Todo el que me ha visto alguna vez sabe que soy un tipo deportivo. Y no sólo por mi atuendo informal.
Mi aspecto no es el del clásico escritor o nerd: flaco desgarbado o gordito informe. Empecé a ejercitarme sistemáticamente en la temprana adolescencia, corro por el Malecón varias veces por semana, y desde que, hace ya más de cuatro décadas, en mis años de judoka, descubrí los beneficios del entrenamiento con pesas, acudo un par de horas diarias al gimnasio, para sudar con barras y mancuernas, de lunes a viernes.
Eh, que se enteren otros intelectuales: no sé si será por lo de mente sana en cuerpo sano, pero es, entre serie y página leída en mi inseparable ebook (sí, me lo llevo al gym siempre) que se me ocurren las mejores ideas para cuentos y novelas. Lo he comprobado.
Paralelamente a mi periódica asistencia al gym, poco a poco, con paciencia, ahorrando y gracias a la generosidad de algunos amigos, he logrado hacerme con un pequeño “módulo atlético de emergencia”. Mi salvavidas personal, cuando no puedo ir o está cerrado el templo del músculo.
Me resultó muy útil, por ejemplo, en noviembre del 2016, cuando aquella semana de luto riguroso por la muerte de Fidel Castro… Y entre abril del 2020 y noviembre del 2021, en los largos meses de la pandemia y el confinamiento, cuando toda aglomeración de personas estaba prohibida.
Cinco mancuernas, un eje de ferrocarril con dos ruedas de ascensor para incrementarle el peso, barras paralelas, barra fija y banco plegable de abdominales, constituyen mi pequeño tesoro. Más un par de tensores de muelles y un rodillo ¡también para abdominales! que a veces me llevo hasta cuando viajo. Sobre todo, si me alejo de casa por más de dos o tres días.
Debo aclarar que tampoco soy de esos obsesivos absolutos con la forma física que renuncian a ingerir cualquier clase de azúcar, con tal de no perder su six pack ¡me gustan demasiado los postres y el refresco de cola… y casi nunca he tenido los “cuadritos!
Pero sí me preocupo, cada vez que voy a algún evento literario, dentro o fuera del país, porque en el hotel donde me ubiquen haya gimnasio… Si se puede, claro. Que el pobre escritor cubano al que invitan y no paga tampoco puede estar poniendo demasiadas condiciones. A caballo regalado no se le mira el gimnasio… Digo, el colmillo.
Y también, lo que llaman “sala fitness” en muchos hoteles, no pasa de un mancuernero, un hércules y un par de máquinas de correr. Pero siempre es mejor que nada.
En fin; considero que tantos años sudando por voluntad propia me confieren credenciales más que sólidas para hablar un poquito de los gimnasios en la Cuba de hoy. Y de la particular fauna que asiste a ellos: una historia de intolerancia oficial, por un lado… y terca determinación de fortalecerse contra viento y marea, por el otro.
Los gimnasios existen, en la mayor de las Antillas, desde mucho antes del 59. Pero se vinieron a poner realmente de moda sólo en los tempranos 80.
Antes, ser fuerte era casi mal visto. En Cuba, ¿hombres tan preocupados por su físico? ¿y sin ser deportistas de alto rendimiento? ¡Maricones, seguro! Además, ¿para qué querrían estar tan fuertes, simples y honestos ciudadanos? ¿No sería para plantarle cara a la policía? ¡Posibles contrarrevolucionarios, atención!
El fisiculturismo cargaba con el mismo estigma que las artes marciales, en pocas palabras.
Pero, por un lado, las películas de kárate y kung fu y de danza (después de Chuck Norris y de Flashdance) y las campañas nacionales contra la obesidad y el sedentarismo; por el otro, se aliaron para empezar a demoler ese viejo y absurdo concepto del imaginario femenino; que los hombres elegantes eran sólo altos y delgados. Sin llegar a lo esquelético, pero hasta con una discreta barriguita cervecera, para que otras no se los vacilaran.
Mientras que los músculos y el sudor que implicaba desarrollarlos no eran tan sexys. Además, muchos “forzudos” se afeitaban el vello: ¡horror, en tiempos de virilidad pelo en pecho!
Las cosas han cambiado bastante desde entonces, por supuesto. Todavía muchas mujeres piensan que los cuerpos masculinos tipo fisiculturista, como los de Arnold Schwarzenegger (con o sin la espada de Conan el Bárbaro), o Lou Ferrigno (El Increíble Hulk… ¡sin efectos especiales!), ya caen en lo asqueroso.
