Es fácil advertir la carencia de libertad cuando esta viene acompañada de actos de violencia e injusticia gubernamental o social. O cuando los regímenes autoritarios regulan la cotidianidad a través de mecanismos de encarcelamiento, enajenación y prisión sin garantías.
Durante la dictadura batistiana en Cuba las disidencias políticas más extremas que no se penalizaban con la muerte se penalizaban con el encarcelamiento y la reclusión en la circular No. 4 del Presidio Modelo de Isla de Pinos.
El Presidio Modelo, mandado a construir durante el machadato, era una cárcel de estilo panóptico conformada por cinco edificios de planta circular con una torre de vigilancia en el centro de cada uno de ellos. La torre de vigilancia contaba solo con un guarda y una ametralladora parapetados en la cima de una garita, a la cual se accedía por un pasillo subterráneo con una escalera ascendente en forma de espiral. La garita permitía una vista de 360 grados de todo el edificio, de modo que los reclusos permanecían constantemente vigilados y a fuego de bala desde un único punto.
Para los reos era imposible saber si había o no guardia en el puesto de vigilancia, ya que desde las celdas no existía campo visual de la garita. Además, desconocían los horarios en que cambiaba la guardia, por lo que debían asumir que en efecto estaban siendo constantemente vigilados. La idea era que eventualmente el guardia abandonara la vigilancia sin que los presos lo supieran, pero sin que se atreviesen por ello a cambiar de conducta.
En la mayoría de las cárceles-panóptico del mundo las celdas ni siquiera tenían rejas, no eran necesarias: la omnipresencia del ojo observador del guarda funcionaba mejor que cualquier barrote.
En sus libros Vigilar y castigar: Nacimiento de la prisión y Microfísica del poder, Michel Foucault define el panóptico como la herramienta tecnológica por excelencia del régimen disciplinario. Más allá de un sistema de castigo penal, el panóptico era una herramienta de adoctrinamiento disciplinario que (re)construía un modelo de conducta en el ciudadano, el cual, sin tener constancia factual, se sabía observado y vigilado a toda hora y en todo momento.
La idea era no solo que el ciudadano mantuviera esta conducta más allá de los muros de la prisión, sino que la adoptase incluso sin haber pasado por ella, puesto que a la prisión vendrían a sumarse herramientas similares como la familia, la escuela, el hospital, el psiquiátrico, que conformarían la gran red disciplinaria de la conducta.
Como en la cárcel, toda la vigilancia, la seguridad y el control gubernamental que ostentaba el régimen disciplinario provendrían constantemente de un único punto: el punto más alto de la torre más alta, capaz de alcanzar al mismo tiempo todos los puntos. Como en la cárcel, el ojo observador del estado disciplinario se mantendría siempre abierto. Como en la cárcel, el poder del estado disciplinario sería omnipresente.
Que el régimen batistiano fue derrocado por la Revolución cubana fue algo que aprendimos en las clases de Historia. Aprendimos que por y para ello, muchos independistas como Pablo de la Torriente Brau, Juan Marinello y el propio Fidel Castro cumplieron condena en el Presidio de Isla de Pinos. Aprendimos que fue allí donde Fidel escribió su alegato de defensa La historia me absolverá. Aprendimos que logró sacarlo del Presidio escrito con tinta de limón entre líneas de cartas personales. Aprendimos que desde allí lo publicó y distribuyó y lo convirtió en el Programa de la Revolución.
Del Presidio en sí no aprendimos nada, porque en las clases de Historia no nos enseñaron nada. Está claro que Fidel Castro sí que aprendió mucho del Presidio, lo entendió y comprendió muy bien, y consiguió burlar su mecanismo: a formas de vigilancia invisibles, formas de disidencia invisibles.
Después del triunfo y durante los primeros años de la Revolución, el Presidio siguió funcionando igual que antes, recluyendo a los disidentes políticos más extremos, que abarcaban ahora desde presos de guerra (resultado común del bando perdedor en cualquier proceso revolucionario) hasta músicos, poetas, maricones y gente con pelo largo. En 1973 el Presidio Modelo se convirtió en museo y en 1978 fue declarado Monumento Nacional.
Hoy la mayoría de cárceles-panóptico del mundo están cerradas, sus edificios reutilizados o abandonados, y su tecnología transformada. La tecnología es casi como la materia.
