No tengo televisor. Hace años vendí el que tenía. Y no me arrepiento. Así que siempre me sorprende la presencia de este aparato en la sala de una casa cuando cumplo con alguna visita.
La última vez que me tocó estar frente a uno, me impactó lo enorme de la pantalla, esa obsesión tecnológica por competir con la realidad. O desafiarla.
Enseguida identifiqué las imágenes. Se trataba de la película cubana Una novia para David. Qué inmersión al pasado en centésimas de segundos. Cómo no recordar cuando la vi en el cine, a mediados de los 1980.
Qué poder tiene la atención, que te traslada sin usar ningún vehículo. Ver el mundo otra vez como lo percibía a mis veinte años. Esos actores de entonces, con quienes compartía más o menos la edad, ¡qué inocentes éramos!
Nos sentíamos parte de lo que creíamos un proyecto de país, seguros y orgullosos de contribuir al proceso. No con las etiquetas políticas que nos imponían, no. Simplemente como la generación que se sabe protagonista de turno en la danza de la historia.
Ya había ocurrido el éxodo del Mariel. Nos habían dividido en dos bandos: revolucionarios y contrarrevolucionarios. Pero nos reíamos de aquello sin tomarlo en serio. Yo, que tuve la suerte de no presenciar ningún mitin de repudio, escuchaba los rumores de los gritos, los acosos, como los ecos de una guerra que no me incluía. No sé ahora si era una estrategia de autodefensa.
La juventud es egoísta por instinto, incluso si se sumerge en alguna causa idealista. Es la vanidad y el impulso del ego los que nos empuja a correr peligros, ignorando la angustia de nuestros padres.
Ahora, con la mirada permeada de escepticismo y hastío, me pregunto: ¿quién dijo que ese era el cine que nos representaba? ¿Que esos eran nuestros conflictos?
Aparte de la búsqueda del amor, la vocación, la lucha por aceptarnos a nosotros mismos, no éramos diferentes a los jóvenes del Primer Mundo. Queríamos explorar al máximo las sensaciones. Queríamos viajar, conocer, triunfar. Queríamos encontrar nuestra identidad física y existencial.
Pero la Revolución pesaba sobre nuestros hombros con una gravedad siniestra. No era una abstracción, como preferíamos pensar, por seguridad. Era un grupo de personas que se beneficiaba con un sistema de administración desastroso, que iba arrasando con todo: la economía, los valores sociales, morales, religiosos.
La aspiración a una forma más plena de libertad (la raíz de la subversión que inició aquel movimiento), como los cuerpos bajo el paso de las olas, se iba desintegrando.
Nos engañábamos pensando que los modelos de progreso impuestos oficialmente (la Unión Soviética, Checoslovaquia, Hungría, la RDA…) eran efectivos.
Al menos, los miembros del CAME (Consejo de Ayuda Mutua Económica, organización de cooperación formada en torno a la URSS por países socialistas para fomentar las relaciones comerciales) nos parecían accesibles. Ya fuera por medio de una carrera universitaria, o a través de programas que permitían viajar a la Europa socialista con el fin de trabajar en la producción durante cuatro años. Y volver cargados con todo lo que pudiera importar a nuestras vidas un poco de progreso y de confort.
No sabíamos cuán cerca estaba el desplome del Muro de Berlín, echando abajo toda aquella utopía. Y nosotros, la isla caribeña que se alimentaba de esas potencias, quedó a la deriva, esperando en secreto que la sacudida también nos alcanzara.
Pero todo lo que vivimos fue una crisis brutal y una protesta civil sin precedentes: el Maleconazo. Y ese mar, testigo silencioso del descontento, se llenó de balsas, de sueños y de cadáveres. El éxodo de 1994, como el del Mariel en 1980 y el de Camarioca en 1965, constituyeron oportunas válvulas de escape.
La historia de ese éxodo, de esa sangría ya naturalizada, la encarnan los actores de la misma película que estaba viendo. Una novia para David, como casi todo el cine y la televisión en Cuba, muestran procazmente en qué se convirtió el proyecto de país que creíamos protagonizar.
Después del parteaguas que fue el Período Especial, todos esos actores fueron emigrando.
María Isabel Díaz Lago, la gordita de la trama, que con su autenticidad consiguió triunfar sobre la chica más codiciada de toda la beca, continuó su carrera en España. Su amiga en la película, la actriz Thais Valdés, y el amigo de David (Francisco Gattorno), se establecieron en México. Al igual que el popular actor de telenovelas César Évora, quien tiene un pequeño rol en este filme, Gattorno ha tenido una carrera muy exitosa en la tierra azteca.
Como dato curioso, Thais Valdés protagonizó años más tarde el filme Nada de Juan Carlos Cremata, donde interpreta a una joven que se debate entre el impulso de irse de Cuba o quedarse. Hay unas palabras muy representativas incluidas en esa cinta, por medio de una carta que recibe su personaje: “Y si todo el mundo se va, nadie nunca cambia nada”. Palabras que han resultado proféticas.
Usando como referencia la historia de Una novia para David, en la vida real la sinceridad condujo a cada uno por derroteros muy distantes del idealismo. Quizás con la excepción del propio David, el alumno nuevo, un cándido provinciano interpretado por Jorge Luis Álvarez.
Amigos cubanos residentes en Estados Unidos me han dicho que lo han conocido allá, por medio de un programa cristiano donde él orienta a inmigrantes recién llegados sobre las diversas formas de ayuda y el proceso burocrático.
“David” fue el único que abandonó el mundo de la actuación. Los demás siguieron brillando, lejos de las salas de los cines cubanos, donde los conocimos y nos hicieron reír, llorar, confiar… Donde hoy los extrañamos.
Únicamente Edith Massola, que interpreta en el filme a la chica más codiciada, permanece en Cuba y ha tenido éxito como locutora en un programa televisivo muy popular, manteniendo una actitud de abierta adhesión al gobierno.
La escritora Reina María Rodríguez tiene un poema donde habla de sus dos agendas de teléfonos: una con la lista de amigos dentro de la Isla y otra con los amigos afuera.
La segunda lista se va llenando cada vez más. La primera se va vaciando, por el exilio o por defunciones. Finalmente, ella también se fue y actualmente vive en Miami.
Cuando terminé mi visita y me despedí, dando la espalda al televisor y a la película, me preguntaba: ¿cómo sería Cuba si Fidel, en lugar de intentar preservar a toda costa un modelo económico fallido, hubiera cedido a una transición pacífica como lo hicieron los otros países del CAME?
Incluso con todas las probables deficiencias, sin duda el cine y el arte cubano en general habrían encontrado una vía para reflejar su búsqueda real del progreso y la identidad. Pero tendríamos un arte y un país en ciernes.
Y tendríamos actores que no se verían forzados a adaptarse a historias de contextos ajenos, ignorando involuntariamente el desmembramiento persistente y todo el dolor que constituye hoy mismo la patria abandonada, cada vez más sola en su intento de no ser barrida por las fuerzas de la obcecación, la destrucción, el olvido.

El apocalipsis somalí
“Fue Castro quien arrastró por primera vez a la URSS al continente africano —sin pedir permiso, cabe añadir— al enviar tropas cubanas en apoyo del MPLA”.