El perdón como gesto cívico

Es la hora del Noticiero. Mi madre, adepta al doctor Rubiera, se niega a encender el televisor para ver la sección meteorológica. Esta realidad se ha vuelto cotidiana en casa de mis padres después del 11 de julio; aunque desde antes ya eran bastante cautos al ver el desfile de varios colegas y amigos por el triste Hacemos Cuba

Ver este informativo se convirtió en un viacrucis para mis padres ante el temor de que su hijo fuera expuesto, una vez más, en este espacio, sin ningún tipo de derecho a la réplica. Las numerosas veces que mi persona ha sido exhibida en él se ha originado una suerte de acto de repudio silencioso o indirecto en el entorno del barrio donde residen mis padres.

En días recientes, un grupo de presentadores de los medios oficialistas ha optado por la migración hacia aquel “Norte revuelto y brutal” que meses atrás señalaban como origen de todo mal. A raíz de la denuncia del influencer Alexander Otaola sobre la presencia en la frontera sur de Estados Unidos del periodista Yunior Smith, se ha generado una intensa polémica en las redes sociales, intensificada aún más después del post del comunicador en su muro de Facebook, donde narraba su situación.

El debate ha sido un mosaico de opiniones atravesadas por todo tipo de actitudes, desde la crispación hasta la exigencia de las víctimas, pasando por voces que demandan un compromiso cívico y una transparentación del ambiente existente en los medios oficialistas en la Isla. Este marco de opiniones diversas me resulta válido para apuntar una serie de ideas porque —sin faltar a la seriedad que exigen las ciencias sociales— siento que episodios similares aumentarán de modo abrupto en los meses próximos debido a la ola migratoria que se vive en la Isla y que amenaza con agudizarse aún más.

Es importante señalar la actitud responsable de varios profesionales de la comunicación que se han negado a las órdenes gubernamentales; en muchos casos, poniendo en peligro sus empleos y el sostén de sus hogares, pero demostrando que la dignidad y el respeto a la otredad es posible.

Sin embargo, las actitudes asumidas por los periodistas estatales, en especial aquellos que se han prestado para transmitir un discurso de odio contra quien disiente al interior del archipiélago o los ciudadanos exiliados —muchos de los cuales tienen sus padres y hermanos en la Isla—, deben ser registradas en sus distintos niveles de complicidad: algunas tendrán que ser remitidas a una futura comisión de la verdad; otras, bien pudieran ser sanadas con un proceso de escucha y reparación realizada de modo discreto y personal. Esta actitud sería el primer paso de periodistas y sujetos asociados al poder en Cuba en la dignificación de sus víctimas.


Perdonar = dignificar + denunciar

Mas el perdón no puede ser entendido como un gesto rosa o una frase ligera, pues implica un profundo camino cívico que debe partir del resarcimiento moral y afectivo de las víctimas por parte del perpetrador. O sea, si un periodista que se prestó para ese discurso de odio desea sinceramente en su labor profesional dignificar y resarcir a sus conciudadanos ultrajados, se impone la particularización del perdón.

Este proceso también implica un diálogo continuo y reparador, pues, en un contexto totalitario como el cubano, los afectados experimentan una doble estigmatización pública: la que se origina al ser expuestos en los espacios informativos y otra a menor escala que se enfrenta en el barrio y el entorno familiar. Pero en varios casos se ha visto cómo los responsables de denostar a activistas, intelectuales, artistas y opositores han emprendido rumbo hacia sistemas democráticos. Esta situación, si se pensara en clave de ajuste de cuentas —actitud para nada digna de un demócrata—, pudiera desembocar en una acusación en los tribunales del país de destino por delitos que van desde la difamación hasta daños psicológicos.

En cambio, en vez de someter a esos responsables a un escarnio público, una actitud sanadora y reconciliadora por parte de ellos sería deconstruir y exponer, desde el civismo y la ética, los vicios de los espacios oficialistas como el Noticiero Nacional de Televisión. Exponer redes clientelares, la corrupción, el tráfico de influencia u otros procesos turbios es el primer paso para la transparencia y la reparación moral.

Estas denuncias, basadas en el respeto y la reflexión social, serían también un modo de invitar a sus colegas, que aún poseen una actitud digna, a no colaborar en las campañas de difamación gubernamental. Además, señalar la fuente del odio ideológico que generan programas atravesados por la intolerancia —como es el caso de Hacemos Cuba o Con Filo— puede facilitar a un importante segmento de la ciudadanía el discernir y enjuiciar desde una mirada ética el daño que tales espacios provocan en la sociedad cubana.

Reparar a las víctimas conlleva el uso de las herramientas que brindan las ciencias humanas y sociales, y no atribuirse la justicia por uno mismo; aunque resulta imposible, en medio de una ciudadanía dañada, no ser objeto de críticas y señalamiento, más cuando los privilegios del poder fueron disfrutados a lo largo de los años. No obstante, si queremos deconstruir el esquema totalitario que persiste en nuestras mentes y realidad sociológica, exijamos de modo cívico; la exposición indebida y crispada puede tener un efecto bumerán, atrincherando a otros profesionales que decidan salir del esquema de intolerancia con que el oficialismo en Cuba se refiere al disenso. 

Perdonemos para seguir adelante. Pero pidamos también que se asuma la responsabilidad cívica que implica la reparación moral de la víctima.


© Imagen de portada: Michel E. Torres Corona, presentador del programa Con Filo.




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Terror con pan de boniato

Francisco Morán

El proceso legal que “encontró” culpables a esos 128 ciudadanos fue una mascarada; ya habían sido juzgadoscondenados públicamente por el presidente de Cuba.