Sobre el falso nacionalismo cubano

Los murales de gatos y negros bembones que hoy en día inundan el casco histórico de Camagüey —y que el tiempo,gracias a Dios, ha ido borrando— no tienen una gota de cubanidad.

El gobierno paga a menudo este tipo de maniobras. Caen los débiles, buscando la fama que nunca obtendrían por su talento y, lo que es peor, proyectando la imagen de una Cuba tonta, simple, trivial, comercial y chabacana: se erigen como figuras prominentes del arte local haciendo reguetón con los pinceles.

Después de leer a Martí, podemos afirmar que ese mal gusto no es cubano, que ese exceso de colores tampoco, y su carencia de sentido mucho menos. A esos negros “bembirrojos”, a esos tigres disfrazados yo nunca los he visto en mi país. Son elementos que ni siquiera provienen de África, ni de la cultura mestiza. Son, única y exclusivamente, la idea del falso nacionalismo rellenando monederos: el falso nacionalismo a merced de una falsa nación. 

¿Cómo llamarle de una forma más políticamente correcta? La Cuba actual es un ensayo de sociedad utópica que, además de hundir al individuo, ha tratado de reemplazar su arte.

El arte no solo identifica al pueblo, sino que le defiende de las malas influencias. Podríamos deducir que para identificarlo debe salir directamente de este, y que para defenderlo necesita estar totalmente identificado con él.

¿Qué mejor forma de desconectar al arte del pueblo que un Estado socialista? ¿Quién mejor que el artista —al que todos suponen sincero— para su propaganda? ¿Qué mejor forma de deformarlo que manipularlo?

Y eso es lo que sucede: los artistas trabajan en función de objetivos impropios, pierden la conexión con su raíz y alcanzansu debacle y la del entorno en el que se desarrollan. Su arte no identifica, no defiende.

Tanto Nicolás Guillén como Emilio Ballagas concibieron su “poesía negra” románticamente, partiendo de la idea de la búsqueda de lo cubano desde lo africano. Fue más un deber que un placer estético; en esa época marcada porextranjerismos, era necesario sacar a la luz lo más autóctono. Lo triste es que ese experimento trascendió más allá de donde debía, dejando una influencia terrible en el arte posterior. Esa “poesía negra”, aplicada como política por el gobierno revolucionario, se ha convertido en una plaga.

En su conferencia “El escritor argentino y la tradición”, Borges nos recuerda que “la idea de que una literatura debe definirse por los rasgos diferenciales del país que la produce es una idea relativamente nueva”, y que “también es nueva y arbitraria la idea de que los escritores deben buscar temas de sus países”.

Siguiendo esa línea, me parece más cubano el poema “Abdala”, que se ambienta en Nubia. No hay un poema más eminentemente cubano que ese. 

¿Quién se atrevería a decir que el “Sensemayá” de Guillén, por su “Mayombe, bombe, mayombé”, es más cubano que “Abdala”? ¿Quién se atrevería a decir que tiene un “color más cubano” que “Abdala”? ¿Quién se atrevería a decir que Martí está más lejos de Cuba que Guillén? Por el contrario: esos elementos, que pretenden ser evidencia del autóctono negrismo de la obra —y de su supuesta cubanía— son, al mismo tiempo, los que separan esa obra de Cuba, de África, y del África de Cuba.

Por lo general, estas manifestaciones artísticas no se fundamentan —ni siquiera lo pretenden— en los auténticos orígenes de la cultura nacional, sino que los tergiversan, los simplifican y los manipulan hasta destruirlos. Ese es el precio de su popularización; el precio que se le cobra al país mientras el gobierno echa todo al fuego, hasta el arte, para llenar su billetera.

El falso arte nacionalista, además de “vendepatria”, es racista: aprovecha el vacío cultural mostrando una cultura africana artificial que a su vez —y para colmo— es concebida como raíz de la nuestra:

“Ya yo me enteré, mulata,
mulata, ya sé que dise
que yo tengo la narise
como nudo de cobbata. 

Y fíjate bien que tú
no ere tan adelantá, 
poqque tu boca e bien grande, 
y tu pasa, colorá”.

¿No es eso racismo? ¿No nos muestra Guillén al negro como un tonto? ¿No nos da a entender al negro como alguien meramente físico, sin cualidades espirituales? 

