Uber Cuba 0024

El chofer del Uber me dijo en chileno:

―Tócame aquí, cubano. Mira qué duro tengo el hígado: se llama cirrosis hepática.

Hablaba como un chileno exiliado. Y lo era.

Porque estábamos en San Francisco. En el barrio de las lesbianas, maricones y demás trans de Castro.

El chofer del Uber hablaba como el Pato Donald. Como Neftalí Neruda en su Isla. Como Alejandra de la muerte. Como Enrique Lihn en una miniatura de imitación interpretada por Roberto Bolaño, que no era chileno ni exiliado.

―Lo siento ―le dije―. ¿No te cubre el seguro?

Se echó a reír.

―Los cubanos lo resuelven todo con la seguridad ―me dijo.

Hicimos silencio. No era cómico. Creo.

―Mejor así ―dijo―. Ya me quiero ir donde La Pata. Hace rato debí estar con ella y mírame aquí, manejando para un fantasma.

Hice silencio.

―Salvador Allende era un hijo de puta ―dijo entonces.

―Los muertos de Pinochet son los muertos de Allende ―dijo entonces.

―Y ambos son los muertos de Fidel Castro ―añadió―. Pobrecita La Pata. Tanto lío con la democracia y, total, para qué.

Hizo silencio.

Había hablado sin rabia. Sin odios ni resentimientos de clase. Sin chilenismos de chileno exiliado.

Mi mano permanecía en el aire, junto a su hígado hinchado. No me atrevía a tocarle su supuesta cirrosis hepática.

Por el contagio. Por si acaso. Por hipocondríaco sin fe en el proletariado.

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