El efecto Otaola

Dentro del marco de la Revolución se desarrolló un medio que, sin estar enmarcado, daría al traste con el no-control de la dictadura de La Habana. El Internet —y con él las redes sociales— abrió un canal de liberación para los cubanos. 

No solo la comunicación con los familiares exiliados era más continua, también “el dicen qué” y la queja comenzaron a crear un proceder en la sociedad cubana. Aunque hoy las denuncias a través de un live de cualquier red social han sido normalizadas, hace algunos años atrás no era así. Había incluso que sacar de la boca de los denunciantes cada palabra. Además, el discurso se opacaba luego, porque al final poca transcendencia tenía la denuncia en el universo algorítmico de las redes sociales. 

Por una de esas vueltas que da la vida de cada persona, ese pesar cubano, que tanto hemos sentido todos, comenzó a tener un trampolín, un comentón de la queja, un criticón de lo dicho, un contador de historias que poco a poco fue construyendo un imperio de disidencia y denuncia en contra de la última dictadura de América y el Caribe, la de Fidel Castro. 

Alexander Otaola se ha convertido en una espina en el dorso digital de la mafia que gobierna la isla de Cuba. Su canal, su propuesta y sobre todo su approche han creado una tendencia, un discurso y un desnivel en la manera de disidir, de cuestionar y de actuar en contra del gobierno cubano. 

La “grandeza televisiva” se la ofrece su público, que es pueblo cubano —de dentro y de fuera—, maltratado y enajenado por la Revolución, y del cual la disidencia, a pesar de siempre “querer” representarlo, poco se ha ocupado e interesado. El pueblo cubano ha sido poco instruido y motivado por los grupos cívicos en Cuba. Pero el quejar, devenido gritos y catapultado por la desesperación histérica de aquel que está solo en su estudio, se ha movido y llegado a tierras bien lejanas, mostrando el sufrir real, injustificado e infligido a la sociedad cubana toda. 

Un pueblo que, si bien necesita a Otaola para saber lo que sucede en la esquina de su casa, también lo necesita para escuchar su personal verdad como cubano, sin humor, sin sonrisas ni choteo.

Mucho se ha escrito sobre este presentador y su show digital en YouTube. Más precisamente, se ha escrito de su gestión, cuestionando su persona, y también se ha escrito de su persona, no cuestionando su gestión. La intención, en la mayoría de los textos, es subrayar el carácter vulgar y amarillista del programa Hola Otaola!. Cierto es que las escamas de dos o tres horas de discurso interactivo pueden verter algo de fútil y frívolo. Sin embargo, en la totalidad del tiempo de palabra hay una indignación tajante y una sinceridad en sostenuto en cuanto a la situación en la Isla, elementos que hacen de su labor audiovisual un brazo de hierro antidictadura. 

Es tendencioso tomar el discurso de antiderecha y prodemocracia para combatir a Otaola. Se obvia así la representación de la derecha en el mundo moderno y de la izquierda en las sociedades occidentales. Se intenta gentilmente a veces colocar un papel de horno sobre republicanos y demócratas en la realidad política cubana, que es de ninguna índole. Como cubano en el extranjero, y más profundamente como emigrante en Estados Unidos, el ser social de Otaola se balancea en la sociedad estadounidense que, si bien es compleja, es llamada land of opportunity..

No me tardaré, entonces, en la teatralidad alrededor del personaje Otaola, ni en el de Alexander persona. Solo pretendo desempapelar el show de Hola Otaola! y su figura principal emitido el 9 de julio de 2021, que precedió a las manifestaciones más grandes en Cuba bajo el hostil régimen de Fidel Castro. 

El espectador ve desfilar con la voz en off de Otaola las imágenes tristes de los hospitales en Cuba, donde no solo no hay condiciones sino que incluso ni hay “hospital”.

Hago este ejercicio, pues hoy, para tener conocimiento y “buen tamaño de bola” sobre la situación de Cuba y su actualidad, hay que pasar por el programa de Otaola. Y más exactamente por lo que yo llamaría el “efecto Otaola”, que no es más que la repercusión, la onda expansiva de las noticias sobre la situación cubana, una vez pasada y comentada por sus plataformas. 

Tanto es así, que hoy los partidos políticos de Estados Unidos reconocen y necesitan este efecto en la comunidad cubana de cada estado, sobre todo en la Florida. El efecto Otaola hizo que este presentador tuviera un “encuentro” con un presidente estadounidense electo, sea cual sea el color político. El más bañado con ese efecto es el pueblo cubano, en su nivel más primario o en sus condiciones más carentes. El pueblo cubano, ya sea fuera de Cuba o dentro del archipiélago. Un pueblo que, si bien necesita a Otaola para saber lo que sucede en la esquina de su casa, también lo necesita para escuchar su personal verdad como cubano, sin humor, sin sonrisas ni choteo. 

