‘Goodbye’ Lorca

“Un viajero del norte se apeará otra vez, a cualquier hora, en el puerto de La Habana y, atribulado, sin sacudirse el salitre del crucero, no preguntará cómo se llega hasta el Parque Central, ni en donde está asentada la estatua de Martí (porque ya tiene una más grande y florida en su homólogo niuyorkino), sino ¿cómo hallar la de Alicia Ernestina de la Caridad del Cobre Martínez del Hoyo? (Fragmento de pieza inconclusa… en anglo/franco proceso de aguataje).

Así, hace ya 6 años, el viernes 11 de septiembre, el priorato supremo de Cuba —no el de las Artes Escénicas como debería ser, sino la gendarmería chata de las alturas— degradó al poeta y dramaturgo español, perteneciente a la sonada Generación del 27, a una sala hipoacústica del antiguo Teatro Tacón de La Habana, el que lucía tiempo ha, su nombre entero, como ofrenda del siglo pasado, para darlo en son de “justicia (turística) por-venir” a la egregia, eximia, y ex ballerina assoluta Alicia Alonso; AA, por partida doble. 

Porque en 1985, molesta la individua frente a la imposibilidad de ponerle su propio nombre en vida, suplantó sin rotundez al bardo “raro”, poniéndolo a convivir con membrete de cosecha guatacona: Gran Teatro de La Habana.

Pero esto ocurrió meses antes, a destiempo para la reapertura en 2016, dilatada tras el remozamiento del barroco emporio arquitectónico que sorprendentemente incluía no solo la araña millonaria, encargada a Bohemia (ergo no la re-vista), sino hasta la designación misma, obra del castrato anquilosado y caseiforme. 

No duden entonces que, además de Obama, arrastrarían un día aquí, con sumas reverencias papales y demás viandas de moda, al otro Francisco, retornado (¿por tercera vez?) a la Isla en son re-conciliador. O abracador. O sanseacabó.

Y hasta otros presidentes, patiabiertos también, remolcarían desde el frío austero si fuese preciso hacerlo. Para helar con sus finas presencias patriarcales la vastedad de la olor-rosa sudadera nacional.

Casi nadie hubo atrapado el guiño proyanqui del decreto oficial, pero todo el mundo en la Isla comenta, con la experiencia revolucionaria y agudeza empírica típicas del iletrado, que este honor se debe a que quizá la pre-occisa estaba en fecha, a punto de estirar cuello y la nariz por última vez. Y se corrió a preparar la escena. Para los que querían (y quieren) verla plasmada en neón y puedan pagarse el visitón cuando la hubieran momificado en el recinto de rancia españolidad, y más que tules y violines puedan admirar la maravilla escultural que es, de paso, otra muestra cuasi viva de la rampante necrofilia nacional. 

Ya oirán Uds. de desfiles y marchas que vendrán. 

Exposiciones delirantes. 

Los programas estelares de Vicky y Edmundo García resucitados (como “en punta”).

Las conferencias de funcionarios, conocedores o no, ávidos por cobrar. 

“La directora era militante del Partido. Y ejemplo de rectitud”. Pero no menos lo era Lorca, en aquel 80 aniversario de su muerte, otra vez despojado de la gloria.

Los últimos días y fusilamiento del gran ibérico transcurrieron en su tierra convulsa, luego de dos viajes a América, en 1930 a EE.UU. y Cuba, con fines cognoscitivos, y en 1933 a Argentina, para representaciones de algunos soberbios dramas suyos sobre las tablas gauchas.

Desde 1934, tras el regreso a casa, todos temían por su vida, así Colombia y México, cuyos embajadores previeron que el poeta pudiera ser víctima de un atentado debido al puesto de funcionario de la República, le ofrecieron exilio, pero aquel enamorado del peligro rechazó las ofertas y se dirigió a Granada, para pasar consigo mismo el verano final de su vida.

