Tomasito Fernández Robaina, en todas sus imágenes

La noticia de su muerte nos golpeó anoche a varios de sus amigas y amigos, Roberto Zurbano tuvo la dura misión de hacernos saber que Tomasito Fernández Robaina ya había partido a ese otro mundo misterioso del cual habló tantas veces a través de mitos y ritos que conocía a fondo. Con él se va no sólo el alma del investigador y bibliotecario que conocimos y quisimos, sino un ser tocado además por su propia leyenda, su mito afocante de compañero de tropelías de Reinaldo Arenas, y una noción de memoria que él repartió en otras anécdotas, escritos y confesiones que también son parte de su leyenda.

De pequeña estatura, con un rostro inconfundible, su sentido del humor y de lo trágico, Tomasito se sobrepasaba a sí mismo en esa condición de testigo y conocedor de tantos secretos. Escribió sobre las prostitutas habaneras, sobre la historia de los afrodescendientes en Cuba, eso que se ha llamado «la historia de la gente sin historia», añadiendo a esa comunidad la presencia de los homosexuales. No sé si aparezcan entre sus páginas lo que apuntaba sobre ese tema, del cual dejó algunas señales acá y allá, pasando por supuesto por su breve novela-respuesta a las memorias que Reinaldo Arenas firmó para hacerle aparecer en las situaciones más alucinantes, y que apareció bajo el título de Misa para un Ángel. No fue el único al que Reinaldo hizo pasar por esos delirios: Delfín Prats, los hermanos Abreu, Carlos Olivares Baró, Cocó Salas… son parte de esa fotografía imposible que vio llegar a los rebeldes con aires de una promesa que luego acabaría en tantas otras contradicciones y despedidas abruptas. La venganza de Arenas fue mitificar todo eso, en El color del verano y Antes que anochezca, sobre todo. En ambos libros, Tomasito es una especie de duende tropical que corre por una Habana sin límites. Acaso sin saberlo, Arenas lo hizo parte del mito mayor que es La Habana. Y luchando contra ello o aceptando el desafío, Tomasito se reconocía en ese espejo de doble filo.

Pero también hizo más, de ahí sus aportaciones, sus libros, su sabiduría. Inolvidable para quienes le conocimos, él es parte de ese grupo de personas notables y extraordinarias, esa otra corte de alucinados que daban fe de otras memorias de La Habana con su sola presencia, como Walterio Carbonell, su colega en la Biblioteca Nacional José Martí que fue, por tanto tiempo de su vida, su segunda o primera casa, ya no se sabe bien. Hijo de San Isidro (nació allí en 1941), aprendió desde ahí claves y misterios que fueron su mayor riqueza. Tenía pasiones infinitas y tan curiosas como él mismo (esa manías de coleccionar elefantes), y nunca dejó de marcar su paso con alguna ocurrencia descacharrante. No deja de ser curioso que su entierro suceda hoy, Día Mundial de África, continente al que tantas palabras dedicó: una de esas coincidencias que pueden añadirse a la fábula tremenda que a ratos fue su vida.

Persona y personaje, investigador riguroso y mito él mismo, transformado por Arenas en ese alter ego que era Tomasito la Goyesca, por su supuesta semejanza física a uno de los personajes retratados por Velázquez en Las Meninas, se le va extrañar entre quienes lo queríamos y respetábamos. En un poema de Antonio José Ponte dedicado a Maribárbola, esa presencia en Las Meninas, creemos reconocerlo a él, gracias a esas maniobras extrañas de la literatura, la fabulación, el chisme y el mito. Y en el trabalenguas que Reinaldo Arenas le dedicara en El color del verano, también lo reconocemos, con un golpe de humor que fue, en el carácter de Tomás Fernández Robaina, otra de sus virtudes. Ojalá se recopilen sus escritos inéditos y, aunque esos otros rostros nunca abandonen la imagen suya en nuestra memoria, nos permitan descubrirlo en su propio espejo, como lectores y amigos de sus preguntas, de su sabiduría, y del recuerdo tan singular que él nos legó.





Ósip Mandelstam: la destrucción de un poeta

Por Vitali Shentalinski

En la noche del 16 al 17 de mayo de 1934, los agentes de la OGPU Guerásimov, Vepríntsev y Zablovski cumplieron una misión en el piso de Mandelstam en Moscú, en el apartamento 26 del número 5 de la calle Nashokinski.