¿Por qué la Revolución no era amor verdadero?

¿Por qué la Revolución no era amor verdadero?

No era. Porque el amor verdadero es individual. No hay amor verdadero en un pastel, por ejemplo. La gente en un pastel puede venirse rico, puede gozar riquísimo y pasarse toda la noche en la pastelería, pero siempre hay uno que se queda afuera, como pescado en nevera, sin amor; y si no se queda afuera como pescado en nevera, se queda mirando el baile; a veces ni mirar vale la pena y decide irse a matar el tiempo, irse a ver una película de amor. 

Un sistema que proclama amor para todos y para el bien de todos a los cuatro vientos, ni es sistema ni es amor, más bien es una cajita de sorpresa con un relojito en el interior marcando los minutos, las horas,  los días, las semanas y los años. Falta de empatía con todos y para el mal de todos. Pérdida de la idea esencial.

El día entero oyendo lo mismo, como una iglesia sin espíritu, una iglesia macabra sin ventanas abiertas. Amor a la patria, amor a la maestra, amor al amigo desconocido que se sienta al lado y que te mete la punta del lápiz por la frente cuando menos te lo esperas, amor a las plantas, amor a los vecinos, amor a la directora de la escuela que siempre tiene peste a cigarro, amor al cirujano, amor al chofer de la guagua y a las guaguas tan bonitas que el Gobierno nos regaló para trasladarnos por los terraplenes sin asfalto de la ciudad; amor a la ciudad. Imagínate.

Las ciudades son grandes y están llenas de basura. La basura se acumula alrededor de todo. Dime una ciudad donde no haya basura, hoy en día. Donde no haya un poquito de asquerosidad por aquí y otro poquito de asquerosidad por allá. Donde no haya gente haciendo zafra por aquí y gente haciendo leña por allá. Donde no haya alféizares llenos de polvo y playas llenas de cabos asquerosos de cigarro. Donde no haya escupitajos de gente que tose. Donde no haya montañas de osos de gomitas o montañas de salchichas picantes. Mira, una ciudad como tal es más o menos la misma cosa que un bidé, con la diferencia de que un bidé puede enjuagarse con un hisopo y mantenerse limpio durante unos minutos, pero una ciudad no.

Lo sé porque la escritura se alimenta de eso, no de lo contrario. A veces se me van cositas amorosas pero la mayoría del tiempo solo puedo escribir de la mierda. Mi escritura es de carroña y la de mucha gente lo es. Incluso cuando escribo de la memoria, personal o colectiva, estoy escribiendo de algo muerto y por consecuencia podrido, tóxico. La mismísima Soleida Ríos me dijo una vez que yo no merecía determinado premio importante nacional de muchos dólares, porque esos poemas no iban hacia la luz. 

Yo me pregunto de qué manera puede ir un poema hacia la luz, incluso, me pregunto de qué manera puede ir un poema hacia  ninguna parte. No tiene patas el poema, no tiene tentáculos ni ventosa, no está vivo. Es una cosa que construyó alguien muy alegre o muy triste, muy victorioso o muy jodido, muy vivo o muy muerto. Es una cosa artificial que alguien con mucho deseo o con la falta absoluta de deseo, llevó a cabo.

Esa vez me pasé muchos días huraña, pensativa, explicándome la falta de aquella inmensa cantidad de dólares, que cualquiera en Cuba necesita tanto; y fuera de Cuba, también. Según la premisa de la luz, parecía muy comprensible que ni yo ni mis poemas mereciéramos los dólares, pero fuera del trayecto que un poema debe o no transitar, las explicaciones y la comprensión se desvanecían. Creo que me pasé más de dos semanas sin bajar las escaleras del edificio. Un edificio en San Miguel, entre la Universidad de La Habana y el Parque Trillo. Imagínate.

Resulta parecido con la Revolución, algo tan abstracto como artificial, porque deja de ser en el mismo momento en que llega a serlo. Lo que identifica a una revolución es su inconsistencia. De ahí la comparación pastelera, donde aparentemente la mayoría está contenta de la vida y de lo que la vida ha puesto en sus manos, en sus bocas y en sus asentamientos, pero después de una hora es mejor despedirse. Yo me pregunto de qué manera puede ir la Revolución (cubana) hacia la luz, incluso me pregunto de qué manera puede ir la Revolución (cubana) hacia ninguna parte.


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¿Por qué la Revolución no era amor verdadero?

