No recuerdo ahora mismo a ningún otro cineasta cubano al que deba añadírsele, en las notas enciclopédicas, tantos oficios y títulos. Sin embargo, para ser justos, casi siempre se comienza por enumerar, junto a su incuestionable designación como director de cine, sus tareas en tanto guionista, escritor, profesor universitario, periodista, crítico, publicista, locutor y actor de teatro, radio, televisión y cine, porque su biografía estuvo marcada por la versatilidad propia de un creador amante de la cultura y las artes, en general, aunque su camino casi siempre lo llevó al cine cubano.
El laboreo incesante de Pineda Barnet en pro de la cultura cubana toma forma en el teatro, en los años cincuenta, cuando protagoniza, en el personaje de Marino, el estreno mundial de Lila la mariposa, de Rolando Ferrer, con la Compañía Las máscaras, en 1953. A principios de los años sesenta participa en la fundación del grupo Teatro Estudio, y luego gana mención de Teatro en el concurso Casa de las Américas con la obra El juicio de la Quimbumbia. De modo que a nadie debió sorprenderle el cálido homenaje al teatro cubano que expresa La bella del Alhambra (1989), su película que conquistó por completo el aplauso del público y los elogios de la crítica
La literatura conoció también de sus esfuerzos pues escribió novelas, poemas y cuentos. Por uno de ellos, “Y más allá… la brisa”, gana, en 1953, el Premio Nacional de Literatura Hernández Catá. Además, había escrito o dirigido decenas de programas de radio y televisión, de modo que nadie se sorprendió cuando Pineda, ya integrado al ICAIC, en la primera mitad de los años sesenta, fuera convocado como guionista a la superproducción Soy Cuba (1964), filmada por el soviético Mijail Kalatozov, en la Isla, con la extraordinaria fotografía de Serguei Urusevski, y devenida clásico, luego de cuarenta años medio olvidada. Pocos años después, fue convocado como asesor del guionista Franco Solinas, en la escritura de la superproducción Queimada, de Gillo Pontecorvo, con Marlon Brando. La acción del filme ocurría a principios del siglo XIX, entre los esclavos de los cañaverales, en una isla del Caribe.
Pineda llegó al ICAIC como actor protagonista del documental El maestro del Cilantro, de 1961, dirigido por José Massip y relativo a la Campaña de Alfabetización. En 1963 se le encarga la realización de su primer largometraje de ficción, Giselle, la dramatización del ballet genialmente interpretado por Alicia Alonso y por toda una pléyade de grandes figuras del Ballet Nacional. Aplaudida por más de treinta años en instituciones como el Ballet Center, de Nueva York, y el Museo de Arte Metropolitano, Giselle tuvo el privilegio de ser considerada la “mejor película de ballet”, según el prestigioso crítico Arnold Haskell.
En Giselle, Pineda tuvo que ejercer como maestro de actuación de los bailarines, desde el cuerpo de baile hasta los papeles principales —siempre recordó con orgullo su relación con las llamadas Cuatro Joyas, es decir, Josefina Méndez, Aurora Bosch, Mirtha Pla y Loipa Araújo—, aunque el aprendizaje nunca fue unilateral, pues siempre reconoció haber aprendido muchísimo de danza y coreografía, de Alicia y Fernando Alonso. El contacto creativo con la danza y el ballet se renovó en varias ocasiones en la carrera de Pineda Barnet, sobre todo, cuando escribió guiones para ballets como La dádiva, con coreografía de Gladys González; Tina, de Iván Tenorio-Loipa Araújo, y La caza, de Jorge Lefebre (interpretado por Menia Martínez, con el Royal Ballet de Wallony, Bélgica).
Pero regresemos a 1963, en esta crónica desordenada cronológicamente, pero ojalá que comprensible a la hora de relatar una inventiva desbordada y, sobre todo, polifacética. En aquel año, Pineda realiza el guión y la dirección de Aire Frío y de Fuenteovejuna, cortometrajes que daban cuenta de la tremenda creatividad imperante en la escena habanera. Al año siguiente, dirigió uno de los pocos cortometrajes experimentales, de combinación con las artes plásticas, que se han realizado en Cuba: Cosmorama, una obra dedicada al artista de la plástica Sandú Darié, uno de los iniciadores en Cuba del arte cinético. Cosmorama fue distinguido por el Centro de Arte Reina Sofía, en Madrid, como un corto que se adelanta a su tiempo y a lo mejor del video arte.
A cualquier realizador le hubiera bastado, para sentarse a vivir de su gloria pasada, con haber realizado Giselle y Cosmorama, pero semejante conformismo jamás estuvo en la agenda de uno de los realizadores más inquietos, versátiles y aristocráticos con que hemos contado. Y hablo, por supuesto, de la aristocracia del espíritu, la inteligencia y la sensibilidad, que es la única importante en el caso de un artista. En 1967, se atrevió a combinar, con ejemplar ductilidad, ficción y documental, con el largometraje David, indagación sobre la personalidad del joven revolucionario santiaguero Frank País, una figura histórica presentada al espectador como un personaje de carne y hueso, una práctica poco habitual en el cine cubano de talante histórico o hagiográfico.
Al año siguiente, dirige otro documental, Che, cuyas imágenes han sido utilizadas por decenas de obras posteriores. Luego, acomete otros de menor duración (Guillén, El ñame, M-S, Rodeo) hasta 1975, cuando emprende la ambiciosa biografía titulada Mella, protagonizada por Sergio Corrieri, y que no consigue evitar el acartonamiento y el exceso de verbo predominantes en cierta zona del cine histórico cubano de los años setenta.
