Cuba: la piña de la discordia

Decía Jean de Léry, refiriéndose a la piña, que no había fruta más noble en el universo. Y llevaba razón el explorador francés, pues la piña hizo furor en las cortes europeas, convirtiéndose en símbolo polisémico. 

No había banquete digno en las casas reales del siglo XVII donde la piña no estuviera coronando los pletóricos y enrevesados centros de mesa. Tanto así que, aun entre la nobleza, aquellos que no podían costearse el excesivo precio de una piña optaban por pagar importantes sumas por la renta —sí, la renta— del majestuoso fruto para el día de fiesta. Y bueno, bien sabemos que el hábito hace al monje. 

Pronto la piña pasó a convertirse en embajadora entre coronas, desempeñando un importante rol en las negociaciones de Estado. La realeza europea se devanaba los sesos construyendo costosos invernaderos que, en el mejor de los casos, demoraban cuatro años para la producción de una piña. Pero un símbolo es un símbolo y la piña, regalo de reyes, lo merecía. El mismo Charles II de Inglaterra se hizo retratar con su jardinero ofreciéndole una piña un tanto raquítica, pero prueba al fin, para los estándares de la época, del poderío sin par de su corona. 

Así que no habría por qué asombrarse a causa del interés súbito que el fruto real ha generado recientemente en la ínsula de Barataria. 

De un tiempo a esta parte, Gerardo Hernández Nordelo, quien se refuncionaliza más que una piña (caricaturista, espía, héroe, vicecoordinador de los CDR), lleva una divertida cruzada por hacer producir no importa qué en cualquier esquina. El delirio va cambiando en cada nueva presentación: calabaza, piña, plátano, y la saga sigue.  

No es que exista nada nuevo en esto de inventar campañitas para entretener a la gente en Cuba. Todas ellas, siempre una campaña mesiánica que salvará al país, que cada vez se hunde más en la pobreza y la desidia. Y bueno, ya sabemos todos lo que es la “fiebre del caballo”.

Lo triste es cómo se ha ido degenerado la capacidad del mito mesiánico en La Siempre Fiel. De la industrialización instantánea, la Zafra de los Diez millones, la desecación de la Ciénaga de Zapata, el Cordón de La Habana, el plan citrícola, Ubre Blanca, los búfalos de agua, la cuenca lechera, los plátanos microjet, la Revolución Energética, hemos caído en una calabaza por CDR, una piña por CDR, un plátano por patio. La capacidad de inventiva desde la retórica del poder, cuando menos, da grima.

Pero da igual, no es que me interese divagar sobre este absurdo. Volvamos a la piña y su valor semántico. Porque si de Cuba se trata, lo que más hay —y espero convengamos en esto— son piñas: la piña de los dirigentes, la piña del sector en divisa, la piña de los políticamente confiables, la piña de los militares, la piña del sector del turismo, la piña de los artistas, y paro de contar. 

Y en esto de crear piñas, el gobierno cubano sí que ha sido bien hábil. De hecho, cada vez que se ha visto forzado por una de las tantas crisis, como estrategia de sobrevivencia, a formular timoratas reformas democráticas, tan pronto mejora la situación un poquito, recoge cordel y crea nuevas piñas. Con lo cual consigue de manera efectiva —al César lo que es del César— recuperar control de lo perdido y, de paso, sumar una nueva piña a su haber; y con ello, sectores de la población que hubieran podido ser una fuerza de cambio pasan a estar neutralizados. 

Es justo lo que ocurrió a principios de los noventa con los artistas, la liberación del dólar y la tan sonada, pero al final parca, apertura cultural. Después del agrio período de finales de los años ochenta y principios de los noventa, los artistas empezaron a gozar de una bonanza económica visible, secundada por viajes sin mayores restricciones gestionados por las mismas instituciones (lo cual se viabiliza más cuando Abel Prieto es nombrado Ministro de Cultura en 1997; recordar que para entonces todavía estaba en pie la infame tarjeta blanca). A cambio, los artistas se convirtieron en el peón ideal para diseminar la tan ansiada imagen de apertura democrática a ojos del mundo. Siempre, claro está, brincando como saltimbanquis sobre la cuerda de lo permisible, porque se juega con la cadena, pero no con el perro. 