Pero sus novios, maridos y amigos sueñan con brazos de 22 pulgadas y espaldas que no quepan por las puertas; no sólo con abdominales de lavadero. Un músculo cuyo atractivo para el “sexo débil”, por cierto, creo que se ha exagerado hasta pasarse de la raya, en estos tiempos: en los días dorados de Bruce Lee, ninguna doncella suspiraba tanto cuando la estrella de Hong Kong se quitaba la camisa, ¿tal vez porque era un chino bajito?
En lo que parecía el despegue económico cubano gracias al turismo, tras el Período Especial (o sea, antes de la pandemia y el descojonamien… perdón, reordenamiento monetario), los negocios de accesorios y ropa para el deporte, suplementos alimenticios y bebidas energéticas, de entrenadores personales y gimnasios, que mueven millones en el mundo, estaban apareciendo tímidamente, también en la Isla.
Así, de aquellos sitios oscuros y estrechos, casi siempre improvisados en sótanos o garajes, y con una dotación de toscas máquinas unidas con burda soldadura eléctrica (cuando las había), en los que se usaban como discos lo mismo ruedas de camión que otros fundidos de plomo o hasta cemento, se fue pasando a locales amplios y con aire acondicionado. Y la pequeña y fiel secta de quemadores o forzudos casi clandestinos que conversaban en una jerga que para otros era como sánscrito: prom press, squash, predicador, crucifijo, peck deck, prom declinado… se ha convertido casi en una casta privilegiada.
¡Viva la imagen! Los cuerpos atléticos triunfan sobre los cerebros avispados, en playas y discotecas. Al que no tiene auto, que le den bíceps y abdominales ¡y a la hoguera con la chica que peque de celulitis pública! Aunque los camioneros (esos reductos del machismo tradicional) la piropeen lo mismo, sobre todo si comprime sabiamente las masitas dentro de una lycra bien ceñida.
Pero hay que tener en cuenta, por otro lado, que, con EL HAMBRE (así en mayúsculas) que estamos pasando la mayoría de los cubanos, en estos momentos, sudar para deshacerse de las calorías tan duramente conseguidas ¡y pagando caro por hacerlo, además! resulta casi heroico, para la mayoría. O suicida, según se vea. Y, en consecuencia, es un lujo que no está al alcance de todos.
Hasta el 2020, casi la quinta parte de la población entre 15 y 50 años acudía con cierta regularidad a algún gimnasio. Lo que además del negociazo para sus dueños, había hecho florecer un verdadero abanico de tipos humanos, que trataré de definir a continuación.
Como dijo José Raúl Capablanca, las damas primero… y luego, los alfiles, las torres y los caballos… o las caballas.
En el gym hay algunas que se las traen… y también se las llevan. Y hablo de las libras. Son las gorditas a prueba de bomba atómica. Esas pobres infelices que, aunque se esfuercen disciplinadamente en los aparatos, tal y como les dicen los entrenadores, hasta sudar como boxeadores discutiendo el título mundial, o corran más en la caminadora que un cubano tratando de coger la guagua (¡cuando había guaguas!), aunque se envuelvan en sofisticadas fajas isotérmicas de neopreno, y varias capas de nylons y chaquetas aptas como para el invierno noruego, hasta parecer cebollas ¡y más gordas todavía!, no bajan de peso.
Ni un gramo. Y lo constatan llorosas en la báscula, antes de irse a consolar comiéndose una pizza, mientras les cuentan sus cuitas metabólicas a sus amigas.
Todo gimnasio tiene una o dos gorditas así, que no suelen durar más que unos meses, para desesperación de los dueños, que saben que son la peor publicidad posible para su negocio. Si por ellos fuera, las desaparecían o al menos las condenaban a liposucción obligatoria.
La contrapartida son lassuperflaquitas. No importa que sean modelos de éxito mundial en La Maison, ni que los turistas extranjeros les digan que se ven súper bien así, y que muchas mujeres en Europa quisieran tener esas piernas laaargas. Estamos en Cuba y ellas saben que, aquí, lo que tienen no pasa de tremendas canillas.
Así que ahí van, también disciplinadamente, a sudar esforzándose, sobre todo con las cuclillas, a ver si la Diosa de las Nalgas, disfrazada de Santa Claus, les hace un regalo por su constancia, ahora que viene la Navidad.
