En las últimas semanas el mundo asistió en vivo primero al mayor fraude electoral registrado por la accidentada historia de la democracia en las Américas y después a la feroz represión que se mantiene hasta hoy. A pesar de ello, el proceso que se ha puesto en marcha, protagonizado por millones de venezolanos en las urnas y en las calles “no tiene vuelta atrás”. En el corto-medio plazo, Venezuela será libre o será totalitaria a nivel castrista. Occidente debe apostarlo todo a la primera opción. No le quedan muchas más oportunidades.
Empecemos por lo obvio. Las actas que salieron de las máquinas del oficialista CNE en los colegios electorales el día 28 de julio y que fueron firmadas por los testigos de mesa y publicadas por la oposición y continúan disponibles para ser verificadas, demuestran que el pueblo ha dado un mandato claro: y Edmundo Gonzalez es el presidente electo de Venezuela. La declaración de España, junto a otro importante grupo de países europeos pidiéndole “inmediatamente” las actas a Maduro el 4 de agosto, debe ser seguida “de inmediato” por el reconocimiento oficial de la victoria de Gonzalez por parte de todos estos países. A su vez, la Habana y sus socios ¾Irán, Rusia y China¾ no titubearon en mandar sus felicitaciones al tirano.
Los cubanos no somos ingenuos. ¿Como podríamos? Si lo hemos intentado casi todo para ser libres y junto a la persecución más brutal hemos enfrentado la inacción o la complicidad de casi todos en lo que llaman la comunidad internacional. Gracias a Dios los venezolanos han corrido con mejor suerte en eso de la solidaridad. Pero mejor no significa suficiente y estos tiempos extraordinarios requieren acciones contundentes.
Mientras, las democracias europeas y latinoamericanas se deciden. Maduro actúa con puño de hierro bajo la tutela del régimen cubano. Los servicios de inteligencia de La Habana, que llevan más de 25 años infiltrados en todos los ministerios y que ¾según Naciones Unidas¾ controlan la contrainteligencia militar de ese país, han asesorado la ola de violencia contra la población. Maduro sabe que trabaja contra el reloj para estabilizar su régimen del terror. La estrategia de sus aliados es extender el tiempo extra.
Siguiendo el ejemplo de los Castro, la dictadura utiliza la ley, los jueces y las fuerzas del orden para ejercer el terrorismo de estado persiguiendo a los opositores con causas fabricadas. Al igual que Díaz-Canel, Maduro y Cabello amenazan públicamente y llaman impúdicamente a la violencia contra los manifestantes. Como en Cuba, la policía política en Venezuela recurre a videos de redes sociales para identificar y secuestrar a los organizadores en sus hogares tras las protestas. Para rematar, ya han comenzado a anular los pasaportes de activistas y manifestantes tal y como ha hecho por décadas el castrismo a través de diferentes medidas, en una táctica exitosamente exportada también a Nicaragua.
Los paralelos entre Venezuela y Cuba no se reducen a la administración del terror. Si bien es distinta, la estrategia de María Corina Machado posee similitudes con aquella iniciada a finales de los 90 en Cuba a la que Oswaldo Payá llamó Proyecto Varela y que proponía cambios en las leyes para garantizar derechos fundamentales nominalmente presentes en la constitución entonces vigente. En el caso cubano se trataba de una iniciativa que concluía con la realización de un referéndum vinculante, un voto general para cambiar el sistema en Cuba. En ambos casos se emplea la estrategia electoral para intentar activar una transición democrática. En Venezuela, aunque en situación de clara desventaja, de manera absolutamente desbalanceada, sin garantías y bajo represión, fue posible llevar adelante un proceso electoral, no libre, pero al menos competitivo en el que la mayoría pudo expresar su voluntad. En Cuba, Fidel violó su propia Constitución para impedir ese proceso. En ambos casos, la movilización de la ciudadanía era tan importante como ganar las votaciones y demostrarlo. En Venezuela, la existencia de partidos políticos y la posibilidad de hacer campaña en las calles además de en las redes jugaron un papel esencial, en Cuba era un delito poseer un celular y aun así decenas de miles de cubanos sumaron su firma por la libertad. Las respuestas de ambos tiranos han sido incumplir sus propias reglas y maximizar la represión. A los cubanos, salvo simbólicas excepciones, el mundo nos dejó solos, con los venezolanos la historia aún puede ser distinta.
