Cuando yo tenía diez años leí un libro maravilloso. Fue escrito por Luis Cabrera Delgado y publicado por la editorial Gente Nueva. Ese libro se llamaba ¿Dónde está la princesa? Recuerdo que mi padre me lo compró junto con otro llamado La escuelita de los horrores.
Realmente no los compró solamente para mí, sino también para mi sobrina; ella se la pasaba conmigo. Nos los dio durante el mes de agosto, un día en que nos llevó al Instituto Superior de Arte, donde en aquel momento trabajaba. La escuela estaba vacía; solo estaban los guardias, unos administrativos y él.
Dejó que mi sobrina y yo nos fuéramos al área de la piscina. Nos compró hamburguesas y papas fritas. Nos compró unas maltas. Nos compró unos chupa chups con calcomanías de las Spice Girls. Nos compró unos pellys de ajo.
En el 2000 había muchas cosas ricas en La Habana. O por lo menos había muchas cosas ricas para mi sobrina y para mí.
La piscina estaba vacía porque eran vacaciones, aunque parecía que llevaba años así. Había un poco de agua de lluvia mezclada con plantitas secas y abejas ahogadas. Mi papá, abuelo de mi sobrina, regalador de libros, hamburguesas y chupa chups, nos dijo que nos quedáramos ahí, que si queríamos metiéramos los pies en la mezcla de agua con plantas marchitas y abejas ahogadas. Mi papá, abuelo de mi sobrina, regalador de libros, hamburguesas y chupa chups, nos exhortó a que comenzáramos a leer. Nosotras agarramos el mismo libro y, bien pegadas, con las hamburguesas en la mano, comenzamos a compartirlo.
¿Dónde está la princesa? es un libro que habla sobre un grupo de personas que tienen VIH/SIDA. El protagonista es un niño portador del virus. En la historia, él está buscando a su mamá, quien ya ha muerto por la enfermedad. Para hacerlo, emprende un recorrido quijotesco junto a otros personajes que también tienen SIDA. Durante ese camino por el mundo de los muertos, a cada uno de los personajes se le va haciendo una mancha (creo) en el brazo, lo cual anuncia que ya van a fallecer. Entonces, personaje tras personaje, van acompañando al niño en tanto van muriendo. Finalmente, el niño encuentra su lugar en ese mundo de ultratumba. Y también muere. No recuerdo si se reúne con la madre.
Mi sobrina y yo comenzamos a devorar página tras página. Ya nos habíamos metido dentro de la piscina vacía y ahí, en una esquina, nos pegamos más para continuar leyendo. Teníamos los pies estirados, de forma tal que, de vez en cuando, nos mojábamos con el agua estancada y tocábamos con los dedos las abejas ahogadas. Estar dentro de la piscina era como estar dentro del libro. Mientras el personaje descendía en busca de su mamá, nosotros descendíamos más dentro de ese rectángulo color azul cielo. Luego comenzó a llover y nos metimos debajo de una palmera, hasta que mi papá vino por nosotras.
Yo me llevé el libro a casa y le prometí a mi sobrina terminar de leerlo en los próximos cuatro días, cuando volveríamos a vernos. También prometí no adelantarle nada, aunque ella me lo pidiera.
Continué con mi lectura sentada en un muro, en los bajos de mi edificio. Continué mi lectura en la escuela, mientras me daban Educación Cívica. Continué la lectura a la hora en que los niños duermen, pero yo no dormía y esperaba, junto con mi papá, a que mi mamá regresara del trabajo.
Ahora acabo de recordar que La princesa (seudónimo de la mamá del niño) era vocalista de una banda de rock. Mi mamá no era vocalista de una banda de rock, pero sí era cantante de boleros. Entonces, recuerdo que cuando la veía entrar, me alegraba de que no estuviera en el mundo de los muertos… Aunque a la vez (según la propia historia) la muerte no era más que una extensión de la existencia, solo que en esta primera nos desprendíamos de lo corpóreo aferrado a la gravedad, para quedarnos solamente con la corporalidad habitante en otro espacio.
Como habíamos acordado, la pasé el libro a mi sobrina y ella quedó tan impactada como yo.