Luego de una secuencia de once minutos de músicas y patrocinios en imágenes, dedicadas al comienzo del programa y a la espera de que los “suscriptores se conecten”, comienza con una música de late show americano Hola Otaola!

Las primeras palabras del presentador fueron: “¡Hola, hola! ¿Qué tal? ¿Cómo están? Bienvenidos todos, ¡feliz viernes!, se abren las puertas del rancho anticomunista del chisme… ¡Y hemos comenzado! 

Una frase que, durante cinco años y un poco más, ha sufrido ínfimas modificaciones. “El rancho anticomunista del chisme” antes fue “la catedral del chisme”. Otaola decidió cambiarlo, como decidió cambiar las vertientes políticas en su programa. El contenido ya no era solamente de chisme y de show artístico, aunque el chisme como herramienta también sirvió para desacreditar a las compañías castristas en Miami o para desestabilizar departamentos del Ministerio del Interior cubano. 

Se fue la luz, se fue la planta, y se murieron las doce personas en el hospital del Cerro, en la Covadonga.

De “catedral” pasó a “rancho”, sinónimo de solvencia económica y de espíritu calmado, pues la fortificada catedral de su apartamento pasó a ser una nueva morada: una finca, un rancho, el campo y todo el bienestar social y espiritual que este implica. Ya el combate era más puntual, más dirigido, anticomunista, a dos calles después del anticastrista y a un kilómetro más lejos que el de contrarrevolucionario. 

Así empezaba aquel programa, luego de presentar sus plataformas habituales y de dejar claro que “su identidad en este show, está cien por ciento protegida”. En el primer speech, Otaola dice:

¡Ay, señores! Está dura la cosa, está muy dura la cosa y a mí me encantaría poder transitar en el programa, por toda la jodedera que siempre hacemos. Y me encantaría poder reírnos. Vamos a jugar al final del show, pero lo que está sucediendo en Cuba, no amerita ni fiesta, ni chiste, ni broma, ni guaracheo. Han muerto doce personas en la Covadonga, por un apagón. Doce personas que estaban conectadas a una planta, cuya planta no tiene mantenimiento, no tiene nada. Se fue la luz, se fue la planta, y se murieron las doce personas en el hospital del Cerro, en la Covadonga. Súmele a esto la cantidad de personas que están muriendo diariamente, a lo largo de toda la isla de Cuba; súmele a esto las personas aterrorizadas en sus casas, los cadáveresabandonados en las casas.

Durante la pandemia de la covid-19, la gestión en la mayoría de los países fue funesta. La dictadura de La Habana no se quedó atrás. Solo que Cuba no había pasado dos años de pandemia, sino sesenta y tres años de desgracias, donde solo hacía falta un cambio de viento para que personas inexpertas perdieran la vida. La covid arrasó en Cuba. Sobre todo por la falta de prevención, la precariedad de los insumos y equipamientos técnicos, además de la gran impericia del Partido Comunista, de sus funcionarios y discípulos. Un caso como el de la Covadonga no era anodino. Sin embargo, los tres años postergados de pandemia abrieron más la llaga de todo aquel que sentía en sí mismo la desgracia del pueblo cubano. 

Mire las condiciones en las que tienen que bañar a los niños. Mire el hacinamiento, la asquerosidad, el desamparo que tiene el pueblo cubano.

Luego de esta primera secuencia, Otaola muestra otra de las cientos de denuncias de las personas abandonadas en período de la covid. Una señora explica: “Una emergencia, de una persona, señores! Una persona de bien y no pudieron venir aquí a la casa a darle los primeros auxilios. Este país que tanto presume de potencia médica. ¡Los primeros auxilios! Que le pusieran oxígeno, que lo auxiliaran como ciudadano cubano que es, y eso se le negó”. 

Mientras el espectador está mirando, Otaola también es espectador. Con postura austera, al decir esa última frase la señora, el rostro de Alexander —ya persona— pone la mirada baja y, sin que su público lo perciba, toma una honda respiración: lástima, tristeza, vergüenza, indignación. 

La señora continúa con su tono habitual, voz baja, un discurso calmado, pero pura dolencia en su decir: “Se murió sin que lo viera un médico, casi tengo que llamar a Díaz-Canel para que me pusieran la ambulancia”. Otaola disiente en silencio, levanta la cabeza, mira al monitor de producción y dice: “Sandy [su productor], ponlo full screen, por favor”. 

En los primeros segundos el productor no lo escucha y Otaola hace el signo de corte de cabeza, que lo sacaran de pantalla. Era obvio su abrumar. Aún la señora: “Entonces, también, eso fue a las dos de la mañana, y miren la hora y aún no lo han venido a recoger. Mírenlo ahí. En su lecho de muerte, porque no lo atendieron, no quisieron atenderlo”. La señora enfoca una persona boca arriba acostada en un sofá: el hermano difunto. 