En esos duros momentos continentales, transidos de inopia, alguien le preguntó sobre su preferencia política (porque de sexo jamás le preguntaron, excepto Dalí, a quien correspondió con creces y cruces) manifestando en el acto que se sentía —de modo abarcador— católico, comunista, anarquista, libertario, tradicionalista y monárquico… 

Todo ese enredo caótico de emociones encontradas en un joven que no llegó a cumplir los 40. De hecho, nunca se afilió a ninguna de las facciones existentes y jamás discriminó o se distanció de sus amigos por cuestión de ideologías. A todas las consideraba fluctuantes y volubles, erráticas o deleznables, a pesar de la acusación que pendía sobre él de ser un “espía ruso”. Vaya, algo así como el socito cercano del sicópata infiltrado y al alza: Ramón Mercader.

Para sorpresa mundial trabó amistad con el líder y fundador de la Falange Española, José Antonio Primo de Rivera, aficionado furibundo a la poesía. El propio Lorca decía de él: “[…] José Antonio. Es otro buen chico. ¿Saben que todos los viernes ceno con él? Solemos salir juntos en un taxi con las cortinillas bajadas, porque ni a él le conviene que le vean conmigo ni a mí me conviene que me vean con él”.

Se sentía, dijo en entrevista a El Sol de Madrid poco antes de su muerte, íntegramente español. Poco le importaban las consecuencias. Era evidente su falta de penetración… foránea. 

(Si hubiese sido cubano, tal vez aún existiría. Porque no debemos descreer que, tras la ordenanza emitida por el magnífico sobre las zeolita y moringa mágicas, tengamos grabado a fuego en el alma-na-que un Club de los 120. Y aspiraremos a más. Mucho más. Ardientemente…)

Siendo el español que era, le habría sido imposible sobrevivir lejos de los límites geográficos de su patria, e instalarse por entero fuera; cosa que le salvaría, pero detestaba al que, siendo por serlo nada más, se regodeara en ello. Se sentía tan buen hermano del más pinto que prefería ser solidario con todos, execrando al hombre que “se sacrifica” por una idea obcecante, fuese nacionalista o abstracta, o en el nombre de cualquier “ismo” en boga, por el solo hecho de “amar a la patria” —y soltarlo así de rico a los cuatro vientos— con una venda negrísima sobre los ojos. 

También a muy altos propósitos dejó dicho García: “Canto a mi España y la siento hasta la médula, pero antes que todo soy hombre del mundo y hermano del pobre. Desde luego no creo en los políticos, como tampoco en la frontera política. Porque sencillamente para mí no existen fronteras […]”. 

¿Y los políticos, cuentan? Nunca supimos.

Quizá bajo ese precepto fue que se quedó varado y víctima de la fatalidad, no como han logrado hacer miríadas de avizorados cubanos, escapando cuando han podido de esta tierra enferma a la que frugalmente amó. En eso de invocar la fuga, podía haber mantenido excelso contrapunteo con los maestros Antonio Machado y Miguel Hernández. 

Hoy, como ayer, con esa decisión brutal que extirpó el vestigio de honrosas presencias extranjeras en el arca nacional de las artes y premia —queriendo perpetuar— a una danzarina enceguecida, quien fuera tan cruel en vida con sus alumnos, subalternos; vengativa con partenaires hastiados o fugitivos (¡Jorge Esquivel, Fernando Alonso, Lázaro Carreño, Carlos Acosta! ¡Cómo les han borrado!, ¿será para siempre?); despótica hasta para con seguidores e incondicionales, machucadora de las cuatro joyas cubanas, más brillantes y auténticas que ella; envidiosa de Rosario (Charito) Suárez y María Elena Llorente; aduladora del poder tiránico y muy rumiante equilibrista… 

Me avergüenzo de ser un cubano sin voz ni recursos para renombrar al teatro, que me es vital y eterno, con el nombre del virtuoso asesinado que le honró.

