Lady Lolita
Le provoca lujuria mirarla. Adora su sex-appeal, su cuerpo, relleno en los senos y en las caderas. Por la retaguardia, si la observa bien, luce un poco aplastada. Sin embargo, a él, al macho, no le preocupa.
Goza templársela cada vez que se le da la gana, por delante y por detrás. Tampoco su lengua le hace ascos a nada, la mete en cualquier hendidura, hasta provocarle orgasmos volcánicos.
Adora esa piel de porcelana, los cabellos rubios (teñidos), las uñas postizas, nacaradas, aunque parecen reales, porque no son muy largas. El rostro es gracioso, a pesar de las leves patas de gallina, que oculta con una base ligera. Lady Lolita vive solita en alma, desde que su hijo emigró a un pueblecito de España, con su mujer y la niña.
Todo el mundo entiende que cuando una mujer tiene una casa, aquí en Cuba o en la Cochinchina, es un hotel gratis las 24 horas, donde se puede disponer de restaurante y habitación.
No obstante, el hombre es una buena persona que, desde luego, no escatima en sus esfuerzos por ayudarla en las tareas domésticas; pues cuela el agua hervida, friega y bota la basura. La ha cuidado, como si fuera un esposo ejemplar, cuando la operaron de cataratas en un ojo. Entrando por la puerta, se ocupaba de resolver todo. Es como una esposa norteamericana de los años cincuenta, bien vestida, maquillada, con tacones y delantal.
Llevan un año juntos. Hace poco emprendieron el negocio de una pequeña cafetería. Aún no rinde muchas ganancias, pero esperan subir la parada vendiendo hamburguesas y pizzas. Ahora, su unión es pan y sexo.
Los fines de semana se engalanan y van al Submarino Amarillo, o a la Casa de la Amistad, y a veces al Bar Fellini. En todos, tocan bandas de rock. A él le encanta bailar. Da risa verlo, moviéndose igual a un robot. Él siempre es el que paga la entrada y las bebidas. No es tacaño, se gasta la plata, porque sabe que al final va a tirarla contra el colchón.
La señora I
A Eladio G le fascina escuchar la poesía de la señora I. Se queda calladito oyendo los textos. La mira como un comemierda, cuando ella se sienta en la cama, desnuda, y comienza a leer en voz alta. No puede, le es imposible leer como ella, pues padece de dislexia y se le enreda la lengua.
Con frecuencia, pasan las tardes en el apartamento de Playa, frente a la Casa Central de las FAR. Llegan rápido en la moto de él. Allí comparten almuerzo, películas y, al final, invariablemente, fornican como dos adolescentes.
De pronto, le da un arranque de locura, cuando ella se está poniendo el blúmer; entonces se lo arrebata y lo huele intensamente. Para él, es Chanel 5, el perfume que usaba Marilyn Monroe. Es su fetiche, dice que se lo va a robar para masturbarse cuando ella no esté.
Tiene tremendo cráneo con la misma posición sexual. Ponerla en la esquina de la cama con las piernas levantadas, encima de sus hombros, y así penetrarla y eyacular en medio de ridículos te-quieros y jadeos de perro.
La señora I no es joven tampoco, le faltan dos añitos para los sesenta. Sin embargo, su flaquencia la favorece, sus caminatas y el yoga la hacen una mujer muy resistente. Además, es culturosa, porque siempre anda buscando filmes, libros, y metiendo la nariz en el arte.
Eladio G y la señora I, han recorrido bastantes millas, y no solo emocionales. Pero la bola se hincha, porque sigue rodando y rodando; ya es una bola de nieve, crece y crece y va cuesta abajo.
N Peña
Es significativo agregar que Eladio G está casado con una documentalista famosa, N Peña; la cual es ganadora de premios internacionales, bla, bla, bla…
¿Y cómo queda el maridito lindo? Pues relegado a su sombra. Se siente orgullosísimo de ser su media naranja. Cree que sus galardones los han conquistado ambos. No hay dudas que le conviene su nombre y fama. El brillo ajeno ilumina la opaca existencia del mediocre. Aunque solo reciba unas chispitas. ¡Pobre infeliz!
Definitivamente, es el personaje de la película de Joseph Losey. Es El sirviente, el proveedor, el taxista, el lleva-y-trae, el handy-man. Lo mismo trapea el piso que va a la bodega.
Entretanto, la amada esposa se mantiene en su burbuja; no se entera de nada, no sabe cómo está la calle, la basura kilométrica en cada esquina, los precios de la jama que llegan al cielo. La puta decadencia del país.
Muchos amigos le cuestionan a ella por qué no se ha decidido a emigrar, cuando aquí la cosa está morada y con ribetes negros. Por otro lado, ella tiene a la mayoría de su familia en el exterior.
El hermano, en México. Sus tías y primas, en los Estados Unidos. Claro que a la tipa no le interesa irse, porque los pescozones no se los quitaría de arriba, como casi le pasa cuando fue a Miami, y empezaron a preguntarle por qué trabajaba y le sonreía a nuestra querida y venerada distopía.