Los pueblos de las Américas pagaron caro el abandono de sus gobiernos al movimiento democrático cubano de principios de los 2000. Desde entonces, el régimen castrista expandió su influencia e injerencia en América Latina: creó varios cuerpos represivos en Venezuela donde juega hasta hoy un rol fundamental en la mantención de la dictadura; exportó el modelo a Nicaragua; fue decisivo en la creación y el diseño de las crisis migratorias más gigantescas que haya sufrido nuestro continente, con la consecuente expansión del crimen organizado, el tráfico de drogas y de seres humanos en toda la región y hacia los Estado Unidos; actúa como operador de Rusia y China a este lado del Atlántico, entre muchas otras agresiones o amenazas. En esencia, demostró una vez más que su existencia es incompatible con la estabilidad democrática, la paz y la seguridad en nuestro hemisferio
En el mismo periodo, a nivel interno, los Castro cerraron toda grieta legal que pudiera ser usada para iniciar una transición, y ante la impunidad de la que gozaban ¾ y gozan ¾ en el 2012 mataron a Oswaldo Payá en un intento por deshacerse de la alternativa. En esto último fallaron, pues los cubanos seguimos queriendo ser libres y decidir nuestro futuro. Damos continuidad al Proyecto Varela a través de la Campaña de Cuba Decide por un Plebiscito Vinculante. O sea, un voto nacional sobre el cambio de sistema del comunismo a la democracia. Sabemos que, para forzar a la tiranía más longeva del continente a irse, además de la movilización ciudadana necesitamos un par de aliados internacionales dispuestos a amenazar los intereses de los generales en el poder. Esos aliados tampoco estuvieron cuando las movilizaciones masivas del 2021 y la respuesta fue el mismo terrorismo de estado que hoy se aplica en las calles de Caracas.
Con todo, la epopeya ciudadana liderada por María Corina Machado ha puesto a los venezolanos a una jugada de distancia del jaque mate a su régimen. Los que dicen que las dictaduras no salen con votos, desconocen que estos han sido un elemento clave en decenas de transiciones a la democracia en el mundo. Sin embargo, los votos no han sido lo único. Las dictaduras solo se quiebran bajo presión. En este caso, la voluntad popular expresada en elecciones junto a la movilización no violenta de una amplia vanguardia ciudadana en las calles, debe ser complementada con el apoyo externo para convertirse en la amenaza creíble sobre un grupo de personas que de otra manera está dispuesto a mentir y a matar para mantener su poderío.
Hasta ahora los militares han preferido continuar del lado del dictador. Los altos mandos están conformados por aquellos cuya sumisión les ganó el pase en todas las purgas anteriores y es conocido su involucramiento en negocios ilícitos. Se mueven por coerción o por intereses, al menos estos últimos pueden ser afectados desde afuera. En adición, tanto las tropas como sus generales han sido testigos de las torturas y los otros castigos que los servicios cubanos infiltrados en las fuerzas armadas ejecutan contra los oficiales disidentes. En ese escenario ya están dadas casi todas las presiones e incentivos que la oposición y la ciudadanía pueden efectuar sobre los militares para que decidan dejar de reprimir o se unan a las protestas, pero faltan las que pueden efectuarse desde la comunidad internacional.
En La Haya deben expeditar el proceso contra Nicolás Maduro y también contra los Castro y sus oficiales por los crímenes de lesa humanidad cometidos en Venezuela. Los Estados Unidos, los gobiernos no cómplices de las Américas, y también Europa, deben implementar ya acciones de máxima presión económica, diplomática y de toda índole sobre el dictador y el resto del liderazgo del régimen. Esos que hoy creen que su salvación es aferrarse al poder deben ser convencidos de que les conviene más someterse a la decisión soberana del pueblo venezolano e irse que enfrentar las consecuencias de sus crímenes. La cuenta regresiva en la cabeza de Maduro y su círculo puede y debe ser iniciada ya.
María Corina, Edmundo y el bravo pueblo venezolano están haciendo el trabajo más difícil. Dios libre a nuestro continente de no aprovechar esta oportunidad histórica para aliviar el sufrimiento de esa nación hermana y al mismo tiempo obliterar el mayor de los tentáculos del pulpo criminal que tiene su cabeza en la Habana. Decapitar al pulpo será el próximo paso.
* Artículo original: “Jaque mate a Maduro”. Publicado en El Mundo, el 21 de agosto de 2024.
Saluden a la princesa
Leo ‘Tía buena. Una investigación filosófica’ (Círculo de Tiza, 2023), de Alberto Olmos.