Al descubierto la complicidad de Cuba, Panamá, Nicaragua y Bahamas con el tráfico de drogas

El excapo Carlos Lehder cuenta por primera vez en el libro ‘Vida y muerte del Cártel de Medellín’, recién publicado esta semana en Colombia, cómo eran las relaciones de los extraditables con los gobiernos de Cuba, Panamá, Nicaragua y Bahamas. 

Los ríos de dinero y poder que acumularon los capos colombianos en los años ochenta no habrían sido posibles sin la complicidad de gobiernos de la región. Carlos Lehder no fue la excepción, incluso fue pionero en aliarse con el Gobierno de Bahamas, donde se convirtió en el dueño y señor del negocio criminal. Lo mismo ocurrió con otros narcos en Cuba, con la dictadura de Fidel Castro; en Panamá, con complicidad del general Manuel Antonio Noriega, y en Nicaragua, con el vigente presidente Daniel Ortega.

Lehder fue testigo de cómo estos gobiernos se sentaron en la mesa con narcotraficantes y recibieron millones de dólares provenientes de la cocaína. Lehder era un adelantado entre los llamados “extraditables”: educado, bilingüe, conocía el mundo y rápidamente se dio cuenta de que el camino para llevar coca a Estados Unidos era la diplomacia de la droga, y puso sus ojos en la recién independizada isla de Bahamas.

Con solo 24 años, pero siendo un curtido criminal con visa a Estados Unidos, Lehder y su socio George Jung no lograban satisfacer la creciente demanda de cocaína. En ese momento, por accidente, terminó descubriendo Bahamas para establecer su centro de operaciones. Esto sucedió cuando reclutaron al abogado de narcos Barry Kane, quien además era piloto. Su primer encuentro por solicitud de Kane fue en la isla. Lehder, de inmediato, descubrió que quedaba a solo 170 kilómetros de Miami.

En el cayo Norman, Bahamas, propiedad de Carlos Lehder, el excapo vivía a sus anchas. Tenía aviones, helicópteros, lanchas y muchos lujos. 

“Cuando George regresó de su entrevista con el abogado piloto, destapó una botella de ginebra de mi barcito, mientras me contaba que Kane estaba muy entusiasmado con la idea de conocerme y que proponía que la reunión fuera el siguiente sábado en el hotel Holiday Inn, de Freeport (Bahamas)”.

Kane pronto pasó de jurista a piloto de la mafia y la escala era Bahamas. Lehder se estableció en el cayo Norman, que luego fue de su propiedad. Para él era una prioridad contar con la venia de las autoridades de la isla y lo hizo mediante el entonces ministro de Turismo y Agricultura, George Smith.

Para ganárselo, en medio de una cena en un hotel, lo congració con palabras de admiración para la isla y le dijo que hasta compró casa para pasar tiempo con sus amigos. “Bonx (el administrador del hotel) nos llevó en su destartalada camioneta y recorrimos, por una media hora, las carreteras de Norman. Al pasar por mi nueva casa, lo invité a conocerla”, dice el excapo.

Más adelante, en otra cena, llegó la transacción. El ministro George le contó que el país estaba cercano a elecciones, pero que estaba convencido de que se mantendría en su cargo porque el primer ministro, Lynden Pindling, no tenía competencia en las urnas.

De las conversaciones sobre cocos pasaron a los vinos y de los tragos a la plata. Carlos, un paisa que había viajado para trabajar con Lehder, “le deslizó al ministro un sobre con diez mil dólares de contribución a su campaña. Él se coloreó un poquito, pero lo recibió y lo guardó en el bolsillo interior del saco”, se lee en el libro. Semanas después le dio un BMW serie 735.

Mientras Estados Unidos establecía un tratado de colaboración policial con Bahamas, Lehder cerraba su acuerdo con el primer ministro. “Para ese momento ya tenía pactado —y garantizado con un apretón de manos— un acuerdo personal y secreto con el primer ministro Lynden Pindling, quien vino a visitarme a Norman para esos efectos”, cuenta el excapo en sus memorias.

