“La vida en la mentira solo funciona como pilar del sistema
si es aceptada por todos. Hasta que la apariencia
no se confronte con la realidad, no parece apariencia, hasta que
‘la vida en la mentira’ no se confronte con ‘la vida en la verdad’,
faltará el punto de referencia que revele su falsedad (…)”.
Václav Hável
En los últimos días de octubre se celebró en el Memorial José Martí, ubicado en la Plaza de la Revolución de La Habana, una de las conferencias del IV Simposio sobre la Revolución Cubana. Este postgrado, organizado por el Instituto de Historia de Cuba (IHC), ha propiciado el análisis de ese fenómeno por parte de historiadores y otros estudiosos que se han dado cita en diferentes espacios de académicos y culturales de la capital. Sin embargo, el día 30 de octubre, en su perfil de la red social Facebook, la periodista española Ana Hurtado —conocida por sus estrechas relaciones con el régimen totalitario de Cuba— daba a conocer su participación en el encuentro. Esta inclusión constituye evidencia del deterioro del nivel académico y científico de la institución rectora de tal intercambio.
Ana Hurtado expone en el IV Simposio Revolución Cubana, Memorial José Martí (2024). Imagen: Facebook.
Atendiendo a varias de las publicaciones de Hurtado y a la exposición de sus ideas en espacios como la Mesa Redonda, su autopercepción como revolucionaria y partidaria del sistema cubano de gobierno la lleva a opiniones sesgadas y visiblemente parcializadas acerca de los procesos actuales en Cuba. Súmense a ello los vacíos epistémicos en sus pretendidos análisis de la historia de la Isla, carentes de argumentos y con descripciones vacuas y empalagosas en elogios a la supuesta obra revolucionaria del actual Gobierno cubano y sus dirigentes. Quien tuviese dudas puede acceder a sus artículos para el medio oficialista Cubadebate: La ignorancia, La dictadura de la vulgaridad,entre otros, son solo algunos de los textos que ejemplifican lo dicho anteriormente. La Hurtado transpira incondicionalidad hacia el estamento político cubano encabezado por Díaz-Canel, quien le permite su estancia indefinida en el país bajo la apariencia de una humilde trabajadora más. Esta doble moral integrada en su vida le permite vociferar —incluso de forma soez— su posición política de extrema izquierda, a la vez que goza del consumismo capitalista que dice despreciar.
Ana Hurtado durante sus paseos y actividades sociales en Cuba (2022). Imágenes: Cubanet.
Mas no es en realidad Ana Hurtado el objetivo de la reflexión que interesa a este texto, sino la institución que la acoge en uno de sus eventos: el Instituto de Historia de Cuba. Caben las preguntas: ¿Por qué el IHC abre un espacio entre sus invitados para Ana Hurtado? ¿Qué puede aportar la visión de una persona no especializada en el tema a profesionales de larga data en la ciencia histórica? Conviene hacer un poco de historia.
El IHC es el centro de investigaciones históricas por excelencia del país; como tal, el vértice desde donde se edifican y siguen las tendencias predominantes en la manera de abordar esta disciplina. Como otros de su género enfocados en cada área de desarrollo social, es también una institución regida por el Partido Comunista de Cuba, fruto de “(…) el proceso de institucionalización que (…) experimenta la historiografía[1] en casi toda América Latina durante la segunda mitad del siglo XX y que en Cuba (…) transcurre bajo la égida de la Revolución Cubana (…)”.[2] Esta denominada institucionalización no fue asentada en el continente con pertenencias a partidos políticos, sino a las estructuras estatales, por encima de los partidos de turno y desarrolladas fundamentalmente con fines educativos, en las universidades.[3] En Cuba, desde los primeros años de la Revolución, estuvo rectorada completamente por los “viejos comunistas”, los miembros del Partido Socialista Popular. No en balde la creación del primer centro de esta índole post 59 se concretó bajo la dirección de uno de los principales artífices de la penetración comunista en la Isla: el polaco Fabio Grobart.[4] Así, la explosión que condujo a la expansión institucional que rebosó incluso la racionalidad y precariedad económica de los años sesenta condujo a este esfuerzo desde los inicios de la Revolución, precisamente porque la historia y su construcción constituyen fuente de legitimidad de un proceso llamado a otorgar en el tiempo nuevas lecturas al devenir nacional.
