El 25 de septiembre de 2022 es la fecha en que el gobierno cubano llevará a votación popular el nuevo Código de las Familias. ¿Pero cuánto camino ha tenido que recorrerse para llegar hasta aquí? ¿Por qué se han generado tantas polémicas, algunas muy amargas incluso, alrededor suyo? ¿Cuánto representa al pueblo? ¿Es realmente una voluntad política de otorgar derechos o un juego político del gobierno?
Tras veinticuatro anteriores versiones, la comisión redactora llegó al texto que se someterá a referendo popular. Una comisión redactora que apenas nadie conoce y que no contempla entre ellos a ningún actor de la sociedad civil involucrado en las largas luchas por defender y garantizar derechos que hace mucho ya debían haber sido otorgados a la sociedad cubana. Porque es justo parte de esa sociedad, como la comunidad LGTBIQ+ y la comunidad por la defensa de los derechos de las mujeres, quienes comenzaron a reclamar derechos para ellas y, en extensión, para otros sectores, como la infancia, las personas de la tercera edad y personas con discapacidades.
Sin embargo, la mayoría de esos reclamos y los activistas de estas comunidades han sido enfrentados a lo largo del tiempo con censuras, represiones, ninguneos, humillaciones. Pero, a pesar de ello, estas comunidades han logrado crear mecanismos independientes de observación, denuncia, redes de apoyo… Mecanismos que, si bien responden a necesidades sociales reales que el Estado no cubre, este tampoco deja que se articulen y desarrollen de manera paralela a él.
Resulta hasta cierto punto entendible, entonces, que gran parte del pueblo desconfíe o no se interese por aquello que venga de ese mismo gobierno que cada día más lo deja desamparado. En un contexto de profunda crisis económica, con un nuevo Código Penal más represivo —que no fue llevado a consulta popular—, la discusión del Código de las Familias puede ser considerado como un lavado de imagen del gobierno o un entretenimiento político.
Pero más allá de la tan llevada y traída frase de “los derechos no se plebiscitan”, hay elementos en el texto que responden a todos los sectores de la sociedad en la Isla. Y justo uno de los principales dilemas que entraña la votación del próximo 25 de septiembre es el sopesar el costo político y social de un Sí o un No para el desarrollo de la sociedad cubana, más allá de estar o no de acuerdo con lo que refleja este nuevo Código de las Familias.
Por ello, Hypermedia Magazine conversa con Yasmín Silvia Portales Machado, marxista crítica, feminista, madre y cuir, no necesariamente en ese orden, cuya labor a favor a de la comunidad LGTBIQ+ y las mujeres de la sociedad cubana abarca ya algunos años.
¿Qué es y cómo surge 11M a Debate?
11M a Debate es un grupo de discusión público, de información, de debate y denuncia sobre temas LGTBIQ+, y en general de derechos de mujeres, derechos de la infancia, derechos humanos en Cuba. Y es también su equipo de coordinación.
Este grupo surge en mayo de 2020 como esfuerzo de conmemoración de protección de la memoria histórica de los hechos del 11 de mayo de 2019, cuando ocurrió la primera marcha independiente LGTBIQ+ de Cuba; y creo que la primera marcha independiente en Cuba desde 1960 o 1961.
Yo no tengo derecho a hablar de la fundación de 11M a Debate porque yo no estuve ahí. Yo llegué al grupo en el verano de 2020 y, eventualmente, fui invitada a participar en el grupo de coordinación.
Sí creo que el hecho de que la pandemia forzara a Roberto Ramos Mori, a Lidia Romero y a las otras personas fundadoras a elegir una plataforma digital, acabó beneficiando el proyecto, porque 11M a Debate ha crecido más allá de las fronteras de Cuba y ha sido capaz de articular no solo un debate de alcance nacional sobre las preocupaciones de las personas cuir en nuestro país, sino un debate transnacional que engloba a las personas cuir residentes en Cuba, a muchas personas cuir cubanas residentes en otras partes del mundo, y a personas cuir de cualquier parte del mundo interesadas en la realidad cubana.
¿Puede hablarse de una dicotomía dentro del activismo LGTBIQ+ y los defensores o detractores del Código de las Familias?
No. Yo no diría que puede hablarse de una dicotomía. Creo que puede hablarse de una decantación o degradación. En primer lugar, porque las personas de la comunidad LGTBIQ+ y quienes nos dedicamos al activismo no somos los únicos en Cuba interesados en la aprobación del Código de las Familias. Hay grupos de defensa de los derechos de la infancia, grupos de defensa de los derechos de las mujeres, grupos de lucha contra la violencia sexual y de género, gente preocupada por los derechos de las personas con discapacidad o de la tercera edad, que también tienen mucho interés en que se apruebe el Código de las Familias.
Para mí, el primer problema con esta pregunta es que repite la misma lógica de la cortina de humo que asocia el Código de las Familias con la agenda LGTBIQ+, sea desde un punto de vista positivo o negativo. El Código de las Familias no es un proyecto que solo beneficie a este grupo de la sociedad. Lo cual es algo importante que debe recordarse, todo el tiempo.
Por tanto, quienes defendemos el proyecto del Código de las Familias, aun con sus limitaciones, somos un grupo variopinto, al igual que las estrategias y discursos. Quienes se oponen al Código, por tanto, no solo se están oponiendo a la progresión o a la adquisición, al reconocimiento de derechos de las familias cuir, sino al reconocimiento de los derechos de un montón de personas de la sociedad cubana.
