En la Washington University de Saint Louis hay un pedacito de Cuba empotrado en la pared, en uno de esos patios interiores del Danforth Campus. Se trata de un pedazo del Castillo de la Punta, traído a los Estados Unidos cuando la primera intervención militar estadounidense, a principios del siglo XX.
Esto me lo contó un profesor cubano que trabaja allí prácticamente desde que yo nací. Como ya es bastante mayor, él dedica parte de su tiempo libre a manejar taxis Uber por la ciudad. Como es lógico, el catedrático no desea retirarse formalmente de su posición académica. Las aulas son vida, futuro, ilusión.
Por mi parte, yo nunca he estado allí. Nunca me he atrevido a entrar a una universidad privada, ni en Missouri ni en ninguna parte. Tengo la sensación de que tan pronto como los estudiantes me vean caminando dentro del campus, todos se echarán a correr aullando: “un terrorista, un terrorista”.
Imagino la alarma de tornados sonando. Imagino a la policía universitaria disparando al aire antes de ponerse a darme caza, como un animal salvaje. Como lo que soy.
Así mismo me pasaba antes en Cuba con los intelectuales cubanos. Antes y ahora, porque parece que ni siquiera la distancia es un buen remedio en contra de la pendejidad insular. Se hacía un circulito de miedo y mierda a mi alrededor. Un culto al servilismo y la mediocridad.
El profesor manejaba bastante bien su carro tan viejo. Por lo demás, fue una carrerita muy breve, del club de ajedrez de Central West End hasta mi estudio rentado. Tan pronto como se olió que yo era cubano, sólo le dio tiempo para contarme el chisme de la piedra arrancada a la cañona de La Punta y empotrada en un paredón de WashU hace más de un siglo.
Al buen hombre todavía le apesadumbraba semejante acto de saqueo neocolonial. Y yo le di la razón. Y las gracias por sus servicios de Uber taxi. Y las buenas noches.
No le mentí en nada, se lo di todo de corazón.
Pero cuando me vi otra vez solo de remate en la semipenumbra de mi cuartico, pensé:
―Qué cojones vandalismo de qué cojones: ese pedacito de piedra fue la única parte de Cuba que se salvó.
Uber Cuba 0093
Para los cubanos en Cuba fue John Clytus. Allí dejó a su primera y única novia del corazón: “una mujer negra atrapada en una revolución de hombres blancos”.