Que luego de tantos años de fracasos más o menos rápidos, un equipo de pelota cubano esté con posibilidades de discutir los primeros lugares de un evento como el Clásico Mundial de este 2023, es un hecho muy notable.
Para que esto ocurriera se debieron unir muchos factores: estar en el grupo clasificatorio menos exigente, llevar por primera vez a una importante cantidad de jugadores profesionales a la selección, y una suerte enorme que, después de estar abocados al abismo, los hizo clasificar como primeros de ese grupo. Y luego, en octavos, jugar contra Australia, una novena menor, y no contra Japón, el mejor equipo del campeonato.
Que las semifinales correspondientes se celebren en Miami es, sin embargo, una coyuntura. Pudo haber sido en Nueva York o Atlanta o Houston, quizás con más merecimiento beisbolero que la ciudad de los Marlins.
El morbo existente sería mucho menor. Pero los organizadores habían escogido para el Clásico a Miami y allá va el equipo cubano con esta composición diferente en la que hay atletas que viven y juegan en la isla y otros que juegan y viven fuera.
Respecto a jugar o no por Cuba ya ha habido muchos debates. Sobre a quién consideraba o no la Federación cubana, también se habló bastante. Y en esos asuntos siempre asomó su oreja la política, porque nada en Cuba o relacionado con Cuba puede existir sin un trasfondo o influencia político. Y eso es lo que los políticos han querido y logrado.
Ahora volverá a ocurrir, porque el equipo de Cuba juega en Miami y porque la política estará de fiesta. A mí la política me ha quitado la posibilidad de disfrutar más y mejor de las competencias en que ha jugado el equipo cubano. Y me molesta haber perdido esa capacidad de disfrutar de algo que me gusta tanto como es la pelota. No se lo perdonaré nunca a los políticos.Ojalá que alguna vez los políticos, la política, no se interponga entre lo que cada persona quiera y lo que pueda ocurrir.
Ojalá que alguna vez, para los cubanos, jugar pelota (y muchas otras cosas) sea solo eso: jugar pelota, donde cada uno quiera, o pueda, y simpatizar con el que le dé su real gana, sin que por sus preferencias tenga que estar gravitando la cabrona política.