Fetiches y parafilias: bestiario de sadismos políticos

El descubrimiento de un nuevo conocimiento arrastra consigo un gran desafío. El campo de la eropolítica es un territorio amplio y desconocido en el cual aún no se ha dicho tan siquiera lo imprescindible. Tres años hace desde el comienzo de esta investigación. El tiempo ha servido para depurar conocimientos y ajustar los análisis. Si al principio el carácter empírico concebía que su derrotero fuese por caminos desconocidos, ahora, más maduro, supone abordar las causas y el quehacer científico con mayor rigor.

La eropolítica es una ciencia púber. En un camino novedoso que toma conocimientos de la antropología y las herramientas más refinadas de la biología, adopta como punto germinal el estudio del comportamiento humano para examinar las relaciones psicoeróticas de este con el ámbito de la recepción de lo político.

Para los neófitos, no existe un paradigma que les haga comprender la importancia de esta ciencia nueva, por lo cual se enfrascan en desconocerla y argumentan que, en el mejor de los casos, puede ser asimilada como un detalle curioso o una ramificación de la psiquiatría médica. No ha sido fácil vislumbrar los detalles diferenciadores y aglutinadores de cada grupo; tampoco definir la delgada línea que separa esta ciencia de otras precedentes, con las cuales hay confluencias, como la psicología política.

Antes de presentar evidencias tangibles, es necesario esclarecer algunos asuntos que facilitarán la comprensión.

Este bestiario tiene como antecedente investigativo un estudio titulado Fetiches y parafilias. Del voyeurismo político y otros demonios, que relaciona los términos de masoquismo, voyeurismo y exhibicionismo político, así como una definición sobre los fetiches y parafilias políticas.

La sensación de placer que alcanzan estos individuos es enteramente psicológica. Si bien tiene connotaciones eróticas, no significa que satisfagan sus necesidades a través del sexo. El símil que mayor claridad puede brindar al respecto es el éxtasis místico o religioso.

Los pigmalionistas suelen alcanzar el éxtasis en lugares públicos, por la imposibilidad de adquirir estatuas de grandes dimensiones para su disfrute personal. Mientras más grande el monumento, mayor satisfacción.

Por supuesto, esta sensación de plenitud tiene resonancias físicas; de ahí la dificultad que entraña deslindar a los profesionales en estas artes, de simples imitadores. Las resonancias corporales tienen la potencia de pequeños orgasmos que satisfacen los puntos neurálgicos del fetichista. Al ser cercana la similitud en el cerebro, el cuerpo tiene reacciones espejos que pudiesen confundir al espectador poco avezado en las prácticas investigativas.

Por último, el trabajo de campo ha sido realizado dentro del territorio nacional cubano, pero esto no implica que se ciña solo a la Isla. Fuentes internacionales han corroborado la existencia de algunos grupos humanos con las mismas características en distintas latitudes del planeta.



Agalmatofilia

En su definición sexual, es la atracción erótica por estatuas, maniquíes, muñecas u otros objetos con figura humana. Incluye el pigmalionismo, parafilia fijada a las estatuas.

La agalmatofilia se patentiza en el objeto inanimado. La escultura heroica es una de las fuentes comunes de placer. El héroe se observa como un ser idílico, sin manchas morales. Dicha identificación es subordinada a una visión épica de lo contemplado. Los pigmalionistas suelen alcanzar el éxtasis en lugares públicos, por la imposibilidad de adquirir estatuas de grandes dimensiones para su disfrute personal. Mientras más grande el monumento, mayor satisfacción.

Para los agalmatofílicos en general, es preferible que el objeto de veneración sea una figura fallecida. Las esculturas de personas vivas no tienen la misma carga erótica: el impedimento de anticipar el futuro impide conocer si esa figura significará eternamente el posicionamiento que ahora promulga. La muerte y la encarnación en la piedra evitan cualquier identificación con males tradicionales o sociales.

No solamente se limitan al campo estatuístico; un agalmatófilo de pedigrí colecciona suvenires. Si son revolucionarios, mejor. Estos seres extraños suelen obtener sus objetos de atracción en el extranjero. En muy pocos casos se alimentan del folklor local. El sentido de la búsqueda de lo foráneo está sustentado en lo exótico, a la vez que en un conocimiento superficial de la figura elegida. En sus lugares de origen, esas representaciones extranjeras serán poco conocidas —o como mínimo, en mucha menor medida que cualquier héroe local—, lo que evitaría que alguien pudiese señalar las faltas del ídolo y arruinarles la satisfacción del deseo.

