Como Héléne, yo esperaba a mi ruso. Aunque él no era ruso, ni yo era Héléne. Solo que los cuatro teníamos algo en común: el sexo por tuberías. Alain se presentaba según su conveniencia. Primero llamaba por teléfono, para fijar la hora. Aunque casi siempre nos reuníamos de noche.
Me sentaba en el muro de mi portal a esperarlo. Un muro que comunicaba con el portal aledaño. Sentía la frescura de la noche, el olor dulzón del viento; mi ansiedad crecía, como una perra en celo, imaginando ser montada por un can poderoso, de larga lengua y afilados dientes. Que se hundirían en las partes más recónditas de mi cuerpo.
El portal, se alargaba hasta la acera, y concluía en un par de rejas de hierro, con afiladas puntas. Enfrente, se alzaba un enorme laurel, cuyas ramas caían sobre la parte sin techo del portal. Escondiéndolo de las miradas curiosas. Desde la calle, apenas se veía lo que sucedía allí. Nuestros cuerpos danzando, al compás de una Suit nocturnal.
En Passion Simple, adaptación al cine de la novela de Annie Ernaux, una mujer francesa aguarda a un joven, que invariablemente, la visita en su apartamento. Ella es profesora de literatura, bella y elegante. Él es ruso, trabaja en la embajada de Rusia en París.
Cuando están juntos en la cama, hablan una mezcla de inglés y francés. Héléne es la que hace preguntas. Es un hombre misterioso, de rostro frío, casi sin expresiones humanas. Sus ojos son exactamente iguales a los de un lagarto
Hijo de una madre autoritaria, le enseñó a él y a sus hermanos, a no padecer el síndrome de la debilidad. Los flojos no llegan, se quedan en el camino. El deporte de su niñez consistía en matar aves. De su matrimonio con una rusa, no toca el tema. Trabaja para hombres poderosos, obsesionados con Putin.
Tiene un cuerpo musculoso, sensual. Su torso, brazos y manos, están cubiertos de tatuajes, cada uno con una extraña simbología, la muerte con su guadaña, el rostro de un jocker, un par de ruedas giratorias en diferentes sentidos. Atrás, en su espalda, en grandes caracteres, la frase Mad House. Eso la atrae, seguramente.
Entretanto, ella juega a que es espía. “Los franceses tienen miedo de los rusos”, alega él. Menos ella. Porque se ha vuelto dependiente, no atina a pensar, ni a imponer un orden. Sumisa, se rinde con las piernas abiertas, no le exige nada. Carece de voluntad.
Debe esperar por su señal. Le es imposible rastrearlo. Un día, el timbre indiscreto de su celular resuena en medio de una clase. Esto la pone de vuelta y media, la interrupción le rompe el ritmo de su trabajo, para obligarla a hacer lo que a él se le antoja, cuando le sale de sus testículos; para templar en cualquier ámbito de la casa. Lo hacen por las tardes, mientras su hijo está en la escuela. El niño aún está en primaria. Sin embargo, percibe que su madre anda medio loca.
Durante las escenas post-coito, me dan ganas de abofetearla. Es estúpida ¿o qué? No entiendo cómo la vence un sujeto egoísta, que ni le permite centrarse en la investigación que está haciendo sobre la escritora Aphra Benh.
Nunca se le ocurre invitarla a salir, a un cine, ni siquiera a tomar unas copas. Las revolcadas suceden en el mismo escenario; excepto que algunas veces van a un hotel, en las afueras de la ciudad.
Es pura atracción animal. Ellos se amalgaman como dos culebras, enredadas en un intenso placer. Él domina. Ella se adapta. Recorre su cuerpo blanco y se le monta encima. O la tira contra la pared, y le encaja el pene. Apenas vi que le hiciera sexo oral. Solo en una de las últimas escenas. Héléne está acostada en la escalera, Alexandre le alza la falda, y hunde su cabeza entre sus muslos. Entonces se abandona, gime en un explosivo orgasmo.
Todo se complica, cuando empieza a necesitarlo con más urgencia, se enamora. Debe estar a expensas de su deseo y tiempo. No puede decidir. Permanece como si fuera un robot, hace sus tareas cotidianas, sus compras, va al cine, sale con amigos; sin embargo, confiesa que no es ella, sino un reflejo opaco de su propio ser. Su cuerpo y mente, toman forma al aparecer su amante.
