Carceralidad y criminalización en Cuba

Algunas personas se preguntan cuál es la pertinencia de hablar de abolicionismo penal en Cuba. Habrá quienes descarten los propósitos del movimiento abolicionista y lo califiquen inapropiado, señalándole como una importación desde Estados Unidos, sin relevancia alguna para la realidad sociopolítica del archipiélago. Especialmente a estas personas va dirigido este texto.

Así, trazar los vínculos entre el racismo estructural y la criminalización de personas negras después de la abolición de la esclavitud nos parece imprescindible en aras de comprender la actualidad del abolicionismo penal. 

Como sabemos, las personas esclavizadas, luego de la liberación, pasaron a ser potenciales criminales. De esta forma, el término abolicionismo es pertinente tanto para referirse al fin de la esclavización como a la corriente de pensamiento y al movimiento social que propone la derogación del sistema carcelario. Nosotres, como colectivo por la Liberación Negra, afirmamos que dicha emancipación no se puede completar sin abolir las instituciones que oprimen a las personas. Partimos del hecho de que la Liberación Negra incluye la abolición del sistema punitivista. 

A lo largo de la historia, las poblaciones negras han liderado los movimientos para abolir las prisiones y exigir justicia. Su lucha ha nutrido el discurso abolicionista a nivel internacional, identificando no solo los peligros del sistema carcelario, sino proporcionando modelos transformadores para desarrollar alternativas al trauma, al castigo y a la cárcel. A largo plazo, el objetivo principal del movimiento abolicionista penal es crear las condiciones para que todes podamos vivir en un mundo seguro y libre de opresión. 


¿Y en Cuba…?

Cuba posee un legado esclavista que se articula hoy en un Estado carcelario. Este abarca las leyes, instituciones, organizaciones, el sistema de justicia penal, o sea, la estructura en general, la cual se manifiesta en orientaciones y acciones punitivas del Estado que criminalizan la pobreza, la negritud, las diversidades sexuales y de género, y la disidencia.  

El concepto de “carceralidad” incluye las múltiples formas en que el Estado define y organiza la sociedad mediante políticas de control, vigilancia, criminalización y falta de libertad. El sistema carcelario no se limita solamente a las edificaciones, o sea a las prisiones, sino que abarca las diferentes formas en que la lógica, las tecnologías y prácticas carcelarias están arraigadas en nuestras instituciones sociales, que restringen la real liberación de quienes han sido históricamente marginalizadas por el Estado.


Sobrerrepresentación de las personas afrodescendientes en las prisiones en Cuba

El Observatorio Cubano de los Derechos Humanos sostiene que existen más de 200 cárceles en el país. Aunque no se dispone de estadísticas oficiales actualizadas acerca de la composición racial de las personas encarceladas, podemos asumir que quienes son afrodescendientes están sobrerrepresentados en las prisiones cubanas, como consecuencia del racismo estructural y de la criminalización de les cuerpes negres. 

¿Cómo se explica la sobrerrepresentación de personas negras y afrodescendientes en las cárceles cubanas? Históricamente, el discurso oficial ha presentado a la población negra como un sector propenso a cometer delitos. Las élites políticas blancas, criollas y económicas de la administración colonial en Cuba crearon y reforzaron una infraestructura para garantizar el orden y control de sus habitantes a través de la vigilancia estricta y la criminalización de poblaciones esclavizadas y su descendencia. Es decir, el proceso de colonización exigía la apropiación y explotación de cuerpes negres para garantizar la acumulación económica de las élites blancas. Dentro de ese engranaje, el racismo estructural es una pieza fundamental pues, entre otras cosas, aporta los argumentos que justificarían la explotación de esos cuerpos sin producir conmoción. 

Además, es necesario reflexionar sobre el modo en que se desarrolló este proyecto racista en torno a la criminalidad y la delincuencia de personas negras después de la abolición de la esclavitud, para entender cómo estos mitos y estereotipos siguen presentes en el imaginario colectivo cubano.

Como punto inicial hay que considerar la esclavitud como base de la opresión cuyas consecuencias, traumas intergeneracionales, injusticias y masacres colectivas de cuerpos negres aún son perceptibles. Según Yolanda Díaz Martínez: “Al constituir el trabajo esclavo el eje fundamental alrededor del cual giró la economía cubana, se garantizó su control y sujeción a través de la legislación oficial, a la par fueron aplicadas otras variantes que contribuyeran a su sometimiento, entre ellas la criminalización de la población negra en términos sociales, culturales y biológicos” (Díaz, 2017).


