Uber Cuba 0050

· Uber Cuba 0047

· “Mi regreso a Cuba va a significar una emancipación para el país y para su gente” (Orlando Luis Pardo Lazoconversa con Jorge Enrique Lage)


Los Estados Unidos llevan demasiado tiempo sin padecer una guerra civil. Tal vez se esté acercando la hora de desatar otra. Las condiciones objetivas, como decían los maestros de marxismo en Cuba, ya están dadas. Ahí están las redes sociales para demostrarlo. Vecinos contra vecinos, hermanos contra hermanos. División radical no sólo de clase social (esa invención de un judío antisemita europeo), sino de género y contragénero, de raza y contrarraza, de dios y contradios, de nacionalidad y contranacionalidad. Sólo falta el chispazo, sólo falta que alguien tenga los cojones de azuzar el azar”.

Todo lo anterior dicho por un marielito al volante de su taxi Uber, objeto rodante sí identificado que nos transportaba por las avenidas monótonamente musulmanificadas de Queens. New York O´Akhbar.

En el asiento de atrás del marielito, íbamos dos tocayos sin Cuba: Rolando y Orlando. Él, inmigrante invisible coincidentemente de cuando los actos de repudio del Mariel, hace ya cuatro décadas. Yo, recién llegado en avión con visa de visitante hace apenas un quinquenio.

No lo sabíamos todavía, pero ese sería nuestro último viaje juntos en la vida. El Uber de la despedida. Last Taxi in Queens.

El Uber-marielito hablaba y hablaba del gran apocalipsis norteamericano. Mientras dos cubanos de mierda mirábamos nuestro mutuo disangelio interior. El Llorar de los Llorares. El fracaso de todo diálogo, el cansancio de tanta cercanía sin tierra, el envilecimiento típico que trae la tristeza cuando la tristeza no termina. En fin, la distopía de la amistad en los tiempos de Donald Trump.

La fealdad que a Rolando y a mí se nos metía por los ojos a través de la ventanilla no dejaba lugar a dudas: era la pura verdad que los Estados Unidos llevaban demasiado tiempo sin padecer una guerra civil; era la pura verdad que tal vez se estaba acercando la hora de desatar otra; era la pura verdad que las condiciones objetivas, como decían los maestros de marxismo en Cuba, ya estaban dadas; era la pura verdad que ahí estaban las redes sociales para demostrarlo: vecinos contra vecinos, hermanos contra hermanos, división radical no sólo de clase social (esa invención de un judío antisemita europeo), sino de género y contragénero, de raza y contrarraza, de dios y contradios, de nacionalidad y contranacionalidad; era la pura verdad que ya sólo faltaba el chispazo, ya sólo faltaba que alguien tuviese los cojones de azuzar el azar.

Nos bajamos de aquel carricoche de la derrota, Rolando y Orlando. Nos despedimos del apocalíptico marielito al timón de su taxi Uber, pero nunca nos despedimos entre nosotros. Tampoco nos hacía falta. Sobrevivir fuera de Cuba es habernos dicho adiós los unos a los otros, incluso mucho antes de conocernos.

Hay que ser muy comemierdas, más allá de la comemierdad implícita en ser cubanos, para no darse cuenta de esta pura verdad.

Orlando Luis Pardo Lazo Espantado de todo me refugio en Trump

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