Uber Cuba 0015

El chofer del taxi Uber se llamaba Orlando, como yo. Y, como yo, también era cubano. Pero lucía ya bastante mayor.

―Sobrino de un famoso escritor de La Habana ―me dijo, y no tuvo que decirme mucho más.

Asumí que debía de tratarse de aquel mismo “Orlandito” al que tanto recuerda con cariño José Lezama Lima en sus cartas pre-póstumas, aquella correspondencia agónica a su hermana exiliada Eloísa, mientras coincidíamos él y yo en la primera mitad de los sofocantes setenta de la Isla revolucionaria.

Una década de la que José Lezama Lima no podía salir vivo por ningún motivo. Y de la que no salió. La misma década pordiosera en la que llegué yo a La Habana bastante tarde, recién nacido en la barrida barriada de Lawton, feliz junto a mis padres, en un país en estampida entre miles de prisioneros políticos y el eco cadavérico de otros miles de fusilados.

Entonces yo también era “Orlandito”.

Pensé en la tragicomedia de que por fin los dos estuviéramos reunidos aquí, en un taxi onomástico de apellido Uber. Es decir, en ninguna parte. En un ningún lugar donde todavía nos hacemos llamar como nos llamaban otros en Cuba, donde nosotros mismos éramos otros con el mismo nombre. Ahora ambos fantasmas conectados por la inmaterialidad de un App y la realidad residual de un carro rodando mudo por las calles de Coral Gables. El corral Gables.

Pensé en que mejor no le diría nada a Orlandito de quién en realidad era yo. Entre otras cosas porque, ¿quién en realidad era yo?

El siglo XXI ya no está para los Orlanditos. Mucho menos para Orlanditos sin Cuba. Es un tema no sólo fuera de moda, sino fuera del tiempo como tal. Habitar de pronto en el futuro nos hace a los cubanos puntualmente anacrónicos. Ya no estamos aquí, aunque sea aquí donde seguimos estando. ¿Qué querían? ¿Qué nos desapareciéramos después de que Cuba nos desapareció?

Pensándolo de nuevo, eso hubiera sido mucho mejor. Y le hubiéramos ahorrado toneladas de tiempo a los cubanos del próximo siglo, el de la esperanza simétrica: el siglo XXII.

Por cierto, no le dejé propina a mi tocayo Orlandito. Podían irse él y José Lezama Lima para la mismísima mierda. Leer fue un atraso atroz, arqueológico. Nos empantanamos en la belleza a falta de realidad. La cultura cubana nos comió por una pata a exceso de patria en Revolución. Mira que comimos mierda con La Habana ni La Habana. Y ahora ya no sabemos qué hacer, ni en Cuba ni en cualquier otra puta parte.