Me apuesto lo que tú quieras a que nunca has montado un Uber con wi-fi.
Después de años de Uberidad, conferenciando en contra de Cuba en casi todos los estados de los Estados Unidos, finalmente me tocó uno a mí. Tenía que ser yo.
Vivir para contarla. A falta de una vida real, inventarnos al menos algo parecido a una biografía sin Cuba.
Fue en Sedona, Arizona. En la primavera apátrida de 2016.
El taxista, mitad latino y mitad red-neck, me llevaba desde el aeropuerto de Phoenix hasta la finca del senador republicano John McCain, cuyo staff me había invitado a un evento internacional sobre derechos humanos y democracia.
No daré detalles de aquel Sedona Forum ahora y aquí. Ni siquiera entraré en especificaciones sobre el servicio wi-fi que se me ofreció dentro de aquel Uber excepcional. No sé si sea legal. Y tampoco quiero comprometer al chofer: un panameño de Coco Solo, me dijo como coincidentemente también lo es John McCain.
Lo era. Porque recién falleció. Entre los contraataques televisados del presidente Donald J. Trump y los paradójicos aplausos de la izquierda mediática y académica.
Sólo quería contarles esto. Como manejábamos en el fin del mundo, entre las montañas rocosas rojas, el chofer del Uber había innovado e implementado un sistema de wi-fi en su jeep, de manera que los pasajeros pudieran viajar conectados por el desierto.
Tal vez, y con esto me callo, fuera algo satelital. Un poco al estilo judío-obamista de Alan Gross. Porque en el techo de su Grand Cherokee había una parabólica enorme, con ínfulas de radiotelescopio espacial.
En fin, ya lo dicho está dicho. Te repito: me apuesto lo que tú quieras a que nunca has montado en un Uber con wi-fi.
Ni lo intentes, por cierto. Acéptalo, porque es ya un hecho: todas las historias del mundo me tocará contárselas a los cubanos a mí.