La guerra de agresión contra Ucrania la lidera Rusia, en coalición con sus aliados, quienes se distribuyen las diferentes tareas que ello conlleva, cuyos compromisos que van adquiriendo con Moscú en esa colaboración criminal siguen creciendo. En el caso de Cuba, la oligarquía mafiosa cubana está dando pasos que comprometen aún más la soberanía y la seguridad de nuestro país en esta nueva situación geopolítica mundial.
El 23 de febrero de este año, un día antes de iniciarse la invasión a Ucrania, el presidente de la Duma (cámara baja del parlamento ruso), Viacheslav Volodin, visitó la Isla y, después de consultas bilaterales, anunció que Rusia prorrogaría hasta el año 2027 el pago de más de 2 000 millones de dólares en créditos, concedidos a Cuba por Moscú 2006 y 2019.
Ese mismo día, el Ministerio de Relaciones Exteriores (MINREX) de Cuba emitió un comunicado que afirmaba: “El empeño de Estados Unidos por imponer la progresiva expansión de la OTAN hacia las fronteras de la Federación de Rusia constituye una amenaza a la seguridad nacional de este país y a la paz regional e internacional”.
Insistiendo en esa narrativa, el MINREX aseguró que “el gobierno de Estados Unidos lleva semanas amenazando a Rusia y manipulando a la comunidad internacional sobre los peligros de una ‘inminente invasión masiva’ a Ucrania” y agregó que: “Estados Unidos ha suministrado armas y tecnología militar, ha desplegado tropas en varios países de la región, ha aplicado sanciones unilaterales e injustas, y amenazado con otras represalias. Paralelamente, desató una campaña propagandística antirrusa”.
Como era de esperarse, el MINREX afirmaría a ultranza, dos días después de iniciada la invasión, que Rusia tenía derecho a defenderse. A partir de ese momento, todos los medios de prensa controlados por el régimen de la Isla han justificado la invasión con la misma retórica y narrativa de Moscú.
Asimismo, Cuba —ni Venezuela— no desmintió la declaración del viceministro de Asuntos Exteriores ruso, Serguéi Riabkov, de un posible despliegue de infraestructura militar en territorio cubano como respuesta a Estados Unidos por la crisis en Ucrania.
Así, Rusia pone el componente militar; Bielorrusia, el territorio adyacente a Ucrania que facilita la logística rusa; China presta operaciones financieras a las sancionadas instituciones bancarias de Putin; Irán provee drones explosivos al Kremlin; y Cuba, hasta ahora, colabora con la ofensiva de desinformación en español y gestiones diplomáticas para evitar las condenas a Putin.
La finalidad es promover en el mundo hispano —en especial en América Latina— los objetivos rusos de forma encubierta, bajo un lenguaje pacifista que oculta en realidad la responsabilidad rusa por sus crímenes de guerra en Ucrania. La propaganda cubana se suma a la rusa, responsabilizando a Estados Unidos y a la OTAN por haber causado este conflicto bélico.
Así se oculta la naturaleza unilateral de la agresión de Rusia y se procura aparecer como una voz razonable que llama —ahora que Moscú viene perdiendo la guerra— a negociar la partición de Ucrania para alcanzar la paz y en todo momento tratar de equiparar a los dos contrincantes, como si uno no fuese el agresor y el otro la víctima.
De tal modo, los contenidos de las agencias estatales cubanas son difundidos ampliamente en América Latina y promueven un relativismo moral encubierto de humanismo pacifista. Además, mediante los agentes de influencia reclutados durante seis décadas por la Dirección General de Inteligencia cubana entre políticos, académicos, periodistas y otros actores, esta propaganda de guerra pro rusa es difundida en universidades, publicaciones, medios de comunicación, parlamentos y otras instituciones latinoamericanas.