Todas son descendientes de Frank Sinatra: sin-ná-atrás, lo que en este país es gran tragedia, porque para el 99% de los hombres de la Isla, una mujer sin nalgas jamás pasará de amiga. Sobre todo, si además es sin-tética: o sea, sin novedad en el frente.
Lo de estas muchachas es una condena de nacimiento por culpa de un metabolismo muy rápido. Los entrenadores lo saben y se conduelen de ellas. Pero no se los dicen, claro. Al menos, mientras sigan pagando.
Y, como lo último que se pierde es la esperanza, ellas tampoco se resignan; las hay que hasta sonríen muy orondas y dicen que lo único que quieren es definir. Hasta que alguien las desmiente y las enfrenta a la dura verdad: los huesos son huesos y punto. No hay manera de definir una costilla. O un codo.
Pero, si las gordas y las flaquitas se aplican duro, entre miradas ocasionales de conmiseración de la mayoría masculina de asistentes a las iglesias del músculo, es sólo porque los ojos de todo macho-varón-masculino que se respete están clavados en la tercera categoría: las buenotas.
Esas féminas bendecidas por la lotería genética (o la cirugía plástica) que alegran la vista más que un mitin relámpago de payasos. Las que tienen de todo y todo en su lugar. O sea, que, al menos en teoría, no necesitarían ir a perder su tiempo al gimnasio, pero igual van. Al menos, de vez en cuando.
Mi difunta y moralista abuela materna decía que van sólo porque todas son tremendas pu… Pero ellas insisten con que van “a mantenerse libres de celulitis y definir”. Aunque, en realidad, la madre de mi madre no estaría tan desencaminada: lo que quieren es ver babearse por sus curvas a todo portador de cromosoma Y, tenerlos con las pupilas cosidas a sus formas, generalmente apenas disimuladas por las más modernas y ceñidas lycras que pueda uno imaginarse.
Porque ellas también son de las que tienen cinco juegos diferentes de ropa de gimnasio, una para cada día de la semana: el shortcito rosado corto a punta de nalga, el body azul, la bermuda de lycra morado, la trusa roja con el pantalón elástico del mismo color, etc.
Son un espectáculo no apto para hipertensos, ni para comunes atletas. Por supuesto, sólo hablan y se ríen con los entrenadores del gimnasio, que rara vez son también los dueños. O con los extranjeros de obvio poder adquisitivo.
No es que sean jineteras. No todas, al menos. Pero tienen bien claro que la calidad cuesta mantenerla. Así que hay que hacerlos pagarla bien.
Una subcategoría de las buenotas son lasbailarinas. No las de ballet, que ahí se entrena tan duro que ni los Seals de la US Navy, y rara vez se ven curvas muy pronunciadas entre las adeptas a los tutús, sino las de cabaret y de la TV.
Esas chicas viven de su físico y lo cuidan. Repito: tampoco es que todas se dediquen al oficio más antiguo del mundo, en contra de lo que se cree. Sólo saben que, sobre todo después de los 20 años de edad, cada humana no tiene el cuerpo que Dios le dio, sino el que personalmente ha trabajado.
Son las más sádicas, eróticamente hablando; apenas intuyen que alguien las está mirando (y toda mujer tiene un sexto sentido para captar esas miradas masculinas golosas) empiezan a hacer splits a granel, como para enseñarte lo que te estás perdiendo. Porque se mira y no se toca, ya sabes: ley de oro de los gimnasios mixtos.
Hay otras subcategorías de atletas femeninas incluso más específicas. Como lastembas que no se rinden a los años; lasrecién paridas voluntariosas, que no creen que un hijo sea motivo suficiente para conformarse con un vientre fláccido y lleno de estrías; y lasembulladas por sus amiguitas.
Las primeras y segundas se lo toman bastante en serio: metódicamente, controlan su peso cada semana, y se esfuerzan duro y con responsabilidad. Hasta que un día el espejo les dice que ya están bien. Entonces suelen perderse por un año, para regresar al siguiente, preocupadas de nuevo.
En cuanto a las embulladas, son maná caído del cielo para los dueños de gimnasio: vienen en manadas, pagan el mes entero con mucho entusiasmo y sudan divertidas, conversando como cotorras… el primer día. Pero, al segundo, ya se quejan de que les duele todo. Y muchas ni vuelven al tercero. Aunque, durante el medio año siguiente, continúan diciendo que van al gimnasio.
Bueno, al menos de coartada les servirá.