Amenaza de la Revolución haitiana

La narrativa en torno a la delincuencia y a la criminalidad de personas negras no estaba confinada a Cuba y es importante situarla en el contexto de la época. La respuesta a la Revolución haitiana por parte de los territorios vecinos estuvo marcada por el miedo a la sublevación y a la “africanización”.[1]

Consuelo Naranjo Orovio, en su artículo “De la esclavitud a la criminalización de un grupo: la población de color en Cuba”, lo expresa de la siguiente manera: 

Los acontecimientos revolucionarios de Saint Domingue (Guarico) y la creación de la primera república independiente de población negra en América además de causar un profundo malestar, desconcierto y temor en el continente, pero también en Europa, y alterar el concierto y las relaciones internacionales, dieron lugar a la creación y divulgación de estereotipos sobre la población de origen africano. Proyecto subversivo del orden establecido, inquietó y alarmó a las élites, y no solo a las que basaban su poder en un sistema económico y social esclavista, similar al de Saint Domingue, que se encargaron de difundir la imagen más trágica y cruel de la revolución, y se guardaron de divulgar sus ideas con el fin de impedir que otros las imitasen. De esta manera, las imágenes cargadas de horror comenzaron a circular portando mensajes de barbarie, destrucción, odio y muerte, pero también de libertad. Se creaba entonces un mito, un símbolo con diferentes significados según quién los recibiera y para qué se utilizara (2019).

Los mitos y prejuicios sobre la antropofagia de los negros esclavos que circularon por toda América, sobre todo por el Caribe, a raíz de la Revolución haitiana, el pánico moral que fue construido en torno al vudú y las prácticas religiosas que se situaban fuera de la matriz colonial cristiana y eurocéntrica, también hacían parte de ese proyecto civilizatorio que apeló, entre otras cosas, al racismo religioso. No bastando la deshumanización y animalización de les cuerpes negres, era preciso también demonizar sus cosmovisiones y religiones para completar el exterminio tanto material como simbólico.


Fernando Ortiz y el concepto “criminalidad negra” en el imaginario colectivo cubano

La construcción social de la “criminalidad negra” ayudó a consolidar los mecanismos de exclusión de los afrodescendientes, justificó el orden social, económico y político, y mantuvo los sistemas de dominación. Sin tener en cuenta las condiciones sociales, los vestigios de la esclavitud, la marginalidad de las personas negras fue valorada a partir de criterios antropológicos y no socioecónomicos. 

El estudio etnográfico y antropológico en Los negros brujos (1906), de Fernando Ortiz, sirvió como argumento, en el momento de su publicación, para estigmatizar a la población negra e inculparla de los crímenes de la sociedad. Con esta obra comienza el estudio seudocientífico del negro —en 1916 publicaría Los negros esclavos—, que sirvió para legitimar el discurso que asocia la criminalidad a “el problema negro” y normaliza la supuesta inferioridad y primitividad de las personas negras. Este discurso racista aún sigue enraizado en el imaginario colectivo cubano, fomentado por el oficialismo blanco criollo racista.  

Naranjo Oviedo —en su artículo ya mencionado— expresa que la demonización de las personas negras ayudó a las élites a “conformar durante muchos años una identidad y un imaginario nacional en el que el hombre blanco y su cultura eran sus fundamentos”, justificándose la desigualdad, la discriminación racial completamente e invisibilizando el aporte social, económico, político y cultural de los afrocubanos al país. 

Según Alfredo Triff, el atavismo negro, que explica que el comportamiento de una “raza” está determinado por las taras, biológicas y culturales del pasado, recorre la obra de Ortiz[2] de las primeras décadas del siglo XX (2019). Dicha idea está en la base, a nuestro modo de ver, tanto del perfil racial/racista que usa la policía como de expresiones tipo: “el negro si no lo hace a la entrada lo hace a la salida”. O sea, de antemano hay una presuposición racista que funciona como una profecía autocumplida, pues según esa lógica “el negro es siempre culpable”. 


Criminalización de cuerpes negres en la Cuba actual

Durante el siglo XX la criminalización de las poblaciones negras estuvo alimentada por la narrativa anteriormente expuesta. Se criminalizaron no solo sus prácticas religiosas y culturales, sino cualquier actividad política y cívica. Tomemos el ejemplo de la persecución sufrida por el Partido Independiente Color (PIC) que desencadenó la masacre de sus miembros en 1912. 