Luego de 1959, se enfrentaron dos corrientes historiográficas fundamentalmente, la tradicionalista y la marxista. La segunda comenzaba a ganar fuerza porque se suponía vendría a realizar la justicia social y respondía a los nuevos tiempos y al nuevo proyecto. Elaborada en función de “la historia de la gente sin historia”,[5] los de abajo, los subalternos, las clases oprimidas, llegaba esta tendencia para colocar en su justo lugar, como protagonista, al pueblo. Como bien dice Fontana:
“Toda visión global de la historia constituye una genealogía del presente. Selecciona y ordena los hechos del pasado (…) hasta dar cuenta de la configuración del presente, (…) un partir del orden actual de las cosas para rastrear en el pasado sus orígenes (…) con fines legitimadores. (…) algo que se realiza de forma colectiva y que tiene una función social”.[6]
Es decir, el marxismo suponía desde el orden teórico la legitimidad de la nueva manera de hacer historia para el pueblo; suponía justamente el soporte epistemológico a favor de las masas populares y, por supuesto, garante de la libertad y el desarrollo plenos. No obstante, para que esto hubiera sucedido realmente, en vez de los manuales de marxismo ortodoxo provenientes de la URSS y las influencias estalinistas que condujeron al actual totalitarismo insular, tendría que no haberse convertido en ideología que impregnara como cemento todas las ligaduras y junturas a su paso; tendrían que haber sido esparcidas las obras de Gramsci, quien acertadamente sostuvo la necesidad de la crítica en los intelectuales como única manera de desarrollar su misión social: “La labor crítica de la intelectualidad es condición orgánica, y por lo tanto imprescindible, del desarrollo de la revolución”.[7]Tendría que haberse mantenido un equilibrio que permitiera la coexistencia de ambas posiciones en las filas de los historiadores: la del historiador que aboga por la hegemonía existente y la del que cuestiona el orden y lo subvierte. Es decir, la posición del verdadero intelectual orgánico, tanto el que es orgánico con la hegemonía como el que lo es con la contrahegemonía, más allá de su militancia en un partido político.[8] Solo así se hubiera desplegado una actitud crítica en estos profesionales de la cual extraer enseñanzas verdaderamente pragmáticas en el despliegue de orientaciones vitales para que el nuevo proyecto no se descalabrase. Tendrían, en fin, que haberse frenado desde la sociedad civil la concentración de poder desmedido y centralizado en su carismático líder: Fidel Castro, quien, con sus Palabras a los intelectuales, sellaría el destino de este grupo social en la Isla: “(…) dentro de la revolución todo; contra la revolución nada. (…) porque la Revolución tiene también sus derechos; y el primer derecho de la Revolución es el derecho de existir”.[9]
Los historiadores, como muchos otros profesionales, forman parte de los intelectuales cubanos a los cuales durante toda la década de los sesenta se les fue privando de la posibilidad de miradas diversas, encajonándolos en uniformidades de pensamiento alejados de la realidad. Si bien se lograron producir excelentes obras de análisis económico, de historia de la colonia y del movimiento obrero y comunista, no pocos temas fueron borrados. En función de una “mirada objetiva y científica” dejaron de emitirse análisis críticos sobre ese presente. No pocos de esos investigadores terminaron siendo proscritos hasta que el peso descomunal de su obra historiográfica los devolvió a los anales de bibliotecas e indagaciones científicas.