Así fue como terminó convirtiéndose en el propietario del 70 por ciento del cayo Norman. Vino un segundo encuentro con el primer ministro Pindling para cerrar los acuerdos de tráfico. Todo se haría por medio de un lord bahameño llamado Everette Bannister.

“Yo soy un hombre de negocios y mi deseo es apoyar a su gobierno; permítame ofrecerle en privado unos recursos. Fui claro en que estaba dispuesto a entregarle cien mil dólares mensuales, pero Bannister le había mencionado una suma de ciento cincuenta mil al mes. ‘Lo que le informó Everette está correcto’, respondí. Y acordamos un encuentro periódico con Bannister, quien iba a viajar mensualmente”. Lehder estaba listo para traficar a sus anchas.

Por cerca de ocho años, el capo fue el dueño y señor del tráfico en Bahamas, tenía trato directo con la policía, le informaban movimientos de la DEA, lo cuidaban y hasta le anunciaban las operaciones, lo que lo salvó en más de una ocasión.

Pero la declaratoria de guerra del presidente estadounidense Ronald Reagan contra las drogas le cerró el cerco. Y sus aliados, el primer ministro Pindling, el ministro Smith y la policía, le dieron la espalda.

“Tengo órdenes expresas de Lynden de decirle que habrá operativos policiales buscándolo y que, por tanto, el acuerdo que ustedes tenían ha concluido. Me comunicó que el primer ministro me garantizaba treinta días más de protección para que organizara mi retorno a Colombia”.

Así, según su testimonio, Bannister terminó el reinado de Lehder en Bahamas.La conclusión del mismo Lehder fue: “El presidente Ronald Reagan y sus fuerzas especiales habían ganado la ‘guerra contra las drogas’ en las Bahamas”.


Los Castro en Cuba

Regresó a Colombia con sus socios los extraditables y vio cómo, al igual que él, los tentáculos del narcotráfico habían cooptado otros gobiernos, como el de Fidel Castro, en Cuba. En el caso de la isla, se asociaron con Pablo Escobar Gaviria y Gonzalo Rodríguez Gacha, el Mexicano. La punta de lanza fue el educado y diplomático Lehder, quien ya tenía las puertas abiertas.

Según narra en su libro, “la dictadura castrista, por intermedio de la Cipac, la agencia de inteligencia y operaciones especiales de La Habana, se había valido de una doctora cubanoamericana, pariente de una antigua compañera mía, para enviarme una invitación formal a visitar la isla, con todos los gastos pagos por el Gobierno”.

En su primera visita de “negocios” lo recibió “un grupo de oficiales vestidos de civil, y en una sala de espera conocimos a los jefes de esta misión, liderados por el coronel Antonio de la Guardia, jefe de la corporación de Importadores y Exportadores de Cuba (CIMEX)[1], agencia de ‘operaciones especiales’ de la dictadura castrista”. Creían que la visita era para comprar langosta, ron y cigarrillos, pero él fue claro en que necesitaban la isla como trampolín para el contrabando de droga.

La respuesta abrió la puerta de un inmenso negocio con la isla gobernada por los Castro. “Por ahora, solamente le puedo confirmar que necesitamos todos los dólares que podamos conseguir”, dijo el coronel Antonio de la Guardia. Le autorizaron en un primer momento usar “Cayo Largo, una isla de veinte kilómetros de extensión, con una buena pista de aterrizaje, ubicada a cuarenta kilómetros del puerto de Cienfuegos”.

El asunto era de dólares, así que el negocio se puso sobre la mesa. “En la fase uno, CIMEX necesitaba recibir cinco millones de dólares en efectivo para cubrir los gastos del Gobierno en esa isla (…) Usted tendrá las habitaciones que requiera en el segundo piso del hotel para residir allí con sus trabajadores; además, abriremos la cocina. No sabemos cuánta cocaína usted traerá a la isla, pero mientras más sea, mucho mejor; solo tendríamos que negociar el precio por kilo aterrizado”.

Pero Lehder apuntaba a la cúpula, a relacionarse con los Castro, y pidió que le presentaran a Raúl Castro. El encuentro se dio bajo reglas que De la Guardia describió así: “Escúcheme bien: el protocolo obliga a respetar estrictamente el tiempo. Son cuatro minutos máximo para saludo de mano, frase de cortesía y despedida. Usted no mencionará su nombre propio”.