Continúa realizando documentales entre 1975 y 1977 (Versos sencillos, Rostros del Báltico) hasta la épica biográfica Aquella larga noche (1979), sobre las heroínas revolucionarias Lidia Doce y Clodomira Acosta, con el protagonismo de Raquel Revuelta y María Eugenia García, guion de Ambrosio Fornet, y música de Carlos Fariñas. En la misma línea realiza, poco después, el filme romántico, ambientado en los primeros años de la Revolución Tiempo de amar, de 1983, donde ya se adivinaba el interés por una mayor comunicación con un público más amplio.
A un nivel pocas veces visto de calidez y comunicación con el público, llegó su largometraje de ficción, en 1989, La bella del Alhambra, el mejor filme musical de cuantos se hayan realizado en Cuba. La historia de una vedete del teatro vernáculo cubano sirve de eje narrativo para recontar la vida en la seudorrepública, con todas sus ilusiones perdidas, en medio de la alharaca provocada por las carcajadas y la rumba de aquel teatro tan indisolublemente ligado a nuestra idiosincrasia.
Cuando se le preguntó alguna vez sobre las razones del éxito imperecedero de La bella…, Pineda reconoció:
“… el carisma excepcional de Beatriz Valdés, la música dirigida por Gonzalo y Mario Romeo, esa imagen que nos regalan Derubín Jácome y Diana Fernández, todo ese mundo escenográfico, el movimiento danzario que logra Gustavo Herrera con muy escasos recursos es extraordinario, la fotografía de Raúl Rodríguez Rivera es tan delicada, y que no trata de hacer malabarismos fotográficos, trata de estar en el punto exacto de la imagen que se hace necesaria, y luego el montaje de Jorge Abello que tiene el ritmo, la cadencia, la dinámica, la selección necesaria para una película así”.
Sin embargo, el camino de la popular película tampoco estuvo sembrado de pétalos. En la edición correspondiente del Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano no recibió ningún galardón importante, ni se reconoció el notable trabajo de la protagonista. En la gala de entrega de los premios, el público cubano gritaba ¡¡¡justicia, justicia!!!, pero el tiempo, que todo lo coloca en su lugar, se encargó de ello. Tres meses después del descalabro en La Habana, La bella del Alhambra ganaba el primer Goya del cine cubano.
A pesar del éxito extraordinario de La bella…, en los años noventa y posteriores, Pineda estuvo separado del cine y se vio obligado a realizar en video varios documentales (Ensayo romántico, 1990; El Charenton de Buen día, 2008), ficciones experimentales (First, de 1996, y El camello en el ojo de la aguja, de 1997) y un largometraje: Angelito mío (1998). Varios proyectos esperaban por su realización (un melodrama musical titulado Bolero Rosa; una versión de Aire frío, pues a Virgilio Piñera le encantaba el documental breve que le había dedicado a esa puesta), pero el realizador se empeñó en adaptarse a la crisis y renunciar con ejemplar objetividad a todo lo irrealizable.
Por su “notable labor de toda una vida vinculada al cine, como creador y pedagogo, que ha incursionado en diversas disciplinas artísticas, así como por su valiosa colaboración en la formación de nuevas generaciones de cineastas” se le otorgó el Premio Nacional de Cine, en 2006, cuando llevaba muchísimos años apartado de la actividad cinematográfica. Al año siguiente, el joven cineasta Carlos Barba le rindió homenaje al director y a su película insignia con el documental Una canción para Rachel (2007), que contiene entrevistas al director, a Verónica Lynn y al director de fotografía Raúl Rodríguez, y debió localizar a Beatriz Valdés en Venezuela, a Isabel Moreno y a Jorge (Tuti) Abello, en Miami; a Gonzalo Romeo, en México.
Volvió a dirigir un largometraje de ficción en 2008, con la muy modesta La anunciación, cuyo presupuesto era tan pequeño que resultaba imposible negarle al realizador la posibilidad de filmar de nuevo. Reflejo, según sus palabras, de “la situación trágica que sufre la sociedad con la separación de la familia, que hiere y lastima de una forma muy honda a los cubanos”, el filme combinaba las actuaciones de esos tres monstruos de la escena que han sido Héctor Noas (uno de sus actores más fieles), Broselianda Hernández y Verónica Lynn.
Su filme postrero vino a ser Verde Verde (2012) con una arriesgada puesta en escena que incluía a solo dos actores y muy pocas locaciones, sobre el tema no tanto de la homosexualidad como de la homofobia. Pineda continuaba así una filmografía realizada a contrapelo de cualquier obstáculo, marcada por la perseverancia, la versatilidad, el esfuerzo, y un altísimo sentido de lo que es, o debe ser, la cultura y el cine cubanos.
A pesar de que su trabajo en el cine había cesado, continuó trabajando con su grupo independiente Arca, Nariz, Alhambre, y produce y dirige varios cortometrajes, entre 2014 y 2016 como Los tres Juanes y Aplauso.
Pineda Barnet nos deja un legado enorme en incontables terrenos del arte, donde tuvo la oportunidad de ejercer su inteligencia y sensibilidad.
Ernesto Daranas al rescate de la belleza y la herejía de Landrián
“El solo hecho de apreciar la obra de Nicolás Guillén Landrián tal y como él la concibió resulta impactante y llena de sentido tanto esfuerzo. Ya a nivel más personal, acercarse a su vida es constatar lo poco que nuestra política y nuestra cultura han aprendido de los errores del pasado”.