Se condensó una manera de hacer historia que si bien, retomando las palabras anteriores de Fontana, estaban supuestamente en compromiso con el proyecto social, al mismo tiempo, omitiendo el carácter crítico de la historia como ciencia social, la invalidaban de todo lo que esta ciencia podía haber aportado para que no se cometieran los errores garrafales que nos han llevado a tantas y tantas pérdidas en todos los órdenes. Fueron silenciados no solo los historiadores, sino todos los intelectuales. Se trata de un error colosal si se conoce que son ellos el grupo social que está llamado a organizar y coordinar a la sociedad. Inexactamente suele pensarse que eso hay que dejarlo a los políticos; sin embargo, los políticos son también intelectuales, precisamente porque cumplen esas funciones organizativas. Lo sucedido fue que un grupo de intelectuales concentró, monopolizó las funciones directivas de forma coercitiva, sin cabida para ningún otro miembro de este grupo que ejerciera la crítica sobre su servicio a la sociedad, sobre su trabajo. Todo ello sazonado con una abrumadora dosis de ideología que manipuló a las masas y cumplió de forma óptima su “servir de coartada, dar al hombre la sensación de que está en consonancia con el orden humano universal”.[10]
“La incapacidad de un Estado para garantizar esta función de (auto)crítica por parte de su intelectualidad orgánica, y el intento de convertir a estos intelectuales en ‘agentes inmediatos de la clase dominante’, representan para Gramsci un signo inequívoco de que ese Estado (…) no ha logrado alcanzar el grado de madurez necesario para representar los intereses esenciales de las clases revolucionarias, y para poder constituirse en agente de la “reforma cultural, en fuerza que promueva la construcción de una hegemonía de un signo inverso, subvertido, liberador y desenajenante”.[11]
Tanto fue así que “el dinamismo y pluralidad y hasta cierto punto libertad de los historiadores (…) se vio enrarecido en los 70”.[12] Y ese parteaguas que fuera llamado Quinquenio Gris (en realidad mucho más de cinco años) vino demarcado desde el dominio de la esfera política e ideológica sobre la de la construcción histórica. Los dos acontecimientos que marcan un antes y un después fueron el discurso de Fidel con motivo del centenario del inicio de nuestras gestas libertadoras en 1968, y el Congreso de Educación y Cultura en 1971.
En el primero, Fidel unió el ideal de independencia que llevara a la gesta revolucionaria del 10 de octubre de 1868 con la etapa insurreccional iniciada por él y la llamada generación del centenario en 1953 y que culminó con el triunfo de 1959. De un plumazo, legitimó a la Revolución cubana de mediados del siglo XX conectándola con el proceso independentista nacional de cien años atrás. Por lo tanto, oponerse a la Revolución, ir contra ella, no era solo ir en contra de ese gobierno del cual él era su máximo responsable, sino que era ir en contra de los padres fundadores de la nación, en contra de la gesta desde la que emergió Cuba como país libre. Esta tesis de la “Revolución única” fue sustento total de los lazos supuestos de continuidad histórica de las luchas más importantes protagonizadas por el pueblo cubano y de sus más cardinales anhelos.[13]
La tesis cobró tal fuerza que es considerada de forma positiva por prestigiosos historiadores del IHC, como punto de giro en el desarrollo de la historiografía nacional post 59.[14] La disparatada idea que lo que hizo fue legitimar al gobierno en el poder e invalidar cualquier intento de subversión provocó una ideologización constante a todos los niveles. El dislate fue incorporado en las escuelas como parte de las claves para la comprensión de la historia cubana, y asumido por los historiadores más importantes del momento, a la vez que acalló a estas voces que habían iniciado arduas polémicas en torno a las contiendas independentistas. Alzarse contra la Revolución era alzarse contra los próceres de la patria, incluido el más universal de todos: Martí. Recuérdese que en ese propio 1968 comenzó la mal llamada “ofensiva revolucionaria”, a partir de la cual fue eliminada casi totalmente la propiedad privada y desaparecieron de la economía doméstica los pequeños propietarios (exceptuando a los campesinos). La centralización económica y política estaba lograda, podía avanzarse con la manipulación que sirvió de antesala y preámbulo al Congreso de 1971.
Así, 1971 se convirtió para los intelectuales y, por ende, para los historiadores, en el año polémico y definitivo. Marcó el inicio de las purgas a partir de marzo, con la detención de Heberto Padilla.[15] Es la antesala del Congreso, ya que, si bien desde 1968 se va estrechando el círculo a las libertades creativas de los intelectuales, el suceso del arresto de Padilla, su encarcelamiento y posterior constricción pública marcaron el fin de la preparación del terreno para todo lo que se implementó y acordó en el mencionado congreso. A partir de este, la “política cultural” (eufemismo con que el Estado totalitario cubano nombra el control que ha ejercido sobre la producción intelectual y en general sobre la cultura en el país) pasó a ser restrictiva y discriminatoria de manera casi absoluta. Se realizó la sujeción a la peor de las interpretaciones sobre el marxismo, las más anquilosadas y asfixiantes, de modo que el aparato ideológico del PCC dominó hasta los rincones más perdidos de la vida cultural cubana.