Lo requisaron, le quitaron el pasaporte, lo llevaron a una sala donde, luego del anuncio de un edecán, “apareció entonces un hombre de gafas que, mirándome astuta y fijamente, me dijo: ‘Mucho gusto, bienvenido a Cuba libre’ —me saludó, y me extendió su fría mano con el gesto glacial del potentado que saluda a un lustrabotas”.

Las cortas palabras del menor de los hermanos Castro, que nada tenían que ver con el negocio, cerraron el acuerdo. “Aquí en Cuba hemos logrado muchísimos avances en educación, medicina y agricultura. Nuestro comercio está creciendo, a pesar del bloqueo yanqui; la Revolución cubana es invencible. Disfrute su estadía. Puede retirarse”, se lee en las memorias del exnarco.

Pablo Escobar delegó a Gustavo Gaviria para el negocio, así que, según dice el libro, “Gustavo, el Mexicano y yo éramos los socios que estábamos metidos en el primer cargamento de cocaína enviado a Cayo Largo. Nuestra responsabilidad era hacerlo llegar a la isla”.

Vinieron muchos cargamentos, el manejo del tráfico desde Cuba lo llevaba Gustavo Gaviria; el coronel De la Guardia era el encargado de llevarlo a Bahamas, donde Lehder aún tenía contactos oficiales con el Gobierno —que seguía siendo cómplice con la condición que no viviera en la isla—; desde ahí la coca se convertía en dólares en Estados Unidos, todo con la venia del régimen de Fidel Castro.


Nicaragua

Años más adelante, cuando la persecución contra los capos del narcotráfico no daba tregua, los extraditables buscaron refugio en Panamá, donde el general Manuel Antonio Noriega los protegía y era su socio. Sin embargo, Lehder, sagaz y acostumbrado a caminar solo esquivando traiciones, decidió tomar como refugio Nicaragua. “Para mí, ese barco (Panamá) estaba demasiado lleno y opté por aceptar el refugio que me ofreció el ministro Tomás Borge, de Nicaragua”, cuenta en el libro.

Lehder, además, tenía información reservada que le hacía pensar que los narcos colombianos alojados en Panamá podían ser traicionados. Un amigo, Robert Vesco, le contó que “Noriega estaba entregando armamento norteamericano y británico a las fuerzas de la Contra (Nicaragua), en sus campamentos situados en territorio hondureño. Y al mismo tiempo que recibía a los narcos colombianos, Noriega colaboraba con las agencias de inteligencia estadounidenses”.

A cambio de dólares, Lehder tuvo trato de rey, o, mejor, de diplomático, como él mismo refiere. “Me asignaron como vivienda una amplia casa de protocolo diplomático, a la cual lo único que llevé fue mi fusil G3 y demás armamento personal, un morral cargado de dólares, mi potente radio de comunicaciones HF Global y mi radio Zenith, que usaba en el día para escuchar música, y por la noche para monitorear las emisoras de Colombia y La Voz de Alemania (Deutsche Welle)”.

En Nicaragua apenas se había instalado la guerrilla sandinista comandada por Daniel Ortega, hoy convertida en dictadura. En su primera visita lo recibió el entonces secretario de Interior, Federico Vaughan, quien se convertiría en su anfitrión y con quien también empezó a hacer acuerdos para el tráfico de drogas, nuevamente con la venia de Ortega.

“Vaughan fue muy claro en que el régimen sandinista estaba dispuesto a permitirle al cartel la utilización de unas pistas de aterrizaje del Gobierno para transportar cocaína suramericana hacia México, a cambio de varios millones de dólares en efectivo”. El poder corruptor del narco ponía a su servicio al Gobierno de Nicaragua.

Lehder la tenía clara, sabía lo que se les venía a los extraditables en Panamá, la traición les cayó encima y se fueron para Nicaragua, donde el gobierno de Ortega no solo los cuidaba, sino que les daba el mejor trato.

