Descripción del paisaje actual del “macrofraude”

Recordar día D, día antes y día después.

El falso escenario de cambio o escenario ficticio se desplegaba en la expectativa de la muerte de Fidel Castro. Este acontecimiento posible, aunque no creíble en la lógica de la pecera, concentraba en sí mismo la frontera ficticia entre el antes y el después. Pero también trataba de suprimir la esperanza, el esfuerzo, el intento, convirtiendo al pueblo cubano y a muchos en el mundo en espectadores de un juego al que aparentemente no podían jugar. 

Unos deseaban el suceso o simplemente creían que este suceso definiría sus vidas y otros, por el contrario, clamaban por la inmortalidad de Fidel, pero unos y otros, junto a la mayoría que “esperaba”, coincidían en el sentimiento determinista de la muerte de Fidel como frontera de definición de la suerte de Cuba.

El mismo Castro gobernó́ medio siglo con este concepto (“después de mí, el diluvio”) pues todo giraba en torno a él mismo. Sus decisiones eran traídas como leyes naturales o divinas por muy antinaturales y “antidios” que fueran. Pero cuando se rompe el mito, es decir, se manifiesta el Fidel Castro mortal al enfermar gravemente y no poderse ocultar la posibilidad real de fallecimiento ni el temor a que esto ocurra, entonces por primera vez, masivamente, en Cuba se comienza a pensar en el después como una posibilidad.

Sin embargo, esta etapa larga de su enfermedad, de lento deterioro físico y mental, fue también explotada como elemento paralizador. Aunque ya no gobernaba ni administraba, la inercia de su autocracia ha sido larga y nociva. Poco a poco, el régimen pasó de la expectativa de su posible muerte a la instalación de los herederos del trono y así mismo trataron el cambio.

Mientras tanto, solo había información sobre el estado de salud y vida de Fidel Castro a través de mandatarios extranjeros que venían de visita.

Lo mataron repetidas veces y reaparecía. Después, la expectativa se centró en la espera de que Raúl Castro se instalara formal y efectivamente en el poder, pero siempre con una gran desinformación para el pueblo de lo que ocurría verdaderamente en la esfera palaciega.

Mientras tanto, el Gobierno mantiene el lenguaje “kimilsuniano” para los ciudadanos, los trabajadores, los estudiantes y, sobre todo, para “la mano que aprieta”, sus fuerzas represivas y sus represores ideológicos. Poco tiene que hacer el régimen para desatar la especulación, basta con una frase de un personaje con todo su sistema de inteligencia y de penetración, extendido muy profundamente dentro de la propaganda mundial, y con el deseo de tantos para que se hagan muchas conjeturas: el régimen logra que se amplifiquen los rumores del “cambio”, sin mucho “costo político”. 

Este doble lenguaje, o esta táctica de “dos circulaciones” o “dos planos de circulación”, le conviene y le sostiene porque, en el falso escenario de cambio, los mejores intencionados confunden el deseo con la realidad. Los más interesados o comprometidos encuentran una justificación para someterse, o para no enfrentarse, o para afianzar sus intereses con la permanencia del régimen totalitario con el que están “embarcados” o en el que han invertido sus vidas y sus fechorías, y ahora quieren el beneficio del “neocastrismo”. También se ha generado el mito de la “estabilidad” falsa, pero establemente falsa y algo que sirve de mucho a los pragmáticos.

El otro plano de circulación es el de la cárcel grande en el que se mantiene el discurso de los 60, la autoridad incuestionable de los jefazos, la doctrina marxista, el lenguaje, la cultura del miedo y de las trincheras. Mientras construyen su “capicastrismo” y ganan tiempo para sus sucesores, mantienen la represión, la intolerancia y la mascarada de igualdad más burlesca que conozca la historia de Cuba. Este fraude ya está́ en marcha, los ricos son accionistas de las S.A. y el pueblo no sabe nada de nada ni puede saber.

Cuando observo los letreros de las sociedades anónimas o con cobertura de empresas extranjeras, que son la dimensión capitalista dentro del totalitarismo, no puedo dejar de pensar que este privilegio y este fraude están construidos sobre la base de ese “sociocidio” cometido contra el pueblo cubano a nombre de la Revolución, a la que dedicó cinco décadas en la construcción del socialismo, del comunismo y en la incondicionalidad a Fidel Castro para, al final, todavía gritar “Socialismo o Muerte” y llegar aquí́ donde estamos: un país de desigualdad, de minoría de ricos al estilo capitalista con el poder político, y de pobres sin derechos.

La indefensión aprendida sembrada durante años funciona, ahora también, en el momento de definir el futuro para el pueblo. Un momento en que se proponen remarcar profundamente las relaciones económicas en la sociedad con una severa exclusión de los pobres, especialmente de los trabajadores, que, paradójicamente, son el sector más pobre de la sociedad. Desde los empleados de un hospital hasta los médicos, desde los ingenieros hasta los ascensoristas. El salario de toda la vida no les ha alcanzado, ni les alcanza, para hacer una nueva habitación para que se casen sus hijos. Decir jubilarse es pasar a la indigencia. 

Pero para el “capicastrismo” es esencial mantener lo que llaman “masa trabajadora”, atomizada, intimidada, manejada por los mecanismos de control político que hay en cada centro del trabajo; no solo mediante la administración, sino con el Partido Comunista y, por supuesto, con el sindicato y también con la presencia, más o menos oculta pero amenazante, de la Seguridad del Estado en cada escuela, universidad y centro de trabajo. Este mecanismo de dominación “ambienta” toda la vida de los trabajadores en sus centros, en muchos casos con gran penetración en sus vidas familiares y privadas. La dependencia llega a la orfandad, porque no es posible “irse” y buscar otro trabajo.

La atomización, es decir la falta de solidaridad, ha sido el ancla que lanza a los trabajadores a la profundidad de la indefensión. Es por supuesto, fruto de los mecanismos de miedo, de soborno político, de amenaza, de condicionamiento para “prosperar” o poder permanecer, de terror y represión y también de la perversa metodología de convertir a unos en vigilantes y rivales de otros. Así llegamos aquí́, cuando las mentalidades comienzan a cambiar antes de que los mecanismos de control se disfracen de falsas reformas.*


* Este texto forma parte del libro La noche no será eterna (Hypermedia, 2018) de Oswaldo Payá.




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Nuestra propia historia

Oswaldo Payá

La realidad es que en Cuba se ha mantenido un orden de no derecho que ha instalado una cultura del miedo y que, al mismo tiempo, ha jugado con las circunstancias internacionales a su favor y en contra de la libertad de los cubanos.






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