Un agalmatófilo de pedigrí colecciona suvenires. Si son revolucionarios, mejor.

En el territorio cubano se observan grandes bandadas que visitan el suelo patrio, casi siempre en temporadas invernales. Para el interesado, los lugares predilectos para el estudio de dichas concentraciones o parvadas agalmatofílicas suelen ser las ferias artesanales, donde venden artículos distintivos de la épica revolucionaria. Acumulan figurillas que, para los desconocedores, son solo un adorno doméstico, mientras para los fetichistas posee un carácter totémico avalado en la personificación.

Que la mayor cantidad de especímenes estudiados sean foráneos no implica que en el ámbito nacional no haya grandes exponentes. Estos suelen estar camuflados y tener un paso febril y ascendente en su especialización: primero, parten desde un patrón de consumo general para después restringirse al pigmalionismo, el androidismo o la hierofilia.

La reserva con que se mueven hace que muy pocos se alimenten del producto nacional y la mayoría se releguen —lo que viene a demostrar un comportamiento común— al campo internacional. Si se logra obtener su confianza, no pierden tiempo en mostrar su colección. Son una especie mansa y domesticable. Sus prácticas son individuales, sin afectar a terceros, aunque a veces pueden reunirse en grupos para alabar las figuras de su idolatría. Al perseguir representaciones fallecidas no presentan una amenaza social; incluso, pueden entablarse relaciones cercanas con ellos, mientras no deriven en otras filias más tóxicas y preocupantes.



Agrexofilia

Parafilia perteneciente al campo del exhibicionismo. Su peculiaridad consiste en la fascinación por el acto auditivo; es decir, el placer se obtiene a partir de ser escuchado por otras personas.

Los agrexófolos suelen enmascarar su perversión en conversaciones telefónicas. Como exhibicionistas de manual, utilizan los espacios públicos para satisfacer su filia. El uso del teléfono como estrategia de enmascaramiento facilita su identificación. No es necesario enfrentarlos: basta con salir de su campo de acción o disminuir cualquier atención hacia ellos.

Los agrexófolos suelen enmascarar su perversión en conversaciones telefónicas. Como exhibicionistas de manual, utilizan los espacios públicos para satisfacer su filia.

A veces, cuando se sienten ignorados, elevan su voz para captar víctimas. Como los exhibicionistas, si poseen algún cargo suelen estar al frente de las arengas populares. Para un mejor control de esta plaga, téngase en cuenta lo escrito sobre el exhibicionismo, dado que se agrupan en la misma familia y solo se diferencian de ella por la especialización del gusto auditivo.



Androidismo

Parafilia derivada de la agalmatofilia y que presenta como rasgo distintivo la atracción por muñecos o robots con aspecto humano creados por el hombre.

Los avances en las ciencias e ingenierías robóticas han posibilitado que esta filia encuentre un gran nicho de satisfacción en líderes, voceros y figuras públicas manufacturados íntegramente por el hombre. El alto desarrollo tecnológico facilita que los rasgos humanos de estas creaciones se encuentren muy bien desarrollados; al mismo tiempo, aún muestran deficiencias que permiten entrever su origen artificial. Esto es lo que los hace atractivos. Al visionarse como creaciones, imperfectas en simular lo humano, se convierten en objeto de deseo.

Los androidistas se sienten atraídos por el parecido físico de dichas creaciones con su propia especie, pero no les interesa entablar un diálogo o una relación más allá de la satisfacción del puro goce. Su disfrute está ceñido a la predisposición al ridículo del objeto animatrónico. Incluso, como ciudadanos activos de un Estado, pueden llevar su objeto de deseo hasta el podio supremo en la carrera política para satisfacer mejor su filia. Casi todos los androidistas comienzan a descubrir esta atracción debido a un paso previo por la agalmatofilia.

Son seres difíciles de registrar al estar dispersos a lo largo y ancho de la sociedad. Hay que prestar una severa atención a sus comentarios o esperar una confesión personal para poder identificarlos.

Los androidistas, en su comportamiento individual, no representan ningún peligro para la sociedad. Es en su actuar colectivo, cuando unifican fuerzas o se organizan de manera sindicalizada, que presentan una amenaza seria. No ven a su representante como un deus ex machina; mucho menos se interesan por quien se esconde tras los hilos. Para ellos, esto no consta de ninguna importancia. Solo les interesa el espectáculo en sí mismo, la machina que tienen delante y a la cual rinden una gozosa pleitesía.

Los androidistas, en su comportamiento individual, no representan ningún peligro para la sociedad. Es en su actuar colectivo, cuando unifican fuerzas o se organizan de manera sindicalizada, que presentan una amenaza seria.

