¿Cómo negocia Putin? Comprender la doctrina Gromiko

Este texto, firmado por el escritor y periodista ruso Leonid Mlechin, procede de una biografía dedicada al antiguo ministro de Asuntos Exteriores Evgueni Primakov, sin duda la personalidad más influyente para comprender la geopolítica rusa de la era que va de Yeltsin a Putin.

En este extracto, Mlechin analiza la evolución de la diplomacia soviética a través de varias personalidades, desde Trotski hasta Gromiko, haciendo hincapié en los estilos de negociación y las estrategias de cada uno, con ayuda de varias fuentes confidenciales. A través de esta lectura, se comprende que las tácticas de negociación de Putin o Lavrov son el resultado de una visión de la diplomacia diametralmente opuesta a la imagen que se tiene en Europa. Su matriz fue el apodado «martillo» de Stalin: Mólotov.

En este texto se encuentra la formulación más completa de la «doctrina Gromiko», consignada por escrito por uno de sus asistentes.

“En primer lugar, exige lo máximo y no te avergüences de exagerar en tus peticiones. Exige incluso lo que nunca te ha pertenecido. En segundo lugar, presenta ultimátums. Amenaza con la guerra, no escatimes en amenazas y luego propón negociaciones como salida a la situación: siempre habrá gente en Occidente que muerda el anzuelo. En tercer lugar, una vez iniciadas las negociaciones, no cedas ni un ápice. Tus interlocutores acabarán ofreciéndote parte de lo que has pedido. Pero incluso entonces, no firmes: presiona para obtener más y aceptarán. Cuando hayas conseguido la mitad o dos tercios de lo que no te pertenecía, podrás considerarte un diplomático”.




Trotski, Stalin y el aprendizaje soviético de la diplomacia

Según Trotski, el proletariado mundial no necesitaba diplomacia: los trabajadores se entenderían directamente sin necesidad de intermediarios. León Davidovich detestaba especialmente la diplomacia secreta. Tras él, se instauró la costumbre de concluir discretamente un acuerdo mientras se proclamaba públicamente lo contrario.



En 1938, León Trotski concede una entrevista filmada desde su exilio en México, dos años antes de su asesinato.






Esta fotografía de las negociaciones de Potsdam, en la que Stalin aparece triunfante y majestuoso, muestra, a la derecha del secretario de Estado británico Ernest Bevin, a las tres figuras más importantes de la diplomacia soviética del siglo XX: Mólotov, Stalin y, al fondo, el joven Andréi Gromiko, entonces embajador soviético en Estados Unidos, que celebró su 36º cumpleaños el segundo día de la conferencia.



Stalin admiraba el estilo diplomático británico, pero lo consideraba simplemente como el arte del engaño llevado a su más alto grado de perfección: “Las palabras de un diplomático no deben tener ninguna relación con sus actos; de lo contrario, ¿qué es la diplomacia? Las palabras son una cosa y los hechos son otra… La diplomacia sincera es tan imposible como el agua seca o un bosque de hierro”.



Mólotov y el nacimiento de la escuela soviética de negociación

El arte de la negociación constituye la cúspide de la diplomacia.

La escuela soviética de negociación fue fundada por Viacheslav Mólotov. Este último no era un diplomático en el sentido tradicional del término: no buscaba cautivar a sus interlocutores, ni hacer amigos o aliados. Obstinado y meticuloso, llevaba las negociaciones con dureza e inflexibilidad. Decía lo que consideraba necesario y, cuando sus interlocutores lo contradecían, repetía incansablemente lo mismo, como un gramófono, hasta exasperarlos. Demostraba una tenacidad fuera de lo común, dispuesto a mantenerse firme en sus posiciones hasta el agotamiento total.

Solo después de haberlo intentado todo, incluso amenazar con romper las negociaciones, accedía a hacer una concesión. Ganaba por desgaste.



Joseph Stalin, Viacheslav Mólotov (en el centro) y Kliment Voroshílov durante el Congreso de Trabajadores Agrícolas en 1935.



Esta intransigencia y esta negativa a revisar sus posiciones podían parecer cualidades. Sin embargo, en política, a menudo perjudicaban al país, ya que se topaban con una firmeza igual por parte del adversario. En Washington, Mólotov encontró adversarios a la altura de su obstinación.



El interregno de Shepílov y Vyshinski

Los diplomáticos extranjeros no confiaban en Andréi Vyshinski; sabían que no era posible llegar a ningún acuerdo con él ni alcanzar ningún compromiso. Vyshinski ni siquiera intentaba convencer a sus interlocutores de que aceptaran las propuestas soviéticas: se contentaba con invectivas e insultos.



Andréi Vyshinski fue fiscal general de los juicios de Moscú organizados por Joseph Stalin. Fue ministro de Asuntos Exteriores de la Unión Soviética entre 1949 y 1953, y representante permanente de la URSS en el Consejo de Seguridad de la ONU.






Dmitri Trofimovitch Shepílov fue ministro de Asuntos Exteriores de la Unión Soviética en 1956-1957. Tras la destitución de Mólotov por Jrushchov, fue esencialmente un ministro de transición antes de la “era Gromiko”.



Dmitri Shepílov, más joven, abierto y nada rígido en sus costumbres, sabía escuchar a su interlocutor y, cuando consideraba que sus argumentos eran razonables, le daba la razón. Los diplomáticos extranjeros, acostumbrados a Mólotov y Vyshinski, se sorprendieron al encontrarse con un hombre “normal”.



Gromiko, el consolidador de la escuela molotoviana

Gromiko se había formado en la escuela de Mólotov. En raros momentos de franqueza, daba consejos a sus jóvenes asistentes.

