El tiempo, ya se sabe, transcurre mucho más lento cuando se espera algo. Y, sobre todo, cuando esperamos a alguien. Le he dado mil vueltas a este soneto isabelino de John Donne, que «amplié» hasta convertirlo en un soneto «a la italiana». Por cierto, el autor imita aquí el procedimiento del famoso poema de los besos de Catulo («Vivamus mea Lesbia…»). En los exámenes de las facultades de Letras, en vez de tanta teoría, deberían preguntar: ¿Cuántos besos le propone Catulo a Lesbia? O, ¿cuántos años transcurren en The Computation?
El cálculo
Los primeros veinte años, desde ayer,
no podía creer que ya no estabas;
después de otros cuarenta no llegabas:
tus favores me daban de comer.
Soñé cuarenta más que tú soñabas
con prolongar aquello que anhelamos,
cien luego bajo lágrimas ahogamos
y tras doscientos nadie suspiraba.
Siguieron mil en los que no pensé
ni pude dividirte en mi cabeza,
pero tras otros tantos me olvidé.
No fue larga carrera, resumida.
Al estar muerto, me volví inmortal.
¿Los fantasmas también pierden la vida?
The Computation
For the first twenty years since yesterday
I scarce believed thou couldst be gone away;
For forty more I fed on favors past,
And forty on hopes that thou wouldst they might last.
Tears drowned one hundred, and sighs blew out two,
A thousand, I did neither think nor do,
Or not divide, all being one thought of you,
Or in a thousand more forgot that too.
Yet call not this long life, but think that I
Am, by being dead, immortal. Can ghosts die?