En ninguno de esos centros de aislamiento, en ninguno de esos hospitales, en ninguna de esas funerarias, en ninguno de esos crematorios hay un solo familiar de los dirigentes de ese país.

La historia de esta mujer y su hermano fallecido era el principio, el durante y el final constante de la covid en Cuba. Esta historia era la de muchas personas en aquel momento, pues el sistema médico cubano es hoy una falacia. Y si funcionó en algún momento, fue gracias a la mano interesada de la URSS. Otaola argumenta: 

Esta es la historia de esta muchacha, todavía el PCR no les ha llegado el resultado, y el hermano ya murió, o sea ya no le hace falta el resultado del hombre. Todos ellos pueden estar positivos. Todos ellos pueden morir en el mismo desamparo que ha muerto ese muchacho, joven, fuerte. ¿Dónde está la potencia médica? ¿Dónde está el éxito de las brigadas Henry Reeve? ¿Usted se da cuenta que todo es mentira? ¡Este es el momento! Que la gente dice “no quiero política”, “no quiero politiquería”. ¡No! ¡No es politiquería! “No me hablen de política, vamos a recoger medicinas”. ¡No! ¡No es momento de recoger medicinas! Es momento de ver por qué razón los cubanos están en estas condiciones, cuando la dictadura se ha llenado la boca diciéndole a todo el mundo que ellos tienen todo garantizado. Mire los hospitales, los policlínicos, los centros de aislamiento, mire las condiciones en las que tienen que bañar a los niños. Mire el hacinamiento, la asquerosidad, el desamparo que tiene el pueblo cubano. 

Durante su discurso, estremece una música de fondo que subraya el estado crítico y tendido de la situación. Hay imágenes que desfilan sobre la situación actual en Cuba con la covid; condiciones que cualquier cubano “de a pie” conoce, pues ha sido criado en esa continua situación. Lo que hace este presentador es mostrar con palabras e imágenes, al que conoce y al que no, sobre la situación de Cuba, pero desde el ángulo de quien regaña, quien reprende a un pecador: “Mire usted, usted que es culpable, usted que es víctima”. 

Ahora lo más importante es que lo cubanos se den cuenta de cuán desamparados están, eso es lo más importante.

Luego, sigue su largo e irreverente monólogo en el cual aborda un tema sensible, la lástima fuera de Cuba. Nosotros, queriendo ayudar a familiares y “al pueblo”, enviando medicamentos y utensilios para mejorar las condiciones en pandemia. Otaola: 

Toda esa gente que está desesperada, que se siente impotente. Todos nos sentimos así, pero la solución no es la migaja, la solución no es la limosna, la solución no es mandar una caja de jeringuillas para que se vacunen con la Abdala. ¡Perdónenme, queridos míos! Esto se veía venir, y esto se sabía que iba a suceder, y la dictadura cubana no se preparó porque no le importa el pueblo de Cuba. En ninguno de esos centros de aislamiento, en ninguno de esos hospitales, en ninguna de esas funerarias, en ninguno de esos crematorios hay un solo familiar de los dirigentes de ese país, de los que te tienen muriendo en este momento, de los que te multan, de los que te presionan, te chantajean, te amenazan, te golpean. 

Era esa una realidad. No se hablaba de un sistema social “normal” y “democrático” que estaba gestionando la covid en Cuba. Eran la mentira y el engaño. ¿Y cómo ayudar a resolver lo irresoluble con mentira y engaño? 

Con este razonamiento, intentaba conseguir una “intervención humanitaria”. Los cubanos morían de a poco o de a muchos. Y los que no, debían vivir el cotidiano encierro o el yugo en el lomo, pues nada más que las multas, por interpretación del porte de mascarillas, se alzaban a más de tres mil pesos. Todos fuimos sensibles a esto. Aunque algunos, ya rápido, olvidemos. Se pedía de alguna manera involucrar, en la lucha por la libertad y el bienestar de Cuba, al mundo todo. Hacer, por un momento, girar el rostro hacia esa isla soleá y prisionera. 

Ellos te dicen que tengo que aprender a vivir con mi enfermedad. Será mejor decir que tengo que aprender a morir con mi enfermedad.

