Contra la justicia social



La foto lo dice todo. Es Nueva York, es septiembre del año 2023. Son activistas norteamericanos, frente a la misión permanente de Cuba en las Naciones Unidas. Un edificio siniestro, donde se espía y se ha secuestrado y torturado con total impunidad.

Los protagonistas de este acto de reafirmación revolucionaria tienen todos un pensamiento impecablemente progresista, comprometido hasta el cariño con nuestra islita bloqueada por el Imperio.

Helos aquí, en vivo. Son personas que apoyan todas y cada una de las causas justas de un planeta oprimido apocalípticamente por los Estados Unidos de América.

Miradlos por un minuto. Estamos en presencia de los salvaguardas de la dignidad. Para colmo, luchando desde las entrañas de la democracia menos funcional de la historia: en efecto, la norteamericana.

Y, un siglo después de la Revolución Cubana, ellos todavía estarán allí, exigiendo que la Revolución Cubana dure toda una eternidad. Es decir, una segunda eternidad.

No acatan ni por un minuto a un presidente norteamericano democráticamente electo. Eso, no. Resistencia instantánea contra el poder rubio corporativo y heteroccidental. Eso, sí.

Ah, pero su sentido del tiempo totalitario en los trópicos tercermundistas es mucho más poroso, flexible, derretido despóticamente como un surrealista reloj.

La utopía es eso, compañeras y compañeros. Con cada paso del pueblo elegido, nuestro futuro feliz se aleja en el horizonte histórico como un espejismo hecho de ética y escasez. El paraíso no tiene para cuando acabar. Tal es el precio a pagar: el paraíso es permanente o no es.

Según estas pancartas y puñitos en alto, no hay alternativa pacífica para el pueblo cubano. Como le dijo el canciller Bruno Rodríguez Parrilla a la administración de Barack Obama: todos los cambios que ocurrirían en Cuba ya tuvieron lugar, pero en 1959.

El cubano que aspire a un cambio de presidente noventa millas al sur de la Torre de la Libertad, tiene solo una opción, según los progresistas de las causas justas en Nueva York: la vía militar, llámese magnicidio o terrorismo o, en cualquier caso, otro Girón.

Nunca, votar. Votar, nunca.

Porque votar, lo que se dice votar, solo votan los norteamericanos. Esos, sí. Los cubanos ponebombas no son lo suficientemente responsables para votar. Los muy ignorantes e ingratos, serían capaces de desmontar el comunismo castrista en un dos por tres. Y lo demuestra la marea roja de la Florida. Esos, no.

Tenemos, entonces, demasiadas razones para desconfiar de los norteamericanos que se escudan en la justicia social para defender a los paíscidas de la justicia y la sociedad.

En Cuba y en la Cochinchina, los conocemos.

Son racistas de izquierda: a las minorías cubanas sin Castro en el corazón, no nos quieren aquí. Preferirían que nos destrozaran los sabuesos sureños de la Seguridad del Estado.

Son homofóbicos de izquierda: a la comunidad LGBTQIA+ cubana sin Castro en el corazón, no nos quieren aquí. Preferirían que nos tuvieran en un campo cis de trabajos forzados, para hacernos hombres y mujeres capaces de amar su causa transrevolucionaria.

Son antiinmigrantes de izquierda: a los cimarrones cubanos sin Castro en el corazón, tampoco nos quieren aquí. Nos preferirían hundidos en el mar antes que traicionar la gloria que, sin preguntarnos, tuvimos que vivir por ellos, pobrecitos, condenados a un capitalismo con constitución esclavista.

Miles de muchachos languidecen hoy en las cárceles cubanas por levantar una pancarta o un puño. Incluso, una pertinentísima piedra. Sin juicio, sin justicia. Sin salvación, sin sociedad. Estos quijotes neoyorkinos de la justicia social, tanto como el Estado cubano, los han condenado a perpetuidad.

Dictadura que se oponga al imperialismo no es dictadura. Y cubano que se oponga a la dictadura que se opone al imperialismo, no es cubano.

Se nos va la vida con debates de ideología, cuando la Revolución Cubana es lo contrario de toda mascarada teórica. La Revolución Cubana es la pura praxis de la más obscena ocupación del poder: la desaparición de una nación que, sabemos aunque no lo digamos, es irrecuperable.

Nos dejaron sin casa. Vil, violentamente. Perdimos la guerra contra la justicia social en Cuba. Y todavía ahora, desde las amargas aceras de nuestros mil y un exilios, nos toca tolerar a los mayorales de la mayoría, cometiendo cívicamente sus crímenes de lesa cubanidad.

Recordad sus rostros cuando oigáis la palabra justicia.

Recordad sus rostros cuando oigáis la palabra social.

Recordad sus rostros cuando oigamos cualquier palabra pronunciada en las antípodas de nuestra imperdible patria perdida.

Recordad sus rostros en el silencio secular del sincasa cubano que para siempre seremos tú y yo.

Recordad sus rostros, compatriotas, recordad.



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