El apoyo ‘gris’ al castrismo

Deseo explorar lo que comúnmente llamamos apoyo al castrismoComportamiento que responde a un entorno inamovible que dura más de 60 años

Cierto, lo que Castro llamaba revolucionario —“un ser sacrificado y noble que no pide nada a cambio de su labor heroica”— es una manera castrista de ser. Pero entrados los años 60, Castro añadió un nuevo ingrediente: la participación. Ser revolucionario ahora significaba “decir presente” en las tareas revolucionarias. 

Este modelo conductista de participación es el sine qua non del apoyo al castrismo. 

Para hallar a ese Castro conductista, vea Palabras a los intelectuales. En medio de la plática, Castro deja caer que no todos los hombres buenos y honestos tienen que ser revolucionarios. La Revolución tiene el deber de incluirlos a todos.

Parecería inaudito que la mayoría de la gente que apoya al castrismo no sea necesariamente revolucionaria. La mayoría de los que apoyan no son siquiera conscientes de ello. 

¿Qué significa apoyar? Del latín appodiare, indica “sostener”. Y sostener algo no presupone el deseo explícito de hacerlo. ¿No es racional actuar contra nuestro deseo si dicho ejercicio mejora nuestros intereses? 

Apoyar es ese instinto de sobrevivir. 

El que apoya al castrismo es una especie de paloma dentro de la Caja de Skinner. ¿Conocen el experimento? Tres palomas hambrientas dentro de una caja exhiben comportamientos muy distintos (independientemente de la misma comida que reciben). Una paloma aprende a dar vueltas en sentido contrario a las manecillas del reloj alrededor de la caja; la otra pega su cabeza a una esquina de la caja y permanece inamovible; la tercera sacude el cuerpo espasmódicamente. 

¿Qué causa dicho comportamiento? 

La explicación de Skinner es asombrosa: cualquiera que sea la respuesta de las palomas justo antes de la administración de la comida (la recompensa), termina siendo reforzada al recibir la recompensa. Es decir: ¡no importa la respuesta! El comportamiento no es más que el producto de una recompensa reforzada.

¿Cuál es la recompensa del apoyo al castrismo? El mendrugo castrista.

Después de 60 años, el cubano ha aprendido a funcionar dentro del sistema. Volviendo a la definición conductista de Castro: apoyar es exhibir un comportamiento (aparentemente) revolucionario. Digo “aparente” porque resulta harto difícil justificar al castrismo desde el punto de vista racional (por favor, lo contrario requeriría un pueblo de anormales). 

Las masas actúan automáticamente. Una acción repetida termina siendo una acción aprendida, y viceversa. 

El análisis conductista que propongo requiere que el comportamiento del individuo hable por sí mismo. Indudablemente, hay expertos cubanólogos que leen mentes. ¿Pero quién que se respete concibe semejante lectura?

Lo que sigue es una narración del apoyo de Yoliván. Como veremos, no se trata de una caricatura en blanco y negro. Quien apoya es un ser tan funcional como contradictorio. Así sobrevive.

Yoliván tiene 42 años y es ingeniero mecánico. Creció en una familia de profesionales. Miguel Ángel, su padre, es ingeniero eléctrico. Graciela, su madre, es sicóloga. Los padres se divorciaron por motivos, más que nada, políticos. Graciela era presidenta del CDR y comunista declarada. Algo que nunca le perdonó al marido es no haber sido aceptada en el Partido, porque Miguel Ángel era percibido como desafecto a la Revolución. Miguel Ángel se fue a Miami en 2014 con la lotería de visas. Graciela se quedó. Hoy en día es una revolucionaria feliz.

En 2012, a Yoliván le dieron un ascenso en su centro de trabajo. No vino con aumento de sueldo, pero lo hizo sentirse reconocido (el documento aparece en la pared de la sala de la casa, junto a una foto de Yoliván de niño con sus padres, durante el Período Especial).

Yuseini, la hija de Yoliván, es pionera. Su esposa Uivis fue maestra de inglés en una escuela Secundaria Básica en el municipio Arroyo Naranjo. Dejó su trabajo de maestra para abrir un paladar con la tía, pero el negocio no funcionó, porque los chivatos y la policía corrupta no los dejaban tranquilos y la poca ganancia no alcanzaba. Ahora Uivis trabaja como intérprete en el sector turístico.

Políticamente hablando, Yoliván es lo que pudiéramos llamar un achantado. Dice presente en los actos de masas. Las fotos en el apartamentico que tienen en Luyanó así lo prueban: Yoliván enlistado en una brigada de trabajo voluntario, o sonriendo al lado de su mamá en la Plaza un primero de mayo. Transpira que es cederista por hacer a su madre feliz. Sin embargo, Yoliván nunca ha pertenecido a la UJC ni al Partido Comunista. A veces, en la intimidad, se franquea con Uivis y le dice que está harto (aunque evita a toda costa explicar qué significa semejante cosa). Frente a la madre jamás habla de política. Graciela puede ser una fiera si le tocan la Revolución.

Familiares allegados apuntan que Yoliván tiene la conciencia marcada por el divorcio de sus padres, el exilio de Miguel Ángel y la terquedad política de Graciela. Sin embargo, Yoliván admira la convicción de su madre (admite en privado que no puede descifrarla).