Este comportamiento enajenante obliga a centrar la atención en ellos. La persona que controle a la máquina obtiene el poder real. Esa persona puede ser sádica o benevolente; pero, al estar velados su comportamiento e imagen, es imposible, como ciudadanos, acceder al conocimiento real de sus intenciones. Permitir que los androidistas ejerzan su derecho ciudadano no está desligado de una fiscalización o una férrea atención por parte de los demás integrantes de la sociedad.



Asfixiofilia

Categoría perteneciente al campo del sadismo y que define la atracción por estrangular, asfixiar o ahogar a la pareja durante el acto sexual, con su consentimiento previo y sin llegar a matarla. Para los intereses de este bestiario, contemplamos al asfixiofílico en su vertiente eropolítica.

El consentimiento tácito del agredido permite establecer una relación sadomasoquista que, siempre que sea respetada y no afecte a terceros, no repercute en el desempeño social. Un asfixiofílico político tiene siempre un grado de poder que ejerce directamente sobre sus subordinados. Existe, entre él y sus inferiores, una relación recíproca de poder, circunscrita solo a quienes disfrutan el acto. Tal como queda dicho, no conlleva ninguna dificultad para la persona o ninguna afectación grave, salvo que exista un agravamiento de su condición.

Los asfixiofílicos suelen estar rodeados de masoquistas. Tienen a su alrededor algunos devotos que siguen sus pasos y lo nombran como líder. Cuando este sujeto se radicaliza y potencia su lado sádico incurre en hipoxifilia, resultando sumamente peligroso para la sociedad. Estos casos son muy peligrosos y deben tomarse medidas oportunas para que el daño no resulte irreversible.



Dacrifilia

Fetiche similar en su desarrollo a la hipoxifilia, pero con una tendencia a resaltar su carácter psicológico.

En este caso, se busca obtener un sufrimiento y un desgaste mental que lleve a la contraparte al quiebre de su sistema nervioso. La inexistencia de un consentimiento por parte del afectado explicita la gravedad de esta parafilia. Al no existir un contrato social entre víctima y victimario, el dacrifílico ejerce su autoridad a partir de la subyugación y la violencia psicológica.

Quien denota el poder decide violentar a los subordinados imponiéndoles su criterio y acción. Se basa en la acción violenta, en introducir deberes, consignas, leyes, que asemejan un puño. ¿Y con un puño en la boca quién puede quejarse?

Como se evidencia, el agresor comparte las características de la hipoxifilia e, incluso, pude combinarse con esta o con una asfixiofilia avanzada. Posee connotaciones sádicas que pueden exacerbarse con prácticas físicas si el maltrato psicológico no surte el efecto deseado. Corresponden un accionar muy serio que no debe subestimarse en ningún caso.



‘Fisting’

Derivación especializada del sadismo que se caracteriza por la introducción de un objeto, preferentemente el puño, en cualquier cavidad de la pareja o persona afectada.

En la estrecha relación que se establece entre los políticos y el pueblo, el fisting se demarca como una de las parafilias de imposición. Quien denota el poder decide violentar a los subordinados imponiéndoles su criterio y acción. No recibe oposición de ningún tipo. Se basa en la acción violenta, en introducir deberes, consignas, leyes, que asemejan un puño. ¿Y con un puño en la boca quién puede quejarse?

Al ser una acción unilateral, obliga al receptor —en este caso, quien recibe el puño metafórico— a callar y resistir. A partir de las cualidades del agresor, puede hacerse de manera pausada, poco a poco, introduciendo una ley aquí, otra allá, de manera tal que, sin notarlo, llene la cavidad y limite cualquier posibilidad de queja. Por el contrario, también puede hacerse de un golpe, seco y contundente.

La elección de las variantes se establece directamente a razón del deseo del agresor de satisfacerse a partir de vivenciar las reacciones de la parte afectada. Si está interesado en observar el crecimiento de la incomodidad ciudadana, entonces elige el desarrollo lento y pausado. Si quiere vivenciar la sorpresa y llegar al éxtasis con rapidez, prepara un paquetazo que sorprenda, que deje sin habla a sus subordinados.

Mientras la agrexofilia mantiene una distancia prudente para exaltar el sentido auditivo, el frotismo busca la cercanía.

Es una filia de graves consecuencias sociales. Deja tras de sí un corpus dañado, inseguro, violentado. Los peritos la califican como violación si no existe un consentimiento por parte del violentado. Es un caso típico de dictadores y tiranos.