Contaba Ovidio en su Metamorfosis que Argos Panoptes, el gigante guardián de los cien ojos, fue cazado y asesinado por Hermes bajo órdenes de Zeus, mientras custodiaba a Ío por mandato de Hera, quien quería evitar el apareamiento de Ío con Zeus. Al ver apagadas las cien luces de Panoptes, Hera decidió, en agradecimiento, colocarlas para siempre en la cola de un ave. Como los ojos de Panoptes, transformados en la cola del pavo real, la tecnología de las cárceles-panóptico también ha mutado y se ha transformado.
Para decirlo con Paul B. Preciado: hoy la versión high-tech del panóptico tiene como edificio de planta circular a todo el globo terráqueo. Las celdas son nuestras propias casas. El guarda que nos vigila es un analista de macrodatos, un genio adolescente de Sillicon Valley. Y la ametralladora con mirilla es un dron con el Google Maps instalado, es la cámara frontal de nuestros smartphones y la webcam de nuestros portátiles, es el circuito cerrado de nuestros televisores, es la red de cámaras de seguridad instaladas en todo el espacio público, es el espacio privado ultraconectado, dejando de ser privado para convertirse en público.
Es el régimen disciplinario convirtiéndose en régimen farmacopornográfico, instalando mecanismos de vigilancia y control líquidos, como un jarabe o una pastilla. Somos todos nosotros tomándonos la pastilla, tragándonos el jarabe.Como los ojos que lleva en la cola el pavo real, nosotros llevamos las cien luces en nuestra piel, las sudamos, lasinhalamos y las exhalamos; nos las implantamos como una inyección de bótox, como una prótesis de silicona, como un nuevo órgano que nos reconfigura creando un nuevo paisaje de piel.
Como los ojos en la cola de un pavo real gigante formado por siete billones de luces.
Mi madre, que lleva veinte años viviendo en Madrid, todavía tiene miedo de que su mejor amiga, o mejor dicho, su amiga de toda la vida, sea del aparato. Intento convencerla de que eso ya no importa, de que ella al aparato ya no le importa, de que en última instancia el aparato ya no trabaja así, y que de todos modos ahora todos somos del aparato.
Le digo: ahora Facebook es tu CDR. Ahora Twitter e Instagram son nuestra plaza pública, esa donde hemos condenado siempre a grito de muerte a los diferentes y nos hemos quedado a contemplar al verdugo preparando la horca y apretando el dogal, pero sabiéndonos todos dispuestos y capaces de apretarlo nosotros mismos. Ahora los gritos de muerte vienen en forma de likes. Ahora el dogal tiene solo 280 nudos, como los caracteres de un tuit. Y el trabajo del verdugo consiste simplemente en apretar el botón de publicar.
Se preguntaba Virginia Woolf cuántas veces, a lo largo de la historia de la humanidad, “Anónimo” escondía detrás un cuerpo de mujer. En el punto de la historia en que nos encontramos, los anónimos son una marea ingente de cuerpos vigilados, silenciados y censurados en tanto que racializados, sexualizados y discapacitados.
Cuba va algo atrasada, pero llegará. El gobierno cubano está mostrando los últimos suspiros de su régimen disciplinario, al que ya sabe muerto y enterrado y por eso quiere celebrar con las más altas pompas su funeral. Quiere cerrar con broche de oro y por eso lanza el Decreto 349 y la Ley Mordaza, por eso ordenó el encarcelamiento de Luis Manuel Otero Alcántara y censura gubernamentalmente la proyección de esta y aquella película.
Pero no nos dejamos engañar: sabemos que esos ruidos y estruendos provienen de los últimos bandazos de la bestia antes de caer completamente exánime y sin aliento sobre el asfalto que arde. Sabemos que ya es hora, que el cambio viene, que es inminente, que somos muchos, demasiados, exigiéndolo. Sabemos que la bestia ya no da para más, y muerto el perro se acabó la rabia.
Pero no sabemos, o no nos damos cuenta de que lo que exigimos es otro perro con el mismo collar. No sabemos, o no nos damos cuenta de que lo que pedimos es un intercambio de cabezas: cambiar una de las cabezas del cancerbero por otra de las que aún le queden disponibles.
Es muy difícil reconocer la falta de libertad cuando esta viene camuflada en formas reconfortantes de desarrollo y progreso. Es muy difícil reconocer la falta de libertad en regímenes democráticos cuando esta viene camuflada en formas reconfortantes de protección y seguridad a través de sus organismos policiales y judiciales, y mediante el encarcelamiento y la prisión.