Corriendo el minuto veinticuatro, la palabra de la persona se funde con la del personaje y el discurso, de puro sentimiento, muestra un panorama al que solo el olvido y la desidia harían oídos sordos: 

Una caja de medicinas no le salva la vida a nadie, una caja de medicinas “es por gusto”. No vamos a salvar vidas con una caja de medicinas. Necesitamos hospitales, señores. En esas pocilgas no se va a salvar la vida de nadie. No hay mangueras, no hay respiradores, no hay oxígeno, no hay tanque, no hay monitoreo, no hay nada. Lo único que hay es muerte, pudrición, asquerosidad. Y un grupo de médicos, que ahora se nota el conocimiento nulo que tienen (…). No es entregarle las medicinas al Ministerio de Salud Pública. Porque eso ya sucedió, hace un año atrás, con cinco contenedores, y se los robaron y lo vendieron en las tiendas. Comenzaba la pandemia y la dictadura cubana, burlándose de los cubanos que donaron, los que trabajaron allí, de todo el que recogió. Burlándose de las iglesias, burlándose del propio Dios, decomisó los cinco contenedores ¡“Ay! A mí no me importa, ¡ay! Yo no me voy a poner en eso, ahora lo más importante…”. Ahora lo más importante es que lo cubanos se den cuenta de cuán desamparados están, eso es lo más importante. Y que el mundo entero se dé cuenta de cuánto los han engañado, la Organización Mundial de la Salud, la Organización Panamericana de la Salud, que han movido los contratos millonarios de las brigadas socialistas médicas.

Para x literato, estas palabras ya eran un discurso conocido, demasiado pasional, ¿extremista tal vez? Sin embargo, hay una masa gigante de gente cubana instruida por “la calle”, instruida por la supervivencia y la agitación, instruida por la Revolución. Esa gente no tiene discurso, pero tiene moral. No tiene valentía, pero tiene noción. Un discurso con el mismo contenido que el “discurso oficial”, pero contrario. Una especie de the upside down[1] en positivo, instruyendo a un pueblo, girándoles lentamente la cabeza para, tal vez, dejarles ver de dónde viene el mal de Cuba. 

Luego de desacreditar a una funcionaria en la radio nacional cubana, que hablaba de ayuda humanitaria como una venta de champús, y de desmentir al doctor Durán[2] y las cifras oficiales dudosas, Otaola continúa su monólogo criticando y expresándose fuertemente sobre los centros de aislamientos, sobre los hospitales. Haciendo énfasis en la degradación del sistema de salud público cubano, de su funcionamiento evidentemente atroz, y de la responsabilidad de todos ellos en la situación de la covid en Cuba. 

Y no puede seguir callado por miedo a morir, porque va a morir callado.

Pasando de un tema a otro en un mismo tópico interminable, menciona el caso de Mercy.[3] Personalmente, recuerdo cuando en su programa habló la primera vez con Mercy en La Habana, y Otaola apretaba los labios frente a la situación contada por ella: 

Esta enfermedad es genética, es de nacimiento, pero, increíblemente (bueno no tan increíble) a mí se me diagnosticó hace ocho años. Es decir, yo viví toda mi vida con diagnósticos erróneos, con diagnósticos mal dados. En este tiempo fue que se me diagnosticó la atrofia muscular espinal, que es la enfermedad real que yo tengo (…). Dijeron que era una distrofia, que era una intoxicación por plomo. Dijeron que había sido una lesión en el sistema nervioso central. El hecho es que yo empecé a dejar de caminar a los 7 años. Me quedé en una silla de ruedas y ningún médico me dio ningún diagnóstico, hasta hace ocho años (…). Tristemente, lo digo con tristeza, y lo digo con toda la verdad que estoy viviendo, los pacientes con AME (Atrofia Muscular Espinal) se están muriendo, sin tratamiento, sin oportunidad (…). Ellos te dicen que tengo que aprender a vivir con mi enfermedad. Será mejor decir que tengo que aprender a morir con mi enfermedad. Porque cuando a mí me dan mis espasmos pulmonares, que me dan casi diarios, que me dan broncoespamos, que me ahogo con la flema, no quieren venir a atenderme. Y cuando tristemente vienen a atenderme, no te puedo explicar: no saben nada de la enfermedad, es mal trato, es agresiones, es humillaciones (…). Porque se han llenado la boca de decir, en el gobierno de Bauta, que gracias a la Revolución yo estoy viva. Y eso es mentira. Yo estoy viva gracias a Dios. Gracias a mis abuelos que se han esforzado, que me dan de lo poco que tienen. Porque ni alimento me dan, porque ni dieta hay. Porque no hay medicamentos. Porque no hay nada y lo que hay no me toca, ¿por qué? Porque yo no tengo un “apellido”, porque no soy hija de nadie y porque me han hecho la vida un talco desde siempre.

Ya se está a una hora de programa. El pesar es tanto, que se llega a un punto como espectador en el que se cuestiona incluso la relevancia de la duración de x tema. Sin embargo, como público, tirano-tiranizado, la situación de una mujer como Mercy Olivera no es indiferente. Podría fácilmente ser una vecina, una amiga o una hermana, porque la miseria ha sido general para los que siempre han entrado en la generalidad. 

