1.
Últimamente, se ha puesto de moda calificar a Luis Manuel Otero Alcántara de artista naif. Nada más inexacto. Luisma es el consumado artista plástico de su época: naif es más bien la crítica prejuiciada que interpela su obra.
Cuando hablo de prejuicio me refiero a la novísima normativa reaccionaria, de la que ofrezco una muestra a continuación:
“[Menganito] es dueño de una práctica arqueológica en la que la historia natural de la destrucción habilita un lugar para posibles sin tasarla en los pedestales de la Historia… Dicho en otras palabras, no hay manera de atravesar la latencia de la posibilidad en la realidad sin la capacidad de ser leído por los residuos inconexos que, en potencia, emergen de una franja de tiempo”[1].
Utilizo el término “reaccionario” a propósito: la nueva crítica es reactiva, y arranca de un inventario de conceptos recursivos, automáticamente reciclables. Es el tipo de monserga que esquivaré en estas notas.
Si tuviera que echar mano de un concepto, apelaría al de art brut, surgido en el ambiente de los coleccionistas de obras hechas por “pacientes psiquiátricos, vagabundos, niños con retrasos mentales, adictos, borrachos y depravados”[2] (De Broglie, Klee, Vasek), ya que solo a un enajenado se le ocurriría enfrentar artísticamente la paranoia castrista.
La maquinaria paranoica es arcaica, ineficiente y ciega, y está programada para incurrir obsesivamente en los mismos errores. Sus llamadas “tareas de ordenamiento” podrían definirse como las manías de un organismo afectado de trastorno obsesivo-compulsivo que se dedicara a desarreglar y arruinar en vez de componer y planificar.
Luisma consigue la representación de ese modelo mediante el “desarreglo de todos los sentidos” (una suerte de nonsense), ya sean estos de tipo ideológico, histórico o estético. Luisma es otro “loco de Castro” (Guillén, Rosales, Ariza), el yuródivi de la nueva revolución espiritual. En un medio artístico corrupto, Luis Manuel Otero Alcántara apela a los ideales. Es el copo de nieve de una conciencia cívica vulnerable e impoluta.
2.
De hecho, el “luis”, o el “luisma”, ha devenido la nueva moneda de cambio artística (patrón de oro). El valor cambiario establece una importante disparidad entre las intervenciones de Tania Bruguera, que pertenecen a una etapa previa de lo performático, aceptada y premiada por museos y fundaciones, y la obra marginal de Otero Alcántara.
Bruguera reformula la idea ochentista del “arte calle” a las puertas de un salón de estar clausurado a la necesidad histórica y agrisado por el paso del tiempo, donde la artista recita el ladrillo de Los orígenes del totalitarismo, de Hannah Arendt, apoltronada en un sillón de mimbre.
Este tipo de performance libresca ocurre en el aislamiento artificial de la galería. La irrupción de los curadores del Ministerio del Interior, con sus martillos hidráulicos, impone la exteriorización (por un acto de pura contingencia museable) de lo políticamente reprimido. La policía consuma la simbiosis de Lenguaje y Poder esbozada en la monserga académica.
Por su parte, Luisma interviene el discurso castrista con sucesivos gestos carnavalescos. El carnaval político expresado como problema de selfies: la mulata de fuego, la cabeza en el cartucho, la carne bañada de excremento. Luisma organiza un partido como comparsa, con elenco de cabezas parlantes en “directas”: un simulacro de lo presencial que fuera, al mismo tiempo, ensayo de democracia participativa.
La retórica regresa al foro en las voces de Anamely Ramos y Omara Ruiz Urquiola: sus declaraciones son relecturas histriónicas de La Historia me absolverá (la ergástula abarca ahora las dimensiones teatrales de la isla). El logos vinculante incluye lo agropecuario (Ruiz Urquiola), lo penitenciario (Osorbo) y lo termodinámico (Bisquet).
3.
Los lanzamientos de Luis Manuel Otero Alcántara ocurren en escenarios espectaculares, a la manera de los “gestos filosóficos” deleuzianos. Para Luisma, lo mismo que para Carlos Martiel (más sobre Luisma y Martiel enseguida), el cuerpo exhibido es el gesto.
