La orden está dada

Existe una batalla en curso por el futuro de Cuba en sus calles, fruto de otra más larga, que comenzó online y continúa hoy, a pesar del apagón virtual de Internet por el Gobierno en días posteriores a las protestas del 11 de julio.

¿Quién controlará la revolución digital de Cuba?



El presidente cubano Miguel Díaz-Canel, como una reacción a la ola sin precedentes de protestas callejeras antigubernamentales (originadas por años de represión política, falta de libertades fundamentales, escasez de alimentos, medicinas, y un elevado índice de infecciones y muertes por la Covid-19), se lanzó a la Televisión Nacional, donde catalogó a los manifestantes como “mercenarios”, “contrarrevolucionarios” y “gusanos” que actuaron a instancias del gobierno de los Estados Unidos. Asimismo, declaró que “en Cuba, las calles son de los revolucionarios”, y que los manifestantes “tienen que pasar por encima de nuestros cadáveres para conseguir sus propósitos”. 

Por si este lenguaje incendiario no fuese suficiente, el sucesor “puesto a dedo” de los hermanos Castro, quien fuera considerado en algún momento como una figura moderna, con visión de futuro por su relativa juventud (61 años, frente a los 90 de Raúl Castro), hizo saber a los “revolucionarios” cubanos que tenían su respaldo. Incitando de esta forma a la violencia y alentándolos a enfrentarse con los manifestantes en las calles: “Estamos dispuestos a todo para detenerlos”, dijo, y prosiguió iracundo: “estaremos en las calles combatiendo”, “estamos convocando a todos los revolucionarios del país, a todos los comunistas, a que salgan a las calles. La orden de combate está dada. ¡A la calle los revolucionarios!”.

Las marchas del domingo, las confrontaciones con la policía, los gritos de “Libertad”, “Abajo la dictadura” y “Patria y Vida”, han sido el foco principal de la cobertura mediática. Pero si queremos comprender mejor lo ocurrido y cómo llegó a pasar, debemos mirar —además de las calles— las redes sociales y —además del espacio público— el ciberespacio. Es en esta intersección donde yacen las raíces y posibles frutos del levantamiento cubano. 

Por supuesto, hablar del potencial “democratizador” o “revolucionario” de Internet pasó de moda en la mayoría de las democracias occidentales, debido a la absorción de grandes franjas de la web por las compañías tecnológicas, acompañado de un modelo de negocios que se basa en la minería de datos personales para el enriquecimiento privado, y sirve como plataforma irresponsable para  fake news, distracción cívica y desconexión, así como para la polarización política. 

Sin embargo, en contextos autoritarios como Cuba, donde el Gobierno ha monopolizado por décadas los medios de comunicación y convirtió el periodismo en propaganda, un acceso a canales de información y comunicación sin filtros, puede realmente inclinar la balanza de poder en formas pequeñas, pero poderosas. 

Sí, me refiero a los gigantes de las redes sociales Facebook, YouTube, Twitter e Instagram, que si bien están plagados de pseudociencia antivacunas, videos de mascotas y selfies, también permiten las “directas” (término cubano para transmisiones en vivo), verdaderas “culpables” detrás de la viralización de las protestas en Cuba a partir del 11 de julio, sin necesidad de que mediara una organización o autoridad coordinadora central. 

Igual de importantes son las plataformas de mensajería directa como Facebook, Messenger, WhatsApp, Signal y Telegram. De hecho, en los últimos meses, activistas y periodistas independientes cubanos han migrado de Messenger hacia estas otras tres aplicaciones, debido a que su encriptación permite una comunicación más privada y una coordinación imposible de rastrear. 

El uso innovador que han hecho los cubanos de estas plataformas digitales en dos años y medio (desde que ganaron acceso por primera vez a los planes de datos móviles en diciembre de 2018), cargó las comunicaciones horizontales, conectándolas ampliamente al descontento ciudadano y a la emergencia de grupos de la sociedad civil como el Movimiento San Isidro (#MSI) y el 27 de Noviembre (#27N). Erosionando así, los dos pilares claves para el control de la información, esenciales para la supervivencia de regímenes totalitarios: miedo de las consecuencias de decir la verdad al poder, y el aislamiento de otros que albergan frustraciones similares. 

