Ser escritor hoy en Cuba

Ser escritor en Cuba, hoy, es ser un bicho raro. De a viaje.

Es, para empezar, verse obligado a tener otro empleo para poder comer, porque de la literatura nadie vive. Ni antes, ni ahora… Bueno; ahora mucho menos.

Ni siquiera como funcionario del MINCULT. Ni en los efímeros tiempos de vacas gordas durante las Ferias del Libro, cuando se pagan miles de pesos por cada presentación o lectura, para aparentar que la cultura cubana florece como nunca, en estos tiempos de adversidad. 

Porque el resto del año, ¿qué queda? ¿Tirarse bocarriba a hacer la fotosíntesis? ¿Vivir de los pagos a jurados? Ja. ¿Comprarle fiado al bodeguero? ¿Alguien conoce a uno que acepte promesas de autor en vez de pesos?

Y tampoco es que esos miles de pesos que se pagan en las ferias, o por concepto de derechos de autor, sean tanto, ahora mismo… ¿Les suena la palabra “inflación”, cuando los precios aumentan más rápido que los salarios, por no hablar de los pagos a los escritores?

Ciertamente, en el capitalismo, bien pocos y selectos son los autores que logran mantenerse con lo que escriben, aunque mantengan columnas fijas en algún periódico o revista, e impartan frecuentes talleres de técnicas narrativas. O revisen y corrijan textos según una tarifa, sin que en ello haya nada vergonzoso. 

Porque sólo lucran con un talento o habilidad. Y porque, como dicen los españoles, aludiendo a esos pobres que se hacían mataores, pese a todo su temor a los imponentes toros miuras que les echaban al ruedo, “más cornás da el hambre”.

Entonces, no debía extrañarnos tanto que, en el socialismo, o lo que sea que tengamos ahora en la Isla, sea por el estilo: sólo aquellos escritores que venden muy bien fuera ―¿y cuántos de esos quedan todavía en el país, Padura y quién más?― o los que bailan al ritmo de la música oficial, duermen sin preocuparse de qué van a echar en la cazuela la semana siguiente. O si llegarán a la semana siguiente, siquiera.

¡Esos sí son artistas, papi, mira cuánto dinero ganan!

¿Y la defensa de la cultura nacional, de los valores del lenguaje, de la idiosincrasia cubana, todo ese discurso oficial?

Bien, gracias. Hay que comprender, ciudadanos, que estamos en crisis y no hay presupuesto para esos lujos. Primero hay que sobrevivir, aunque sea a ritmo de reguetón. Y ya veremos luego, cuando lo peor haya pasado. Claro… si seguimos aquí para entonces. Y si queda alguien que sepa leer, todavía.

Ser escritor en Cuba, hoy, es que el vendedor de viandas en el agro encuentre natural tratar de cobrarte más que a los demás: “¿Tú no eres artista, ekobio?, ¿no saliste el año pasado en el vidrio, hablando de no sé qué pirámides raras, y que si eran o no extraterrestres?, ¿no viajas de vez en cuando, aunque sea a República Dominicana?” 

Entonces, “está más claro que el agua, cúmbila: usted tiene dinero, y pare de contar. Deje el cuento y pague, pues, que la cosa está mala, y todos estamos tratando de buscarnos la vida”.

Ser escritor en Cuba, hoy, es intrigar y hacer lobby, como el peor ―¿o el mejor?― de los políticos; minimizar los méritos ajenos y exagerar los propios. Todo para garantizarse, al menos un par de veces al año, el codiciado fasten[1]

Ese viajecito, necesariamente corto, y adónde sea: Feria del Libro de Burundi o curso sobre Alejo Carpentier para los alumnos de una escuela primaria de Belice. Pero que nos permita lo que todos soñamos, y más en estos tiempos: hacer un poco de plata, traer algo de pacotilla, para usar y revender. En fin, respirar un rato de las penurias cotidianas de la Isla, apagones y transporte ―¿o falta de él?― incluidos.

Y, con suerte, hasta establecer los contactos para el próximo viaje. Que, quizás, si todo va muy bien, podría ser sin regreso.

Ser escritor hoy, en Cuba, es, para muchos, vivir soñando con dejar de ser un autor cubano mal pagado y volverse ―¡aunque sea!― un lavaplatos con un sueldo digno. En Ecuador o en Dubai, por supuesto.

Otros aspiran a lograr un best-seller trampolín, éxito literario que los saque de aquí con un mínimo de dignidad y les permita seguir escribiendo en Extranjia: ese país que es cualquiera, menos la Isla que los vio nacer.

