Esto que voy a decir es privado, muy privado. Otra historia de chilenos al volante de un taxi Uber en Miami. Tengo muchas anécdotas. Para hacer dulce, para hacer zafra.
Con los chilenos de Estados Unidos habría que hacer causa común.
Alguna de estas historias post-dictadura ya las he ido revelando antes, en esta misma sección. La columna de la verdad, basta de comemierdurías. Otras, ya las seguiré revelando poco a poco. Todo a su tiempo, cubanos sin Cuba, como dijo El Eclesiastés. Las naves hay que saber cómo y cuándo irlas quemando, según convenga o no convenga el contexto.
Esto que voy a decir ocurrió tal como lo voy a decir. Es una escena simple, como las de la vida real. Aquí no hay truco. Y no me responsabilizo de ninguna manera, y por ningún medio, por las presuntas implicaciones políticas o legales de lo que me pasó.
El chileno estaba loco. Se le veía a la legua, imagínense a medio metro dentro del propio taxi. Un Chevy Opala de mil novecientos setenta y algo, como los que usaba la DINA y luego la CNI para desaparecer chilenos entrenados en Cuba.
El tipo me soltó, tan pronto como supo que yo era cubano de La Habana:
―¿Tú también te crees la mierda esa de que los asesinos de Jaime Guzmán están en Cuba?
Yo no tenía ni puta idea de qué me hablaba. Luego lo supe en Wikipedia, que es la causa y consecuencia de todas las cosas.
Jaime Guzmán había sido un senador católico chileno. Un gay decente de closet que fue asesinado cobardemente en 1991 por, en efecto, agentes entrenados por el gobierno cubano. Al parecer porque, con Jaime Guzmán vivo en el Congreso de la nación, ningún partido socialista o comunista podría ser nunca legal, incluso después de la transición a la democracia chilena.
―A Jaime Guzmán lo mandó a matar Pinochet, po.
Esta frase la recuerdo literalmente. Pronunciado en chileno miamense de post-exiliado.
―A Jaime Guzmán lo mandó a matar Pinochet, po.
Bien, ¿y a mí qué? A estas alturas de la nada-historia del homo cubanensis, un muerto más o un muerto menos no nos iba a librar del totalitarismo siglo XXI de los Castros en la Isla de la Libertad.
―Lo mandó a matar por culpa de la Constitución de 1980 que el propio Pinocho tanto y tanto le aplaudió a Jaime Guzmán, que fue su único autor.
Perfecto, pensé por pensar. Bien matado el mariconzón. Total, en Cuba se contaban por miles las víctimas homosexuales y nadie en ninguna parte se escandalizaba. En particular, a ningún homosexual cubano hoy por hoy semejante homocausto le importaba nada.
―A Pinochet nunca le gustó la cláusula del plebiscito, pero el Jaime se le resistió desde el propio 1980. El senador le porfiaba al Tata que sólo por ese acápite de la Constitución, Chile era la democracia más desarrollada de Latinoamérica.
Ajá.
―Cuando llegó la hora de hacer un plebiscito de verdad, Jaime Guzmán todavía le aseguraba a Pinochet que el General lo iba a ganar. Por amplio margen. Y, de hecho, casi casi lo ganó. En 1988 votaron más chilenos por Pinochet que en 1970 por Salvador Allende. Casi casi, pero no lo ganó. Por estrecho margen.
Ajá.
―Entonces la contrainteligencia de Pinochet activó a sus infiltrados entre los terroristas de izquierda que quedaban. Y lo mandó a matar. Y lo mataron.
Ajá.
―Esa sí que fue una Ley de Punto Final.
Espantado de todo me refugio en Trump
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