El cofundador de OceanGate, Guillermo Söhnlein, se atreve a dar un salto de las profundidades del océano a los cielos del espacio y plantea una visión audaz: enviar a 1000 personas a establecer una colonia en las nubes de ácido sulfúrico de Venus en 2050. Esta propuesta llega tras el trágico accidente del sumergible Titán de la empresa.
De tragedia marítima a sueño galáctico
OceanGate saltó a los titulares a principios de año tras la trágica implosión submarina de su sumergible Titán, que se saldó con la pérdida de los cinco tripulantes a bordo, incluido Stockton Rush, socio de Söhnlein. Con la reputación de la empresa aún recuperándose de la catástrofe de junio, la mirada espacial de Söhnlein puede parecer inesperada.
Venus, nuestro planeta vecino, es notoriamente inhóspito. La NASA lo ha calificado durante mucho tiempo de “invernadero global descontrolado”, con temperaturas abrasadoras cercanas a los 900 grados Fahrenheit (482.22 °C) en la superficie. Sin embargo, Söhnlein cree que los retos que plantea el planeta, desde su intenso calor y presión hasta sus volátiles volcanes y nubes ácidas, pueden superarse y posiblemente conquistarse.
Comprender la dura realidad de Venus
Varias misiones han intentado estudiar Venus a lo largo de los años. Desde la Mariner 2 de la NASA en 1962, se han lanzado más de 40 naves espaciales a nuestro vecino planetario, aunque la mayoría se han limitado a orbitarlo. El brutal entorno del planeta, con una presión equivalente a la de los océanos, hace que el récord de supervivencia de una nave espacial en su superficie sea de sólo dos horas, una hazaña lograda por la sonda Venera 13 de la Unión Soviética en 1981.
Sin embargo, en medio de estos retos aparentemente insuperables, Söhnlein ve un resquicio de esperanza. En su opinión, una pequeña bolsa atmosférica situada aproximadamente a 31 millas por encima de la superficie de Venus ofrece condiciones relativamente más hospitalarias: gravedad comparable a la de la Tierra, temperaturas moderadas y un menor grado de exposición a la radiación. Sin embargo, incluso este “paraíso” dentro de Venus tiene sus inconvenientes, como una densa atmósfera de CO2 y nubes de ácido sulfúrico siempre presentes.
El entusiasmo de Söhnlein es tan contagioso como chocante. Sostiene que la aspiración de la humanidad a convertirse en una especie multiplanetaria exige mirar más allá de las opciones obvias. “Si la humanidad quiere convertirse en una especie multiplanetaria”, escribe, “necesitamos tantas opciones como sea posible”.
Desafíos y potencial
Aunque las ambiciones de Söhnlein han captado la atención del mundo, el camino por recorrer está plagado de obstáculos, tanto tecnológicos como financieros. ¿Podrá el ser humano desarrollar la tecnología necesaria para vivir en el duro entorno de Venus? ¿Habrá suficiente apoyo, tanto en términos de capital como de opinión pública, para una empresa tan arriesgada? Y lo que es más importante, ¿el recuerdo de la tragedia de Titán ensombrecerá la gran visión de Söhnlein?
Aunque la viabilidad del proyecto de Venus está aún por ver, la propuesta de Söhnlein es sin duda un testimonio del eterno espíritu explorador de la humanidad y de su negativa a dejarse amedrentar por los fracasos del pasado.
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