Poner fin a la malversación y corrupción en la diáspora cubana

Con frecuencia leo con preocupación las impresionantes denuncias que me envían divulgando todo tipo de malos manejos, robos y malversación de fondos públicos. Desvío de recursos que deberían enviarse a la Isla para ayudar a los que anhelan la libertad. Y otros que utilizan la causa sagrada de Cuba para provecho propio, para “vivir bien”, para viajar a Europa, a América Latina, a Taiwán… Son “traidores”, “canallas” y “desvergonzados”, me dicen ustedes, “gente que ha traicionado la causa de la Patria”.

Después de leer sus cartas me he puesto a pensar. Les escribo sin intención de ofender, con el afecto y la amistad producto de años de conocernos y de haber compartido tristezas y alegrías en este exilio que ya dura demasiado; en el que inesperadamente aparece la muerte para llevarse a un ser querido, a algún amigo de la infancia, a algún activista por los derechos humanos con el que compartimos protestas en contra de los comunistas en la universidad o que nos acompañó a Ginebra a denunciar los crímenes del despotismo fidelista.

Pero divago y es necesario que me concentre en lo fundamental. ¿Qué puedo aportar a una conversación entre amigos sobre asuntos tan difíciles, sobre temas tan escabrosos que despiertan el rechazo contundente de los cubanos con decoro?

Y verán, como bien dijo Ortega y Gasset, que hay que tener en cuenta al hombre y su circunstancia.

Me explico. El régimen castrista acusa con furia y, a veces, con agresión física a todo el que piense de manera diferente, al que escriba un artículo crítico o consiga la atención de una organización internacional, de un miembro del Congreso o de un gobierno reconocido como defensor de los derechos humanos. Miguel Díaz-Canel acusa a los que publican en la prensa una petición, dirigida a la Plaza de la Revolución, sugiriendo una amnistía como la que benefició a Fidel y Raúl Castro después del ataque al Cuartel Moncada. Para Díaz-Canel, hacer lo mismo que hizo un día Lina Ruz es, sin lugar a dudas, prueba de alta traición.

Todo el que presente información detallada sobre el número de presos políticos, las condiciones en prisión o la falta de atención médica que reciben esos cautivos ante los gobiernos de cualquier lugar del mundo, es ipso facto un “traidor”, un “enemigo del pueblo”, un “narcotraficante”, un “agente del imperialismo”, un “lamebotas de los yanquis” y un “mercenario”. Ninguna persona docente, a no ser que esté loca, diría esas cosas.  

Si esto les parece una exageración, consulten las páginas de Granma, busquen mi nombre y se convencerán. Lo han dicho en la Mesa Redonda de la televisión cubana y lo han repetido sus admiradores en el Palacio de Naciones de la ONU, en Ginebra, en las puertas de una fundación alemana en Berlín, donde se celebraba una conferencia sobre Cuba, en el Century Club de San Francisco y en el Brookings Institution de Washington, DC. 

Nada de eso me sorprendió más que escuchar a una compatriota acusarme de comunista en un programa radial en Miami. Todavía algún amigo recuerda el incidente, donde ella presentó “las pruebas”, las que eran que yo me había reunido con el Senador Ted Kennedy y que me había graduado de la Universidad de Georgetown, una universidad católica donde había estudiado un curso sobre las predicciones fallidas de Carlos Marx.

Quizás valga la pena relatarles lo siguiente.

Hace años yo era el director ejecutivo del Centro para Cuba Libre en Washington, DC.  El Centro había sido fundado por un grupo de cubanos y norteamericanos, que incluía a Jeane Kirkpatrick, la exembajadora de Estados Unidos ante Naciones Unidas, a los ex embajadores Otto Reich y Everett Briggs, a profesores como Luis Aguilar León, Irwing Louis Horowitz y Carlos Ripoll, y otros cubanos como Monseñor Eduardo Boza Masvidal y la Dra. Elena Mederos. Manuel Jorge Cutillas, que vivía en las Bahamas, había sido electo presidente de la Junta de Directores y viajaba a Washington, DC, donde hacía gestiones con la prensa, el Capitolio y el cuerpo diplomático, y yo lo acompañaba.

Además de distribuir libros prohibidos dentro de la Isla, y denunciar los crímenes de Fidel Castro en Naciones Unidas de Ginebra, el Centro también había distribuido un ensayo de Hugh Thomas en el Capitolio sobre la necesidad de establecer una emisora como Radio Europa Libre para los cubanos.

Después de que el presidente Ronald Reagan dio órdenes para que comenzaran las transmisiones de Radio Martí, el Centro aumentó sus actividades, y gracias a un grant de la USAID compró y distribuyó en la Isla más de 30,000 radios de onda corta.