También me niego a pensar en una dicotomía porque hay un amplio espectro de posiciones respecto al Código de las Familias dentro de la oposición a este. Están quienes lo rechazan porque simplemente reconoce los derechos de la comunidad LGTBIQ+ y de la infancia, y no pueden vivir con la idea de que no los dejen maltratar a su prole. Lo cual está mal.
Yo no puedo exigir a la ley que me permita tratar con violencia a mi hijo. Al contrario, tengo que estar agradecida de que la ley y una pila de gente me repitan una y otra vez que debo encontrar una manera mejor de hacerlo, porque él es un sujeto de derechos.
Si hay alguna dicotomía, es entre quienes apoyamos el Código reconociendo sus falencias, como un paso en el proceso de construcción de un corpus legal mejor, en términos de reconocimiento de derechos humanos y vida digna para todas las personas de ciudadanía cubana o residentes en Cuba, y quienes se aferran a sus privilegios y a sus proyectos de sociedad, que no incluyen derechos para todas las personas, sino para algunas. Que es básicamente lo que tenemos ahora; pero esa gente se imagina lo que tenemos ahora un poco más bonito y con su grupo en el poder. Entonces, no les conviene el reconocimiento de derechos dentro de la ley.
Crees que se ha abierto una brecha infranqueable entre los #opo y la comunidad LGTBIQ+ a raíz del plebiscito del Código de las Familias?
No. La brecha no se ha abierto. La brecha siempre estuvo ahí, lo que no podíamos verla. La discusión sobre el contenido del Código primero, y luego el referendo, ha revelado, develado, descorrido la cortina sobre esta brecha que ya existía. Es una brecha referida al reconocimiento del carácter inalienable, interconectado e innegociable de los derechos humanos para todas las personas, no solo para algunas; y de todos los derechos humanos, no de algunos.
Esta oposición política al gobierno, que se ha revelado tan hipócrita respecto a la defensa de los derechos humanos como el propio gobierno, al alegar que el Código de las Familias no puede o no debe contener reconocimiento para las personas LGTBIQ+, para la infancia, para las mujeres, en nombre de la defensa de los valores tradicionales de Cuba —¡vaya a saber cuáles son!—, o que se niega a aprobarlo porque es un Código que viene del gobierno actual y por tanto es negativo, o que se niega a participar o a apoyar el referendo porque los derechos humanos no se plebiscitan, con las mejores o peores intenciones, simplemente están demostrando que su visión del rol de los derechos humanos en el tejido social de la nación es instrumental, no básico.
Pero para mí es inconcebible que, desde el privilegio de tus derechos, le exijas a otras personas que carecen de ellos que esperen por la llegada del futuro luminoso —en este caso el futuro luminoso del capitalismo— para que después sus derechos puedan ser reconocidos. No. Las cosas no funcionan así.
Desde mi punto de vista, primero, nadie tiene derecho a negar derechos. Cualquier persona que por las razones que sea, políticas, religiosas, ideológicas, ontológicas, encuentra una excusa para negarle derechos a otra, está cometiendo un error. Segundo, justificar, racionalizar esa justificación utilitaria como moneda de cambio de los derechos humanos dentro de una agenda política significa, por supuesto, que se está en la disposición de comerciar, intercambiar los derechos humanos de un grupo social con tal de avanzar las propias ideas acerca de lo que debe ser la sociedad.
Pero resulta que esas ideas ya estaban ahí. La oposición política que se ha rebelado en contra del Código de las Familias ya tenía estas percepciones acerca de cuál es el valor de los derechos humanos dentro del tejido social y cuál es el valor específico de los derechos humanos de la infancia, de las mujeres y de las personas cuir. Simplemente, aún no habían surgido las circunstancias en las que fuera necesario debatirlo abiertamente.
Hasta hace no mucho, 11M a Debate podía caracterizarse por una pluralidad de sus integrantes. Sin embargo, entre algunos de ellos se han producido intensos —y a veces no amables— debates en las redes sociales a raíz del #YoVotoNo. ¿Cómo se ha manifestado esto al interior del grupo?
En esta pregunta es importante recordar que 11M a Debate son dos cosas al mismo tiempo: el espacio abierto de Telegram, que es un grupo de debate sobre derechos, políticas públicas, iniciativas sociales y los retos que aún persisten para la comunidad LGTBIQ+ en Cuba; y es un grupo de coordinación que modera este espacio de Telegram, administra los archivos que se comparten, maneja las cuentas de Facebook, Twitter, Instagram, Medium.
O sea, somos un grupo coordinador interno, discreto, que trabaja por consciencia, y un espacio abierto de debate. Y es en ese espacio abierto, específicamente en el canal de Telegram, que se dio el debate, en efecto no muy amable, por el #YoVotoNo a raíz de la versión definitiva del Código de las Familias y la fecha del referendo.
Aunque yo no hubiera usado las palabras tan poco amables que se usaron para rebatir el #YoVotoNo, estoy completamente de acuerdo en que este hashtag, al igual que #YoNoVoto —que es la etiqueta que se ha hecho popular dentro de la oposición que posa de neutral respecto al referendo de los derechos humanos y el texto a plebiscito que organiza nuestro Gobierno—, no son posiciones aceptables, al menos para mí, porque pretenden relativizar los derechos humanos de las personas.
