yo. 

Empezando por mi papá. Él es el primero. Tiene setenta y cinco años. 




Jodorowsky y el último cigarro - Jesús Jank Curbelo

Jodorowsky y el último cigarro

Jesús Jank Curbelo

Yo llevaba meses fumando mucho. Prendía un cigarro antes de levantarme, otro con el café, otro después de cepillarme los dientes y otro al vestirme, y así, a cualquier hora. Me escondía para bajarme el nasobuco y fumar en la calle sin que me viera la policía. A veces, en las colas, fumaba con el nasobuco puesto.