Ese tipo de grant del gobierno norteamericano recibía mucha atención del poder ejecutivo y de no pocos congresistas, que incluían algunos que consideraban que la emisora era una provocación y un mal uso del dinero de los impuestos del contribuyente norteamericano. Esos mismos favorecían el levantamiento del embargo, otorgar créditos de Estados Unidos a La Habana, y enviar a miles de miles de turistas americanos, los que convencerían a los cubanos de las virtudes del capitalismo para que así acabara el comunismo y la presencia rusa a 90 millas de la Florida.

La administración del grant requería informes trimestrales de dos partes: el informe de actividades y el informe financiero. El Centro contaba con una docena de empleados y con un grupo de estudiantes universitarios y varios cubanos retirados, los que contribuían muchas horas a la ejecución de las iniciativas que estaban desarrollándose. Contábamos además con un staffprofesional que incluía un oficial de programas, un tenedor de libros, y un auditor con el título de controller. Un oficial de la USAID nos visitaba todas las semanas. Yo respondía a las preguntas de la prensa y de las oficinas de senadores y congresistas, los que querían saber cómo se utilizaban los fondos federales y cómo el programa ayudaría al pueblo cubano, el que sufría bajo un sistema muy parecido al de los países comunista del Este de Europa.

Los staffers querían saber más detalles: la necesidad de las transmisiones de radio para Cuba, la cantidad de radios de onda corta que se enviaban, el nivel de interferencia que generaba el gobierno para obstaculizar la recepción, el porcentaje de radios en zonas rurales… Yo trataba de responder a las preguntas sin incluir información que perjudicase el funcionamiento del programa o a los cubanos que oían a Radio Martí en la Isla. También querían que yo justificara los viajes a varios países donde tratábamos de convencer a los gobiernos y a organizaciones de la sociedad civil para que nos ayudaran. En un momento, Radio Praga llegó a transmitir un programa especial para Cuba, en español.

Parte de las regulaciones era conseguir por lo menos tres compañías que nos enviasen tres estimados. Después, teniendo en cuenta la calidad, el tiempo que se necesitaba para que recibiésemos los productos y otros factores, como la experiencia y la credibilidad de las empresas, firmábamos los contratos.

Años después, un amigo que dirigía una fundación en España se quejaba de todo el papeleo, de que debía tener un recibo para cada gasto, que cada tipo de gasto tenía que aparecer en el presupuesto aprobado previamente por USAID, y sobre la necesidad de enviar los informes mensuales.  

El presupuesto tenía muchas páginas, incluía una serie de asuntos y de actividades que eran parte del grant, como renta de la oficina, equipos, salarios, gastos de teléfono, compra de equipos, de radios, de libros y publicaciones prohibidas en la Isla, ayuda humanitaria de emergencia, viajes, y organización de conferencias y debates para dar a conocer la situación cubana y la verdadera historia del país.  

Mi amigo se quejaba de que así no se podía trabajar, que tenía que presentar todos los recibos, incluyendo los de cualquier taxi. Eventualmente, el grant de mi amigo no pudo renovarse. Mi amigo, de vuelta en Estados Unidos, no dejó de preocuparse por Cuba y los cubanos, pero se dedicó a otras cosas.

Pues, bien, en el proceso de revisar los informes que ya había preparado el oficial de programas y el tenedor de libros, y que habían revisado la controladora y mi jefe de oficina, encontré discrepancias que no entendía. Por ejemplo, se habían comprado radios a una compañía prácticamente desconocida, pagando un precio más alto que lo que habíamos pagado a otros distribuidores.

Yo había revisado los informes muy cuidadosamente, porque mi jefe de despacho había conseguido otro trabajo mejor remunerado. Ya habíamos contratado a otra persona que comenzaba a familiarizarse con las operaciones y nuestro sistema de control. El empleado anterior era abogado y había contribuido mucho al éxito del Centro y nos tomaría tiempo alcanzar el mismo ritmo de trabajo.

Como ya he explicado, había una compañía que yo desconocía y que había comenzado a vendernos los radios durante el período de la persona que había renunciado. En un momento, pensé que los radios nuevos eran de mejor calidad y que esa era la razón del aumento de precios, pero eran los mismos radios. Mandé entonces a una persona a visitar las oficinas de la nueva compañía, en la Avenida Pennsylvania, cerca de la Casa Blanca. Para mi sorpresa, no había tal compañía en aquel lugar. Lo que sí había era una caja postal, cuyo número coincidía con el número de la suite que aparecía en los recibos de compra de miles de radios. En cuanto me di cuenta del fraude, llamé al presidente del Centro, Manuel Jorge Cutillas, quien me reiteró su confianza y me dijo que hiciera lo que tenía que hacer.

