Sigo escribiendo después de tener pensado y repensado un proyecto, y sigo con las mismas obsesiones y las mismas palabras de los últimos años. Lo que sí cambió fue cierto ánimo, cierto choque de energías, cierto desborde que en mi caso está relacionado con cierta soledad y cierta concentración.
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El cerdo en el instante de la puñalada
Sin discusión, he leído más. Es bueno aclarar que he leído más en comparación con los últimos quince años, digamos. Porque el ritmo de lecturas de mi juventud, incluyendo la excitante época de Diáspora(s), ha sido imposible de superar o mantener el resto del tiempo.
Intimidad
Describir un día de mi vida de escritora no es intimidad. El día de una escritora sucede cuando encarcelan sin razón a otra escritora. En ese momento tiene lugar un íntimo desgarramiento que es más importante que cualquier oficio relacionado con las letras y los mitos y la literatura y esto de ‘Escritorxs en pandemia’.
Mi escritura siempre ha estado condicionada por el terror
A veces pienso en cómo la pandemia ha cambiado el juego, en la futilidad de toda escritura si los chinos o los rusos deciden envenenarnos. Medito en cómo este virus ha sido una advertencia, un anónimo metido por debajo de la puerta. Entonces siento terror.
Estoy a la altura de un siboney o un taíno
Siento que estoy a la altura de un siboney o un taíno cuando salgo con la mochila y una maleta con ruedas a recolectar o cazar. Lo bueno de ser un siboney o un taíno que apenas cuenta con tisanas, emplastos y tres o cuatro medicamentos, es la posibilidad de montarme un areíto en la noche con mi esposa.
Escribir es cazar
Como soy graduado de Química, trato de indagar en la ficción-ciencia de esta nueva enfermedad. Trato de ver qué está pasando ahí “dentro”, donde hay ciertas armonías inarmónicas, secretillos, pozos, exclusas y hasta jardincillos de belleza e impiedad.
Calcinado por la realidad
Últimamente me ha dado por sustituir parte del horario de trabajo vespertino por algunos capítulos de ‘The Walking Dead’. Debe ser que estoy calcinado por la realidad, mientras parece que el subconsciente, apocalíptico y tendencioso a la vez, está tomando el mando de las cosas.
Las series de Netflix son los folletines de nuestra era
El año nos cayó como un largo día con muy pocas pausas. En los primeros meses, los muros de la privacidad se desplomaron con el confinamiento. Fue un avance perverso de lo que pudiera ser una sociedad distópica. Recuerdo reuniones en Zoom de hasta ocho horas, con ese ojo colectivo directo a la cara.
Neurótica, puntillosa, rimosa
Lo que ha vuelto casi sin querer: el vacío de las calles, la tranquilidad en la caminata nocturna. Llegar a un estacionamiento vacío (aquí en el video hace unos meses estaba de cumpleaños). No echo de menos el Coral Gables sobrepoblado ni el gentío mal iluminado y con peor música de fondo.
Ningún día se parece al otro
Además de la poesía, que ha vuelto a ganar peso en lo que escribo, trabajo en esa novela que sigue siendo una indagación sobre lo que somos, qué hacemos por aquí y qué pasará cuando llegue la hora de cerrar esta historia. Ese momento que de alguna manera debe ser una consecuencia de lo que hemos vivido.