Como diría mi abuela: “aire de piña llena la badina”. Es difícil renunciar a la buenaventura que nos da la vida. Así que para cuando tocó cortar por lo sano, el gobierno trazó fácilmente una línea de decantación clara y nítida entre el arte de disentir y la disidencia. El gobierno tenía una nueva casta domesticada. ¡Bingo!

Este es apenas un ejemplo, ya que la capacidad de reconversión por piñas en Cuba es quizás el renglón más rentable del gobierno que ha afectado a más de un sector de la sociedad cívica cubana. Pensemos por ejemplo, en la absorción de los raperos por la Asociación Hermanos Saíz; del movimiento LGBT por el CENESEX; de la Iglesia Católica por la Oficina para la Atención de los Asuntos Religiosos, o de cualquier iniciativa ciudadana a través de los Consejos Populares, por tan solo mencionar algunos. 

Esta política de reconversión por piñas conlleva en primera instancia a un sentido de alivio o pertenencia, al tiempo que establece canales institucionalizados para la protesta. Con lo cual el gobierno cubano ha conseguido, por un lado, aislar cada reclamo por parcela (“divide y vencerás”), doblegar cualquier reclamo a los límites permisivos del canal establecido; y, por otro lado, divorciar del ámbito político cualquier reivindicación social o cultural. 

Imposibles de integrarse a ninguna de las piñas oficiales como grupo (“grupúsculos” es la palabra de orden), la protesta política queda atomizada y sin apoyo de otros sectores sociales, porque aliarse abiertamente a este tipo de reclamo implica el riesgo de soliviantar el seguro estanco trazado a priori por el gobierno y quedarse fuera de la piña. La autocensura individual (“siempre hay un ojo que te ve”) ha sido efectivamente suplementada por la autocensura grupal. ¡Y una piña tiene mil ojos!

Con la disidencia cubana fuera de Cuba, ocurre otro tanto. Cada cual tiene su propia piña, y en vez de sumar se resta. Y claro: una piña toca a más si se corta entre menos. 

La disidencia cubana, en su gran mayoría, parece todavía adscrita a esa rancia política de la Fruta Madura. Y en este punto, al cabo de casi un siglo, deberíamos admitir que nuestro querido John Quincy Adams perdió las perspectivas en su analogía, trasladando la manzana al contexto cubano. 

¡Craso error Quincy! En efecto, las manzanas caen por su propio peso, ¡pero la piña no! 

La mayoría de la disidencia cubana, ahora refuncionalizada como youtubers, se alía así a lo más conservador en cuanto a políticas para con la Isla. Y, como imagen en el espejo, actúa por campañitas (Cero Remesas, Operación Retorno, por tan solo mencionar dos de las más recientes); con lo cual, sin duda, consiguen animar a la fanaticada de base y mover el posicionamiento de los livestream channels, garantizando la sobrevivencia económica del canal, pero nada más allá.  

Lo más preocupante de la política de la piña, dentro o fuera de Cuba, es que también aplica al concepto de la espiral de Fibonacci. Cuanto mayor es el par de números de Fibonacci, más cerca estamos de la proporción áurea; lo que en el arte podría llevar a lo sublime, pero que en el plano social se traduce en el perfecto inmovilismo. 

Hace no mucho, conversando con un gran amigo de la infancia, me decía, haciendo alusión a esa decisión tan personal de si vivir o no dentro de tu enclave originario: “más vale ser cabeza de ratón y no cola de león”. Y bueno, esto resume con creces mi teoría de la piña. 

Imagino pues, que cuando el espía refuncionalizado ahora en vicecoordinador de los CDR hablaba de piña, se refería a la piña de ratón; la cual, dicho sea de paso, posee reconocidas capacidades antiparasitarias. 

En cuanto a la próxima celebración de los CDR, imagino yo que, en vez de caldosa, habrá garapiña. 




Ariel Ruiz Urquiola: el camino de la protesta holística - Janet Batet

Ariel Ruiz Urquiola: el camino de la protesta holística

Janet Batet

El próximo lunes, 29 de junio, Ariel Ruiz Urquiola, ciudadano cubano, se dirigirá en audiencia directa, sin intermediarios, al pleno del Consejo de Derechos Humanos de las Naciones Unidas, en Ginebra. Como expresa su hermana, Omara Ruiz Urquiola: “Con Ariel vamos a estar 14 millones de cubanos”.