Tomemos por ejemplo el caso de Luis Manuel Otero Alcántara, que, virus aparte, ha sido el último trending topic cubano y generó una efervescencia de posicionamientos y artículos de opinión, en su mayoría de artistas e intelectuales defendiendo y exigiendo el derecho de libertad del artista, el derecho de libertad de creación, el derecho de libertad del arte. La frase más repetida y citada fue del escritor y comisario Iván de la Nuez, quien dijo que el punto no es si Luis Manuel es mejor o peor artista, sino que Luis Manuel consiguió sacar lo mejor de los demás artistas cubanos.
El punto, en efecto, no es si Luis Manuel es mejor o peor artista. El punto tampoco es si sacó o no lo mejor de los demás artistas cubanos, de todos nosotros como seres humanos o de todas las almas que pululan por esta dimensión. El punto no es ni mucho menos qué es arte y qué no es arte, qué arte es político o no lo es. El punto no es ni siquiera el arte.
El punto, enterémonos de una vez, es qué cuerpos son los que tienen permitido hacer arte y qué cuerpos no.
El punto, enterémonos de una vez, es qué cuerpos son los que permiten, aprueban, niegan o censuran a esos otros cuerpos en nombre del arte y los valores culturales de la comunidad y la nación.
De todo lo que leí, y no lo he leído todo, el único que acierta a decir que lo que se está criminalizando no es la degeneración del arte que representan las prácticas artísticas de Luis Manuel, sino la degeneración del control que representa que un cuerpo negro como el de Luis Manuel intente hacer arte, que un cuerpo negro como el de Luis Manuel intente hablar y manifestarse, es el artículo “Un cyborg negro”, de Abel González Fernández, publicado en El Estornudo.
Pero el punto tampoco es que el encarcelamiento del cuerpo físico venga dado porque las prácticas performativas contemporáneas hagan al cuerpo más político que antes; un pincel puede pintar un cuadro, pero detrás de ese pincel siempre hay un cuerpo, orgánico, inorgánico o tecnológico, que lo mueve. El punto, para decirlo volviendo a Foucault, es que el sujeto único de toda política es el cuerpo vivo. Y el arte, enterémonos de una vez, no es más que una tecnología política.
En todos esos artículos de opinión, sus autores terminaban exigiendo y demandando que Cuba se abra a los derechos de libertad básicos e imprescindibles de las democracias del siglo XXI.
Déjenme decirles algo: ser mujer puede costarte la vida en Madrid, y se calcula que las mujeres somos más de la mitad de la población. Ser trans puede costarte la vida en París, y se calcula que los trans somos al menos uno en cada familia. Ser árabe puede costarte la vida en Berlín, y se calcula que los árabes somos aproximadamente 500 millones en el mundo. Ser negro puede costarte la vida en Nueva York, y no hace falta ni calcular la cantidad de negros que somos.
Pudiera continuar la lista incluyendo a todas las capitales del mundo civilizado, con democracias y estados de bienestar, pero creo que no es necesario. La democracia, enterémonos de una vez, es libertad de pocos y control y censura de muchos. Y en eso, enterémonos de una vez, todos jugamos nuestra parte.
Con los movimientos MeToo y NiUnaMenos, las cárceles europeas se han llenado de violadores. Violadores de piel oscura, con acentos extraños, la mayoría sin papeles. ¿Dónde están los violadores blancos europeos? ¿Acaso no existen? ¿Acaso los alemanes, los españoles, los franceses, no violan?
En el mundo del arte estos movimientos han generado una línea particular de debate, y resulta risible que todavía sigamos participando en él dejando una y otra vez la misma pregunta sin contestar, como si no supiéramos la respuesta: ¿Se puede separar el cuerpo creador del cuerpo violador? Como si el arte fuera una especie de salvoconducto, un halo prodigioso, deificante, que exenta al artista de toda responsabilidad mortal, cuando sabemos que no es cierto, que es imposible separarlos.
Y si a alguien le queda alguna duda, que pruebe a hacerse la pregunta a la inversa:
¿Es posible separar el cuerpo creador del cuerpo violado, por ejemplo, en Ana Mendieta? ¿Es posible separar el cuerpo creador del cuerpo enfermo, por ejemplo, en Félix González-Torres? ¿Es posible separar el cuerpo creador del cuerpo mutilado, por ejemplo, en Lorenza Böttner? ¿Es posible separa el cuerpo creador del cuerpo racializado, por ejemplo, en Narcissister? ¿Es posible separar el cuerpo creador del cuerpo discapacitado, por ejemplo, en Amanda Baggs? ¿Es posible separar el cuerpo creador del cuerpo sexualizado y discriminado, por ejemplo, en Ana Mendieta, Félix González-Torres, Lorenza Böttner, Narcissister y Amanda Baggs?
