Uber Cuba 0008

No me gustan los Uber Pool. Y Miami está lleno de esa mierda colectivista.

Para mí, montarse en un taxi compartido es un invento castrista. De los más rancios. Otro ejemplo de una izquierda ideologizada hasta la idiotez, dentro del concepto ya de por sí bastante castrista de la compañía Uber, donde cada viaje queda registrado desde ahora hasta la eternidad.

Con Uber en Cuba, la Seguridad del Estado ya tendría todo el trabajo hecho. Monitoreo de masas. Y también de élite. Pero los Castros siempre han sido demasiado criminales para aceptar competencia. En fin, otro día les explico más. Si les interesa.

Lo cierto es que me monté en un Uber Pool de esos que pululan por toda Miami. La bachata, el cubaneo, la comemierdad. Continuidad del castrismo con el capitalismo, comunismo de consumo al por mayor.

Como siempre pasa, enseguida un pasajero me reconoció. Me había visto la noche anterior en cámara, fajándome en vivo con Jaime Bayly en la Mega-TV, que al parecer se había enamorado de mí a la hora de entrevistarme. Como yo siempre lo he estado de él, a la hora de dejarme entrevistar por el peruano polisexual.

Finalmente nos presentamos -el primer pasajero y yo- y, cuando pronuncié en voz alta mi nombre por pura formalidad: «Orlando Luis Pardo Lazo», una tercera pasajera abrió sus ojos hasta la conmoción. Incluidas sus glándulas lagrimales en acción y reacción.

Era obvio que me conocía de atrás. Donde «atrás» significa «Cuba». Y también «atrapamiento»: el atraso, lo atroz.

Era ya una señora muy mayor: una «viejita», como vulgarmente se dice. Pero cuando me dijo quién ella había sido en mi vida, para mí volvió a ser enseguida ella. La joven, la jovial. La tierna y eterna maestra de Pre-Escolar que me salvó de mi pánico infantil a permanecer sin padres en un aula.

Un pánico adulto que todavía de vez en cuando me asalta.

No revelaré mucho más. Mejor dejo esta uber-historia así, incompleta, tal como ocurrió en un expressway de Miami.

Basta saber que su nombre es Clara, que su nombre es Mirta, que su nombre es Elia, que su nombre es Magaly, que su nombre es Pilar. Entre tantas y tantas maestricas de escuela primaria que me defendieron en tiempo y forma del resto de la humanidad, que por entonces significaba Revolución.

Basta saber, para que así conste de mi puño y letra, que yo las amo. En cada una de mis palabras, que no fueron escritas por mí sino por la pobre Clara, por la pobre Mirta, por la pobre Elia, por la pobre Magaly, por la pobre Pilar.

Un cementerio de huesos calcinados como tizas y de cenizas enmohecidas como pizarras.

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