La neutralidad política, para mí, es prácticamente inalcanzable. Yo no creo que realmente podamos tener posiciones neutrales. Yo creo que a lo más que puede aspirar una persona es a tener una posición propia individual o con un colectivo a su alrededor en posición equidistante de otros discursos —digamos— hegemónicos.
Pero ser neutral implica no tener intereses y yo no creo que ninguna persona pueda, honestamente, decir que carezca de intereses sociales en absoluto. Porque, en última instancia, toda persona que desea vivir y satisfacer sus necesidades básicas sin trabajo y sin peligro, tiene en su mente una idea de sociedad. Y eso entraña una idea de la política y de cómo debe ser y organizarse la nación o el planeta.
Desde esta perspectiva, que es mi manera de entender el mundo, dentro de 11M a Debate como grupo de coordinación hay consenso y unanimidad respecto a que la única opción frente a la humillación innegable que significa llevar a referendo popular al Código de las Familias es votar Sí. La única opción racional, la única opción digna, la única opción práctica es el voto por el Sí. Y en eso estamos invirtiendo nuestros modestos esfuerzos.
Lo otro es el pacto personal que tienen estas revelaciones. Varias amistades me han comentado que a raíz de esto se han visto ante la disyuntiva de cancelar y/o bloquear en sus redes sociales, porque esa brecha que —repito— ya estaba ahí, se ha develado y las personas han sacado a flote su lado cobarde y/o miserable, o cortoplacista.
Muchas cosas llevan a las personas a apoyar el #YoVotoNo o el #YoNoVoto. Pero yo creo que, por el grupo de coordinación, que es por el que puedo hablar, porque el canal abierto tiene actualmente más de 400 personas inscritas, de las que tal vez interactuamos si acaso 50, estamos de acuerdo en que debemos hacer un uso instrumental de las estructuras de la democracia representativa y de los juegos de la política.
Estos son los derechos que hemos usado. Nadie nos regaló el Código de las Familias. Este es el resultado de por lo menos quince años de esfuerzos concretos, específicos, de discusiones y de debates. Entonces, lo que hay que hacer es aliarse. Y reconocer a quienes dijeron estar de nuestro lado, del lado de los derechos humanos, y ahora se han manifestado como personas falaces, hipócritas y/o cobardes. Y esto es con lo que hay que vivir.
A pesar de no vivir ya en Cuba desde hace algunos años, eres moderadora de 11M a Debate. ¿Consideras que de cierto modo este alejamiento te ayuda a tener una mejor perspectiva sobre los diferentes activismos y disidencias en la Isla? ¿Cómo se refleja esto en tu rol de moderadora?
No. Yo no creo que estar alejada me ayude. Creo que estar alejada, de hecho, me llena de angustia. La realidad de cualquier lugar es específica y, en mi opinión, tiene que ser vivida; o estudiada de una manera muy cuidadosa y amplia.
La realidad de Cuba, por su circunstancia de cambio constante, violento y de dificultad para mantenerse al día de lo que ocurre, cómo y por qué ocurre, dificulta mucho, desde mi punto de vista, comprender desde lejos las verdaderas dimensiones de la crisis que está atravesando la sociedad cubana en este momento. Para mí, es una fuente de angustia constante el hecho de que estoy disponible, estoy brindando mis recursos, mis conocimientos, estoy comprometida con el futuro y el bienestar de Cuba, pero estoy lejos.
Mi lejanía se ha convertido en un privilegio en términos de seguridad alimentaria, seguridad energética, seguridad en el transporte; en el poco poder relativo que tiene el gobierno cubano sobre mí en término directo. Lo que me da, por supuesto, una gran libertad. Pero al mismo tiempo, estos privilegios, que se han convertido en cotidianos para mí, pueden hacerme perder la perspectiva del riesgo y el trabajo que da no solo vivir en Cuba, sino hacer política en Cuba.
Desde ese punto de vista, tal vez, de manera optimista, pudiera decir que la obligación que siento por mirar con atención lo que sale alrededor del campo, las informaciones que salen, ya sea en El Toque, en Periodismo de Barrio, en Granma, en Cubadebate, seguir a los medios internacionales cuando hablan de Cuba, seguir a los grupos fachas para tener una idea también de por dónde van los tiros en el campo contrario, me obligue a tener una perspectiva más amplia. Pero es mi profunda certeza y temor que hay una parte muy importante que no está llegando. Además, esto no es privativo de Cuba.
Obviamente, las interacciones sociales ocurren en tiempo real y no siempre son reflejadas en los medios o en los comentarios en las redes sociales. Si estás a cierta distancia física del lugar donde están ocurriendo las cosas, te pierdes algo.
En ese sentido, mi rol de moderadora en 11M a Debate, por ejemplo, me permite estar alerta cuando entran personas con mensajes de odio o propagandas de estafas y anuncios piramidales. Y borrarlos rápidamente. Me he convertido también en una fuente ad hoc de bibliografía y materiales de referencia, porque mi conexión a internet y mi acceso a los fondos universitarios me permiten revisar mucho material.
Pero yo siempre tengo esa angustia de no estar viéndolo todo en realidad; aunque se podría argumentar que nadie ve todo. Incluso las personas que están dentro de Cuba están constreñidas, no solo por la mala calidad de la conexión de Etecsa, sino también por las presiones cotidianas que les impiden dedicar todo el tiempo que quisieran a investigar y a mirar.