En un bar, su mejor amiga le hala las orejas. Aferrada a una posición feminista, le expone que las mujeres no necesitan a los hombres para ser felices, trabajan y son profesionales, se mantienen. También pueden tener hijos de un banco de esperma.
De repente, él deja de llamarla, ella entra en crisis. Viaja a la ciudad natal de Alexandre a buscarlo. Cree verlo y persigue fantasmas. Rostros ajenos. Se trastorna, acude a los sedantes, abandona el trabajo, el cuidado de su hijo…
No soy nadie para dar una opinión. Y mucho menos juzgarla. Porque yo pasé por lo mismo. Cómo Alexandre, el personaje de la cinta, Alain poseía buen físico, y unas nalgas espectaculares.
¿Quién no ha sido víctima de una pasión insana? La persona que no ha pasado por esto, que lance la primera piedra.
Nosotros andábamos por ahí, como dos descerebrados. Pasábamos madrugadas enteras sin dormir, en pleno éxtasis. Mirábamos, acaso, dos lunas, experimentamos con la yerba mágica, el vino. Éramos eyaculación y orgasmos. Sexo en el portal, en la escalera, en la azotea del edificio de la esquina. Íbamos al cuarto de su abuela, en el solar; cuando ella iba a hacer visitas, o a la iglesia. Cualquier sitio servía para probar el mantecado. Quizás fuimos caballos salvajes, en medio de una sabana interminable, para explorar y correr.
Ahora mismo, analizando el asunto, solo teníamos “eso” en común. A él no le interesaba el cine, la literatura, ni salir a ningún lado. En una ocasión lo convencí para ir al Chaplin. Exhibían Farinelli il Castrato. Fue la única vez que asistimos a la sala oscura.
Como Héléne, yo era mucho mayor que él. Me tenía embobada, alelada. Era imposible cumplir bien mi trabajo, tuve problemas. Dormía solo tres o cuatro horas, para entrar a la librería a las ocho de la mañana.
Debía organizarlo todo. Colocar los libros en exposición, darle de baja y entrada a los ejemplares. Contar el dinero de la caja. Muchas veces pasé tremenda pena, pues los ojos se me cerraban delante de los clientes. No podía recomendarles títulos.
Fueron nueve meses juntos. De follar hasta dormidos. Hasta que, por una acción divina, los hechos se trastocaron. Su propia tía, que era mi vecina, me contó. Me convertí en Phillip Marlowe, lo vigilé, para verlo salir del edificio donde vivía con su novia. Llevaban cinco años de relación. Ella era la hijita consentida de un coronel, y lo mantenían, como a un gigoló.
Esa misma noche salieron juntos, caminando por la calle 23. Iban conversando tranquilos, despreocupados. Después entraron al restaurante Pekin. Yo me fui. En mi interior, solo pensaba en quitarle la careta.
El embrollo se develó poco a poco. Alain no disparaba un chícharo. Vago, jugador de cartas, apostador de la bolita; a estas cosas se dedicaba el HP.
Sin escarmentar por cabeza ajena, seguí recogiendo las sobras, con tal de no perderlo. Fueron meses contradictorios, llenos de peleas y reconciliaciones. En mi historia, los excesos y los errores se multiplicaron. La degradación me hizo caer en el ridículo, porque incluso, le daba dinero para sus apuestas.
Algo inesperado pasó, me percaté que estaba embarazada. Ni siquiera lo pensé dos veces; fui al hospital González Coro, para que me hicieran los análisis. A las ocho semanas me practicaron un aborto. Se lo dije más tarde. No escuché una palabra de protesta, o de compasión. Estaba tranquilo, sin emociones aparentes.
No separamos. Ya no había nada que salvar. Al transcurrir varios años, conocí a alguien a quien realmente le importaba. Y como sucede en estos casos, aún estaba latente la vieja espinita. Volví a verlo. Tuvimos sexo. No sucedió nada relevante, ni mágico.
En ese instante comprendí que, finalmente, había enterrado al muerto. Igual que hizo Héléne.
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