Pero tampoco faltan los que creen que siempre es mejor ser cabeza de ratón que cola de león. Un autor conocido en una pequeña ínsula caribeña, antes que otro emigrado escribiendo en español en Alemania o Francia, sabedor de que su obra nunca será realmente comprendida por los lectores del país que le abrió las puertas como refugiado cultural y/o político. Y echando de menos el infierno tropical del que por tantos años soñó escapar. Porque eso es y será siempre lo suyo.

Ser escritor en Cuba, hoy, es saber que tus cuentos, novelas o poemas sólo aparecerán de manera digital.

Como dijo el Apóstol: nuestro vino es amargo, pero es nuestro vino. Ah, ¡si sólo hubiese algo de ese vino amargo…! Pero hasta el vinagre está por las nubes, cuando aparece.

Ser escritor en Cuba, hoy, es ―¡cómo no!― un tremendo ejercicio de terquedad. De orinar contra el viento. De dar cabezazos contra el muro. 

Sobre todo, cuando tu pareja, desesperada porque no alcanza el arroz del mes, te conmina a componer letras para los reguetoneros. ¡Esos sí son artistas, papi, mira cuánto dinero ganan! O a ponerte a trabajar en una MiPYME, vendiendo al público productos importados y a precios astronómicos.

Cualquier cosa, en vez de seguir perdiendo tiempo y vista, tecleando esas tonterías llenas de palabrejas rarísimas que nadie leerá nunca. Y mejor así, porque si las leyeran, seguro ibas preso, so comemierda suicida egoísta. ¿O no has pensado en tus hijos? ¿Y tampoco has entendido todavía que el lema, aquí en el socialismo, es “participa, pero no te destaques”? Porque, al que alza demasiado la cabeza, se la arrancan.

Ser escritor en Cuba, hoy, es tener que aceptar estoicamente que, cuando explicas tu modo de vida a cualquiera en la calle, e insistes en que eres artista, todos te miren incrédulos. Porque…, ¡qué va!, artistas, lo que se dice artistas de verdad, son esos que salen por televisión, a los que Edith Massola invita a 23 y M cada tarde de sábado. Los que tocan en orquestas de salsa famosas, filman telenovelas o venden cuadros en miles de dólares. Pero, ¿hacer libros? Bro, nadie se gana la vida con ese letrerío; deja esa talla. 

Y si te sientes despreciado y les intentas poner el ejemplo de Stephen King o J. K. Rowling, narradores coronados por el triunfo económico, aunque nunca ganarán el Nobel, te miran atónitos, hasta casi con lástima: ¿quiénes son esos, tú? ¿músicos que tocan con Bad Bunny? ¿Ah, no? ¡Por eso es que no me suenan de nada, asere!

Ser escritor en Cuba, hoy, es también y todavía ―¡por suerte!― que de vez en cuando los socios, cuando están jugando dominó bajo el farol de la esquina y tomándose unos pomos de alcoholes de dudoso origen, te llamen para que tu palabra de hombre culto decida alguna enconada disputa. 

La pregunta clave es: ¿cuánto se puede decir, antes de convertirnos en personas non gratas para los omnímodos personajes que rigen los destinos del país?

Porque hasta en estos tiempos en que la Wikipedia y su sabiduría condensada están al alcance de todos con sólo un par de teclazos, hay cosas ―¡se sabe!― en las que se deben valorar y/o confrontar varios puntos de vista. Como quién mató a Kennedy, si los yanquis realmente fueron a la luna en 1969, si los rusos invadieron Afganistán de puro imperialistas en 1979 y no por internacionalismo proletario, o si las IAs van camino de dominar el mundo… o es sólo que nada ha sido noticia después de la Covid-19 y la guerra de Ucrania.

Ser escritor en Cuba, hoy, es saber que tus cuentos, novelas o poemas sólo aparecerán de manera digital. Y eso, con suerte. Por desgracia, tal avance no se debe a que los visionarios rectores de la cultura en la mayor de las Antillas quieran estar a tono con estos tiempos de IAs y digitalización, los que a nivel mundial han llevado a extinguirse a las revistas y periódicos en soporte analógico, sino a un motivo mucho más simple y triste: que en la Isla del Caribe falta el papel. Empezando por el higiénico… Y, considerando la envergadura de la defecación económica nacional, para limpiarla, sólo de ese papel se necesitaría más que la producción total de China en un año.