La defenestración de Deleuze desde el tercer piso del apartamento en la avenida Niel, en París, y la huelga de hambre de Damas 955, que pudo haber puesto fin a la anécdota contrarrevolucionaria, son ejemplos de los “aforismos vitales que son al mismo tiempo anécdotas del pensamiento” postulados por el filósofo francés en Lógique du sens (1969).
En el primer tomo de Así habló Zaratustra, el volatinero cree que el bufón malévolo que le ha puesto una zancadilla es el culpable de su caída (Untergang): “Desde hace tiempo, sabía que el diablo me haría caer. Ahora me arrastra al infierno”. El saltimbanqui estrellado es la metáfora del dios muerto. Mientras agoniza en la plazoleta, Zaratustra le enseña que no hay diablo ni infierno, que solo existe la nada: “Tu alma morirá mucho antes que tu cuerpo”.
La disidencia cubana proclama nada menos que la muerte de un dios, pues también el alma de la nación (“a quien todo un dios prisión ha sido”)[3] expiró mucho antes que el cuerpo político. Luisma es el último hombre, el que recorre La Habana a pleno día cargando en sus hombros el “perro muerto” (toten Hund) del castrismo. “¿Quién viene a mí y a mi mal dormir?”, pregunta el pueblo; y Luis Manuel, como un Zaratustra mulato, le responde: “Un ser vivo y un muerto”[4].
4.
Georg Brandes resume el concepto nietzscheano de “cultura filistea” en el siguiente pasaje de su Ensayo sobre el radicalismo aristocrático (1889):
“El filisteo cultural considera su propia educación impersonal como la cultura auténtica. Si le han dicho que la cultura supone un sello de homogeneidad, esto le confirma la buena opinión que tiene de sí mismo, ya que en todas partes encuentra personas educadas de su misma calaña, así como universidades y academias adaptadas a sus requerimientos y organizadas según el modelo de su educación. Debido a que en cualquier parte halla las mismas convenciones tácitas con respecto a religión, moralidad y literatura, así como al matrimonio, la familia, la comunidad y el Estado, considera demostrado que esa homogeneidad impuesta es cultura. Jamás le pasa por la cabeza que el sistema de filisteísmo bien organizado, instituido desde arriba e implantado en todas las redacciones, de ninguna manera es cultura solo porque sus órganos funcionen concertadamente. Ni siquiera se trata de cultura mala, dice Nietzsche: es barbarismo consolidado hasta el límite de sus habilidades, pero sin la lozanía y la fuerza salvaje del original”.[5]
El peligro sigue siendo la dictadura plebeya, el barbarismo instituido desde arriba y consolidado hasta el límite que prohíbe fumar, disentir, dudar, y decir “negro” y “todos”. Cuba no debe permitirse, bajo ningún concepto, la caída en el guevarismo renormalizado que retorna a sus orígenes como filisteísmo de corte puritano: sería preferible que se abandonara al castrismo salvaje de una maldita vez.
5.
Existe el peligro de que el pensador crítico, el disidente y la artista contestataria recaigan en el filisteísmo cultural antes de haber logrado su completa emancipación. Para el artista cubano, declararse de izquierdas supone una toma de partido ad nauseam: el gesto filosófico como petición de principio. Grasa, jabón y plátano (2006), de Wilfredo Prieto, expone el peligro de apartarse del trillo, pues cualquier desviación aísla del público, los marchantes y las subvenciones.
Prieto elige ver el vaso medio lleno y no medio vacío porque, entre uno y otro estado, la caída de precios tiende a la nulidad LMOA. Cuando Prieto alza un cartel pintado a mano que pide el fin del bloqueo, el valor cambiario y la nulidad retórica se tocan, provocando un corto circuito. El equívoco de Prieto va dirigido a las instituciones financieras y las fundaciones artísticas del mundo libre, no al Politburó.
El intelectual de izquierda en nuestro medio no hace más que retardar y embrollar el proceso político y frustrar la solución final del problema castrista, pues resulta evidente que, en el caso límite cubano, la única opción viable es la asonada militar seguida de un período más o menos extenso de proscripción del castrismo. El pensador de izquierda es el auténtico enemigo de la “democracia”, presumiendo que esta aún tenga sentido en el escenario contemporáneo latinoamericano.
Si es verdad que, como dice Carl Schmitt, la regla no prueba nada y “la excepción lo prueba todo”[6], entonces a los cubanos les queda todo por probar y ninguna regla que respetar.
6.
