La tierra que dejó atrás Reinaldo Arenas sigue siendo la misma. Cada año es un año más que el tiempo estrangula. Un ciclo dentro de un circo de un terror enorme, una violencia que aplasta.
El pasado 10 de octubre el gobierno organizó ridículos actos de repudio contra intelectuales, periodistas y artivistas. Los sitiaron, los abuchearon, los apresaron todo el día. El día que supuestamente se celebra la independencia de Cuba. Carlos Manuel de Céspedes libera a sus esclavos y, 152 años después, la policía política cubana pone cepos al que piensa diferente, al que se rebela o alza la voz.
Ya no hay mucho que celebrar en Cuba, abrir los ojos diariamente ya es demasiado.
Reinaldo pudo escapar en el éxodo masivo del Mariel. Sospecho que pronto nos harán lo mismo: cada vez hay más decepción, más desengaño, más hambre. Un éxodo es la manera que encontrarán para “purificar” la mierda.
En todas las fechas importantes mandan a unos cuantos viejos, con la barriga llena de frijoles, a gritar que “la calle es de los revolucionarios”, “la tierra para quien la trabaje”, “los derechos se ganan”, “somos Cuba”, “somos continuidad”. Y es que las tradiciones son lo que queda cuando se vacía la memoria. La tautología del tartamudo. El subdesarrollado defiende esas tradiciones como un perro rabioso aferrado a su único (y último) hueso. Por ese hueso, es capaz de cualquier cosa.
¿Cómo sentirse seguro con todos esos perros afuera, ladrando que te vayas de tu país, pero sin dejarte salir de tu propia casa?
He visto los videos, las detenciones; he escuchado los audios entrecortados por sollozos de la poeta Katherine Bisquet; he visto la mirada triste de la curadora Anamely Ramos en una directa, y a la gran artista que es Tania Bruguera asediada por una turba de machangos.
He visto las mejores mentes de esta generación destruidas por la locura de un sistema cobarde y sucio. Y me pregunto, inocentemente, si la patrulla, la estación policial y la cárcel son lugares para la intelectualidad cubana que disiente con el sistema. Inocentemente, apelo a alguna organización internacional, alguna ayuda, alguien que nos sostenga en el dolor como deus ex machina en este teatro de horrores. Pero creo que la justicia abandonó esta tierra.
Si no nos sostenemos nosotros mismos, si no hacemos un cordón humano o una alambrada de cuerpos, nos seguirán asfixiando.
Aún quedan las ganas de gestar un cambio, de crear un país donde convivamos todos, donde un cubano no sea un peligro para otro cubano.
Nos estamos matando entre nosotros mismos. Nos mandan a comer tripas y las comemos, nos mandan a marchar y marchamos, nos mandan a entregarlo todo y lo entregamos.
Es increíble cómo la persona no vale nada; no tenemos derechos ni ciudadanía que nos ampare, no podemos quejarnos en ningún lugar, no podemos proponer ni explicar. Un Estado totalitario priva a la persona de decidir incluso sobre su propio cuerpo. Eres propiedad del Estado. El Estado decide si puedes transportarte, viajar, comer, hablar, respirar… Todo está controlado.
En un medio así, se necesita urgentemente llamar las cosas por su nombre, redefinir: ni comunismo, ni socialismo, ni izquierda, ni patria, ni marxismo-leninismo. “¿Quién podría denominar marxista a una ideología que ha puesto su fe en los ‘gandules sin claseʼ, que cree que ‘en el lumpenproletariado hallará la rebelión su vanguardiaʼ y que confía en que los ‘gánsteres iluminarán el camino al puebloʼ?” (Hanna Arendt, Sobre la violencia).
Vivimos en un estado vaciado de sentido, donde las cosas no son llamadas por su verdadero nombre; hemos perdido la capacidad analítica para nombrar y relacionar las cosas. Todo el tiempo se opera con significados erróneos de los conceptos.
¡Qué revolucionarios los rebeldes, cuando ponían bombas y cortaban la electricidad de las ciudades, y qué mercenarios y malagradecidos los muchachos de ahora, cuando simplemente claman por sus derechos! No tiene sentido.