Los casos, uno por uno expuestos en todos esos minutos, me hacían pensar en mi infancia, experiencia y educación de vida. De aquel tugurio procedía yo. ¿Cómo se manifiesta el sentimiento, para el “movimentado” por el efecto Otaola, cuando su situación se muestra de ejemplo? Aquel que no se alimenta, tristemente consume, y cuando en su alrededor solo hay muerte, pues consume más, y ahí estaba el contenido-efecto Otaola para ser consumido. Porque, además, ese día del 9 de julio, particularmente, el carácter, en la voz del creador —de contenido— era de alta intensidad, en dolor y frustración.

No es a la muerte a lo que tú le temes, porque la muerte está tocando a tu puerta. Tú le tienes miedo al cambio.

El 25 y el 26 de julio de 2021 ya se había propuesto, desde esta plataforma, una caravana en dirección a Washington DC, pro libertad para Cuba, que debía ejercer presión en las gestiones del gobierno demócrata en la Casa Blanca. Pero ese viernes 9 de julio, Otaola gritaba que esos días muy lejos estaban, que la situación de Cuba era de urgencia y que una intervención era imprescindible: 

La culpa de esto no es de Estados Unidos, la culpa de esto no es del embargo, la culpa de esto no es de ningún bloqueo. La culpa de esto es de la miseria comunista, de la corrupción, de la mentira que les ha explotado en la cara. Y fíjate si es mentira, que han tenido tiempo hasta que explotara esta bomba, han tenido tiempo para prepararse. ¿Qué camas han comprado? Dígame usted. ¿Qué inversión han hecho en respiradores artificiales? Dígame usted. Ninguna.

Así seguía el monólogo durante veinte minutos más. Fue en este momento en el que el presentador respondió a las alternativas milagro, propuestas por otros, para salvar a los cubanos de la covid, olvidando ellos que antes había que salvarlos de la Revolución. Aquí se reafirma el llamado a “salir a las calles”: 

Aquí hay una crisis humanitaria, pero causada por grandes problemas políticos. Aquí hay una crisis humanitaria causada por la corrupción imperante en el único partido que dirige ese país. Entonces sí es político, doctor. Sí es político, muy político (…). No podemos seguir cometiendo los mismos errores, mi gente, no podemos seguir cometiendo los mismos errores. El pueblo de Cuba tiene que salir a la calle. El pueblo de Cuba tiene que saber que está desamparado, que está muriendo. Y no puede seguir callado por miedo a morir, porque va a morir callado. Es mejor morir gritando y denunciando las miserias en las que los están obligando a vivir. Hay que tener dignidad, hay que tener valor, y hay que cambiar la realidad cubana, señores, hay que cambiarla ya. Este es el momento de cambiar la realidad cubana, este es el momento de cambiarla. Este es el momento en el que los cubanos digan ¡basta!. 

Luego de la penúltima frase, hay un silencio y Otaola mira directo a nosotros, a mí, a ti y a la cámara. Y en ese momento de silencio vemos pasar por sus ojos la tristeza, como si se dejase ver inintencionalmente. La impresión era que, si no rompía ese silencio, una lágrima florecería en sus ojos. Y casi lo hace, y no solo él; el espectador ve desfilar con la voz en off de Otaola las imágenes tristes de los hospitales en Cuba, donde no solo no hay condiciones sino que incluso ni hay “hospital”. Los pacientes gritan para regresar a morir en sus casas. Y Otaola grita y ya, esta vez, yo vi la lágrima: “¡¿Cómo es que usted deja morir a los suyos, coño?!”.

Es el momento de que los artistas hablen. Es el momento de que los artistas utilicen su poder, su empuje, para ser escuchados por el mundo.

De eso se trata, cuando ya ha pasado una hora y treinta minutos y seguimos aún con un solo y mismo plano, con un solo y mismo tópico, vibrato. Lo relevante es la particularidad dentro del tema Cuba. El programa no se nutre y descubre una generalidad social. La cepa principal es el cada uno, la individualidad de los problemas. Por eso, tal vez, la larga representación constante de muchos cubanos en las palabras e imágenes del efecto Otaola, el verse a sí mismo con un poquito de la vida de los otros, pues es el oprobio general el que ha construido esas vidas en la Cuba Revolucionaria. 

Salgan con sus hijos en brazos, sin decir nada si no quieren hablar. Salgan con sus hijos en brazos, con un cartel en la frente pegado que diga: “¡Tenemos hambre! ¡Nos estamos muriendo!” ¡Salgan! “¡Canel, nos estás matando!” Con un cartel o un papel pegado en la cabeza. ¡Una calle llena de madres con niños en brazos, llorando, pidiendo comida (llevo meses diciéndolo aquí), tumba a la dictadura! Las madres llorando por sus hijos muertos, tumba a la dictadura. Los hijos llorando por sus madres muertas, tumba a la dictadura. No es a la muerte a lo que tú le temes, porque la Muerte está tocando a tu puerta. Tú le tienes miedo al cambio. Tú le tienes miedo a tener que trabajar y no pedir recargas. Tú le tienes miedo a ser libre y a depender de lo que tú seas capaz de hacer. Y no se le puede tener miedo a crecer, no se le puede tener miedo a la prosperidad.