El PIC era expresión de resistencia política y organizada de un partido negro preocupado por la equidad social y racial de aquellos tiempos. El libro Los Independientes de Color: Historia del Partido de los Independientes de Color, de Serafín Portuondo Linares, publicado por primera vez en 1950 y reeditado en 2002, representó el primer estudio a profundidad de este movimiento y destacó el carácter social y popular del programa político de dicha agrupación, su numerosa membresía y la represión que enfrentó en 1910, cuando centenares de Independientes fueron detenidos y procesados por supuesta conspiración racista. 

Esa primera ola de represión llevó al Congreso a adoptar la Enmienda Morúa,[3] que criminalizaba el PIC y declaraba inconstitucional cualquier asociación política basada en la raza. El PIC organizó una protesta armada el 20 de mayo de 1912 para presionar al Congreso y al presidente liberal José Miguel Gómez para que legalizaran el Partido. El Gobierno respondió con una represión brutal que conocemos como la Masacre de 1912 o la Masacre de los Independientes de Color.

El casi absoluto silencio sobre aquellos hechos continuó después del triunfo de la Revolución. La eliminación del PIC de la historia cubana, de la represión y matanza de Estado que sufrieron sus miembros, la omisión del tema dentro de los currículos escolares, así como la participación de José Francisco Martí Zayas-Bazán[4] en aquellos acontecimientos, son expresiones de ese silenciamiento. Hasta el día de hoy la estatua del presidente José Miguel Gómez —en el poder durante la masacre— se encuentra aún inaugurando la Avenida de los Presidentes —conocida popularmente como calle G—, en el Vedado habanero, como un símbolo de la herencia colonial y esclavista que mantiene a poblaciones negras y afrodescendientes lejos del poder económico y político, y sometidas a una vigilancia, represión y control social.


¿Cómo se manifiesta la carceralidad en la Cuba de hoy?

En la Cuba del siglo XXI se continúa reproduciendo una visión colonialista de acontecimientos históricos importantes del país, que incluye el soslayo y omisión de la participación de las poblaciones afrocubanas en dichos eventos. Las políticas de control y represión de las conductas consideradas delito siguen impactando desproporcionadamente a las personas afrodescendientes. Los mitos, creencias y estereotipos racistas que los conciben como criminales en potencia continúan presentes en el imaginario social. La policía trabaja con un perfil racial deshumanizante que limita el acceso a una vida libre y plena de las personas negras. La justicia es impartida desde una hegemonía blanca con mayor rigor sobre las poblaciones afrodescendientes. 

Al mismo tiempo, el contexto de criminalización corresponde casi mayoritariamente a los grupos que viven de manera más dramática la pobreza y la marginalización. Se conoce que un número elevado de los negocios privados en Cuba pertenecen a personas blancas y que son también familias blancas quienes reciben el mayor número de remesas. A lo anterior se suma que el poder político en Cuba también responde a dicha hegemonía. 

La criminalización de la supervivencia es otra de las singularidades de la sociedad cubana actual. “Buscarse la vida”, o sea, gestionar recursos para vivir, está altamente criminalizado. En un país con una profunda crisis económica, con salarios paupérrimos que no permiten sostener la familia, donde la brecha entre las clases sociales es cada día mayor y con una clase política que ha normalizado el tráfico de influencias, no queda otra salida que salir a “luchar” el pan de cada día. La cruzada contra las coleras[5] —mayoritariamente mujeres negras— es una evidencia de dicha criminalización.


Liberación Negra en Cuba está ligada a la abolición

Por décadas ha sido desestimado el debate sobre el tema racial, dado que se ha partido de que en Cuba la discriminación racial no existe, cuanto más los prejuicios raciales, los que, se dice, están en la cabeza de las personas. De este modo, el racismo estructural ha sido negado una y otra vez, a pesar de que intelectuales, activistas e investigadores llevan bastante tiempo, podríamos decir décadas, alertando sobre ello.

Las cárceles, las detenciones arbitrarias, las prisiones domiciliarias, la confiscación de bienes y otras tácticas de encierro, vigilancia, control y sometimiento son estrategias para preservar y garantizar la reproducción del status quo, de la supremacía blanca, del cisheterosexismo y del patriarcado. El Estado carcelario opera a través de respuestas punitivas a problemáticas sociales como la pobreza, el racismo y la marginalización, reforzando y reproduciendo desigualdades raciales, de clase, de género, identidad de género, religiosas, regionales, etcétera. 