Frotismo

Parafilia política contenida dentro del exhibicionismo. Consiste en refregar un posicionamiento político sobre otras personas, preferiblemente desconocidos.

Este comportamiento suele tener también una actitud machista y de imposición de criterio. El perpetrador conviene en alzar la voz hasta donde sus cuerdas vocales lo permitan, sin espetar ningún argumento convincente: solo la gritería característica del hombre / macho alfa / espalda plateada / cavernario que compite con su contrincante por dilucidar quién la tiene más grande.

Existen grandes similitudes entre el frotismo y la agrexofilia, lo cual hace que suelan confundirse. La diferencia entre ambas radica en el grado de agresividad. Mientras la agrexofilia mantiene una distancia prudente para exaltar el sentido auditivo, el frotismo busca la cercanía. La incomodidad física que este presupone en la víctima hace que todos sus sentidos estén atentos ante la violación del espacio personal. El frotista incurre en el contacto físico si ve que la atención disminuye o si quiere resaltar una explicación. 

Para los parafílicos, los representantes políticos se transmutan en deidades religiosas. Adquieren visos de divinidad que no pueden desligarse del sacerdocio religioso.

Al encontrarse inscrita dentro del exhibicionismo, posee las mismas consecuencias negativas que este, aderezadas con el acoso físico que incide directamente en las otras personas que compartan el espacio de acción. Se recomienda mantener una distancia prudente para su examen particular.



Hierofilia

Define el apetito eropolítico por los objetos religiosos. Para los parafílicos, los representantes políticos se transmutan en deidades religiosas. Adquieren visos de divinidad que no pueden desligarse del sacerdocio religioso. Crean altares a las figuras de su devoción y coleccionan piezas pertenecientes a estos. Dicho en otras palabras, convierten en reliquias lo mundano.

Si bien puede parecer una vertiente del coleccionismo, sin nada preocupante en su desempeño, el acto de dotar de un valor sobrehumano y utilizar estos objetos para la obtención de una satisfacción erótica los convierte en un grupo socialmente perjudicial.

Es sabido que la conformación de religiones trae consigo un grupo de devotos que buscan potenciar sus creencias para influir en la sociedad; por tanto, la unificación de los hierófolos en un mismo movimiento hace que ganen un poder político impresionante. Al unificarse alrededor de una misma figura y elevar a esta a cualidades cuasi divinas, eliminan cualquier facultad de examen crítico hacia ella. Inciden en grupos poblacionales pequeños, más tienen una alta capacidad de convocatoria.

Los hierófolos suelen tener un altar en el cual muestran al mundo su objeto de devoción. Detrás de la puerta suelen guardar una imagen del líder para que los proteja del enemigo. En las carteras acostumbran llevar estampitas del mártir e identificaciones en sus prendas de vestir. Se agrupan por preferencias políticas, enmascarados entre la población a partir de consignas y saludos que vuelven de uso cotidiano.

Un ejemplo claro, después de analizar la fauna isleña, es la separación en dos grandes grupos de los hierófolos patrios. Unos utilizan el saludo “Patria y vida”; los otros, “Patria o muerte”.

Un ejemplo claro, después de analizar la fauna isleña, es la separación en dos grandes grupos de los hierófolos patrios. Unos utilizan el saludo “Patria y vida”; los otros, “Patria o muerte”. En los dos casos, han logrado sustituir el tradicional adiós, que en su origen también era puramente religioso, encomendando a Dios la buenaventura. Esta transmutación de los términos, unida a la facilidad de utilización por la comunidad toda, solapa a los viciosos entre una amalgama poblacional de mayor calado.

Si bien toda persona que utiliza estas consignas no conoce la fuente de la cual proviene, ni tampoco las utiliza con el mismo carácter religioso o como fuente de erotismo, es necesario examinar con contundencia a todos para deslindar a los que pueden preocupar del resto de los moradores que solo la usan por comodidad o filiación gestual.

Por su propio carácter religioso suelen buscar nuevos acólitos para incorporar a sus sectas. Esta característica los vuelve un grupo de riesgo; su capacidad de convocatoria se acrecienta y la falta de examen crítico a sus propias acciones suelen terminar en la segregación de los que no se unen a ellos.

El fanatismo los desfigura, impide que puedan dialogar con coetáneos de su propia filia pero con preferencias por otros dioses. Siempre que convivan en comunidad y no acrecienten su poder pueden ser tratados efectivamente. Una vez que incurren en el proselitismo presentan un peligro potencial para el buen vivir.