Lo que presenciamos en Cuba es, en efecto, más complejo y dinámico que cualquier mal llamada “Revolución” (o contrarrevolución) de Facebook y Twitter. Pero el elemento que más la distingue, permitiendo que las demandas y frustraciones ciudadanas largamente acumuladas estallaran en las calles de más de 30 ciudades y pueblos cubanos, es la existencia de un catalizador digital ampliamente disponible: el acceso al Internet móvil que permite la comunicación en cualquier lugar/momento y coordinación directa en tiempo real entre cubanos en la Isla. 

Es decir, aunque el papel del Internet de conectar a Cuba con el mundo y en especial con la diáspora es importante, el hecho de permitir una comunicación horizontal entre cubanos en la Isla, como quedó demostrado por la magnitud de las protestas, es fundamental. 

Esto explica por qué Etecsa, el monopolio de telecomunicaciones del Gobierno, una vez más ha desconectado temporalmente el servicio de Internet, como ha hecho en repetidas ocasiones este último año: para prevenir la propagación del virus del desafiante disenso público entre los 4.2 millones de cubanos (40 % de la población) que ahora tienen acceso a las redes a través de teléfonos móviles. Y además, para lograr desactivar movimientos de protesta más pequeños, pero cada vez más desafiantes e inflamables, como por ejemplo, las dos reuniones masivas de artistas e intelectuales jóvenes frente al Ministerio de Cultura de Cuba los pasados 27 de noviembre de 2020 y 27 de enero de 2021.

Estas protestas tienen como antecedente en 2019 la marcha independiente a favor de los derechos LGBT y una protesta en defensa de la SNET (#YoSoySNET), comunidad organizada de redes locales de gamers, coordinadas también a través de redes sociales. 

De hecho, luego de la marcha LGBT en mayo de 2019, Norges Rodríguez, director de la revista digital independiente Yucabyte,declaró al Washington Post: “Cuando las autoridades empezaron a arrestar personas, estaban buscando un líder”. En esta fecha, seis meses luego de su lanzamiento, alrededor de 2.2 millones de cubanos ya accedían al servicio de Internet móvil, lo que constituyó un “gran paso adelante que está dando lugar a una nueva clase de internautas, que se están organizando alrededor de causas y movimientos sociales de una manera que no se veía desde la revolución cubana”. 

Reportes de la prensa independiente cubana, indican que mientras algunos han logrado acceder a Internet de manera intermitente desde Nauta Hogar o un punto Wi-Fi, en las 48 horas posteriores a que el Internet fuera cortado, justo después de las 4:00 p.m. del 11 de julio, los datos móviles (forma de conexión más dinámica, extendida, y la más amenazante para el Gobierno) no están disponibles. De hecho, mis repetidos intentos en días recientes de contactar con un número destacado de periodistas independientes dentro de la Isla, quienes aún no habían sido detenidos por la policía, resultó en un inusitado silencio radial. 

Un reportero autodidacta, que se las ingenió para responderme usando un punto Wi-Fi desde un parque público en La Habana, me advirtió: 

“Tan pronto como la dictadura se oriente, van a empezar a cazarnos uno por uno. Tienen patrullas pasando por los parques con Wi-Fi en las noches para que nadie se conecte. Por favor, no nos abandones”.

Además, un blogger de tecnología desde Santiago de Cuba utilizó Twitter para enviarme este mensaje

“Aún hoy hay cortes de Internet en todo el país, se necesita VPN para acceder a cuentas sociales, era de esperarse. Sucede cuando el Estado es dueño de la única empresa de telecomunicaciones. ¿Alguien más duda de que aquí se vive en dictadura?”. 

Y cerró su mensaje con el siguiente gráfico que capturó de la página de monitoreo de tráfico de internet Kentik:



Otro periodista independiente, que ahora trabaja desde Miami para Inventario (un innovador proyecto de periodismo de datos que sigue la pista a la represión del Gobierno cubano y a los cortes en el tráfico de Internet), indicó que el apagón lo separó de sus colegas en la Isla. “Lo peor ahora mismo”, lamentó, “es que tenemos muy poca información acerca de lo que está ocurriendo dentro de Cuba y casi cero acceso a nuestras fuentes”. 

