Una vez más la Habana se supera a sí misma en el arte de hacer ruinas, accidentales o no. Explotó el Hotel Saratoga y las cercanías del km cero de la ciudad se inundaron de escombros, de humo, de dolor y de un luto que llega muchísimo más allá de los límites de la capital, del país.
Pero lamentablemente la noticia del suceso, que se regó como la pólvora, vino acompañada de “detallitos” que no pintan ni dan color. Salieron a luz recuerdos de un Saratoga que abrió en 1933 y que fue un hotel icónico en la época neocolonial. Volvieron a esparcirse comentarios de que allí se hospedó Fulana, Siclana y Mengana hace unos años durante ese periodo que me gusta llamar la apertura. Se regaron por todas las redes sociales imágenes de luto que solo muestran la fachada de un edificio. Y así se escribe la historia …
La cosa pasó en el hotel sí, pero lo importante no es el hotel.
¡No hablen más del hotel! No hablen del inmueble, que de edificios icónicos y destruidos está llena la Habana. No hablen de los servicios que iba a comenzar a brindar en poco más de una semana, cuando en realidad esos servicios no iban a estar dirigidos ni al turismo nacional ni mucho menos al pueblo. No toquen el tema de pérdidas económicas tal vez sean irreparables – como siempre “gracias al bloqueo”- cuando las ganancias no estaban destinadas bolsillos del habanero común y corriente. No revivan los dos segundos de gloria que tuvo Cuba con “la apertura” de todo menos de la prisión disfrazada de paraíso caribeño en que viven los habaneros, los cubanos.
Hablen de las víctimas, de todas las víctimas. De quiénes fueron, de qué hacían, de cómo sobrevivían.
Hablen de los vecinos de todos y cada uno de los edificios afectados en el área. De sus condiciones de vida, del albergue – con iguales o peores condiciones – para el que seguramente los van a mandar, de cómo los van a seguir marginando, de cómo quizás varios de ellos volverán a establecerse entre las ruinas pues esos cuarticos de solar – muchas veces inhabitables – son el único mundo que ellos saben habitar.
Hablen y préstenle mucha pero mucha atención a la fecha de expiración de los edificios que no tuvieron daños visibles hasta el momento pero que de seguro la onda expansiva de la explosión les aflojó las tuercas, los tornillos y hasta el alma. Y cuando lo hagan recuerden que hace unos añitos los removieron un poquito con los fuegos artificiales que tiraron cuando los 500 años de la ciudad.
Hablen de la gente que caminaba por esos portales en su trayecto diario y miraba con hambre y con sed los vitrales del bar Anacaona sin esperanza de poder probar, jamás, ni un vaso de agua en su barra. Y, de quién calzando zapatos de feria remendados, soñaba con poder tener acceso a algún producto de los ofertados en la boutique.
Hablen de quien vendía cualquier cosa para resolver en esos mismos portales y en los de la acera del frente.
Hablen de la jinetera que pasó para allá y para acá 20 veces en un mismo día buscando a ver qué se le pegaba en el hotel. Y del botero que se parqueaba en la esquina para conjugar el mismo verbo, resolver.
Hablen de los trabajadores que van a quedar desamparados o los que volverán a la bolsa empleadora del Turismo o al mercado laboral en general, lo cual es igual o peor que la caja de Pandora.
Hablen también de quién trabajaba en el hotel cuando en realidad estudió medicina, magisterio, arquitectura, matemática o geología; pero que trabajaba ahí porque con un salario basado en su carrera era y sigue siendo imposible llegar a fin de mes.
Hablen de los religiosos que perdieron todo o parte de su templo, cristiano o yoruba.
Hablen de cómo van a tratar el trauma de los niños de la primaria de esa misma esquina de Prado y Dragones, de sus maestras, de sus madres.
Hablen de cómo los rescatistas que posiblemente sin haber comido decentemente aún continúan la búsqueda. De cómo el pueblo, sin ganas de seguir viviendo en miseria y oprobio sumido, salió a la calle para ayudar, y de cómo salió tal vez sin haber desayunado a donar sangre.
Hablen de todos y cada uno de ellos, porque cualquiera puede estar herido, bajo escombros, o ya no estar.
Hablen de las madres y los padres que enterrarán a sus hijos, de los hijos que enterrarán a sus madres o a sus padres.
Hablen de las víctimas que tal vez no van a indemnizar.
Hablen de que no solo en mayo pasan cosas lamentables en Cuba, porque llevan décadas viviendo entre un lamento y otro.
Pero hablen también del habanero de a pie, ese que no sabe ni de qué color eran las paredes del Saratoga por dentro, porque incluso el entrar ahí estaba fuera de su alcance. Y hablen, pero hablen, de la Habana y de la mayoría de sus edificios; de los derrumbes de los que uno no se entera; de los super baches de las calles que provocan accidentes y lo que no son accidentes; de quienes perdieron la vida porque les cayó un balcón arriba caminando por la acera y de quienes nadie va a hablar, ni a publicar en Facebook porque a esos sitios, pintorescamente destruidos de la Habana, no fue ni va a ir Fulana, ni Siclana, ni Mengana.
No pierdan tiempo sufriendo un hotel de la dictadura porque ese problemita lo resuelven más rápido de lo que se vende un merengue en la puerta de un colegio. Aprendan, mejor, a observar y a divulgar la triste realidad del habanero, del cubano de a pie. Porque al pasar de los meses y tal vez años, cuando reconstruyan o acaben de desbaratar lo que quedó del Saratoga nadie se va a acordar del tono de verde de sus paredes, de la boutique del primer piso o del bar del Anacaona.
Pero quien viva en el resto de los edificios de esa misma manzana recordará el cuándo, cómo y por qué sus parades tienen y tendrán más grietas; quien perdió su vivienda estará en un albergue como los del Bahía, por poner un ejemplo, pensando cordialmente en la madre del que lo mandó a parar allá; y quien perdió la vida no tendrá una tarja dedicada a su ardua labor en el Ministerio del Turismo, ni en el Teatro Martí, ni en la Asociación Yoruba, ni en el CDR o el consejo de vecinos de esa zona, ni la cabeza de un guanajo.
Entonces, repito: cubano, no hables del Saratoga pues es solo la ruina más reciente de la ciudad.
Habla de La Habana que no ve el turista. Habla de la verdadera Habana. Si no hablas de eso, pues mejor no digas nada.