Hipoxifilia

Consiste en impedir la respiración de la pareja o la propia, ya sea mediante la obstrucción de las vías respiratorias —cubriendo la cabeza con elementos plásticos o de látex— o recurriendo a la semiestrangulación. Resulta un agravamiento de la asfixiofilia.

En esta filia no existe el consentimiento, tácito o formal, y solo se permite el disfrute del sádico político. En sus manos está hacer sufrir a un pueblo o comunidad y divertirse a costa de ello, ya sea a partir de reordenamientos económicos, medidas de impacto sociales o reducción de derechos civiles. El interés se encuentra en asfixiar a la mayor cantidad de personas al mismo tiempo. El placer máximo se obtiene no de la rendición o muerte de las víctimas, sino de observar cómo estas sortean los obstáculos. A partir de esto, el hipoxifílico plantea nuevas estrategias de ahogamiento.

En sus manos está hacer sufrir a un pueblo o comunidad y divertirse a costa de ello, ya sea a partir de reordenamientos económicos, medidas de impacto sociales o reducción de derechos civiles.

Es una parafilia sumamente grave en la que incurren dictadores, tiranos y personas allegadas a estos. Debe tenerse un extremo cuidado con la propagación de esta filia debido a las consecuencias irreversibles que pueden presentar para la sociedad.



Travestismo

Como filia política, agrupa a las personas que gustan vestir las ropas de la corriente política opuesta.

La diferenciación entre izquierdas y derechas cada vez es más difícil. Por tanto, el travestismo político ha ampliado sus campos. La cotidianeidad no ve como algo negativo que una persona utilice estrategias o características de su contrincante, siempre y cuando la identificación de estas sea plena y no un tratamiento ambiguo que confunda a quien lo presencia.

En un plano intermedio entre los dos espectros se encuentran los andróginos, a veces llamados centristas. Suelen utilizar prendas de cada posicionamiento, pero con organicidad y con el objetivo de lograr una desvinculación con las reglas tradicionales de polarización políticas. Aunque a veces es difícil saber si los centristas se inclinarán hacia una u otra identificación genérica, tanto ellos como los travestis políticos no suelen presentar daños preocupantes para la sociedad.

Cabe aclarar que los practicantes del travestismo no tienen necesidad de identificarse con las corrientes políticas que utilizan para su identificación social. Utilizan de ellas solo las vestimentas superficiales.

Casi siempre el ámbito familiar los identifica en un segmento político determinado y, a partir de la conformación de la propia personalidad, deciden con qué mantos cubrirse. Es fácil el ejemplo del ciudadano totalitario, de amplia tradición machista y conservadora, que se identifica con las prendas de la izquierda, pero se sabe un dictador en potencia. En otros lugares suelen ser identificados como un subtipo peligroso de la izquierda reaccionaria.

La diferenciación entre izquierdas y derechas cada vez es más difícil. Por tanto, el travestismo político ha ampliado sus campos.

La gran disparidad entre el carácter íntimo y la apariencia hacen que su identificación sea bastante fácil. Algunos, bien preparados en estas artes, logran enmascararse y acceder a grandes cotas de poder, volviéndolos especímenes muy peligrosos.

Está en discusión si la ursusalamagatofilia debe o no ser considerada una variante del travestismo.



Ursusalamagatofilia

Conocido popularmente como furry, es la preferencia de las personas a disfrazarse de animales de felpa. A medio camino entre el travestismo y la zoofilia.

Visto desde la eropolítica, un furry es aquel que gusta de adoptar las pieles animales. Comparte solo con personas que poseen sus mismas filias. Sus disfraces más comunes son los del cordero, gusano y claria. Si bien puede tener uno favorito, puede intercambiarlos a conveniencia, en concordancia con el espacio donde se encuentre y los trajes que queden libres para la función.

Un furry serio no se quita su vestimenta, pero se asegura que todos a su alrededor constaten la falsedad de sus ropas. La extravagancia de su atuendo impide considerarlo como pieza clave de la sociedad. Aun así, exige su derecho al transformismo, a cambiar sus pieles a su antojo. La comunidad de ursusalamagatófolos es reducida, pero muy activa en su interior. Organizan reuniones públicas, en espacios abiertos, y permiten la participación de otros especímenes solo como observadores.

Observarlos sin ejercer sobre ellos un criterio moral puede ser un ejercicio lúdico de gran interés. En grupos pequeños no suelen ser dañinos.




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Julio Antonio Fernández Estrada: Un Código para el país que yo quisiera

Hypermedia Magazine

El Código de las Familias será aprobado. Ninguna votación promovida por el Estado cubano ha tenido un resultado distinto al que el Estado espera desde 1959.