Mientras las auras tiñosas de la crítica sobrevolaban el cadáver de Luisma, el Poder preparaba su respuesta a las más recientes provocaciones. Ese revoloteo no tuvo nada de macabro: un festín mortuorio remata cada gesto filosófico.
“Somos todavía demasiado competentes, y nos gustaría hablar en nombre de la absoluta incompetencia. Alguien nos preguntó si habíamos visto alguna vez a un esquizofrénico, no, no, no hemos visto jamás a un esquizofrénico”.[7]
Con la última huelga de hambre arribábamos al punto en que, por así decirlo, Moringa se encuentra con Quaker Oats. El Poder respondía a la ofensiva político-cultural contrarrevolucionaria con un viejo artilugio de los años noventa: el despliegue del modelo “El Encanto” por los comandantes, o la hambruna servida en traje-y-corbata.
En la historia del arte cubano falta el catálogo razonado de las políticas de indumentaria castristas, desde el Santa Claus asediado por elfos barbudos, de 1959, hasta el Rasputín en ushanka de las viñetas invernales rusas de los sesenta. Existe un Fidel Mid-Century con gafas Calobar y mejillas Gillette; y otro ochentoso, tan recombinable como una fiambrera Sottsass. Últimamente, el doctor Castro reapareció en escena transformado en doctor Chiringa.
Érase un basquetbolista incompetente y un center field en chándal. Érase el cuerpo-sin-órganos de la mecánica guattariana. Érase la ineptitud encarnada en un ingeniero de almas. Érase el “arcaísmo técnicamente equipado”[8]. Contra ese efecto especial se lanzaba Luisma en la acción suicida del kubanischer Hungerkünstler.
7.
Los negros solo tienen su desnudez para oponer al chifforobe castrista. Carlos Martiel se prende medallas angolanas en el pellejo puro, presta el hombro esculpido a la pata de una mesa donde meriendan los curadores del art brut. Imaginemos a Luisma en su traje de excremento sosteniendo la tabula raza del convite museístico[9]. Consideremos las diferencias entre lo institucionalizado y lo cimarrón.
Idealmente, Tania Bruguera pudo haber renunciado al Premio Arnold Bode en favor de Luis Manuel Otero Alcántara, propinándole de esa manera el espaldarazo que lo catapultara al plano documenta. Con un solo gesto político, Bruguera habría blindado a LMOA y expandido el alcance de su foco guerrillero.
8. (Teoría del foco)
Frente a Kcho, Castro fue el creador de la balsa; frente a Martiel, el León de Etiopía y el inventor del negrismo. Encarado a Luisma, es el administrador del destierro como arma biológica: el Calixto García es su Hialeah a menos de noventa millas, con rancho en bandeja y remedo de Medicare. Armado de fenobarbital y electrochoques, Fidel es un Freddy Krueger colado en las pesadillas de Segismundo. (Mientras no corra la sangre, el art brut seguirá siendo sucedáneo y cortina de humo de la democracia naif).
Para Julio Llópiz-Casal.
© Imagen de portada: Cortesía: Yanelys Nuñez Leyva.
Notas:
[1] Gerardo Muñoz: La imagen chamánica de Lester Álvarez, Incubadora Ediciones, 2021.
[2] Benjamín Labatut: Un verdor terrible, Anagrama, 2021.
[3] Francisco de Quevedo: Sonetos, La Biblioteca Digital, 2014.
[4] Friedrich Nietzsche: Así habló Zaratustra, Prólogo VIII, Alianza Editorial, 1972.
[5] Georg Brandes: Nietzsche: An Essay on the Aristocratic Radicalism, 1889.
[6] Carl Schmitt: Political Theology, The University of Chicago Press, 1985.
[7] Gilles Deleuze y Félix Guattari: Anti-Oedipus: Capitalism and Schizophrenia, Penguin Classics, 2009.
[8] Guy Debord: La Société du Spectacle, Éditions Gallimard, 1992.
[9] Carlos Martiel: Basamento, CIFO Art Space, Miami, 2016.
Nace una estrella: Humberto López contra Yeilis Torres Cruz
Prometo volver a ocuparme de Humberto: ese compañero necesita atención. Este trabajo sobre su encuentro con Yeilis es solo la introducción a la discusión de su programa ‘Hacemos Cuba’: sus mentiras, sus distorsiones y su incitación a la violencia y la represión. La próxima vez, Humbertico, nos vemos en el estudio.