Diversas fuentes de inteligencia de la OTAN han denunciado que Rusia, en su desesperación, está considerando el uso de armas de destrucción masiva en territorio ucraniano; de forma tal que pueda inculpar por ello al gobierno de ese país, así como por los muertos que pueda traer. En este contexto, algunas informaciones originadas por fuentes de confianza dentro de Cuba adquieren ahora una connotación más preocupante.
Los analistas extranjeros no especializados en la trayectoria operativa de las fuerzas militares y de inteligencia cubanas en el exterior pueden sentirse inclinados a subvalorar su contenido. Pero los que conocimos y experimentamos las más de treinta intervenciones cubanas —directas e indirectas, de pequeña o gran escala— en América Latina, África y Asia, no podemos reaccionar de igual modo. En especial, cuando constatamos el nivel de desesperación y servilismo al que está dispuesto a llegar el actual régimen mafioso cubano.
No podemos pasar por alto ningún indicio o información de que la actual oligarquía cubana se dispone a colaborar militarmente con el Kremlin en nuevas aventuras bélicas. Por disparatado que parezca, esta decisión sería consistente con el involucramiento cubano en conflictos de ultramar a lo largo de seis décadas.
Si se confirmase lo relatado por esa fuente de confianza, La Habana habría ya recibido y estaría considerando la invitación del gobierno de Putin a enviar al territorio ucraniano ocupado una pequeña representación de especialistas militares cubanos, a fin de que puedan “estudiar en el terreno las experiencias que se derivan de esta guerra y a su vez aportar sus propias ideas y experiencia”.
Todavía hoy pocos conocen, por ejemplo, sobre el entrenamiento que Cuba brindó a los pilotos vietnamitas para atacar los buques de guerra estadounidenses con el método de “Tope de Mástil” o bombardeo de rebote, mediante el cual los aviones se aproximaban a las naves enemigas en vuelo rasante, a 50 metros sobre la superficie del mar, lanzándole las bombas con espoletas de retardo para que se incrustaran en la línea de flotación. Dos destructores estadounidenses fueron averiados con esta técnica de combate.
Pero, ¿cuáles podrían ser las áreas de esa colaboración especializada en este momento? ¿El uso de drones en el combate aéreo moderno? ¿El impacto de las tecnologías militares de la OTAN en un escenario bélico? O —y esto sería muy grave—, ¿la colaboración para el uso de un arma de destrucción masiva que, en lugar de ser nuclear táctica o “sucia”, fuese biológica?
Desde finales del pasado siglo, las Fuerzas Armadas Revolucionarias cuentan, al sureste de la capital, con un laboratorio P-4 de alta seguridad —semejante al de Wu Han, donde se ensayaba la COVID-19—, con numerosas centrífugas para producir cepas en gran escala, que les fueron entregadas por la dirección de guerra biológica de la URSS.
Este hecho consta en un libro del general Ken Alibek (Biohazard, Delta Publisher, 2000), quien estuvo a cargo de dicha dirección hasta su deserción a Occidente. Ese laboratorio se ha beneficiado a lo largo de décadas de la recolección de cepas de virus mortales por todo el planeta por brigadas médicas cubanas, como hicieron, por ejemplo, con el ébola en África.
Ya no se trata de enviar un destacamento militar como el de Argelia en su conflicto con Marruecos en 1963, ni de los 800 tanquistas cubanos destinados en las alturas de Golán en Siria entre octubre y noviembre de 1973. Ahora se trata una guerra genocida y criminal que puede desembocar en una conflagración mundial.Tomar la decisión de participar con asesores militares —aunque sea a pequeña escala y de manera indirecta— en los crímenes de guerra que comete Putin contra el heroico pueblo ucraniano, constituye una gravísima traición a la patria, por la que también tendrán que responder los dirigentes cubanos. Esperemos que no se decidan a hacerlo.
David contra Goliat
Ucrania depende de Occidente para obtener apoyo, pero es el resto del mundo el que depende de Ucraniapara detener la agresión que se extenderá fuera de esta región si no llega a contenerse.