Confesión del poeta Heberto Padilla, Uneac (1971). Imagen: Público (Sherlock Films).
El sometimiento pasó factura en el orden de la historiografía: el marxismo-leninismo se convirtió en camisa de fuerza para todas las investigaciones, no solo en el orden metodológico, sino incluso en la manera de abordar las conclusiones. Se desdeñaron autores marxistas provenientes de países capitalistas; se redujo al máximo la bibliografía aceptada para los estudios históricos; desapareció la carrera de Sociología en la Universidad de La Habana por considerarla capciosa y burguesa, innecesaria según la dirección del PCC, que “todo lo prevé”; se aplicaron esquemas forzados a las periodizaciones de la historia en Cuba, buscando que tuviera similares pautas a otros países; y fueron apartados de los estudios históricos temas referentes a la cultura, porque lo más importante eran los grandes temas de la política. Comenzó a edificarse otra realidad y entró en ese juego, dominándolo, la ideología: “(…) la ideología adquiere una fuerza real propia y se convierte ella misma en realidad, (…) tiene un peso mayor que la realidad”.[16] Si bien se desarrollaron diversas investigaciones, estaban centradas en los temas económicos, en las guerras del siglo XIX, y en temas de la gran política, pero con tendencias dogmáticas. Sus resultados debían ser aprobados por el Partido único. Todo ello se revertió en una esterilidad intelectual.[17] No es de extrañar que para 1973 fuera ratificado como director del IHC el polaco Grobart.
Fabio Grobart presenta a Fidel Castro como primer secretario del Partido Comunista de Cuba, I Congreso del PCC (1975). Imagen: Internet.
El centro entonces modificaría su nombre a tenor con los nuevos y dogmáticos tiempos: Instituto de Historia del Movimiento Obrero y Comunista y de la Revolución Socialista, anexo al Comité Central del Partido Comunista. De toda esta información, atribuimos especial importancia a la palabra anexo, porque el Comité Central del PCC es el administrador-jefe de la institución, es decir, quien paga. Y ya sabemos que quien paga, manda.
Para 1987, y como resultado de la “rectificación de errores y tendencias negativas” bajo el primer influjo de la Perestroika, la institución cambió su nombre por el actual: Instituto de Historia de Cuba. Empero, el resto de las coyundas quedaron intactas. La influencia del PCC sobre la construcción de la historia que allí se produce sigue siendo directa. Si bien se ampliaron algunos temas y se reformularon modos de hacer, la regencia del Partido único sobre la producción historiográfica se mantiene atenazadora.
Por su parte, el CC-PCC ha sabido usar la precariedad en la que sobreviven los profesionales que trabajan para el Estado cubano incentivando a los miembros investigadores del IHC con prebendas materiales en medio de la pobreza generalizada. El CC-PCC “privilegia” a estos intelectuales otorgando módulos de artículos de primera necesidad, entiéndase cárnicos, granos, aceite, aseo (incluye detergentes, jabón, pasta dental).[18] Con la profundización de la crisis económica estos insumos se han visto mermados, pero son considerados por casi todos estos intelectuales como una “gran suerte”, “un gran beneficio”. Todo esto “(…) tiene su significado oculto: recuerda al individuo dónde vive y qué es lo que se espera de él, le indica lo que también él tiene que hacer si no espera ser eliminado, caer en el aislamiento, ‘separarse de la sociedad’, violar ‘las reglas del juego’ y arriesgar, en consecuencia, perder su ‘tranquilidad’ y su ‘seguridad’”.[19]
En concordancia con ese contexto, es certeza que los intelectuales del IHC son orgánicos. Y lo son si se tiene en cuenta que esta organicidad viene dada por su existencia como sujetos dependientes en su funcionamiento y reproducción del y con el Estado totalitario cubano. Son orgánicos como intelectuales que defienden una hegemonía política sustentada en un gobierno cuya casta dominante o clase en el poder reproduce totalmente, de la manera más extrema e inhumana, los esquemas de la burguesía y del capitalismo. Son intelectuales orgánicos respecto a una hegemonía política sustentada en lo contrario que dice defender.