Aun así, él y sus colegas, trabajando diligentemente en las últimas 48 horas con los videos publicados en Facebook y YouTube desde Cuba antes del apagón, consiguieron producir este mapa interactivo de los alrededor de 100 lugares a lo largo de la Isla donde ocurrieron protestas filmadas. 



En la década que ha transcurrido desde la Primavera Árabe, los gobiernos autoritarios desarrollaron un arsenal de respuestas insidiosas para contrarrestar el desarrollo de lo que Zeynep Tufekci acuñara como “esfera pública digital” en su libro Twitter and Tear Gas: The Power and Fragility of Networked Protest (2017). 

Simultáneamente poderosas y frágiles, dada la ausencia de una estructura o autoridad, su naturaleza distribuida y su base en vínculos débiles, los movimientos sociales organizados en Internet confrontan regímenes que usan la naturaleza caótica, abierta, y “libre” del Internet contra sí mismos. 

Con un flujo de información no verificada y potenciales fake news, los gobiernos autoritarios como el cubano pueden mutar de formas tradicionales de censura que buscan bloquear noticias o sitios con información contraria al régimen (como hace sistemáticamente el Gobierno cubano) hacia una nueva estrategia enfocada en “convertir la información disponible en información inservible”. 

De acuerdo con Tufekci, estas estrategias incluyen: 

“Demonizar medios digitales, movilizar ejércitos de partidarios o empleados pagados que enturbian las aguas virtuales con desinformación, saturación de información, duda, confusión, acoso y distracción, dificultando para las personas navegar en la esfera pública digital, y distinguir entre hechos y ficción, verdad y engaños”.

El periodista cubano José Raúl Gallego, radicado en México, ha hecho grandes esfuerzos para demostrar la naturaleza falsa de un seductor rumor de Internet de que la provincia de Camagüey se había declarado libre, luego de que los manifestantes de la cabecera provincial capturaran al líder del Partido Comunista en la provincia, y la policía se quitase el uniforme para unirse a las protestas. “La estrategia de apagar las comunicaciones,” escribe Gallego, “no solo es una táctica del régimen para evitar la salida de la información y la articulación de la gente, sino también para favorecer el surgimiento de noticias falsas que creen confusión y desánimo una vez que se desmienten”.

Wael Ghonim, el empleado egipcio de Google que comenzó de manera anónima la página de Facebook We are all Khaled Said, relata en sus memorias publicadas en 2012, con el título Revolution 2.0, cómo su uso de las redes sociales ayudó a lanzar la revolución de la Plaza Tahrir, derrocar el régimen de Hosni Mubarak, y lanzar la Primavera Árabe a principios de 2011. 

No obstante, dada la polarización extrema y el regreso del régimen autoritario que siguió a esta llamada “revolución de Facebook”, Ghonim se ha vuelto mucho más cauto en lo que respecta a las bendiciones (y maldiciones) de las redes sociales. 

Ciertamente, su convicción inicial simplista de que “si quieres liberar a una sociedad, todo lo que necesitas es el Internet”, resultó ser totalmente equivocada. Desde entonces, Ghonim ha entendido que mientras las redes sociales pueden ser efectivas para romper cosas, a menudo son incapaces de construir cosas, como nuevos regímenes democráticos que requieren de consensos, compromisos, vínculos fuertes, jerarquías y entendimiento profundo. 

Cuando los movimientos sociales organizados en Internet son capaces de debilitar exitosamente las estructuras represivas del statu quo, también enfrentan una crisis existencial en la medida en que carecen frecuentemente de un liderazgo claro, unidad de propósito y una estructura organizativa jerárquica que les permitiría llenar el vacío que deja tras de sí el colapso del ancien régime

Mientras los cubanos celebran su pérdida colectiva del miedo la mañana del domingo 11 de julio, deberían reconocer el papel sine qua non que jugó el acceso al Internet móvil en facilitar ese alzamiento sin precedentes (y demandar su inmediata restauración), y a la vez comprender, junto a Ghonim, que en su lucha por liberar y reconstruir la sociedad cubana sustentada en un Estado de derecho, equidad política y el ejercicio pleno de libertades civiles y derechos políticos, necesitarán mucho más que eso. 




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