Continuando su discurso, ya Otaola no esconde su llorar, ya las lágrimas le ruedan por sus mejillas mientras grita y escupe, porque el llanto no le permite continuar. Ahí cierra ese segmento, llamando al pueblo a la calle. 

Es importante señalar que mientras muchos aún estábamos y estamos bajo la empresa del intercambio cultural entre los exponentes artísticos de Cuba y los de la Florida —mayormente—, sin saber cuán mezclada estaba la gestión dictatorial detrás de todo, ya Otaola gritaba campañas contra artistas que aún no se pronunciaban políticamente. Por eso, Patria y Vida. Al explicarse la creación de Patria y Vida como canción, no se debe obviar el curso de cada uno de los artistas involucrados en ella, quienes se manifestaron hace bien poco sobre la situación en Cuba y tomaron una posición sobre ello. 

La larga representación constante de muchos cubanos en las palabras e imágenes del efecto Otaola, el verse a sí mismo con un poquito de la vida de los otros.

Fue la presión del efecto Otaola la causante empírica de Patria y Vida. Es una afirmación totalmente justificada por los hechos continuos en la farándula cubana, de la Isla y de la Florida: los cuestionamientos sobre las relaciones de los Gente de Zona con la intimidad castrista, el bailar con dos ideologías al mismo tiempo de Descemer Bueno, la carrera musical en caída —y el interés de una subida en Miami— de Yotuel, son elementos a no descartar en la creación de lo que es hoy un himno.[4]

Y es que el actuar voraz de Alexander Otaola también funciona con la individualidad de cada elemento, de cada personaje, de cada agente de la Seguridad de Estado cubana. En el programa Hola Otaola! se han hecho afirmaciones y suposiciones y preguntas sobre el actuar de algunos “influyentes” en la comunidad cubana fuera y dentro de Cuba. Resulta que, en la mayor parte de los casos, se ha concluido y demostrado la colaboración, directa o indirecta, de los que él llama “agentes de opinión”. 

En este saco de seres no-extraordinarios, están Edmundo García, el profesor Carlos Lazo, Antonio Rodiles, Jorge Yunior, Eduardo del Llano, y otros tantos que, si bien sus “talentos” o su osadía nos seducen, es normal que, desde una posición factual, el quehacer de todas estas personas sea fuertemente cuestionado. Porque incluso “antes”, cuando supuestamente no se debía cuestionar de esta manera al gobierno Revolucionario, sí se tenía que cuestionar fuertemente al gobierno Revolucionario . Porque desde siempre, desde los primeros comienzos de la Revolución, el carácter dictatorial y malsano era floreciente con los fusilamientos, los juicios públicos, las expropiaciones, el éxodo, la oda a Fidel. 

Llegando casi a las dos horas del programa, Otaola nos recuerda algo que él expone en su actuar cotidiano frente a la Revolución: el tan conocido parón. Proponía parar las remesas de cualquier tipo a Cuba, los viajes, los envíos de mercancía, etc. Un posicionamiento bien criticado y demonizado por muchos de nosotros. Casi por todos, hasta que ya no fueron casi todos. Porque la proposición, en cierto punto, en lo profundo, “hacía sentido”. 

Fue la presión del efecto Otaola la causante empírica de Patria y Vida.

Las remesas enviadas por Western Union eran multadas inescrupulosamente por el gobierno cubano. Los envíos de comida, comprados en supuestas empresas no-norteamericanas en la Florida, tenían el precio inflado, con productos que en parte eran producidos en Cuba. Los viajes de turistas, como los de cubanos, no eran tan all-inclusive y las divisas le reportaban directamente a las agencias militares que gestionan el presupuesto turístico. Entonces, ¿parón? Ahí entraban la pena, la moral y la Revolución, y el flujo continuaba, principalmente de Miami, hasta que el efecto Otaola, más de una vez, convencía de a poco a quienes no participaban del “chantaje comunista”.

Incluso si el segmento “¿En qué andan los artistas?” —la encarnación de los inicios de ese show, la vida y peripecias de algunos artistas internacionales, pero sobre todo nacionales, en y fuera de Cuba— destiñe superficialidad por su contenido, este día Otaola se dirige al gremio cubano de músicos populares en la Florida: 