Mal común a muchas chicas atléticas es acudir al gym hiper maquilladas, ¡y hasta con pestañas postizas! Como si se creyesen inmunes al sudor. Por no hablar de las que se enfundan, muy orondas, en lycras con relleno en los glúteos y otras zonas erógenas
¿A quién piensan engañar? ¿O será cierto eso de que las mujeres se visten y se arreglan, sobre todo, para que otras mujeres no las vean descuidadas y se pongan a cuchichear, criticándolas?
Como era de esperarse en el país del machismo-leninismo, es entre los hombres donde mayor diversidad de especies exhibe nuestra fauna nacional del músculo. Los hay permanentes o de plantilla, y efímeros o temporales; cuesta trabajo hasta decidir por dónde empezar.
Podría ser por el experto teórico exagerado y en práctica decadencia. Generalmente, un temba de entre 40 y 50 años, y más o menos atlético. Parece dueño de un radar que le informa cada vez que alguien se dispone a usar por primera vez un aparato, aunque sea a un kilómetro de distancia.
Entonces se le acerca a mirarlo con aire crítico, murmura inevitablemente “así el músculo no te trabaja” o algo por el estilo, y acto seguido hilvana la contundente historia de cómo él estaba ahí el día en que inventaron ese aparato y que fue Míster Cuba en sus tiempos de la universidad, ¡si lo hubiéramos visto entonces…!
Lástima que luego tuviera que dejar el fisiculturismo por una lesión terrible que sólo superó con tesón y voluntad dignas de un monje budista. Y no, casi nunca tienen fotos para demostrar lo que dicen. Pero ¡ay de ti, si dudas de su palabra!
Por alguna esotérica razón, aunque naden en dinero, estos especímenes suelen usar shorts largos y remendados y viejos pulóveres que avergonzarían a cualquier pordiosero. Sus novatos y jóvenes discípulos los escuchan con respetuosa paciencia y siguen sus consejos. Hasta que dan media vuelta. Momento que aprovechan para, con magnífico criterio, hacer exactamente lo contrario de lo que ellos les recomendaron.
¿No se darán cuenta, esos fanfarrones ocambos de que, incluso si de verdad fueron todo lo que dicen (¡o precisamente por eso!) sus propias anatomías actuales, con panzas fláccidas y protuberantes, bíceps pellejudos y hombros caídos, son la peor publicidad para los métodos de ejercicio que proponen?
En fin. A menudo, los pobres viejos lo que quieren es más que nada conversar un poco. Y si vienen al gimnasio, en vez de quedarse jugando dominó de madrugada bajo el farol de la esquina (cuando no hay apagón), pues mejor para ellos: al menos quitando y poniendo discos hacen algo de ejercicio real.
Así que, siempre que paguen, y sobre todo que no exageren demasiado y se hernien en el paripé, los dueños y entrenadores los dejan tranquilos en su mecánica de las glorias pasadas y ayer maravilla fui…
La contrapartida del experto en decadencia bien pudiera ser el atleta lactante. Son esos adolescentes bonsais. O sea, nacidos y crecidos en los 90, con deficiencias alimentarias por culpa del Período Especial. Los que, con 20 años parecen de 14, sobre todo si se afeitan todo el cuerpo, según la última moda metrosexual.
Todos aspiran a “anchar la caja” y “echar brazos”, ahora que se usan otra vez los T-shirts y las camisitas bien apretadas. Por supuesto, nunca se acercan ni por casualidad a ningún aparato para piernas, con lo que el desfile de canillas está garantizado cuando salen en shorts pants.
Generalmente vienen en grupos, y cuando al cabo de unos meses se dan cuenta de que ninguno tiene los brazos de Arnold, también en grupo se desembullan y ni uno solo vuelve más. Eso, si no se alían antes al científico: el tipo que, sin discusión alguna, más sabe sobre anatomía, fisiología y musculación en todo el gimnasio. Siempre hay al menos uno por instalación.
Este es el que habla, y con tremenda autoridad, como sólo puede hacerlo un cubano que cree que sabe lo que dice, lo mismo de esteroides anabólicos y de catabolismo de los lípidos, que del omega-3 y la deposición de los ácidos lácticos.
Es el iniciado en los auténticos misterios del metabolismo humano. Que conoce de pe a pa el ciclo de Krebbs y el del piruvato, todo sobre la dilatación de las miofribillas y los fatbusters y batidos de aminoácidos. Es el que te puede recitar de memoria la lista completa de los Mister Olympia, con años y todo, desde los seis de Arnold, pasando por los siete de Lee Haney, los tres de Dorian Yates, los ocho de Ronnie Coleman, y por cuántos campeonatos ganados iba Jay Cutler cuando se lesionó sin remedio.