Gracias al padre, el apartamento de Yoliván está bien montado: televisor Samsung de 52 pulgadas con equipo surround de 6 bocinas, aire acondicionado en la barbacoa, computadora, laptop y playstation para la niña. Tiene refrigerador y cocina de gas nueva que le compró Miguel Ángel. Recientemente ha conseguido muebles nuevos. La familia se viste con ropa de Miami. Entre eso y lo que se busca Yoliván haciendo mecánica los fines de semana, puede decirse que se dan una vida mejor que la de muchos.

Esta noche, después de unas cervezas, Yoliván y la madre hablan en intimidad. La conversación toma un giro inesperado cuando él le dice que quisiera viajar con Yuseini y Uivis al extranjero y conocer el mundo.

—¿El mundo? Yolivancito, mijito, tú no sabes como está eso allá afuera. Ya sé que has cambiado, desde que tu papá te mete todo ese ruido en el cerebro cuando viene de Miami dándonos caritate.

—Mima, el viejo trabaja duro y nos ayuda. No te olvides que gracias a él conseguimos las pastillas para la presión de tía Fefa, y mira como me ha ayudado con el apartamento. 

—Hablo de otro asunto: ¿en qué trabaja tu padre?

—Se gana la vida honestamente.

Lleva siete años en Miami y no sabe hablar inglés. ¿Tú crees que yo no me doy cuenta?

—Mima, si no fuera por el viejo no sé qué nos haríamos.

—¡Tu padre te tiene chantajeado! No quieres ver que se está comiendo un cable y vive peor que nosotros. Trabajando de valet parking por la madrugada en un hotel en Miami Beach. Un ingeniero eléctrico graduado de la Lenin. Un hombre que tenía futuro. 

—Tengo fe en que el viejo va a salir adelante. Tiene esperanza de montarse un negocio de electricista.

—Yolivancito, mijo, tu padre se la pasa ahorrando los centavos para venir. O sea, se da el pisto con nosotros, pero no es más que un muerto de hambre. ¿Eso es vida? Si aquello es tan bueno, ¿qué hace tu padre que no sale de aquí, coño?

—La verdad es que a veces no lo entiendo, pero también lo comprendo. A él se le acabaron las opciones en este país. No daba más. Quería prosperar, buscar un futuro. Le agradezco muchísimo que luche por ayudarnos. ¡Vieja, abre los ojos!

Graciela, algo alterada: 

—A tu papá y a mí la Revolución nos lo dio todo. Y fuimos felices.

—¿Felices? Yo me acuerdo como peleaban. El viejo quería un cambio en su vida y tú nunca lo comprendiste.

—Tu padre se dejó comer la cabeza por Petronio, el desviado sexual de tu tío, que lo metió a contrarrevolucionario. Le prometieron villas y castillas esos grupúsculos. ¿Y ahora qué?

—Coño, vieja, qué injusta eres. ¿Qué tiene que ver ser disidente con ser maricón? ¿Sabes qué? Que yo recuerde, tío Petronio nunca habló mal de ti.

—Mijo, tú sabes que tengo la razón. Todo lo que tiene tu padre se lo debe a la Revolución.

—¡Coño, mima, contigo no se puede!

Graciela pone cara de Virgen Dolorosa. 

—¡Cómo te han comido el cerebro, mijito!

—Tú siempre lo llevas todo al extremo. Por eso es que nunca hablo de política contigo.

Graciela modifica el tono de la voz: 

—¿Quién es la única en este mundo con la que puedes hablar en confianza? —lanza una sonrisa de cajetilla, amorosa, para suavizar el momento—. ¿Eh, dime?

Yoliván la contempla con cara de lagartija atropellada: 

—¿Te… gustaría pasar el sábado que viene con tu nieta? Así les hago un videito juntas. Uivis va a hacer flan de calabaza.

Esa noche, Yoliván y Uivis conversan en su apartamento:

—Yoliván, ¿cuándo dijo tu papá que venía de nuevo?

—No sé, Uivis. Acaba de venir hace un mes. ¿Qué quieres, que venga todas las semanas?

—Eh, ¿qué te entró?

—Lo que pasa es que en esta casa todo gira alrededor del viejo.

—Muchacho, ¿no eras tú el que ayer mismo me decías que soñabas darte un viaje por el mundo con nosotras?

—Sí, ¿y qué tiene que ver eso con mi papá?

—Oye, ¿por casualidad estuviste en casa de tu madre?

—¡Uivis, no empieces!

—No, porque cada vez que vas allá vienes medio loco. 

—No vengo loco ni ná. Lo que pasa es que nos hemos vuelto muy materialistas, coño.

—¿Materiqué? ¿A qué viene esa palabra?

—Materialista, sí. Alguien que no hace más que pensar en el dinero. Dime una cosa: ¿tú eres feliz conmigo o no? Parece como si vivieras insatisfecha. Que nada te es suficiente.

Uivis se le acerca por detrás y le acaricia el cabello. 

—No, mi manguito, soy muy feliz contigo y con Yuseini. ¿Y tú?

—No nos falta nada. Estamos jóvenes pa’luchar. Así veo el futuro.

—¿De verdad? Qué lindo, papi. 

Con cara de gozador: 

—Vamos pal cuarto, ¿quieres?

Mientras caminan hacia la alcoba, él le agarra una nalga con la mano derecha.


© Imagen de portada: B. F. Skinner (1904 – 1990).




Masculinidad tóxica

La farsa de la masculinidad tóxica

Alfredo Triff

El feminismo ha convertido la masculinidad en una perversión, idea espuria que deseo refutar. La “masculinidad tóxica” prehistórica parece haber sido causada en retroactivo por el feminismo de tercera ola. ¿Por qué a las feministas les molesta que el hombre sea competitivo y dominante?