Que todos y cada uno de los artistas que usted quiere y que usted sigue, se empiece a tirar en las redes a pedir una intervención humanitaria dentro de la isla. Tienen un silencio sepulcral, estos muchachos que se deben al pueblo y que no son capaces de hacer nada por el pueblo (…). Como mismo impulsa el éxito de un tema, impulse el éxito de una intervención humanitaria, porque es de vida o muerte (…). Sean claros en el mensaje, denuncien que los cubanos están muriendo, denuncien las malas condiciones de los hospitales, denuncien la negligencia médica. Pero denuncie también al culpable de todo eso, responsabilice a los culpables de todo eso, por favor (…). ¡Exijan una intervención humanitaria! No es un capricho. En esos hospitales no se pueden salvar vidas. En esas camillas no se pueden salvar vidas. En esas ambulancias no se puede ir a buscar a nadie. No hay infraestructura. Tienen que ir hospitales de campaña, con camillas, con camiones, con ambulancias, con helicópteros, con todo, para transportar a los cubanos que están muriendo. Tienen que ir barcos hospitales a las costas cubanas. Tenemos que impulsarlo, señores. Usted, que no hablaba de política, porque usted no podía dejar de ir a Cuba, bueno, pues se van a morir todos en Cuba. Tu familiar, el que recibe quinientos dólares y el que no tiene a nadie en Estados Unidos o en Europa. Se van a morir todos, todos están en peligro. Y es el momento de que los artistas hablen. Es el momento de que los artistas utilicen su poder, su empuje, para ser escuchados por el mundo.

Así de cargado estaba el programa de ese día. No había realmente mucho espacio para banalidades. El tópico número uno devino Cuba en crisis de covid, la Cuba en dictadura. Ese ha sido un elemento que nació en ese programa y que ha ido in crescendo

En este saco de seres (in)extraordinarios, están Edmundo García, el profesor Carlos Lazo, Antonio Rodiles, Jorge Yunior, Eduardo del Llano, y otros tantos.

Sin embargo, ese día también había que comer y, a los veinte minutos de las dos horas pasadas, ya empezaba una ola de comerciales y lo que tanto le molesta a la alternativa intelectualidad joven —y vieja— cubana: el chancleteo y el chancletismo. Pasando por la risa burlona al personaje de Haila María Mompié, “la diva del pueblo hambriento y oprimido”, a quien Otaola no le pierde el pie, pues aquel beso con el viejo Castro es de no olvidar, hasta “la modelo de París”,[5] a quien el efecto Otaola afecta personal y socialmente. Otaola comenta con ironía: 

Ay, caballeros, mira yo te voy a decir algo. Coño, un programa tan serio como el de hoy, un programa que ha tenido de todo, de todo lo que es sentimiento y denuncia, yo no puedo terminar este programa, con esta foto de un fósil. Han encontrado una foto de un fósil, dicen que es un fósil viviente, dicen que son imágenes de archivo nunca antes vistas, desempolvadas, sacadas, extraídas de una piedra (…). Descubrieron que era la foto de los quince de Zoé Valdés. Te la dejo ahí, no te voy a abrir la foto porque si tú ves… Es una muñeca de brujería, esta niña nunca tuvo quince, vaya con todo cariño y todo respeto.

He aquí un trazo del carácter del programa Hola Otaola! y de su presentador: la carcajada inocente de quien se ríe de un tropezón de otro en lo bajito. El chiste de los pasillos, la critiquilla del comedor, la última noticia de la parada. La barriada en la oralidad, en la forma, en la intención. Con ese mismo corte, Alexander macheteaba la idea Revolucionaria, cualquiera de ellas, hasta aquella que lo excluía pretendiendo inclusión. 

Entonces, ¿parón? Ahí entraban la pena, la moral y la Revolución.

Dos horas y cuarenta y seis minutos de duración: cuarenta y seis minutos de publicidad y entertainment, y dos otras horas de un contenido audiovisual donde la trivialidad y la banalidad son expuestos únicamente a través de la extrema e inocente —a veces “boba”— sinceridad con que el conductor dirige su discurso. 

La clase media —de mediana— cubana está también, sobre todo, constituida de lo chancletero, de la chancleta —represión— y del bullicio en la búsqueda de “resolver”. A esa clase que era casi ya Cuba entera, le habló Otaola, a los medianamente representados y al final no representados. Por eso la potencia del efecto Otaola, pues a quien le disgusta el grito Otaola, detesta también verse en esa verdad, que parece empañarse por la forma relajada del sujeto, pero que raspa con una uña anticomunista la llaga abierta por la Revolución. 

En los análisis de secuencias cinematográficas, poco se impone el gusto. La sensibilidad formada de sucesos y experiencias es individual a cada uno. Se entiende que lo comunitario, cual sea la comunidad, existe por sensibilidades afines de los unos con los otros, pero esto no determina la individualidad de cada uno. Por tanto, sería mal llevado cualquier análisis cuando el desprecio por la forma de la persona y el personaje analizados es más importante que la coqueta verdad que se encuentra en cualquiera de las secuencias. 

El programa Hola Otaola! del viernes 9 de julio de 2021 fue tal vez la sangre desbordante en el cuerpo y las mentes cansadas de una buena parte del pueblo cubano, que ya había sido infectado con el germen de muchos “gusanos” y estaba listo para salir, pues se va a caer la Revolución.