Han pasado veintiún años desde que lo leímos, y aún lo recordamos. Precisamente, por este recuerdo es que nació este Pinky, y la oportunidad de exteriorizar cierto sentir respecto a las editoriales cubanas.
Desde hace aproximadamente cinco años estoy pensando en ese libro y no he tenido forma de encontrarlo. Durante todos estos años he intentado recordar la mayor cantidad de escenas posibles que, por momentos, se entrecruzan con La Divina Comedia y The House That Jack Built. Llevo todos estos años en una distopía temporal en la cual ¿Dónde está la princesa? pasa de ser una epopeya italiana a encarnarse en Jack y volver alienada a la Cuba noventera. Por momentos esta reconstrucción del tiempo es excitante. En otros momentos no lo es, porque es síntoma de que ya se ha vivido algo.
Quien empieza a mezclar recuerdos es aquel que ha querido escapar de la concepción tradicional del tiempo, pero al final no lo logra. Es comenzar a envejecer.
Solo he conocido a una persona que lo ha leído, aparte de mi sobrina y yo: es una amiga que vive en Quebec y que tampoco ha hallado la forma de encontrarlo. Múltiples veces he preguntado a mis amigos de Cuba si lo han visto en alguna librería; en cada viaje que realizo a La Habana paso yo por algunas, a ver si lo puedo comprar. Nunca está.
También lo he buscado en Internet: no hay más que el catálogo de Gente Nueva y ya. Encontré un ensayo publicado en 2010 por alguien llamado Ulises, quien dedica una parte de su texto a hablar del libro. También encontré una tesis de licenciatura del Pedagógico de La Habana, dedicada enteramente a la obra del escritor santaclareño, Luis Cabrera Delgado. La tesis es de 2014. Tiene 47 páginas, de las cuales no pude consultar más que las siete primeras, en las que solo hay dedicatorias (una por página).
Mi intención es conseguir el correo electrónico de alguien, para ver si me pueden pasar el libro. Mi otra intención es que alguien lea este Pinky, conozca el libro, lo tenga, y me lo pueda pasar. A lo mejor tengo suerte.
Yo nunca he publicado un libro en Cuba. Pero me pregunto si existe mucha diferencia entre publicar y no publicar un libro allá. Nunca he visto una edición cubana en otra librería que no sea en una librería cubana de Cuba.
Esto que estoy diciendo no es, específicamente, una crítica. Quizás me gusta la idea de un libro que solo puedo encontrar en un momento determinado y en un lugar determinado. Quizás imagino toda esta situación de manera tal que las editoriales se convierten en el reflejo intelectual de un país que siempre se muestra místico. Quizás al gobierno, como mismo no le gusta que el resto del mundo sepa lo que ocurre allá, tampoco le gusta que sepan lo que se publica allá. Quizás sea una forma de castigo a todo aquel que intenta hacer literatura, o academia, porque los literatos y los académicos a veces tendemos a pensar de más.
O quizás es culpa del Bloqueo y ya.
Quizás.
A veces me quedo dormida y sueño que voy a mi casa del Vedado y encuentro mi libro. Está todo amarillento y con un poco de moho. Otras veces no sueño, sino que imagino que alguien me lo regala porque intuye que puede gustarme ese tipo de literatura cruel. Otras veces me concentro muchísimo para sentir lo que sentía al ver la portada con el niño estirando las manos hacia el cielo.
A veces llamo a mi sobrina, o le escribo, para que recordemos juntas aquellos días del año 2000, donde había una piscina con agua estancada y abejas ahogadas y comíamos hamburguesas y papas y pellys y tomábamos malta y teníamos calcomanías de las Spice Girls.
En aquel momento éramos niñas optimistas. Estaba iniciando un siglo.
© Imagen de portada: Sigrid Abalos
Trigésimo primer manifiesto y recursividad: un texto sobre la respiración
Empecé mis treinta años en medio de la pandemia: mayo del 2020. Este sábado cumplo treinta y uno. Este es mi trigésimo primer manifiesto, donde confieso que dentro de la intranquilidad, el miedo y el nerviosismo, he encontrado una especie de tranquilidad. Felicidades, Amanda, en tu día.