El debate internacional sobre el punitivismo no llega aún a Cuba. Disciplinas como la Sociología y el Derecho no se han ocupado especialmente de investigar cómo las políticas estatales de control social han consolidado el Estado carcelario en Cuba. El currículum de la carrera de Psicología incluye la asignatura Desviación de la Conducta; así, al formular la problemática delictiva como algo asociado al individuo, tal y como propone esta categoría “conducta desviada”, se establece una premisa bastante insidiosa de una psicología que se omite en la crítica al racismo estructural y sus efectos. Vale mencionar, entre esos efectos, la precarización histórica de les cuerpes negres que consecuentemente se tornan más vulnerables tanto a la criminalización como a la implicación en delitos. La ausencia de un debate sobre racismo estructural en el modelo psicosocial propuesto para explicar esta conducta, termina por posicionar a la Psicología en un dominio teórico racista.

El pensamiento colonialista, tan ligado al racismo, emerge cotidianamente en la Cuba actual. En el seno de la sociedad cubana de 2021 se continúan articulando dinámicas de exclusión, en el contexto de una profunda crisis socioeconómica y sanitaria. 

La dependencia a respuestas punitivas nos impide pensar en la abolición como posibilidad real e imaginar un mundo sin prisiones. No obstante, la abolición no solo consiste en deshacerse de las cárceles, sino también de relaciones sociales de dominación que legitiman las desigualdades mediante el castigo y la violencia. 

El paradigma abolicionista conllevaría implementar políticas de reparaciones para nuestras poblaciones negras y afrodescendientes. La abolición nos invita no solo a desestabilizar y demoler los sistemas, instituciones y prácticas opresivas, sino también a reparar los daños históricos. Se necesita pensar en soluciones fuera de la lógica de los regímenes opresivos y carcelarios que han fallado en ofrecernos una verdadera seguridad. Explorar e invertir en alternativas al sistema de justicia penal constituyen parte fundamental de la justicia transformativa y restaurativa.  

Dichas reparaciones deben abordar puntualmente los traumas históricos causados por el colonialismo y la esclavitud, y proponer diferentes formas de restitución económicas, social y cultural (financiera, redistribución de tierras, autodeterminación política, programas de educación culturalmente relevantes, recuperación de la lengua, etcétera).

Asumir el abolicionismo significa invertir en sistemas vitales de apoyo comunitario y desarrollar modelos que puedan representar cómo queremos vivir en el futuro. También incluye la creación de respuestas prácticas al daño, que no perpetúen la violencia sistémica y que nos acerquen progresivamente a esa sociedad justa, sin cárceles, sin violencia. En este sentido, la abolición propone un nuevo escenario donde la justicia transformativa, la reparación, la responsabilidad comunitaria son respuestas liberadoras para una sanación, dignidad, seguridad y emancipación compartida, para una Liberación Negra.


Referencias bibliográficas
Díaz, Y. (2017): “Delitos y delincuentes. Cuba en los finales del siglo XIX e inicios del XX”, en http://dx.doi.org/10.21803%2Fpenamer.10.18.425 (consultado el 1 de octubre de 2021).
Naranjo Orovio, Consuelo (2019): “De la esclavitud a la criminalización de un grupo: la población de color en Cuba”, en http://journals.openedition.org/nuevomundo/2019 (consultado el 10 de octubre de 2021).
Triff, A. (2019): “Fernando Ortiz y el refugio más elevado del racismo en Cuba”, en https://rialta.org/fernando-ortiz-y-el-refugio-mas-elevado-del-racismo-en-cuba/ (consultado el 3 de octubre de 2021).




Notas: 
[1] El concepto “africanización”, articulado por los criollos blancos, se refiere a la supuesta amenaza y consiguiente degeneración de Cuba provocada por el número creciente de personas africanas traídas en condiciones de esclavitud. 
[2] Vale la pena mencionar que, en 1950, al publicar su libro La tragedia de los ñáñigos, Ortiz desmiente las ideas sobre la criminalidad de los abakuás.
[3] La Enmienda Morúa lleva el nombre de su principal gestor, el destacado periodista negro Martín Morúa Delgado (1857-1910). Véase: https://estudioshistoricos.org/18/eh1815.pdf
[4] José Francisco Martí Zayas-Bazán (1878-1945), hijo reconocido de José Martí, participó activamente en la matanza de los Independientes; en ese momento ostentaba el cargo de mayor general jefe de las Fuerzas Armadas de la República.
[5] Las “coleras” son personas, fundamentalmente mujeres, que se dedican a marcar de manera reiterativa en una cola o fila para comprar alimentos o artículos de primera necesidad. Su trabajo consiste en obtener varios cupos que luego venderán a personas que no quieren hacer la fila. 




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