De todas maneras, ahí yo citaría a Hamilton, el musical, y la angustia de Burr: “I wanna be in the room where it happens”. “Yo quiero estar en la habitación donde ocurra”.
Yo no quiero estar afuera y enterarme después. Una de las cosas que más me duele hoy, me ha dolido por meses y me va a seguir doliendo, es no estar ahí, en la habitación donde está ocurriendo.
Gerardo Hernández Nordelo ha dicho que: con “el sí de cederista al Código de las Familias sumaremos entonces otra victoria de Cuba y de nuestra mayor organización de masas, que será tan contundente y rotunda como esa unidad a que nos convoca luchar siempre […] con el ejemplo de Fidel, Raúl, Vilma y toda la fuerza, sensibilidad e inteligencia de nuestro pueblo generoso y justo”. ¿Cuál es tu visión, como residente en un país con un sistema político diferente, de la instrumentalización del Código de las Familias por parte del Gobierno?
No es como si me sorprendiera. La instrumentalización de los derechos humanos y de las políticas públicas por parte de los gobiernos y de las facciones políticas es algo que ocurre en todos los países. No es una singularidad de Cuba. Si lo fuera, el mundo fuera más bello y el cambio social en Cuba sería mucho más fácil; pero no es así.
En Estados Unidos, este verano estuvo marcado por la derogación del fallo de Roe vs.Wade, que garantizaba, como parte del derecho de la privacidad del control del cuerpo, el derecho a la terminación del embarazo de manera voluntaria.
Esta derrota de los derechos reproductivos y sexuales es el final de una batalla de varias décadas por parte de facciones que han instrumentalizado los derechos sexuales y reproductivos de la población estadounidense y, por extensión, de la población del planeta. Algunas de estas personas son fanáticas religiosas; pero otras no creen en nada, simplemente están tratando de ganar puntos con lo que consideran una parte significativa del electorado.
Y lo mismo pasa, pasó y pasará con el matrimonio igualitario, con el derecho a la adopción, con las agendas antirracistas, con los subsidios para la ayuda a la educación, o a la sobrevivencia o a la vivienda. Toda política pública, todo reconocimiento a los derechos humanos será instrumentalizado por las fuerzas políticas, porque ninguno de esos marcos legislativos que garantizan una vida digna o una vida mejor para la mayoría de la población pueden ser regalos. No lo son. No lo han sido nunca.
Los derechos se conquistan, se ganan. Quienes están en el poder tienen la consciencia real, absoluta, de que reconocer derechos implica perder privilegios. Y muy pocas personas en el mundo, honestamente, quieren perder sus privilegios. Yo puedo creer, incluso, que una parte importante de la población está dispuesta a perderlos, aunque no quiera. Claro, yo argumentaría que esos privilegios no son legítimos y, por tanto, no tienen defensa alguna; pero ese es otro asunto.
Entonces, que el Partido Comunista de Cuba, después de que en los años 60 denostó a la Iglesia católica; después de que encarceló a testigos de Jehová, personas homosexuales, personas que escuchaban rock; que expulsó de las aulas al personal docente con creencias religiosas o que canceló las carreras académicas de las mujeres que usaban minifaldas o que tenían embarazos fuera del matrimonio; que criminalizó a las personas seropositivas; que el PCC se quiera hacer pinkwashing y presentarse como adalid en agendas avanzadas en términos de concepción de las familias, ni me sorprende ni me ofende. Este es el mundo en que vivimos.
Yo lo que creo que a la edad que tengo sería tremendamente inocente, y por tanto indigno de mi parte, sorprenderme. Con estos bueyes tenemos que arar. También estoy convencida de que entre la comunidad de activistas LGTBIQ + y derechos de mujeres y derechos de la infancia en Cuba, y en la mayor parte del mundo, hay una conciencia absoluta de que la instrumentalización de los derechos es parte del juego político.
El asunto radica en que tenemos que estar en la disposición de instrumentalizar de vuelta las ambiciones políticas de estos grupos de poder para garantizar nuestros derechos, que siempre van a estar, además, en peligro. Por lo que siempre vamos a tener que estar combatiendo y defendiendo su pertinencia y la necesidad de que estén reflejados en el corpus legal. Yo no tengo ningún problema con eso.
Lenin dijo que quien quisiera hacer política por el pueblo tenía que estar dispuesto a ensuciarse, a echar las rodillas y las manos en el fango. Para mí eso no es ningún problema. Siempre que pueda ver claramente una ganancia verdadera, sustancial, en términos de derechos humanos, de acceso a una vida digna, libre de violencia, estoy dispuesta a aliarme con casi cualquiera.
El asunto es que no cualquier actor político está en la disposición de defender de veras proyectos legislativos que avancen este tipo de agendas. Estas son las reglas del juego. Vivimos en un sistema en el mundo profundamente injusto. Los derechos humanos se instrumentalizan, todo el tiempo.
Quienes defendemos los derechos humanos tenemos que estar en la disposición, con las herramientas y con el espacio mental, de que hay que instrumentalizar las agendas políticas de quienes están en el ruedo y ejercen el poder, a través de alianzas temporales o duraderas, de presión, de negociación. Esa es la vida. Ese es el juego.
