No siempre es posible tener una aventura inverosímil en mis recorridos más o menos retóricos en taxis Uber, feliz de ser el mejor escritor cubano vivo viajando de una punta a la otra punta de la gran unión americana.
No siempre es posible coincidir en mi carrito con un Jeffrey Epstein en persona, por ejemplo, recién aparecido cadáver en las manos de la policía federal de Nueva York, sólo para que el tipo no contase quién se templó a quién en el templo de su islita privada en el Mar Caribe, no muy lejos de Cuba.
Jeffrey Epstein es, por cierto, el más reciente mártir de la narrativa pornográfica mundial: lo murieron para que no resultaran tan gráficos sus relatos en tanto autor condenado por la corrección política y la mafia MeToo. La censura lo sentenció a suicidio asistido.
A veces, simplemente no me ocurre nada increíble.
A veces, simplemente no se me ocurre nada.
A veces, simplemente no sé.
Y, a veces, simplemente no.