Amor zoofílico masoquista

Hace unos días, seis conocidos cubanos me preguntaron que si no escribiría algo relacionado a la (No) Bienal de La Habana. Mi respuesta es que, afortunada o desafortunadamente (quién sabe), en octubre la mitad de los textos en ‘Hypermedia Magazine’ han estado dedicados a tal cuestión. Igualmente, los artistas cubanos, fuera de Cuba, han estado debatiendo mucho sobre ello. En esos textos, creo, ya se podrán encontrar análisis muy profundos. Creo.

Entonces, teniendo en cuenta que yo no soy una artista —en realidad, yo no soy nada—, pues me abstengo de decir algo más allá del hecho de que da lo mismo si la hacen o no. De cualquier forma, eso será un chiste. Un chiste obsoleto. Cuba es un hueco que no existe.

De lo que sí puedo hablar el día de hoy es sobre el amor. Específicamente, sobre

el
amor
zoofílico
masoquista.


Yo conocí a este zoofílico en una fiesta.

Llamemos a esta persona, el amoroso zoofílico masoquista.

Como la gente me ve cara de confesionario, el amoroso zoofílico masoquista, así de la nada, me contó que gustaba del amor violento con animales. Yo le dije que estaba padre, pero que a mí no me gustaban los animales, a excepción de las ballenas. Le pregunté que si gustaba del amor zoofílico violento con las ballenas. Me dijo que no. Le pregunté que si a él le gustaba violentar a los animales (por eso del gusto por el amor violento). Me dijo que no. Le pregunté que si más bien él gustaba de que el animal fuera el ente violento. Me dijo que sí. Le dije que si entonces estaba correcta, mi idea era que él gustaba del amor zoofílico masoquista. Se rio y afirmó nuevamente. Ahí entonces, me peguntó si me había espantado por su confesión. Yo le dije que no, que por qué me iba a espantar. Que yo no era nada en el mundo para opinar sobre esos temas; igualito a lo que ocurre con el tema de la (No) Bienal de La Habana.

Luego de esta recta de puntos claros, él empezó a hablar. Me contó que le gustan los perros, quizás por la cercanía que siempre tuvo a estos animalitos, y que su despertar amoroso zoofílico masoquista ocurrió en su adolescencia. Dice que se había quedado a dormir en casa de un amigo y que su amigo lo había dejado en el cuarto de servicio con una computadora de mesa, una cama y un perro. Dice que él se sentó en la computadora de mesa, desnudo, a jugar. Dice que, mientras jugaba, el perro empezó a olerle los testículos. Dice que eso lo excitó rápidamente. Dice que no hizo nada para detener al perro. Dice que el perro comenzó a lamer esa zona. Dice que se excitó un poco más. Dice que el perro le mordió, levemente, los testículos. Dice que le dolió, pero que eso lo hizo acabar. Dice que el perro se fue al tiro porque le cayó un poco de semen en la oreja. Dice que desde ese día no sintió placer más grande que aquel relacionado a mordidas en los testículos, provocadas por perros.

Yo le dije que eso no implicaba que necesariamente él fuera un zoofílico. Yo le dije que la adolescencia es confusa. Yo le dije que en la adolescencia todo está permitido. Yo le dije que la adolescencia puede ser el único momento en que experimentamos cierta forma de libertad. Yo le dije que, seguramente, si una gallina me hubiese picoteado un pezón en la adolescencia, me hubiese excitado. Quién sabe.

Ahí mismo, el amoroso zoofílico masoquista me detuvo para comentarme que esa no había sido la única vez. Que, a partir de ese día, se volvió un gusto bastante particular el cual intentó reproducir con mujeres y hombres, pero nada. No logró sentir ni eyacular de la misma forma. Entonces volvió a pasar, con otro perro, esta vez sí de manera intencional. Dice que se puso miel de maple en los testículos y que eso fue suficiente. Luego, para la mordidita, solo tenía que molestar al perro un poco, mientras lamía. Por ejemplo: jugueteaba con una de sus orejas, o le movía una pata. Ese acto que buscaba desconcentrarlo, hacía que el perro mordiera levemente como diciendo, déjame hacer esto en paz.

Se detuvo, nuevamente, para preguntarme si ya me había escandalizado. Yo le dije que no, que para nada, que eso era muy similar a cuando los perros lamen obscenamente durante horas los dedos de sus dueños o dueñas. Quizás la lamida de dedos sí me parecía ligeramente repugnante porque los dedos están sucios, los dedos acumulan basura en las uñas. Uno se saca los mocos con los dedos, o aplasta bichos con los dedos. En los dedos te puede dar gangrena más fácilmente que en los testículos. No sé… En todo caso, lamer un testículo es lamer un espacio con la capacidad de posibilitar la vida. Quizás, lamer un testículo daba vida. Como una especie de cáliz.