Gerardo Hernández Nordelo puede decir lo que quiera. Yo lo que quiero es que él vote “sí”.
¿Opinas que este nuevo Código de las Familias realmente brinda una protección a distintos sectores de la población cubana en cuanto a los derechos humanos?
Sí. Además, no es una opinión. No se trata de que yo opine que el Código brinda protección a sectores de la población cubana en tanto derechos humanos.
Lidia Romero es una de las personas que ha hecho lecturas comparadas entre el Código de 1975 y el Código nuevo, y los avances son vastísimos. No solo en la consideración del nuevo escenario que debía ser legislado, sino en el reconocimiento explícito de nuevos grupos sociales que existían, existieron siempre, y no estoy hablando en este momento de las personas cuir. Las personas de la tercera edad siempre existieron, las personas con limitaciones físicas, las personas menores de edad.
Este Código avanza en el reconocimiento explícito de sus derechos, de cómo abordar sus necesidades en términos de previsión no solo de los casos generales, sino de una redacción que busca abrirse a la posibilidad de variación y desarrollo y de mediación.
Yo creo que uno de los avances innegables del Código de las Familias es que pasa de una actitud en que las cosas eran o no eran a la búsqueda de oportunidades para quienes están en las situaciones legales específicas y alrededor (las fuerzas policiales, asesores legales, jueces), a que puedan utilizar el Código como herramienta, como guía y ajustar las acciones a la letra y al espíritu de la ley. Porque la ley no puede preverlo todo, es imposible. Pero una ley que define en qué dirección se deben implementar las soluciones es una ley buena.
Lo otro es que, aunque el gobierno cubano no lo quiera, este proyecto legislativo introduce muchos conceptos que tienen que ver con el marco internacional de los derechos humanos, con acuerdos y legislaciones de los cuales Cuba era signataria y que no habían sido incorporados de manera orgánica en nuestros cuerpos legales.
El Código de las Familias también es bueno por eso, porque hace honor a estos compromisos que Cuba adquirió durante las décadas de 1980 y 1990 y que, al no estar reflejados en la ley, era difícil para las personas respetarlos. Porque no todo el mundo tiene que saber cuál es la última decisión de la Comisión de Derechos Humanos. Para eso está la ley nacional, para que te guíe sin tener que volverte especialista en derechos humanos internacionales.
El Código de las Familias no es solo pertinente y necesario porque han pasado más de cuarenta años desde su escritura; sino porque las personas que día a día trabajan con la ley cubana necesitan una guía sobre cómo respetar todos los compromisos que nuestra nación tiene con su ciudadanía y con el resto del mundo.
El Código de las Familias concierne a toda la sociedad. Sin embargo, muchas veces da la impresión de que solo interesa a la comunidad LGTBIQ+ o a ciertos círculos religiosos. ¿Por qué crees que es así?
Es así por oportunismo político.
Regresemos al origen de este debate, que es el debate manipulado alrededor del artículo 68 del Proyecto de Constitución de 2019. Mientras este ocurría, mucha gente advirtió, yo entre ellas, que el foco que se estaba dando, la atención que el mismo Partido Comunista de Cuba y el Gobierno estaban dando en los debates y las discusiones sobre el articulo 68, con la modificación de la definición del matrimonio, estaba generando una cortina de humo sobre otras modificaciones en el texto constitucional mucho más significativas para la mayoría de la población con respecto a los derechos económicos, los derechos sociales, a la relación entre el Partido y la sociedad.
El matrimonio igualitario se convirtió en una cortina de humo para secuestrar la discusión del texto constitucional y lo que significaba para el futuro de Cuba. Y en la producción de esa cortina de humo fueron cómplices el Partido Comunista de Cuba y el núcleo de iglesias evangélicas conservadoras que se oponen al reconocimiento de los derechos, no solo de las personas cuir, sino también de la infancia y de las mujeres. Ese estado de opinión permanece y permea el debate sobre el Código de las Familias a lo largo de 2021 y 2022.
El Código, efectivamente, concierne a toda la sociedad y es triste que, por ejemplo, supuestas personas aliadas hayan argumentado que esto es culpa de la comunidad LGTBIQ+. Que la pérdida, la transformación de derechos que trajo la Constitución de 2019, y la negatividad del debate alrededor del nuevo Código de las Familias en los años 2021 y 2022, es culpa de la comunidad LGTBIQ+ por habernos convertido en el actor protagónico de este debate.
¡Esto no es nuestra culpa! ¡Estos son nuestros derechos! ¿Quién más va a luchar por nuestros derechos? ¿Por qué quienes se quejan de nuestro protagonismo no dan el frente y no apoyan también el derecho de las mujeres y de las infancias y de las personas con problemas físicos y de las personas de la tercera edad? ¿De qué manera es justo culpabilizar a las víctimas por la manipulación política de sus victimarios? No solo es injusto, es irracional, y revela un trasfondo de homofobia, de transfobia, profundamente arraigado en actores políticos de la oposición cubana.
Porque culpar a la víctima ni es nuevo ni surgió con la comunidad LGTBIQ+. Es tan viejo como: te violaron por como ibas vestida, por donde ibas caminando. No es mi culpa, yo tengo derecho a caminar por donde yo quiera y a vestirme como me dé la gana. La culpa nunca es mía; el violador eres tú.