Cualquiera que lo oye hablar, piensa que es especialista en medicina deportiva o por lo menos bioquímico. Pero a menudo resultan ser ingenieros mecánicos, plomeros o cosa así. Y aunque algunos de veras lucen cuerpos que no avergonzarían al dios Apolo, la mayoría son el ejemplo vivo del “haz lo que yo digo y no lo que yo hago”.
Pero todavía peores sonlos farmacéuticos, esos genios del truco medicamentoso que están seguros de conseguir con química y magia lo que la tenacidad, el esfuerzo y la genética no pueden, o demorarían demasiado en otorgarles.
Casos extremos son los que se inyectan el famoso ¡y peligrosísimo! “aceite de maní” en los brazos, logrando el milagro de conseguir, en menos de un mes, extremidades superiores de usted unidas a escuálidos y aún infantiles cuerpos de tú. Aunque luego, en sólo un par de años, se les derritan.
Pero abundan más los que se atiborran desordenada e intuitivamente de creatina, glutamina, carnitina y otras inas, sin desdeñar esteroides.
Casi siempre crecen, ¡vaya si crecen!, como globos y en sólo semanas. Así que, enviciados, prueban más compuestos y más duros: inyecciones intramusculares de testosterona, o el siempre socorrido merobolt. Y suelen acabar aterrados cuando notan las consecuencias secundarias de su meteórica hipermusculación: que se les reduzcan los testículos, les salgan granos o se les caiga el pelo antes de los 20 años.
A esa hora, claro, vienen los llantos y “yo no pensé que fuera a pasarme esto”. Pero, ¿de qué se asombran? ¿No han visto el anime Full Metal Alchemist? ¿No recuerdan de ahí la Ley del Intercambio Equivalente?
Nada se obtiene gratis. Cuando de ejercicio se trata, los atajos acortan camino, sí, pero sólo hacia el barranco por el que se despeñan los incautos e impacientes.
Una subcategoría lamentable de los farmacéuticos son losfalsos naturales. Esos que en tres meses aumentan 20 kilos y pasan de apenas poder marcar en el prom con su propio peso a hacer 10 repeticiones con el doble de su masa corporal, como si tal cosa. Los supuestos bendecidos por la genética, a quienes les aparecen de la noche a la mañana músculos hasta en sitios donde ningún manual de anatomía los señala. Pero siguen diciendo que no, que ellos nada de doping, que son culturistas naturales.
En fin, en silencio ha tenido que ser, porque hay cosas que para lograrlas han de andar ocultas…, allá el que se los crea. Sólo se engañan ellos mismos. Los seres humanos no son inflables. Y hasta aquí las clases…
Otro personaje característico de los gimnasios cubanos es elgordo grúa. Grandote, masivo, con el torso cilíndrico y brazos tan gruesos como el muslo de cualquier humano normal. Da lo mismo si es un negrón o un blancón; el caso es que es XXL.
A menudo se rapa la cabeza y jamás se quita los pantalones de mono deportivo y el pulóver de mangas largas, porque no quiere enseñar sus roscas abdominales. Pero alza, muerto de la risa, 150 y hasta 200 kilos en prom, y hace cuclillas y peso muerto con el mismo peso. Siempre empapado de sudor, como cantaba Alfredito Rodríguez.
Aunque luego se zampa, muy tranquilo y sin dejar de sudar, un pan con bistec y dos maltas, mientras insiste en que él entrena sólo para aumentar la fuerza; no para tener buen cuerpo ni ninguna mariconada de esas. Lástima, únicamente, que los ojos se le vayan solos hacia cualquier brazo o abdomen bien definidos y sin rastro de grasa. Pero también se vale decir “las uvas están verdes”, ¿no?
Y ya que hablamos de ojos que se van solos, y para estar a tono con la comunidad LGBTI+ y la filosofía woke, también hay que mencionar a l@s otr@s, ¿les otres?, las musculocas.
¿Quién dice que los cubanos no luchamos contra la homofobia? Si, hace unos años, los gays apenas se atrevían a asomarse por esos calderos hirvientes de sudor masculino sobrecargado de testosterona que son los gimnasios (sobre todo, los que no tienen aire acondicionado), hoy acuden allí muy tranquilos y con tanto derecho como el que más.
Es fácil reconocerlos: siempre exhiben los mejores atuendos deportivos, mientras más ceñidos mejor, y a menudo también unos cuerpazos que ya quisiéramos muchos heterosexuales estrictos. Aunque a la hora de esforzarse duro de verdad, algunos más parecen pujar como parturientas que gruñir y resoplar como todo buen quemador que se respete.
