Microfonito me genera ansiedad

Tengo una amiga italiana que vive en el centro de Puebla, en un departamento con ventanas grandes y un balcón que da justo a la calle. Podríamos decir que ella está feliz allá. Podríamos decir que no tiene ningún conflicto. Podríamos decir que todo bien. No obstante, mi amiga tiene sentimientos encontrados con un señor que ha preferido llamar Microfonito. 

La vida no es fácil. O más bien, nosotros no somos fáciles. Cualquier cosa nos atormenta. A mí me atormentan muchas cosas, por eso lo digo. Yo vivo en un torbellino de emociones diarias que me generan ansiedad

Ya eso ustedes los saben

Los perros me causan ansiedad, las videollamadas me causan ansiedad, los videos de casas bonitas me causan ansiedad, mis padres me causan ansiedad, Cuba me causa ansiedad, tenerme que levantar temprano un día cualquiera me causa ansiedad. Es complicado… Por eso yo comprendí a mi amiga cuando me contó la ansiedad que le provocaba este hombre. 

Microfonito trabajaba en una plaza al lado de su depa. Su labor era atraer gente a ese lugar; venden joyas y choripanes. Cada día, desde las nueve de la mañana, agarraba su micrófono, se ponía fuera de la plaza y comenzaba a hablar y a hablar. Así hasta las seis de la tarde. Dice mi amiga que Microfonito hacía, cada día, una catarsis existencial. Hablaba de las joyas, de los choripanes, pero también hablaba de su vida, de sus conflictos, de sus desvaríos. “¡El choripán acá es el mejor! Yo lo comía con mi esposa antes de que me dejara. Aquí le compré a mi hija el anillo de compromiso, antes de que dejara de hablarme habitualmente. Miren esta cadena que tengo, me la compré para encontrar novia”. 

Para todo esto tenía un outfit especial. Dice mi amiga que se ponía un pantalón de vestir, una camisa color salmón, unos zapatos negros. La camisa la metía dentro de su pantalón y lo sujetaba con un cinto que combinaba con los zapatos. 

Todo un galanazo.

El problema es que la voz de Microfonito se colaba por todo el departamento. Ella despertaba con Microfonito, desayunaba con Microfonito, comía con Microfonito. Tomaba el café de la tarde con Microfonito. A esto hay que sumarle que la vivienda de mi amiga también es una residencia artística. Entonces, los artistas que hasta acá viajaban debían hacer arte con Microfonito, pensar con Microfonito, frustrarse con Microfonito, destruir su obra con Microfonito. 

En el depa de mi amiga la música se convertía en un hombre con camisa color salmón, que hablaba y hablaba de sus problemas. Odiaban a Microfonito.

Un día dice ella que fue a hablar con él, a ver si le bajaba a su desmadre. Se hicieron amigos, pero amigos con intereses. Mi amiga le dijo que querían hacer algo artístico con él, cosa que a Microfonito le encantó y hasta se presentó formalmente. Ahí supo su verdadero nombre: “Augusto Sánchez, para servirle”. Pero resulta que esta nueva relación no resolvió el problema del ruido. De hecho, empeoró porque ahora, Microfonito o “Augusto Sánchez, para servirle”, saludaba por el micrófono a mi amiga. Los de la residencia artística lo notaron y no entendían lo que pasaba. Por la mañana, mi amiga se quejaba de Microfonito y luego, él la saludaba en el altavoz, estilo sonidero mexicano. Esto la enfadó, pero también le gustó. Entonces, de 9:00 a.m. a 11:59 a.m. lo odiaba; a las 12:00 p.m. la saludaba y ella lo quería; acto seguido volvía a odiarlo.

Me contó también que Microfonito tenía una ayudante. Una chica con una banda parecida a la que usan las Miss Universo. Ella era algo así como Miss Plaza. Miss Placita, suena mejor. Miss Placita también debía hablar por el micrófono y animar a la gente para que entrara. Pero Miss Placita era muy tímida y le disgustaba enormemente hablar por el micrófono, cosa que Microfonito no entendía. “¿Por qué te molesta, si es como ir a psicólogo sin pagar?”. Tanto fue así que Miss Placita perdió el trabajo y Microfonito buscó otras estrategias de atención. Ya no solo hablaba, sino que hizo unas alas de papel maché para que se tomaran fotos con ellas y le caía atrás a la gente y las arrastraba hasta las alas y la gente que no que no y Microfonito que sí que sí. Al final entendió que lo que más atraía a la gente era que él hablara por el Micrófono. Hasta ese momento, mi amiga lo había sobrellevado, pero su furia italiana contra Microfonito iba creciendo. 

Y llegó la cuarentena.

Como era de esperar la plaza cerró y con ella, las catarsis de Microfonito. Mi amiga estaba feliz. Muy feliz. Hasta el día en que comenzó a soñar con él. Dice ella que en sueños Microfonito hacía lo de cada día. Conectaba su micrófono y se ponía a hablar y a las doce la saludaba. Luego se despertaba y todo en silencio. Al principio fue maravilloso, pero luego el ruido comenzó a faltar. Y la falta de ruido es algo que genera más ansiedad que el propio bullicio. A eso se sumó la preocupación de ¿dónde estará Microfonito? ¿Qué estará haciendo Microfonito? ¿Tendrá trabajo Microfonito? La cosa es que ahora no puede dormir. Pensando en Microfonito. Lo tiene en la cabeza como cactus enraizado y lo peor es que no hay manera de saber dónde está.  

Cuando ella me contó todo esto ya estaba transpirando. Primero me reí, pero luego comenzó a pasarme su ansiedad. Yo no conozco a Microfonito, pero la conozco a ella y ella lo conoce a él. Una cadena. Fenomenológicamente nos conocemos todos. Además, en México, en Cuba, en Latinoamérica, hay muchos Microfonitos. Gente que se enraíza en mi cabeza. La doña de las memelas, el chico de los tacos de canasta, los del agua. Son personas que están en uno de forma inconsciente. Podríamos decir que están en una forma pura. Y luego, de repente, algo los hace reales: un evento, un cambio, un traslado de punto de venta. Y ahí empieza la ansiedad. La ansiedad porque no se escuchan, porque no pasan, porque no hay con quien enojarse. Y, sobre todo, la ansiedad por no saber qué ocurrió con esas personas. 

Ahora, cada vez que me entero de que alguien ganó la lotería, me pongo a buscar si es Microfonito. Si me como un choripán, pienso en Microfonito. Si veo a alguien con una cadena pienso en Microfonito. Incluso, cuando veo las redes de mi amiga pienso en Microfonito. Lo mismo me ocurre cuando me entero de que alguien se murió. Quién sabe. Hoy mismo vi como se llevaban a uno inconsciente, Quién sabe. A lo mejor era él. A lo mejor no. Quién sabe. Yo soy pesimista y este escrito me generado mucha ansiedad. 

Microfonito, si alguna vez lees esto, porfa, repórtate. Hay gente preocupada por ti. Hay gente ansiosa por tu culpa. 




A veces he pensado en lo rico que sería ser Bad Bunny - Jesús Jank Curbelo

A veces he pensado en lo rico que sería ser Bad Bunny

Jesús Jank Curbelo

Te juro que yo no entiendo nada: el imperio del dólar, lo que se puede y lo que no se puede comprar en CUC, lo que se puede hacer con el peso cubano, a dónde vamos, qué hago yo aquí, detenido en el tiempo, qué hace mi hijo aquí y qué le espera si crece aquí, hasta dónde, hasta cuándo.