Entonces, para mí, el hecho de que el Partido Comunista de Cuba y el núcleo de iglesias cristianas conservadoras hayan logrado manipular la opinión pública al punto de que parezca que esto es un plebiscito sobre el matrimonio igualitario, es una triste evidencia también de la pobreza y del conservadurismo latente de la oposición política en Cuba; que en parte se ha limitado a invocar la supuesta neutralidad de #YoNoVoto o la descarada reaccionaria posición de #YoVotoNo, por los valores tradicionales o porque lo está impulsando el Gobierno y, por tanto, es malo.
Nadie va a luchar por nuestros derechos. Todas las personas subalternas lo saben, en un país u otro, en un momento de la historia u otro, en un idioma u otro. A veces eso te paraliza porque el peligro es real; otras veces, el miedo lo que hace es decidirte porque, regresando al inicio de la revolución, cuando ya tú no tienes nada que perder, no es un problema ir a la lucha.
¿Qué van a hacer? ¿Matarte? Si ya nos están matando. ¿Cuál es la diferencia? El asunto está en que el privilegio de que no te maten, de que no corras el peligro de que te maten cada día, hace que mucha gente se acomode y crea que quienes vivimos con el peligro de la muerte diaria podemos esperar. No es así, porque la muerte es una sola.
Una de las frases más utilizadas en los últimos tiempos alrededor del plebiscito del Código de las Familias es “los derechos no se plebiscitan”. ¿Cuáles pudieran ser para ti los pros y los contras de esta frase?
Esta es la pregunta de los 64 000 euros. Yo no soy una especialista en leyes. Soy una persona que trabaja en la defensa de los derechos humanos, utilizando el conocimiento especializado de otras personas y aprovechando herramientas de comunicación. Por tanto, lo que voy a decir es lo que puedo ver desde mi perspectiva como actriz política en la realidad cubana contemporánea.
Yo tengo dos aspectos en contra que puedo concretar respecto a la frase “los derechos no se plebiscitan”.
El primero es muy concreto y afecta el referendo del 25 de septiembre. Y es que esta frase sirve de excusa para el movimiento #YoNoVoto, que defiende la abstención como ejercicio de resistencia a las políticas gubernamentales. Entonces, negarse a votar en el referendo es la opción ética porque los derechos humanos no se plebiscitan.
Eso está muy bien en papel, en teoría; pero no está bien en absoluto en la realidad, porque lo que pasa cuando te abstienes de apoyar el reconocimiento de derechos humanos es que te haces cómplice de la negación de derechos humanos para las personas. Para mí no hay vuelta de hoja en esto. La abstención, frente a la opción de reconocer o de negar es apoyar la negación. Hay que decir sí a los derechos humanos siempre que sea posible sin ninguna reserva. Ese es mi punto de vista.
El segundo aspecto en contra deriva de este problema, pero tiene un impacto aún mucho mayor. Perpetúa la idea falsa de que, en última instancia, no hay salida dentro del sistema político cubano al reconocimiento de derechos sociales. Porque si no tenemos un Estado “verdaderamente democrático” —si es que eso existe en alguna parte de este planeta en realidad— y los derechos no se pueden plebiscitar, que es lo que hacen muchas entidades gubernamentales alrededor del mundo, quitarse la responsabilidad de reconocer derechos y pasar a la gente a la decisión de quienes les oprimen, entonces no hay salida dentro de la situación cubana.
En estos momentos políticos, la repetición de la frase “los derechos no se plebiscitan” se convierte en una herramienta que paradójicamente borra o niega el éxito innegable que significa haber llegado al referendo del Código de las Familias, a la producción de un Código como este, que no nos lo regaló nadie.
Repito, no fue una idea iluminada de su Comisión redactora integrada por el CENESEX, la FMC, la Unión de Juristas de Cuba y otras personas, que después fue revisada por las distintas comisiones de la Asamblea Nacional del Poder Popular.
Esto no es un regalo, no fue que se le ocurrió a esa gente. Esta es una respuesta a una demanda social, sostenida, intensa, dramática, ingeniosa, desesperada, que se remonta a principios del siglo XXI. Que, de hecho, se remonta a la década de 1980 con la constitución de la Comisión para la atención a las personas transexuales, quienes de todas maneras no son justamente reconocidas en esta ley, y por las cuales hay que seguir luchando. No sólo por ellas, sino porque ellas son parte de la sociedad. No hay paz, no hay verdadera dignidad hasta que no se reconocen los derechos de todas las personas.
Para mí es un problema la idea que implanta este debate de que no hay salida, de que toda lucha es inútil. No solo porque no es verdad; también porque niega la existencia, la persistencia de esa lucha que han pasado como antorcha de generación en generación. Gente que ha muerto, que se ha frustrado, que ha perdido empleo, que se ha ido del país y que se ha quedado, que no se ha callado. Y es por todas esas personas que el Código de las Familias existe.
Y sí, es humillante y es desastroso que los derechos humanos se estén plebiscitando; pero si este es el camino, es el camino que hay que tomar. Porque lo otro es aceptar la derrota.
De aquí salen los dos aspectos a favor que yo le veo a la repetición, incluso mental, de que los derechos no se plebiscitan.
Lo primero, es que la frase llama la atención sobre el mismo concepto de los derechos humanos, que tienen dos adjetivos adjuntos todo el tiempo: son inalienables y son indivisibles, por eso es que no se pueden plebiscitar. Son consustanciales a las personas.
