Eclesiastés XII, 2-6

La semana pasada, mientras traducía un prólogo de Jean Clair a la correspondencia entre Matisse y Bonnard, me topé con el almendro florido del Predicador, Qohélet, קֹהֶלֶת Aquel que Toma la Palabra, un autor desconocido del siglo III. No es por ponerme místico o nostradámico, pero ya saben que el almendro florece a finales de febrero-principios de marzo, justo en los meses en que empezó la pandemia. 

El asunto es que fui a mi Reina Valera a buscar el pasaje y no me gustó la manera en que lo decía. Además, las alcaparras habían desaparecido. Menos mal que tenía a mano el estudio de Gianfranco Ravasi y las dos versiones de Ceronetti al italiano, la del 70 y la de 2001, editadas por Adelphi. Con eso y algo más compuse esta versión libre, que por fragmentaria, nos ahorra el famoso dictum (Havèl havalìm; Vanidad de vanidades, todo es vanidad; “Fumo dei fumi, tutto non è che fumo”, según Ceronetti) y suena más (Dios me perdone) como un arrepentido carpe diem:

Eclesiastés XII, 2-6

Hazlo mientras seas joven,
antes de que lleguen las aciagas jornadas
y alcances esa edad en que se pierde el gusto.
Antes de que la luz del sol desaparezca,
la luna y las estrellas interrumpan su brillo
y después de la lluvia se despejen las nubes.
Hazlo antes de que tiemblen los guardianes de casa,
los robustos se encorven, se paren las moliendas,
y se queden a oscuras todos esos que miran
desde las ventanas;
y se cierren las puertas, y se calle el molino,
y el trinar de las aves poco a poco se apague.
Porque luego vendrán el miedo a las alturas
y los terrores mientras caminamos,
florecerá el almendro, pesará la langosta,
las alcaparras ya no darán gusto:
el hombre irá camino a su última morada 
mientras que los dolientes recorrerán las calles.
Antes de que se rompa la cadena de plata
y la copa de oro,
y el cántaro se quiebre al dar contra la fuente,
y en el pozo, vencida, se raje la polea.