Porque será siempre más grande y duradero aquel legado que el de esta militaroide mentalmente entrenada, físicobstinada y ad líbitum racista. Además de superarle con mucho en obra y modestia humanas. 

Habría querido, no obstante, que sí fuera otr@ Lo(r)ca, nuestr@ la propuesta en homonimia, llamarlo quizá: ¡Virgilio Piñera! Porque no puedo anteponer la eteridad representativa de una Giselle o Swanilda de papier-maché frente al pétreo Romancero GitanoLa Casa (alucinante) de Bernarda Alba, o Los Sonetos del Amor Oscuro, por ser rotundos e irrompibles. Y jamás prevalecerían esos fairy-tales de la Ernestina en mis raíces. Ni en calidad, ni en argumento. Como no sobrevivirá ninguna cabriola tecno-mecanicista el despelote de una despampanante Electra Garrigó. O a la Luz Marina calenturienta de tan Fríos Aires. 

Si querían lucir jingoístas u oportunistas, bien podrían haber resucitado al fantasma nominal del Teatro Villanueva, donde el grito pelado por la libertad retumbó e hizo historia y congeló a la trémula y febril sacarocracia. 

Porque la Alonso jamás bailó un solo pasito de genuino folclor cubano. Ni una rumba (borracha) ni un guaguancó (volá). No se ajustaba eso a su estirpe norteña. Ni al impostado rango glacial. Lo suyo fue la adoración falsa por lo trágico-frívolo. Y de afuera. Muy de afuera.

Tampoco cortó una caña. (¡A la Rosita Fornés la silenciaron durante quince años ¡por declinar vestirse de miliciana!) La Alonso se disfrazó de verdolaga una vez, y qué mal lucía: en “Avanzada”, homenaje obligado bajo la deuda sóviet por la oprobiosa manutención).

Al historiador del BNC, Miguel Cabrera, frágil alabardero de cuanto fueteé disparó la diva en vida elevándole a rango museable, y quien luego se convertiría en consorte virtual de la muriente hasta que ella misma le espantó de su lado totalmente faltepicha, ni siquiera le permitió tal regidora recia, salirse del enclosetamiento a tiempo, justo antes de pirarse con el queso hecho cuadritos.

De nada sirvió que su jefa, en tiempos de la UMAP, salvara a algunos de los bailarines “flojitos” de las filas patibularias. El pobre. Lo que tuvo que aguantar. Y que fingir. 

Se cuenta que una vez le vieron acariciando la culata cuadriculada de la vieja Makárov del Che. De ahí, la hidra-tación.

En fin.

Que san Pedro misericordioso les dé cabida en su regazo. Y los ponga a pinchar en el huerto del paraíso en cuanto lleguen. Con sendos azadones edénicos. Más nada de plumeríos ni bailoteos armen en aquel sacro vergel inhollado. 

Amén.


Tras la aprobación de la Ley de Recuperación de la Memoria Histórica liderada por Zapatero en 2006, se dieron a la búsqueda de los restos del poeta fusilado. Como el maltrecho esqueleto no apareció, por mucho que aún quisieran encontrarlo quienes lo ultimaron durante la Guerra Civil bajo aquel indemne olivo, esperamos que el de la regia artisto-crática repose en algún nicho del marmóreo recinto, encargo a priori, exhibible a la vista de sadomasos turistas, adoradores, y baletómanos reciclados, para que no haya que invertir un duro extra luego en intentar localizarle. Y en eso, al menos en eso, ganarle a la memoria tangible de un Federico García Lorca, bello e inmortal, pero enterrado. 

Porque la de ella, aunque lo luchen sus fiduciarios, abanicadores de turno, no se puede preservar. Ni en formol.




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Más julios y menos eneros

Anthony Bubaire

Por primera vez, el pueblo expresa su sentir, sin otra convocatoria que la de la tristeza, la desesperación, el terror y el horror que cada cubano nacido después del 59 ha tenido que experimentar.