“Una de las cosas que más me desconcierta de la gente es su incapacidad para sostener un sentimiento, una idea, sin dispersión. No relacionan las cosas, esa es una de las señales del subdesarrollo: incapacidad para relacionar las cosas, para acumular experiencias y desarrollarse” (del monólogo de Sergio Corrieri en Memorias del subdesarrollo).
Nada tiene sentido: ni la burocracia, ni la economía, ni los impuestos, ni los discursos, ni las arbitrariedades políticas, ni el partido político, ni la política en sí. La vida en Cuba no tiene sentido alguno. Saber que estás viviendo esto es, en suma, la pena más grande del mundo.
Entonces, para qué soñar con la libertad.
La libertad en este país comienza en el reconocimiento de uno mismo dentro de ideologías que te reclaman como cuerpo social. En estas operatorias se corre el peligro de perder la identidad. En los años sesenta, en Cuba, o eras revolucionario o eras gusano, no había otra opción. Actualmente continúan las reducciones cuando se habla de ideologías de izquierda o derecha, de comunistas, capitalistas, nacionalistas, feministas…
Yo no soy un artista-maricón-disidente (de izquierda o de derecha): yo soy ante todo Persona, y si se olvida la dimensión que abarca este concepto, no somos Nada; mientras más calificativos se usen para definirte, a más Nada eres reducido.
Es fácil etiquetarte de gusano, escoria y mercenario; es muy fácil salir a la calle a agredir al otro. Lo difícil es intentar encontrarse a uno mismo. Decir/decidir/disentir son gestos que han sido suprimidos, capacidades que solo pueden ser realizadas por un símbolo superior: el Presidente, el Comandante, el Dictador. Pero cuando se deconstruyen estos símbolos, ya se han diseminados por toda la sociedad.
¿Qué pasaría si el dictador fuera uno de nosotros? Ciertamente, cada uno de nosotros reproduciría los patrones del símbolo. Todos hemos sido represores o testigos de la represión: se nota en las pieles, en las caras, en el lenguaje, en la constante y fallida redefinición de La Cosa.
Entonces, cuando se está bajo las órdenes, el adoctrinamiento y la influencia del “algo superior”, no ocurre ningún análisis, ni operan sentimientos, solo la mecánica del hombre burocrático enfrascado en cumplir la tarea asignada; el sentimiento de que eres importante para que el sistema se mantenga a salvo. Bajo estas circunstancias, el diálogo entre violentados y violentos sería impensable.
Esto no quiere decir que la violencia esté justificada, que se ejerza inconscientemente o algo por el estilo. Los represores son culpables del hecho, pero no reconocen la maldad en él; de alguna forma está justificado y amparado por una fuerza mayor:“La fuerza y la violencia son probablemente técnicas eficaces de control social y de persuasión cuando disfrutan de un completo apoyo popular” (Informe de la Comisión Nacional sobre las Causas y la Prevención de la Violencia, junio de 1969).
Este desagradable patrón de conducta ha sido definido magistralmente por Hannah Arendt (Eichmann en Jerusalén) como “la terrible banalidad del mal, ante la que las palabras y el pensamiento se sienten impotentes”.
Así me siento. Desde este 10 de octubre no se me quita el nudo en la garganta, pero si es cuestión de repetir para no ser linchado, entonces:
¡Viva el 10 de octubre!
¡Vivan los hematomas, cariño, la sangre!
¡Vivan los huesos rotos, las tonfas, el asedio!
¡Viva el repudio público, las caravanas de expiación, la barbarie!
¡Viva la vigilancia, la chivatería, la calumnia!
¡Viva el abucheo, el escupitajo, el galletazo!
¡Viva el interrogatorio, la intimidación, la amenaza!
¡Viva la persecución, la represión!
¡Esta es la Cuba que han dejado para nosotros!
¡Esta es la pena más grande del mundo!
Fetiches y parafilias. Del voyeurismo político y otros demonios
La sociedad cubana está plagada de seres extravagantes. Pero estos no viajan solos. He podido constatar la aparición de nuevos especímenes hasta ahora desconocidos por la biología, las ciencias sociales y la psicología política. Comparto con los lectores de Hypermedia Magazine mis resultados investigativos.