Dicen que la mentira es coja y la verdad la alcanza en un día. No sé si digo bien el refrán. A los mentirosos se les escapan verdades, y meten la pata en cualquier momento. Era inevitable que le sucediera a Míster Eladio G.
¿Por qué? Porque le puso la tapa al pomo. Porque no lanzó la primera piedra, sino que quiso lanzar varias piedras al mismo tiempo y con más de dos manos. Los humanos solo tenemos dos simples manos, que son poderosas, pero se joden si inventamos demasiado.
La señora I versus Lady Lolita
Una tardecita cualquiera, en el Submarino Amarillo, en el local dedicado a The Beatles, su esposa lo partió en el brinco. A la señora I le dijeron que Eladio G estaba con Lady Lolita hacía rato y ratón y que en ese momento se hallaban bailando allá atrás, cerca de la puerta.
La señora I, la poetisa, que ya tenía tres cervezas arriba y tremenda nota, fue directamente donde estaba la pareja. ¡Qué amorosos! Bailaban Hotel California, muy restregados ellos.
La señora I lo toca por el hombro y él se separa de Lady Lolita. Se le queda mirando, estupefacto. Entonces la señora I le suelta la galleta en la cara. Se tambaleó y por poco se come el piso.
Reacciona y la agarra por un brazo, sacándola rápidamente del lugar. Ridículo, risas y bromas en Facebook luego. Afuera discutieron y él negó la relación. Ruptura total. A otra cosa mariposa. La señora I ya no quiso verlo más.
Eladio G
Pero él siguió jodiendo, le tenía el celular quemado, también la molestaba por el teléfono fijo. De cualquier modo, trataba de tergiversar el asunto. Luego vinieron invitaciones de todo tipo, cine, teatro, restaurantes. Ella no tranzó. Silenciaba el celular o lo ponía en modo de avión.
Al cabo de cuatro meses, él la sorprende por la calle y la aborda. Ay, qué labia, y qué ojos de carnero degollado, diciéndole “te extraño, te quiero”. Hasta que la hizo caer de nuevo en su telaraña, el muy hijo de puta.
La señora I & Lady Lolita
Se repiten las escenas en el apartamento. Sexo y rock and roll, paseítos. Una noche, cuando salen y van a irse en la moto, aparece de entre la oscuridad Lady Lolita, como una fiera, a reclamarle: “Así te quería coger. Ahora somos tres mujeres engañadas, ¿no?”
Como es normal, él no dice ni pio. Se van en la moto. Mientras la otra se queda en la parada, a esperar la guagua o un taxi. Eladio y la señora I no hablan durante todo el trayecto.
Naturalmente, él lo niega todo. Alega que la nena está enganchada, enamorada y no lo deja tranquilo. Y que cuando le pague la inversión del negocio, ya se zafa completo. Por supuesto, la señora I no le cree, quiere pruebas. Necesita averiguar la verdad.
Pasan los días, el polvo, el agua. Llueve y escampa. No hace falta recurrir a Hércules Poirot, ni a Sherlock Holmes, ni siquiera a la analítica Señorita Marple. Una amiga en común junta a las féminas victimas. Lady Lolita y la Señora I comienzan a contarse todo, del pí al pá, hablan por WhatsApp.
Se citan y conversan. Parecen feministas, cada una plantea su punto de vista, y lo que van a hacer. Evalúan a Eladio G, se convierten en Sigmund Freud, lo psicoanalizan.
Finalmente, concluyen que es un redomado sociópata, mentiroso y manipulador. Solía llevar a las dos mujeres a los mismos lugares, al Bosque de la Habana, al Monte Barreto, a las mismas heladerías, restaurantes, cines y centros nocturnos. Las celaba, cuando ellas salían con amigos. Las quería bien quietecitas, como monjas en un monasterio, rezando y esperando por él.
A ambas les dijo que no tenía sexo con la esposa hacía un montón de años, porque se quejaba de dolor pélvico y de resequedad vaginal, y a él le dolía su pene. A ambas les dijo que no podía divorciarse porque le daba lástima, ya que lo había amenazado con suicidarse si la dejaba. Y que, también, su esposa empezaba a padecer de una leve demencia senil.
La realidad es que nunca pensó en separarse de N Peña y renunciar a los dos apartamentos, el auto y la moto, aparte de otros bienes.
Ambas vieron en su pecho y estómago, los arañazos provocados por su esposa en un ataque de celos. Ambas suponen que ellos discutían cuando él se perdía de su casa tantas horas.
Ya se enteraron de su forma de dividirse en tantos pedazos. No era un clon, sino que mentía a una y a otra, con absoluta convicción. Su modus operandi era el mismo para las dos.
Eladio G se acostumbró a tener tres huecos para meter su pene. A tres mujeres disponibles en su ajetreo de vividor. Lady Lolita y la señora I ya se pusieron de acuerdo para desenmascararlo.
Será en el apartamento de El Vedado, en el negocio. Quisiera verle la cara cuando aquello explote.
Yo fui Holden Caulfield en La Habana
Me levantó la saya y metió la mano por un costado del blúmer, directo a la vagina.