Allá por 2016 las activistas de Sister Uncut se preguntaban dónde coño estaba Ana Mendieta ante la retrospectiva que la Tate Modern estaba concediendo a su marido, Carl Andre, acusado de haberla tirado por la ventana de su apartamento en Manhattan. Y excepto Félix González-Torres (marica y sidoso, pero que se identificaba como cisgénero), ninguna de las demás artistas (Böttner, Narcissister y Baggs) tiene presencia notable, o presencia alguna, en los museos e instituciones artísticas de referencia mundial.
Cuando en ARCO 2020 la feria se dedicaba por primera vez en su historia a un artista, Félix González-Torres (expuesto por primera vez en Cuba en el Taller Chullima de La Habana, como parte de la iniciativa global lanzada simultáneamente en mil localizaciones distintas por la Fundación del artista para celebrar su nueva página web), a Ana Mendieta se le dedicaba una pequeña exposición en una galería madrileña (de las poquísimas ocasiones que ha tenido Europa de ver algo de la obra de la artista). Seguirse preguntando hoy “where the fuck is Ana Mendieta?”, nos lleva a preguntarnos “where the fuck is Lorenza Böttner?”, “where the fuck is Narcissister?”, “where the fuck is Amanda Baggs?”, “where the fuck, where the fuck, where the fuck…?”.
Aunque aparentemos ignorar la respuesta a dichas preguntas, sabemos que esa ausencia no tiene que ver con el arte sino con el cuerpo. Y sabemos que, por el contrario, esa presencia no tiene que ver con el arte sino con el cuerpo.
Cuando en los últimos premios César la academia francesa concede el galardón de mejor director a Roman Polanski, quien tiene una orden de búsqueda y captura por violación a una menor, sabemos que no están premiando su arte ni su creación artística, ni lo buen director que es, ni las buenas películas que hace: sabemos que lo que están premiando es el poder que su cuerpo ostenta, el mismo poder que la academia y esa panda de barbas y peluquines blancos como jueces a la cabeza ostentan. Sabemos que es la academia premiándose a sí misma. Sabemos que es el poder autopremiando su capacidad de ejercer el poder; sabemos que es el poder premiándose a sí mismo.
Cuando días más tarde arrestan a Rokia Traoré, mujer, negra y africana, por una orden judicial debido a un litigio sobre la patria potestad de su hija con su exmarido belga, uno no puede evitar preguntarse dónde está ahora el salvoconducto del arte, dónde está la creación artística para exonerarla, dónde están los jueces empíreos para premiarla y liberarla. Y uno no debería evitar responderse. Porque si uno sabe la respuesta, no debería evitarla.
¿De verdad nos estamos creyendo que el encarcelamiento de Luis Manuel Otero Alcántara se debió a que vive bajo un régimen autoritario? ¿De verdad nos estamos creyendo que si Luis Manuel viviera fuera de Cuba, bajo un régimen democrático, no estaría sujeto a sufrir cárcel, control y censura, esa que ejerce la otra cabeza del cancerbero?
Leí por último a Wendy Guerra, denunciando en La Vanguardia, en paralelo a la censura sufrida por Luis Manuel, la doble censura a la que también ella se ha visto sometida, primero en el cuerpo de su madre y luego en el suyo propio. Parece que Wendy Guerra en realidad sabe que la censura viene dada por tratarse de dos cuerpos de mujer que escriben poesía, dos cuerpos de mujer que escriben, dos cuerpos de mujer.
Recuerdo haber leído Los cuadernos de Don Rigoberto en los pasillos de la Escuela Vocacional, como mismo leí los Diarios de José Martí en una edición prologada por Guillermo Cabrera Infante y el Cancionero de Silvio Rodríguez, en la última edición que había salido por aquellos años. Recuerdo cómo más tarde, en Madrid, me enteré de que era imposible que yo hubiese leído a Vargas Llosa en Cuba, porque en Cuba Vargas Llosa estaba prohibido.
Todos sabemos que Wendy Guerra no está censurada en Cuba, pero les vende a los europeos con el vetusto morbo de la censura. Bien por ella, que saque provecho de la heteronorma de ambas partes, porque esa es también una forma de subvertirla. Espero que siga así, que con los años no se aburguese ni se moralice, que no se ofenda cuando nosotros, los más jóvenes, esos que según ella pudiéramos ser sus hijos, los nietos de Albis Torres, le digamos que no leemos sus libros no porque estén prohibidos en Cuba, sino porque no nos interesan, porque lo que nos interesa no es su literatura sino ella, lo que nos interesa no es su poesía, sino su cuerpo.