En última instancia, un panfleto y un poema son lo mismo cuando se escriben durante una crisis limítrofe de no-revolución, no-país, no-cuerpo, no-lenguaje. En esa herida, segmento, la podredumbre del desencanto, la decepción en estado inaguantable, alcanzan un estado de peritonitis crónica masiva, donde el no-peritoneo no-termina de inflamarse nunca. Nada se revienta hasta que se revienta.

Para el poema es un tiempo de sacrificio tanto como de abundancia. Para el amor es un tiempo de sacrificio tanto como de abundancia. Pero ni el uno ni el otro se soportan a sí mismos. Ambos están sustituidos por la inflamación abdominal y pélvica, a ambos los supera el estreñimiento. Los padres y los hijos, los sobrinos y los primos, los jubilados y las amas de casa, las novias y las solteras, las recién paridas, superados todos por el estreñimiento. Bisacodilo, apasote y mejorana. Sana, sana, culito de rana.

Se llaman combatientes, los hombres y las mujeres que lucharon por la Revolución en sus etapas antecesoras de lucha, conviniera o no conviniera. Al morirse la persona, se le entierra junto al resto de los combatientes. Se le entierra junto a sus hermanos, ideológicamente hablando. Se le recuerda también junto a ellos. Se le homologa. Se le patentiza.

Había un combatiente que visitaba mi casa y que siempre llamó mi atención. Se llamaba Tamé, pero nunca supe si ese era su nombre o su apellido. Era manso y bondadoso, y tenía una voz de almíbar y unos ojos tan buenos, que, cuando escribo, esto me dan ganas de llorar. Era como una oveja, yo creo. O como un caballo, de esos que usan en Cuba para transportar personas (más de diez personas en una plancha metálica con cuatro ruedas de apoyo). Era enorme y negro y se llamaba Tamé, pero nunca supe cuál fue la tarea que le dieron cuando triunfó la Revolución. A mi casa llegaba a conversar y nunca discutía.

Una de las tareas que le dieron a Ángel Iglesias, cuando triunfó la Revolución, fue la de amo de llaves. Literalmente hablando, Ángel Iglesias  fue el amo de cantidad de llaves de casas, mansiones y castillitos camagüeyanos. La gente se iba chillando gomas de un país que para ellos acababa de desgraciarse. Ángel Iglesias llegaba a las casas, las mansiones y los castillitos, cerraba con llave y recogía las llaves. Como también era bueno, igual que Tamé, incapaz de aprovecharse de la Revolución, nunca se quedó con ninguna llave ni con ninguna mansión. Por el contrario, construyó una casita de palo en las afueras y ahí nacimos nosotros. 

El Negro, uno de los mejores amigos de Ángel Iglesias, que no era negro y terminó sus días con una gangrena en un pie y una esposa ahorcada, siempre decía: «Hay quien nace con una estrella en la frente y hay quien nace con un guisaso en el culo». La esposa de Ángel Iglesias, otra combatiente que colaba el café enseguida cuando llegaba Tamé, siempre decía: «Estoy entre dos y tira bordada». 

Me pregunto si Tamé, enorme y negro, vigilaba a Ángel Iglesias; o si El Negro, que no era negro, vigilaba a Tamé; o si Ángel Iglesias los vigilaba a ambos; o si los tres juntos eran amigos de verdad, y se amaban de verdad, y nadie vigilaba a nadie, ni daba cuentas a la Revolución de lo que el otro hacía. Estaban viejos y llenos de resabios. Había varios nietos que criar.


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Porque no, porque el sendero no termina en corazón

El otro día pensé: «yo quiero que me entierren en Madrid». Ese pensamiento va hacia la luz, o por lo menos hacia la felicidad, lo cual anularía al poema, que se alimenta de caca. Pero a mí qué me importa el poema. Yo me pregunto de qué manera, frente a la muerte, me importaría el poema. Yo me pregunto de qué manera, frente a tu cuerpo, me importaría el poema.

El pensamiento amoroso, más que el discurso amoroso, sería más o menos lo que me importaría, lo cual no anula al poema, que se alimenta de caca durante una crisis limítrofe de no-revolución, no-país, no-cuerpo, no-lenguaje. Empero, ese pensamiento no procede de lo malo. No hay maldad en él y sí sinceridad. Una sinceridad del deseo. Lo cual anula al panfleto. Y ahora sí estamos hablando en plata.


© Imágenes de interior y portada: Evelyn Sosa.




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El esfuerzo decisivo te lo metes por el cu

Legna Rodríguez Iglesias

El esfuerzo decisivo de 1969 es el verdadero poema. Al decir poema quiero decir maldición.





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