A quien le disgusta el grito Otaola, detesta también verse en esa verdad, que parece empañarse por la forma relajada del sujeto, pero que raspa con una uña anticomunista la llaga abierta por la Revolución.

En el documental Conducta Impropia, René Ariza —al cual la Revolución catalogó de “carente de valor artístico”— nos comenta triste y desquiciadamente: 

Creo que quería decir que lo más ignominioso de la cosa no está en qué sucede, sino en por qué sucede. Ser distinto, ser extraño, tener una conducta impropia es algo no solo prohibido, sino completamente reprimido (…). Yo creo que está dentro del carácter del cubano, de hace mucho tiempo, que no es privativo de Castro. Y que hay muchos Castros. Y que hay que vigilarse el Castro que cada uno tiene dentro.

Ese Castro es también el que intenta exorcizar Alexander Otaola cada día durante dos horas y tanto. Apaleando al Castro desde su misma postura autocrática. Tratando de liberar las mentes ociosas y descaradas, dentro y fuera de Cuba, con un Castro en las manos. Acribillando con un Castro la Revolución de Fidel Castro. Pero es también ese mismo Castro el que utilizan algunos para prohibir, para estigmatizar una figura o a un pueblo bajo el efecto Otaola. “Puesto que los perseguidos, a momentos, parecen ser los que persiguen”, diría Ariza.

Tal como se reprendió a Sabá Cabrera Infante por mostrar en el documental P.M. una Cuba que no era la Cuba de la Revolución, hoy se regaña a Otaola por pertenecer a esa Cuba antirrevolucionaria y mostrar una Cuba contra la Revolución. Su programa tiene alrededor de seis años de creado. Durante estos tres últimos años, una gran parte de la sociedad cubana ha estado abierta al consumo de la desgracia que vive, de forma audiovisual, durante al menos quinientas horas al año: quinientas horas de trabajo sobre el tema Cuba, de exposición, de desglose y, sobre todo, de intensidad. Cada programa es reeditado y cortado con diferentes titulares. Lo que hace su expansión aún mayor y más fuerte. A partir de esto se trazan tramas y posturas que determinan de alguna manera estas modernas luchas contra el gobierno revolucionario cubano. 

Quinientas horas de trabajo sobre el tema Cuba, de exposición, de desglose y, sobre todo, de intensidad.

El domingo 11 de julio de 2021 los cubanos se lanzaron a las calles a reclamar libertad, cambio de sistema, y cada uno de esos nuevos conceptos y demandas que antes nadie parecía conocer. Ese día era toda Cuba en la calle, la Cuba que estaba siendo esclavizada se rebelaba. Ese día quien salió a las calles fue todo un pueblo afectado por el castigo revolucionario, quienes —felizmente— enajenados por el efecto Otaola, mostraron el verdadero rostro de toda una sociedad en hastío, frustración y dolor. Y fue, como bien dijo Willy Chirino, “nuestro día ya viene llegando”. Es, tal vez, con este efecto que se logrará arrancar el castrismo del corazón de los cubanos y así celebrar algún día una Cuba libre. 

La mayor parte de nuestros compatriotas creían y creen en esto. Es este el nutriente mayor del actuar del efecto Otaola: el sentir, el pensar y el hacer sin reposo en toda experiencia presentada, con una posición crítica in extremis frente a la situación de Cuba. 

Mientras tanto, Hola Otaola! consigue hoy más de cien mil interesados fieles, cada día, al final de cada programa. Un mar de personas que ocupan de su tiempo entre dos y tres horas diarias a la lucha por la libertad de Cuba —al menos en el pensamiento. Un pueblo que mientras “comparte y likea”, piensa y genera, más que todo, el destroce ideológico del mito “Fidel y la Revolución”. Gesto primordial para, al fin, una verdadera Cuba libre. 


© Imagen de portada: Alexander Otaola / Facebook.




Notas:
[1] En la serie Strangers Things es una dimensión alterna que existe paralelamente al mundo humano.
[2] Doctor Francisco Durán, director nacional de Epidemiología en Cuba, encargado de informar al pueblo el cotidiano “avance” de la covid 19. 
[3] Mercy Olivera Nuñez, ciudadana cubana, musulmana, enferma con una atrofia muscular espinal.
[4] Este éxito fue logrado, además, por la participación inigualable de Maykel Osorbo y el Funky, quienes estaban en Cuba junto a Luis Manuel Otero, batallando a diario y físicamente contra la dictadura militar comunista de la familia Castro, haciendo que esta canción también tuviese un pie adolorido y andante por las calles cubanas.
[5] Apodo de la escritora Zoé Valdés.




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El 11J: la misma guerra de razas

Francisco Morán

Hay que advertir que, tras las protestas del 11J, quedó claro muy pronto que la delincuencia, la marginalidad, la indecencia y el anexionismo, para el Estado,tenían una geografía: la de los barrios.