Creo que esta interpretación le gustó y por eso me contó más. Me dijo que hace años no aceptaba ningún tipo de relación sexual que no integrara conscientemente a un perro. Dice que jamás en la vida él ha tocado a uno de manera que pudiese dañarlo. Más bien, en este tipo de relaciones él es un ente totalmente sumiso que disfruta del dolor provocado por un perro, pero que sería incapaz de ser él quien provoque el dolor. Que, de plano, no se excitaba.

Me mostró varias cicatrices pequeñas en sus muslos, en las costillas, incluso en un testículo. Dice que ha tenido varios accidentes, pero que no han pasado de eso, de accidentes leves. Los perros ya saben que él disfruta que lo violenten, saben que a él le gustan las mordidas, intuyen cuándo se volverá el ambiente un entorno erótico, saben cuándo, dónde y cómo morderlo. El semen es la prueba de que lo han logrado.

Él sí cree que los perros tienen cierta conciencia capaz de captar los procesos cognitivos humanos. Ahora vive solo en una casa en Xochimilco. Tiene cuatro perros: tres varones y una hembra y con todos tiene este tipo de relación erótica. Dice que los cuida con una dedicación extrema. Dice que tienen más espacio de esparcimiento en su casa que él mismo. Dice que hace unos años, uno de los perros casi muere y él sentía que, si el perro moría, el moriría también. Dice que él los ama. Él tiene cuarenta y siete años.

Yo no entiendo el concepto de amor. Más bien siento el amor, pero no entiendo qué es, si tiene una forma fija. No sé si el amor se puede pensar solamente desde lo sensorial. No sé si alguien puede amar a otra entidad viva, sobre todo por el hecho de que le lama los testículos. No sé tampoco si se puede sentir amor sin absolutamente ninguna estimulación erótica. Yo amo a mis padres, amo a mis hermanas, amo a mi sobrina, amo a mi esposo, amo a dos amigas, y en ese amor está implícito un disfrute ante la estimulación erótica tanto psicológica como física que me provocan: una idea potente, una caricia, un beso, sus físicos. ¿Eso también influye en la experiencia del amor? 

No lo sé. Quizás.                             

Luego de esta plática me invitó a un grupo de Facebook donde intercambiaban experiencias más personas que gustaban del amor violento con los animales. Ojo, repito, del amor violento de animales hacia los humanos; no al revés. La gente compartía, orgullosamente, fotos de sus mordidas, experiencias sumamente sexuales, o comentarios cargados de un amor idílico, cargados de un amor adolescente. Otros se quejaban de sentirse en una relación tóxica con el animal.

Dentro de todo, a mí me pareció chistoso y bonito. Veía las imágenes y comentarios y en mi cabeza sonaba una versión de In spite of ourselves. También me preguntaba si eso podría ser catalogado como explotación animal, o como abuso. Y en todo caso, de ser así, ¿el concepto de amor incluye el abuso? ¿El amor podría ser, también, una especie de explotación? ¿Cuál es la diferencia entre amar a quien que te lame los dedos y amar a quien te lame un testículo?

Qué difícil es comprender la vida…

Seguramente, mi amiguito el amoroso zoofílico masoquista será uno de los primeros en leer este Pinky Filosofía. Le dije que escribiría sobre ello y él aceptó encantado. A él, pues, le mando un saludo, le deseo larga vida a sus perros y espero que no le dé la COVID.




pinky-filosofia-sangre-blood

El suelo tiene memoria y la sangre tiene un ‘tempo’

Amanda Rosa Pérez Morales

Estoy segura de que en mi departamento han matado a alguien.





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4 Comentarios
  1. Me gustó mucho tu artículo, Amanda.
    El éxtasis y placer que se llega a sentir siendo completamente libre con alguien ( con los perros en el caso de tu amigo) es maravilloso. No escandalizarse con nada que te cuenten o les puedas contar o hagan o tú quieras hacer es un amor liberador. Ese amor tan complejo y hermoso a la vez, deberíamos sentirlo todos en algún momento.
    Yo lo sentí una única vez y ya estoy de salida de esta vida pero, espero que, si hay otra vida después, vuelva a sentir esa libertad plena y absoluta que sentí con mi persona.
    Gracias por tu artículo.

    1. Asco y perversión tanto de su parte como tuya Amanda, lo cual no elimina que escribas muy bien. Pero son unos asquerosos. Esos temas no deberían publicarse para no animar a hacerlo. Seguramente muchas personas en formación te leen y no conviene darles ideas negativas.

      1. «Esos temas no deberían publicarse para no animar a hacerlo.»

        ¡A estas alturas de la historia, señora Edith, sus palabras dan miedo!

        “If all printers were determined not to print anything till they were sure it would offend nobody, there would be very little printed.”

        ― Benjamin Franklin

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