Lo que nos interesa son sus fotografías posando desnuda en La Habana. Lo que nos interesa es el tocado desafiante a toda ventolera, hasta de las traídas por los vientos huracanados más fuertes de una Revolución, con el que se dejó ver en su última aparición pública. Lo que nos interesa es seguirla como a una estrella porno, enamorarnos de ella como de una estrella porno.
Todos los sueños húmedos de los pioneros de mi generación tienen a Wendy Guerra como protagonista, dirigiendo una orgía guerrillera vestida solo con una boina verde olivo hecha por Gucci, mientras cabalga sobre Julio Antonio Mella. Y contrario a lo que pueda pensarse, esto tiene que ver más con el MeToo que todas las páginas que se han escrito al respecto.
Terminaba su artículo Wendy Guerra destacando que el caso Luis Manuel Otero Alcántara ha generado una unión poco habitual en Cuba entre intelectuales, artistas y periodistas. Las redes sociales, decía, son ahora las verdaderas tribunas desde donde los nietos de la Revolución continúan osadamente escribiendo, pintando y editando a través de sus pantallas iluminadas.
Como si la tribuna, desde aquella primera que hicieran una vez los romanos, hubiese sido en algún momento sinónimo de libertad. Como si la luz de las pantallas no fuese la luz de ese foco encendido a propósito para atraer a las moscas. Como si nosotros no fuésemos las moscas. Como si las nuevas plataformas, con sus nuevos códigos, y lenguajes no fuesen aún más verticales y dictatoriales que los métodos del antiguo régimen.
El acceso a Internet y a las redes sociales en Cuba ha permitido una especie de disidencia que antes se antojaba casi imposible, pero no debemos dejarnos engañar por el espejismo de libertades que nuestras pantallas interactivas reflejan; no debemos permitir que la luz nos ciegue. La disidencia es un producto de la norma. El antisistema es un producto del sistema. Y ambos, sistema y norma, necesitan de sus opuestos para reafirmarse y reforzarse.
La cuestión no es que el caso Luis Manuel Otero Alcántara haya generado una solidaridad y una comunión sin precedentes en el mundo artístico e intelectual cubano. La cuestión no es que alcemos la voz todos juntos para pedir justicia y clemencia. No se puede pedir justicia, como no se puede pedir clemencia. Solo puede ser clemente la mano que castiga. Solo puede ser justo quien ha sido injusto antes. No se puede pedir reconocimiento, visibilidad e inclusión. Solo puede ser inclusivo el que ignora y excluye. No se puede pedir libertad. Solo puede liberar el que encarcela, solo puede dar libertad quien la quita.
La cuestión es que encontremos todos juntos el punto de fuga, la válvula de escape, la tuerca floja, el código de error de la máquina de control, vigilancia y censura, hasta que la hagamos extinguirse.
Empecemos por nosotros mismos: desconfiguremos el dispositivo de vigilancia y control que todos conformamos. Inventemos la libertad, para luego agenciárnosla sin norma alguna.
Lo mejor de La Batalla de Argel (película que vi porque fue la primera en la que participó Sarah Maldoror como asistente de dirección) son unos segundos, casi al final, en los que los habitantes de los barrios musulmanes de Argel comienzan a intercalar las manifestaciones diurnas con unos cánticos nocturnos ininterrumpidos, como en un loop continuo. Para el oído inadaptado del europeo, esos cánticos eran una cacofonía infernal que se grababa en sus mentes y los perseguía, repitiéndose a todas horas hasta el infinito. No pudieron soportarlo. Tuvieron que rendirse y regresar a Francia.
Lo más bello de la película son esos segundos que te hacen creer que el pueblo argelino logró su independencia cantando. Repitamos la escena: que cuando nuestras voces vuelvan a unirse una vez más ante el poder, sea únicamente para cantar todos juntos un réquiem por la norma.
Réquiem por la norma es el nombre de la primera retrospectiva internacional dedicada a Lorenza Böttner, en La Virreina Centre de la Imatge de Barcelona, en 2019.
I Can’t Breathe: ¿Podemos nosotros romper el estigma?
A raíz de las protestas por la muerte de George Floyd, vuelve a hacerse evidente este rasgo estereotipado del cubano en relación con la raza y, en este caso en específico, se pone en evidencia otro elemento esencial: la relación del cubano con el poder y la protesta.