Llamé entonces al abogado de la junta de directores y al tesorero, y después al FBI. Revisamos los archivos y las memorias de las computadoras, revisamos la correspondencia y las cuentas del banco. Dos días después, comenzamos a atar los cabos. Habíamos descubierto un desfalco de grandes proporciones.

Llamé entonces por teléfono al presidente Manuel Jorge Cutillas, quien pronunció en pocas palabras: “haz lo que tengas que hacer y cuenta con mi apoyo”.

El FBI nos visitó rápidamente. Se llevaron los archivos que devolverían semanas más tarde. Pidieron tener acceso a los computadores. Yo les dije que podían llevarse las unidades de memorias de cada máquina. Les pedí me alertaran de cualquier asunto ilegal que encontraran y que no hubiéramos ya denunciado. “Si hay alguna discrepancia, no es fraude: es un error”.

Pronto, el FBI y el Departamento de Justicia se ocuparon del caso. Cuando acabaron con la investigación, devolvieron las memorias de las computadoras. Dijeron que no encontraron nada más. Hubo un juicio, al que el gobierno nos informó que no teníamos que asistir. Cuando la prensa, llamó respondí que habíamos hecho la denuncia y que el caso estaba en manos del FBI. Pronto arrestaron al responsable, quien se declaró culpable. El juez lo amonestó y lo condenó a varios años de prisión. Vendió varias propiedades y devolvió la totalidad de los fondos de los que se había apropiado, más el interés.

En el juicio, el abogado defensor, el fiscal y el juez dijeron que el Centro para Cuba Libre había sido la víctima del crimen. La prensa recogió la noticia y la junta de directores y nuestros colaboradores y contribuyentes se dedicaron con nuevos bríos a denunciar a la dictadura castrista, a ayudar a sus víctimas, y a recabar el apoyo de los Estados Unidos y de otras democracias en favor de causa de la libertad de Cuba y de los cubanos.

Años después, en un programa de televisión en Miami un hombre de negocios de cierto abolengo, al escuchar que yo llevaba años trabajando pro-bono, puso sobre la mesa un informe financiero del Centro que había obtenido de alguna manera y me pidió que explicara ante las cámaras lo que decía el documento, que según él demostraba que yo le debía miles de dólares a la organización.

Cuando le respondí que debía revisar el documento con más cuidado, descubrió que había leído la columna equivocada, y que lo que indicaba es que el Centro me debía miles de dólares. Pude explicare la situación. En un momento en que nos faltaban fondos, pensé que no debía acudir una vez más a los donantes de siempre, y llamé a TIAA-CREF, el fondo de retiro del sindicato de los maestros de Nueva York, donde había depositado mis ahorros durante muchos años. Gracias a las bondades del capitalismo, del mercado de valores, de mis depósitos sistemáticos y del interés compuesto, pude hacer ese préstamo al Centro, que años más tarde convertiría en una donación.

Aparentemente, el compatriota se negó después a participar en otros programas de televisión. Lo que me lleva a tres recomendaciones: 

1-Es importante que estemos vigilantes para evitar fraudes, abusos y malversación. 

2-Debemos revisar con cuidado la información que tengamos.

3-Debemos entregar la evidencia a las autoridades que se encargarán de investigar el caso y, si es necesario, llevarán al acusado ante los tribunales.  

En los Estados Unidos, bajo el imperio de la ley y la protección de la Constitución, toda persona es considerada inocente hasta que se pruebe lo contrario. Por suerte, no vivimos en Cuba, ni somos miembros de un CDR ni de una Brigada de Acción Rápida. Los chismes, los inuendos, los insultos y los bretes están de más. No participemos en las campañas de desinformación y descrédito de la Seguridad del Estado.

José Martí, al defenderse de las injustas acusaciones que le hacían, dijo: “mi vida es mi mejor respuesta”. Algo parecido pudieran decir algunos exiliados, a los que se les acusa de traidores y de robar millones en los medios sociales, en las páginas de los periódicos, en los programas de radio y televisión. Algún día se abrirán los archivos de la dictadura y los cubanos conocerán quiénes fueron los cubanos con decoro y quiénes los bribones.

El propio Martí resumiría mejor esta realidad de que, cuando algún cubano se apresta a izar bandera, salen otros con hachas en las manos para talar su asta. No permitamos que las vicisitudes del camino nos desvíen de nuestro empeño en favor de la libertad de Cuba y de los cubanos.






discurso-en-la-universidad-de-la-habana-sabatina-del-22-de-febrero-de-1862

Discurso en la Universidad de La Habana (Sabatina del 22 de febrero de 1862)

Por Ignacio Agramonte y Loynaz

El Gobierno que con una centralización absoluta destruya ese franco desarrollo de la acción individual, no se funda en la justicia y en la razón, sino tan sólo en la fuerza”.