Tú perteneces a la especie, tú tienes estos derechos, no importa si eres la versión más brillante de nuestra especie o la más vergonzosa, miserable, la menos estéticamente placentera. Si tú eres una persona, si tú eres un ser humano, entonces tú eres titular de derechos humanos, de todos.
No es que las personas tienen derecho a la educación y a la salud, y no tienen derecho a la libre asociación o a la libertad de movimiento. No es que los niños y las niñas tienen derecho a un nombre, pero no tienen derecho a una religión o a una educación. Los derechos humanos son todos y uno, y por eso no se pueden poner a elección pública.
Lo segundo, es que esta frase pone en evidencia al gobierno cubano que ha organizado un referendo no solo violatorio del marco universal de los derechos humanos, sino que es anticonstitucional, porque la Constitución cubana reconoce los derechos humanos y a las personas como titulares de derechos. Entonces, tú no puedes armar un referendo para discutir los derechos de la ciudadanía cubana. Eso no tiene sentido.
Por más que a mí me moleste, me hierva la sangre, respecto a la aprobación del nuevo Código Penal, este sí siguió el proceso que deben seguir las leyes en Cuba: va a la Asamblea y allá vamos. Que la Asamblea es elegida de cualquier manera, que su capacidad de discusión, de enfrentamiento y de crítica con las políticas que propone el Gobierno se reduce a la actitud que tienen las ovejas en los cuentos, sí, es verdad. Pero el Código Penal siguió la ley y eso nos viene a probar en qué situación de vulnerabilidad estamos en Cuba. Pero ese no es el punto que estamos discutiendo en este caso.
El Estado cubano está cometiendo una hipocresía, que además es inconstitucional, al organizar un referendo sobre los derechos humanos de su población. Y todo eso, de todas maneras, significa que hay que votar Sí por el Código de las Familias, porque no se puede tener dignidad desde la tumba. No hay muertes dignas, y yo creo que es verdad. Cuando a la gente se le acaba la vida, ya no tiene sentido después lo que pase.
El Código de las Familias va a significar la diferencia entre la vida y la muerte para muchas personas, y va a significar la diferencia entre una vida con dignidad o una vida llena de humillación para un montón de personas más. Es humillante, anticonstitucional, violatorio del mismo concepto de los derechos humanos, pero de todas maneras hay que ir a ese referendo y votar Sí. Porque la otra opción es seguir tal y como estamos.
Muchas personas estiman que la sociedad cubana actual aún no está preparada para afrontar e implementar los cambios incluidos en este nuevo Código de las Familias. En la práctica, ¿cómo ves que podría desarrollarse desde lo micro y macrosocial?
Esto es como pedirme que sea vidente, profeta, sibila. Yo no lo sé. Yo sí estoy de acuerdo en que la sociedad cubana no está preparada para afrontar e implementar los cambios incluidos en este nuevo Código de las Familias, porque está atravesando una tremenda crisis económica, tiene cortes irregulares de energía eléctrica, dificultades con el transporte, una inflación cabalgante, una crisis migratoria espantosa que, por cierto, dificultará grandemente la actualización de los padrones electorales para el día del referendo.
Estas son las razones por las que el pueblo no está preparado para afrontar e implementar los cambios del Código, porque estamos en crisis material, política y social. Porque el gobierno cubano ha perdido en los últimos cinco años una cantidad increíble de capital político, de credibilidad, de respeto.
Entonces, claro que una sociedad en la que la mayoría de la gente se levanta con tres problemas: desayuno, almuerzo y comida; y sabe que va a tener esos mismos problemas al día siguiente, implementar cualquier cambio legislativo, cualquier avance social, es un reto para el cual no está preparada.
Eso no significa que las personas no tengan la capacidad intelectual y espiritual para hacerlo. Significa que tienen otros problemas, pero es lo mismo que pasa con todas las cosas nuevas. No importa si tú tienes preparación o tienes las condiciones, la vida está ahí y hay que aceptar los riesgos y los retos que te pone.
Pero si esta pregunta se refiere a la condición cultural de la sociedad cubana, y a su relación con el nuevo modelo de familia y sus relaciones sociales que anuncia y demanda el Código de las Familias, yo diría que estamos perfectamente preparados, preparadas y preparades para enfrentarlo porque nunca antes ha sido tan transnacional la sociedad cubana.
La diáspora, si algo tiene de bueno, es que abre las puertas a todas las familias, a prácticas sociales, a realidades culturales, religiosas, culinarias, que nunca podrían haber imaginado.
¿Cuántas cosas no cuentan sus correos electrónicos y sus conversaciones por WhatsApp las personas de Cuba que ahora están regadas por todo el planeta? Ese conocimiento, aunque sea aparentemente superficial y poco influyente, marca y forma las ideas del mundo que tienen las personas dentro de Cuba, que se amplían de manera acelerada gracias a la conectividad.
Y yo creo que, más que todo —porque en realidad el acceso a internet no es tan amplio en muchos grupos sociales y demográficos—, se ha ampliado por el aumento de la migración y lo que significa en términos de conocimiento de otras experiencias culturales.
No importa si la sociedad no está preparada para enfrentarlo porque no tiene recursos materiales. Y no importa que la sociedad yo sí creo que esté preparada porque tiene la experiencia cultural del cambio y la diversidad. Lo importante es que el nuevo Código de las Familias por fin está aquí.