He ahí el gran dilema de la intelectualidad en Cuba de la que no escapan los historiadores, mucho menos los del IHC, maniatados con grilletes al Comité Central del PCC. Solo así podemos explicarnos la presencia de una Hurtado en un evento teórico, con carácter científico. La amalgama de este desasido son las relaciones/influencias de las personas en torno al poder, trama de la cual los historiadores del IHC no pueden escapar.
Ana Hurtado con los presentes en su disertación, memorial José Martí (2024). Imagen: Facebook.
Notas:
[1] Historiografía: ciencia que aborda el estudio de cómo se escribe la historia, sus temas en boga, sus cambios de paradigma, así como sus principales autores.
[2] Zanetti, O. (2005). La historiografía de Cuba en el siglo XX, Colección Clío, Ediciones Unión, La Habana, p. 46.
[3] Wasserman, Fabio y Jurandir Malerba. (2018) Teoría de la Historia e Historia de la Historiografía en América latina y el Caribe. En Historia da Historiografía, no. 27, mayo-agosto, pp. 12-19. DOI. 10.15848/hh.v0i27.1385
[4] Para mayor información acerca de este tema, se recomienda leer: El Sóviet Caribeño, la otra historia de la Revolución Cubana, de César Reynel Aguilera, Editorial Lendel, 2018.
[5] Título de un texto que marcó época en el orden historiográfico y que debe su autoría a Juan Pérez de la Riva: Documentos para una historia de la gente sin historia, Revista de la Biblioteca Nacional de Cuba José Martí, no. 3 y 4, año VI, 1965.
[6] Fontana, Josep. (1982). Historia: Análisis del pasado y proyecto social, Editorial Crítica, Grupo Grijalbo, Barcelona.
[7] En Acanda, Jorge Luis. (2002). El malestar de los intelectuales. En Revista Temas, no. 20, abril- junio, La Habana.
[8] Ídem.
[9] Castro, Fidel. (1961) Palabras a los intelectuales. Departamento de Versiones Taquigráficas del gobierno revolucionario. La Habana.
[10] Havel, V. (1990). El poder de los sin poder, Ediciones Encuentro, Madrid.
[11] Acanda, Jorge Luis. Ob cit.
[12] Zanetti, O. (2014). La escritura del tiempo. Historia e historiadores en Cuba contemporánea, Colección Clío, Ediciones Unión, La Habana, p. 114.
[13] Ver: Cañellas, Ernesto M. (2024). Revolución, ¿proceso único? En Cuba x Cuba, Laboratorio de Pensamiento Cívico, 10 de octubre de 2024. https://www.facebook.com/cubaxcuba
[14] Almodóvar, Carmen. (1989). Historiografía realizada en Cuba después de la Revolución “Castrista” (1959-1984). Revista de Indias, vol. 49, no. 185, pp. 173-191.
[15] Ver Fornet, Jorge. (2013). El 71, anatomía de una crisis, Editorial Letras Cubanas, La Habana.
[16] Havel, V. Ob cit, p. 18.
[17] Zanetti, O. (2014). Ob cit.
[18] Esto es absolutamente cierto, aunque por razones obvias no puedan ser reveladas las fuentes. Con el aumento de la precariedad y la crisis en el país, también se ha visto afectado el mencionado módulo. En sus inicios (sobre los noventa), consistía en varios kilogramos de pollo, picadillo de primera, un cartón de huevos y mayor variedad de artículos. Ahora es trimestral y ha quedado reducido a unas libras de arroz, chícharos, azúcar, dos o tres libras de picadillo y algo de aseo.
[19] Havel, V. Ob cit, p. 22.
Comemos combustibles fósiles
Por Vaclav Smil
Ninguna transformación reciente ha sido tan fundamental, como nuestra capacidad para producir, año tras año, un excedente de alimentos.