Respecto al daño posterior que esta poesía de época nos ha causado, utilizaré el mismo ejemplo. Después de haber leído tal cosa, el lector no vislumbra que es un reflejo de los prejuicios del autor respecto a la raza (prejuicios no justificados,por ser mulato), sino que da por hecho que esa futilidad, esa vulgaridad, esa bobería, es un elemento característico de la cultura afrocubana. Es natural entonces que el lector desprecie su propia cultura —su propia falsa cultura.

Volvamos a Borges, que en la conferencia antes citada indica: “Los nacionalistas simulan venerar las capacidades de la mente argentina pero quieren limitar el ejercicio poético de esa mente a algunos pobres temas locales, como si los argentinos solo pudiéramos hablar de orillas y de estancias y no del universo”. 

Adecuando este párrafo a la situación cubana actual, con el permiso de Borges, podríamos decir: “Los nacionalistas simulan venerar las capacidades de la mente cubana pero quieren limitar el ejercicio poético de esa mente a algunos pobres temas locales, como si los cubanos sólo pudiéramos hablar de mestizaje y de solares y no del universo”.

Esta contradicción ha existido desde 1959. La Revolución trató de exterminar el filin, el rock y el jazz, considerándolos malas influencias capitalistas, y luego llenó el país de misiles soviéticos… Lo mismo con la literatura: la Revolución trató de reemplazar el gusto por la belleza, la sensibilidad y, en cierta medida, la complejidad —características desarrolladas magistralmente en la obra de escritores como Martí y Lezama—, por una aspereza de carácter estalinista.

Pudiéramos afirmar que la música no fue tan influenciada por la quimera de la época argumentando que ni Fiesta negra ni Danza lucumí, de Roldán y Caturla respectivamente, suenan a falsa cubanía; sin embargo, hay un detalle: sus títulos. Si suenan más cubanas que africanas, ¿por qué llamarles Fiesta negra?, ¿por qué Danza lucumí

A partir de este dato, podemos entrever el nivel de idealización de la cultura negrista que a lo largo de los años se ha fomentado en el arte cubano. 

Si tuviéramos que identificar las verdaderas influencias culturales en Cuba, esas serían la española y la norteamericana. En primer lugar porque —a pesar de lo que se cree— siempre hubo más peninsulares que africanos en la Isla, y en segundo lugar —y más importante—, porque fueron los ibéricos los que nos colonizaron e impusieron sus costumbres. Por otra parte, el influjo estadounidense hasta 1959 —que ha vuelto, silencioso, desde 1994— no necesita presentación: basta con decir que en las primeras décadas del siglo XX los artistas cubanos sintieron la necesidad de rescatar su propia cultura.

Estos antecedentes no serían una amenaza si no se hubiesen juntado al canalizador perfecto: la época del “sociolismo”; la época en que lo popular tendría un papel determinante e ilimitado; la época del odio a lo culto y del culto al odio. 

Con el triunfo de la Revolución —o de la involución— fue celebrado todo enfoque antimperialista en la cultura, y todo lo considerado —erróneamente— autóctono alcanzó un papel político fundamental, forjando, al cabo de los años, lo que hoy defino como falso nacionalismo cubano

El día a día nos lo demuestra: no-poetas —poetizados por el gobierno— que quieren hacerse poetas falsificando voces inexistentes; murales que dañan la percepción artística del que los contempla; bagatelas comerciales para el disfrute de viajeros con bajo nivel intelectual; y lo más triste: una juventud que no se siente identificada con su patria.

Obedeciendo a Hegel, hoy ocurre lo mismo que en la época de Roldán y Caturla, solo que no es una cultura extranjera la que se traga a la nuestra, sino una falsa cultura nacida en el mismo país, pagada por el gobierno y producida por una caterva de artistas de juguete. 

La nacionalidad cubana se ha convertido en un souvenir: algo que se exporta, que se lleva y se trae, que no se vende ni siquiera como un recuerdo de lo que fue, sino como evidencia de su desequilibrio.

Cuba no es solo “tabaco, mulata y ron”: esa es la imagen de la falsa Cuba que debemos revertir.




#RetoAfricano: Que trine Mariela Castro - María A. Cabrera Arús

#RetoAfricano: Que trine Mariela Castro

María A. Cabrera Arús

La ropa es afeite y es disfraz. De ahí su carga política. Cómo, cuándo y por qué nos disfrazamos no son preguntas vanas. Como si se hubiera propuesto encarnar al personaje del cuento de Reinaldo Arenas, “Que trine Eva”, Mariela Castro aparece con un turbantey unos pendientes de argolla en dos selfies que subió a su página oficial de Facebook el pasado 20 de mayo.