Uno de ellos, Oleg Alexeievitch Grinevski, los puso por escrito: 

“En primer lugar, exige lo máximo y no te avergüences de tus peticiones. Exige incluso lo que nunca te ha pertenecido. En segundo lugar, presenta ultimátums. Amenaza con la guerra, no escatimes en amenazas y luego propón negociaciones como salida a la situación: siempre habrá gente en Occidente que muerda el anzuelo. Tercero, una vez iniciadas las negociaciones, no cedas ni un paso. Tus interlocutores acabarán ofreciéndote parte de lo que has pedido. Pero incluso entonces, no firmes: insiste para obtener más y aceptarán. Cuando hayas conseguido la mitad o dos tercios de lo que no te pertenecía, podrás considerarte un diplomático”.



Gromiko y Kissinger el 27 de marzo de 1974.



Estas son las recomendaciones que Gromiko padre le dio a su hijo cuando se marchó a trabajar al extranjero:

“En un colectivo, adopta una actitud igualitaria hacia todos; no te pongas en primer plano, sé modesto. Escucha más de lo que hablas. Lo importante es escuchar a tu interlocutor, no a ti mismo. Si no estás seguro de si debes hablar, mejor calla. Y, sobre todo, no entables amistad con extranjeros: para los políticos y los diplomáticos, es una carga innecesaria”.



Extractos de las actas de una conversación desclasificada entre Kissinger y Gromiko que muestran el contenido de la táctica de negociación soviética basada en una negativa constante a cambiar de posición, en particular en los temas más técnicos, en este caso las negociaciones sobre la limitación de las armas estratégicas. © Gerald R. Ford Presidential Library and Museum.






Traducimos el pasaje clave: 

— Kissinger: No pueden aceptar… Pensábamos que era idea suya. 
—Gromiko: No. Nuestra respuesta es definitiva. No era idea nuestra. 
— K: Entonces hay un extraño en su delegación. 
— G: No. 
— K: Sin embargo, estábamos convencidos de que Shchukin pensaba que era una idea interesante…
 — G: No.



Gromiko superaba a Mólotov en habilidad, algo que reconoció un observador tan perspicaz como el exsecretario de Estado estadounidense Henry Kissinger. Según él, Gromiko no creía ni en las inspiraciones repentinas ni en las maniobras hábiles: eso contradecía su prudencia innata. Incansable e imperturbable, solo se enfadaba a propósito. Nunca iniciaba una negociación sin haber estudiado el expediente: entablar una discusión con él sin conocer a fondo los documentos era un suicidio, confesó Kissinger.

Gromiko concedía gran importancia al trabajo preparatorio: él mismo reunía la documentación necesaria para estar listo en el momento oportuno. No desdeñaba las tareas ingratas, lo que a menudo le permitía dominar a diplomáticos menos preparados. No dejaba lugar a la improvisación, aunque esta formaba parte integrante de la diplomacia, ya que, en plena Guerra Fría, podía ser peligrosa. Podía negociar durante horas sin olvidar nada, recordando casi todo: solo un torrente de cifras técnicas le obligaba a consultar sus notas. Aunque dominaba el inglés, siempre exigía una traducción: mientras el intérprete hablaba, ganaba un tiempo precioso para pensar en su respuesta.

Con una paciencia infinita, Gromiko se esforzaba por agotar a sus interlocutores, negociando cada punto. Contaba con su impaciencia y no cedía en nada hasta que estaban dispuestos a ceder. Sabía intercambiar pequeñas concesiones por contrapartidas importantes y se mostraba tanto más inflexible cuanto más quería parecer menos interesado en llegar a un acuerdo que sus socios estadounidenses.



En la iconografía de la Guerra Fría, la foto del encuentro entre Nikita Jrushchov y John Fitzgerald Kennedy el 4 de junio de 1961 es sin duda una de las imágenes más canónicas. En el centro, vemos a Andréi Gromiko, inquebrantable ministro de Asuntos Exteriores de la Unión Soviética de 1957 a 1985.



Como en el póquer, siempre comenzaba por mantener sus posiciones, luego enumeraba las exigencias que Washington consideraba excesivas, antes de elogiar la paciencia y la generosidad de su propio gobierno: una especie de ritual de apertura. Las negociaciones se convertían así en una prueba de resistencia. Al final, podía reformular sutilmente la posición contraria, acercándola a la suya, con el fin de crear un precedente para la siguiente reunión.

Sin embargo, con el tiempo, esta táctica se volvió en su contra: sus socios extranjeros comprendieron que, si se mantenían firmes, podían empujarlo a hacer concesiones. Temiendo que las negociaciones se prolongaran o se rompieran en el último momento, a veces firmaba demasiado rápido, por miedo a tener que rendir cuentas ante el Politburó por un fracaso.

Nunca tomaba la iniciativa sin instrucciones, e, incluso, cuando estas preveían la posibilidad de un compromiso, se resistía a utilizarlas. Esta rigidez le hizo perder en ocasiones la oportunidad de cerrar acuerdos en condiciones favorables. También podía encerrarse en promesas poco realistas hechas a Brézhnev, hasta el punto de tener que sacrificar lo esencial para salvar el acuerdo. Como escribe el exembajador Valentin Falin, “acorralado, a menudo por él mismo, no consideraba indigno sacrificar valores fundamentales”. Al perseguir ganancias menores, a veces perdía lo esencial.





* Adaptado de: “Comment négocie Poutine ? Comprendre la doctrine Gromiko”. Traducción: ‘Hypermedia Magazine’