Huy, pero, ¿qué dices, malagradecido? ¿Cómo te atreves? Después de que la Revolución te enseñó a pensar, ¿cómo osas insinuar que…? ¿No entiendes que hay que pensar lo correcto, lo que dice tu gobierno, y no lo que te da la gana a ti, escritorzuelo engreído? Que queremos que pienses, sí… Pero no tanto. Ni tan en contra de nosotros, sobre todo.

Ser escritor en Cuba, hoy, es, entonces, hacer malabares sobre el filo del cuchillo político. Saber cómo jugar con la cadena, sin tocar al mono. Una pulseada constante con el poder en la que, tarde o temprano, siempre acabamos perdiendo los autores. 

Porque la pelea es de león a mono. Aunque, ¡qué suerte que ya no hay GULAGS ni UMAPS, no? Pero, también ¡qué lástima que ya no envíen a nadie al exilio, eh?

La pregunta clave es: ¿cuánto se puede decir, antes de convertirnos en personas non gratas para los omnímodos personajes que rigen los destinos del país?, ¿cuántas mentiras podemos desenmascarar, cuántas verdades es factible revelar, antes de vernos etiquetados como disidentes, y condenados de manera tácita al ostracismo cultural y social? 

Porque pocos se atreven a seguir tratando a quienes portan esa infamante letra escarlata. Y, por supuesto, ninguno de los escasos recursos editoriales del país será dedicado a publicar ni una sola letra escrita por alguien que “muerde la misma mano que le dio de comer”, aunque fuera poco y mal.

Pero, en verdad, hoy, en Cuba… es difícil ser cualquier cosa.

Ah, y si resulta que el disidente ―¿y cuándo se volvió un pecado de lesa majestad disentir, tener una opinión distinta?―no era un auténtico opositor, sino sólo un infiltrado del G2 en ese grupúsculo contrarrevolucionario, pues peor todavía. Desde la revelación de su doble cualidad, ese escritor-agente, devenido automáticamente zombi literario, ya nunca más podrá estar seguro de cuánto le publican por escribir lo que escribe, y cuánto por hacer lo que hizo. Aunque también puede autoengañarse; siempre se vale, y muchos lo hacen. Pero…, allá ellos.

Ser escritor en Cuba, hoy, es difícil, como se ve. Muy difícil.

Es vivir soñando con inmortalizar nuestro nombre en la historia de las letras hispanas. Y, a la vez, con que a uno le llegue el parole para dejar el país. Es aspirar a que le concedan el Premio Nacional de Literatura (si se tienen más de 60 años, claro) o a ganar el premio Casa de Las Américas, o al menos el Carpentier, o el Ítalo Calvino, que pagan más o menos bien y en dólares o euros, mientras se sueña con llenar el refrigerador de pollo.

Pero, en verdad, hoy, en Cuba… es difícil ser cualquier cosa. Lo mismo policía que chófer, vendedor ambulante que músico. Si hasta los del gobierno se las ven canutas, según suponen muchos, para seguir justificándose por todo lo que hacen, tan distinto de todo lo que dicen, y dormir tranquilos, después.

Pobrecitos. Citando a Barack Obama: “no es fácil”.Así que sólo queda suspirar y seguir adelante escribiendo, que es como mejor uno sabe hacerlo. Y que salga el sol por donde salga. Si es que va a volver a salir, alguna vez. Que ya muchos lo dudamos, incluso.





Nota:
[1] Término con el que muchos cubanos se refieren a cualquier viaje al extranjero: viene de “fasten your seat belts” (abróchense los cinturones), la layenda que se enciende al principio y final de todo vuelo en avión.




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Mary Anastasia O’Grady: “¿Por qué Cuba debe estar en la lista de Estados Patrocinadores del Terrorismo?”

Por Isabel Díaz

The Wall Street Journal: “La Habana tiene alianzas con Rusia, China e Irán y una red de espionaje en EE. UU.”







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2 Comentarios
  1. Y dudamos su próxima salida…

    Siempre ha sido todo difícil en la Cuba-sobremanera hoy-; aquí todos los quinquenios han sido más que grises, negros…

    No dejes de escribir…

  2. Yoss, ¡qué alegría encontrarte aquí y leerte! Hace unos días leía «La causa que refresca»…cuán poco ha cambiado desde entonces. Bueno, entonces no había AI…No mucho más. Un abrazo y sí, sigue escribiendo. Eso es lo que nos salva.

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