En fin, a veces alguien los mira de reojo y hay hasta alguna que otra risita, pero nada más. ¿A que estamos progresando? Los Estados Unidos ya tuvieron un presidente mulato, ahora tienen (¡y por segunda vez!) a otro anaranjado, pero tal vez nosotros los superemos, en cualquier momento, con algún líder político de confesa homosexualidad…
Nota curiosa: nadie sabe por qué, pero parecen ser muy pocas las lesbianas que acuden a los gimnasios cubanos. Sobre todo, de las más hombrunas, esas comúnmente llamadas “bomberos”.
¿Quizás sea que los dueños y entrenadores las desaniman, para que no avergüencen a los hombres cargando más peso que nosotros, los que supuestamente somos el “sexo fuerte”? Valdría la pena preguntarles, a las pocas que van regularmente, por qué lo hacen y cómo se sienten.
Hablando de sexo fuerte, y ya que mencionamos arriba los atuendos deportivos, sería imperdonable no hablar del pacotillero comunicativo deportifan. El que llega con guantillas, faja de protección lumbar, iPhone de última generación con cronometro activado, termo de agua helada, termo con batido de proteínas, tenis especiales, short y camiseta de alta tecnología. A menudo, hasta con literatura de consulta: serias o no tan serias revistas de culturismo, como Musclemag o Flex.
Son meticulosos. Casi siempre llevan una libretica en la que anotan escrupulosamente los ejercicios que les tocan, cada día de la semana, y van marcando cada serie con crucecitas. Pero pasan los meses y no aumentan ni un gramo. Dicen, riéndose, que es porque tienen tres novias o juegan mucho fútbol por las tardes.
Aunque la verdad es que, antes que dedicarse a entrenar su cuerpo, prefieren hablar de cualquier cosa. Sobre todo, de deportes practicados por otros: del récord de goles no homologados por la FIFA de Messi; que si el Barça o el Real Madrid, el Bäyer-Münich o el Manchester United; que si el jiu jitsu brasileño arrasó en el último Todo Vale, pero habrá que ver si puede con los del muai thai este año en el Octágono; que si en el último Míster Olympia en el hotel Mandalay de Las Vegas Kai el negrón ya no convenció…
En fin, en los gimnasios que no tienen TV ni DVD, al menos este tipo cumple una función de entretenimiento y de vocero de noticias: siempre anuncia si hay una nueva epidemia de Covid, si van a restablecer la doble moneda, prohibir las mypimes, o si Maduro se murió en Caracas…
No falta el extranjero entusiasmado, que paga sin inmutarse un mes o hasta seis (y no es raro que el doble de precio que cualquier cubano, ¡pero no se lo digan, que vivimos de ellos!), pero después acude al gym sólo una semana, porque regresa a su país.
Y elnovio o la novia solidarios, que van a ejercitarse porque su pareja l@s embulló. Lo hacen dos o tres veces y tampoco vuelven. O elamigo del dueño, al que no le cobran ni un centavo (¡quién fuera él, coño!) y, sin embargo, a la semana también se pierde.
Impresionante es elchico maravilla. Y no estamos hablando de Robin el de Batman, sino de auténticos monstruos genéticos, envidia de todos los quemadores estables. Casi siempre se trata de un mulatico flaco que nunca en su vida se había acostado en un banco de prom press. Pero llega un día y, por curiosidad, pone 130 kilos en la barra. ¡Y hace 10 repeticiones como si nada! Luego, simplemente, se va y nunca regresa, ni se toma en serio el tremendo talento innato que la naturaleza le dio. Y nos deja a los demás muertos de envidia.
Aunque a veces los milagros ocurren. Si vuelven, se zambullen de cabeza en el fisiculturismo y al año siguiente están discutiendo el Míster Cuba en el Meliá Varadero.
Oh, ¡sueño de tantos!, mandan fotos desde un gym con todas las de la ley y sosteniendo un barril del mejor y más caro suplemento proteico. Porque les llegó el parole y ya dejaron por siempre atrás la etapa de los músculos de la miseria, en la que sus connacionales seguimos atascados… Y quién sabe hasta cuándo.
La globalización: motores, microchips y más allá
Por Vaclav Smil
Si los bajos costos laborales fueran la única razón para ubicar nuevas fábricas en el extranjero, entonces el África subsahariana sería la opción más evidente, e India casi siempre sería preferible a China.