El exnarco se reunió con sus socios. “Un par de días después, encaravanado con Federico y otros oficiales, me condujeron hasta la mansión donde estaba alojado Pablo Escobar en compañía de su discreta esposa, María Victoria Henao, sus dos hijos —Manuela estaba recién nacida— y su primo, Gustavo Gaviria. También estaban el Mexicano y su hermano, así como algunas mujeres y niños que no reconocí. Pablo, en bermudas y camisa abierta, me recibió sonriente y, después de saludar, me soltó la noticia: el general Noriega me traicionó, me iba a entregar a los gringos”.

Escobar, ya teniendo como refugio Nicaragua, le contó cómo lograron escapar. “Quien le había advertido del riesgo que corría era el coronel Luis del Cid, el mismo que siempre lo visitaba en Medellín. ‘Huimos todos para el Aeropuerto de Paitilla, donde el Mexicano tenía el avión nuevo, grande; nos subimos todos y aquí llegamos. Nos salvamos por un pelo’, me contó”. Así, el pleno de los extraditables obtuvo refugio VIP en Nicaragua.


El general de Panamá

Aunque Lehder no quiso tomar refugio en Panamá, y los extraditables fueron traicionados, es un hecho que este fue un puerto seguro para los narcos durante mucho tiempo y Escobar tenía a este país como punto de envío de cocaína.

Mientras Lehder era el rey de Bahamas, Escobar hacía lo propio en Panamá. Cuenta que en una ocasión fue de visita a Medellín a coordinar negocios con otros capos del momento. Se reunió con Pablo Correa y Benjamín Herrera, en La Ceja. Con Pablo Escobar habló de abrir un hangar en ese país.

“El futuro negocio de Panamá era gigantesco, pero también representaba competencia para mis rutas. Pablo, muy estratégico, como siempre, quería mi experiencia aeronáutica para que coordinara Panamá”, se lee en el explosivo testimonio.

El cartel de Medellín estaba traficando por el aeropuerto de Paitilla, de Panamá, y Lehder les ofreció Bahamas como ruta para llegar a Estados Unidos. En ese momento se dedicaba al “negocio” del transporte.

Para Escobar la ruta de Panamá era la joya de la corona, a tal punto que cuando Lehder le propuso explorar por Cuba, le respondió: “Carlos, concéntrese en lo que estamos haciendo juntos en Panamá; allá tengo el cartel mexicano con sus pistas funcionando. En esas pistas recibían la mercancía y la entregaban puntualmente en California y Texas”.

Y es que tal como lo describe Lehder, dejando clara la complicidad del general panameño, “desde sus imponentes oficinas en El Poblado, Escobar, jefe de jefes, recibía los reportes de las operaciones aéreas del cartel en Panamá junto a Gustavo (Gaviria), quien manejaba las finanzas (…) Él entregaba millones y millones de dólares, bien merecidos, al generalísimo Manuel Antonio Noriega”.

Antes de la traición, como suele suceder con los criminales, incluso con uniforme, el negocio, cuenta Lehder, funcionaba así: “La seguridad en Panamá estaba a cargo de los hombres de la Guardia Nacional, bajo el mando de Noriega. Eso hacía más seguro poder coordinar todos los vuelos y las entregas de mercancía en un país que era puerto libre y donde todo lo controlaba el socio de Pablo Escobar, el ya aludido general Manuel Antonio Noriega”.

Así fue como en los convulsos años ochenta, cuando el gobierno colombiano declaró la guerra a los extraditables, Lehder y sus socios, Pablo Escobar, Gonzalo Rodríguez y otros reconocidos narcos, tendieron la diplomacia de la cocaína y fueron tratados como reyes a cambio de millones de dólares, comprando la conciencia y la complicidad de esos gobiernos. Una historia que se conoce, pero que poco se ha contado.



* Artículo publicado por la revista ‘Semana’ bajo el título “Los Castro en Cuba, Noriega en Panamá, Ortega en Nicaragua y Pindling en Bahamas: estos fueron sus enredos con el cartel de Medellín, según Lehder”. Puede leer aquí la versión original.




Nota:
[1] CIMEX: Siglas de Comercio Interior, Mercado Exterior.





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