¿Cómo se desarrollará? No sé. ¿En microsocial? La gente se va a casar, la gente va a decir: “No, no puedes hacerme esto porque el Código de las Familias nuevo dice que tú no tienes derecho a partirme la espalda a chancletazos porque yo te haya respondido”.
Y la gente va a decir: “Tú no puedes sacarme de mi casa porque yo tenga 75 años y no pueda valerme. Esta es mi casa y yo me voy a quedar aquí”.
Y las personas se van a divorciar y van a poder mediar o acudir a la ley para resolver sus asuntos. Y a quienes no quieran pagar la pensión alimenticia completa, con la excusa de que nada más recibe un salario, vas a poder ir a denunciarlo y tiene que pagar por el hijo que engendró.
Todos estos son ejemplos del conocimiento y del ejercicio del derecho.
Lo importante no es solo la ley. La ley es la victoria, pero es la primera victoria. Después de que se apruebe la ley el 25 de septiembre, se trata de llevar la buena nueva de los derechos y deberes que la legislación enmarca, y de la educación para el uso de esa nueva legislación.
Se trata de que quienes hemos estado luchando hasta ahora por la aprobación del Código de las Familias, primero por su mejora a través de los debates populares y después por su aprobación, vamos a seguir en batalla. Batalla por su popularización, por su uso, por la capacitación de personas en asesoría legal que puedan ayudar a personas en situación de vulnerabilidad.
La implementación del Código de las Familias a escala micro y macrosocial va a pasar de nuevo por la agencia y la capacidad, autoorganización y solidaridad de las personas, a pesar de lo que intente hacerte el Estado. Porque, y esto es importante, el Código de las Familias no es la última batalla, es la primera que ganamos. Quedan la ley contra la violencia de género, la ley de identidad de género, la ley del aborto, la ley de educación, la revisión del Registro Civil, la ley antidiscriminación.
Lo que queda por delante es una cuesta arriba de cuerpos legales que nos ayuden a hacer las vidas más dignas, vivibles. Hacer a las personas ciudadanas. Y junto con eso hay que seguir pensando en que, si tú no puedes comer, si tú no puedes trabajar, si tú no puedes sembrar la tierra, no puedes ejercer ninguno de tus derechos humanos.
Quienes hacemos activismo por los derechos humanos tenemos que seguir luchando porque se mejoren las políticas públicas de economía e industrialización de nuestro país.
Yo no puedo saber cómo se desarrollará desde lo micro y lo macrosocial el Código de las Familias, porque yo no puedo saber cómo se va a desarrollar desde lo micro y lo macrosocial el próximo año Cuba. Estamos en crisis. La cosa no tiene pinta de parar respecto a las crisis migratoria y económica. Lo único que se me ocurre es la canción de los tres hermanos de Silvio Rodríguez.
El primero va siempre mirando al horizonte y se cae, por los obstáculos en el camino; el segundo va siempre mirando al suelo y termina encorvado; el tercero tiene un ojo en el horizonte y el otro en el suelo y termina extraviado.
Cada vez que yo oigo esa canción pienso que Silvio, no sé si por genialidad o cobardía, no pone una solución. El estribillo dice: “Dime, dime lo que piensas tú”. Y yo siempre he pensado que la solución para la fábula de los tres hermanos es que tenían que haberse ido juntos, entre tres personas sí se pueden mirar los obstáculos que salen al paso, tener vista en el horizonte y conversar cuáles son los mejores caminos para llegar a ese horizonte de posibilidad.
El Código de las Familias, como el progreso social, cualquiera sea la forma que adquiera en Cuba, pasa por el trabajo coordinado y el ejercicio de la agencia y de la solidaridad. Y si alguien me dice que esas ideas asumen una visión de las personas extremadamente positiva u optimista, yo siempre respondo que yo no hago activismo porque sea una persona extremadamente generosa. Yo no me considero una persona extremadamente generosa y tengo tremendos exabruptos de violencia, pero creo en el modelo de egoísmo que es productivo.
Yo soy una persona egoísta, pero también soy práctica. No se puede vivir por cuenta propia, eso es mentira. Vivimos de manera interconectada. Tú le puedes preguntar a Elon Musk quién hizo sus zapatos, que a pesar de ser uno de los hombres más ricos del mundo, no los hizo él mismo. Depende de alguien que, en algún lugar, yo no sé si en Italia o en China, hizo esos zapatos. El egoísmo que imagina que una persona sola puede prosperar, es un egoísmo equivocado.
Para mí, el egoísmo que funciona es el que reconoce la interdependencia de las personas. Tú tienes que elegir quiénes son tus personas y tienes que encontrar una manera de que tus personas sobrevivan. Ese es el egoísmo que funciona. Mis personas son mi familia y las personas cuir de Cuba; y mi egoísmo pasa por hacer de todo para lograr que esas personas tengan una vida más digna, legal, espiritual, materialmente.
Y así se hace todos los días. Todos los días te levantas y todos los días te prometes que vas a sobrevivir y que vas a hacer algo para ayudar a quienes te mantienen con vida.
© Imagen de portada: Yasmín Portales Machado / Facebook.
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Muchas de las cosas que están en este Código son peleas mías de hace muchos años, décadas en esa lucha.